Si hablamos de música popular contemporánea asociada al rock, los noventas fueron una década de renovación, de tránsito hacia la nueva era, dominada por la tecnología digital y la compulsiva aparición de fusiones con expresiones folklóricas de los cinco continentes. La resaca ochentera generó una gama variopinta de movimientos musicales en los dos centros de producción que siempre han marcado la pauta de los desarrollos, idas, vueltas y confusiones en la escena musical mundial, que para fines didácticos solemos llamar "rockera" -una generalización que yo, en lo particular, no encuentro incómoda pero que ocasiona más de una arcada en diversos círculos de crítica especializada.
Desde el grunge que asesinó al glam metal y la recalcitrante movida pop que fue deteriorándose, tras la (afortunada) desaparición de los New Kids On The Block, en Norteamérica; hasta las hordas de bandas herederas del post-punk y la breve pero sustanciosa movida localizada en Manchester, Inglaterra (Madchester para los entendidos), que fueron reunidas bajo el rótulo Britpop; la lista de artistas nuevos creció exponencialmente. A pesar de ello, desde inicios de la década se notó una tendencia hacia la homogeneización, con propuestas sonoras que divergían muy poco entre sí, provocando dificultades al momento de aplicar filtros que definieran cuáles serían protagonistas del cambio y cuáles deberían pasar al discreto silencio y posterior olvido.
Blur -"borroso" en español- fue, desde el principio de su carrera discográfica, una de las agrupaciones animadoras de esta lucha por sobresalir en medio de tanta distorsión, en algunos casos demasiado amateur, de esta generación de músicos ansiosos por demostrar, a un tiempo, que estaban tan influenciados por The Beatles como por The Velvet Underground, por The Clash como por Ramones, por The Stone Roses como por Pavement (y todo lo que hubiese en medio), y así. Damon Albarn (voz, teclados, guitarra), Graham Coxon (guitarra, voz), Alex James (bajo) y Dave Rowntree (batería), luego de reconstruir sus amistades y dejar atrás un largo período de silencio grupal -siete u ocho años separados- han superado la prueba del tiempo y se acercan a Lima por primera vez, para ofrecer un concierto que ha despertado gran expectativa, el próximo 29 de octubre. Ahora ellos son un grupo asociado al concepto de lo clásico, como representantes de una década que dejó poco (o nada) para el recuerdo, salvo una miríada de nombres, cada uno reclamando su porción de influencia por haber hecho más ruido de estática con sus guitarras, por escribir las letras más oscuras o por manipular la tecnología mejor que su vecino.
Confieso no estar tan emocionado por la visita de Blur, aunque sí reconozco su influencia y la importancia que tuvieron sus canciones en esos años. El cuarteto, formado en una escuela de arte de Essex (Londres), se convirtió en una especie de símbolo para la generación previa a los que hoy conocemos despectivamente como hipsters -muchachones de escuela privada, con lentes de montura negra y gruesa, que leen poesía moderna, admiran a Bolaño, compran Etiqueta Negra y creen que Trainspotting es un hito en la historia del cine- gracias a esa combinación inteligente (y meritoria, hasta cierto punto, por no haber sido calculada), de la actitud lánguida típica del inglés clasemediero y un filo rockero respetuoso de la tradición más básica: toques de psicodelia, letras influenciadas por compositores y escritores de la era dorada (sesentas y setentas) y poco temor a la reinvención en cuanto a su sonido.
A lo largo de sus siete discos en estudio, Blur desplegó creatividad y eclecticismo sobre la base de su noción de trabajo en equipo; mientras que sus eternos émulos Oasis perdieron el tiempo tratando de imitar a The Beatles y soportando las atorrantes actitudes de los hermanos Gallagher. Si Oasis fueron The Beatles de los noventas, Blur fueron The Kinks. Es curioso como han evolucionado los perfiles de estas dos bandas con el paso de los años: mientras la banda de los antipáticos Noel y Liam Gallagher, inicialmente asociada a la clase trabajadora, terminó atomizada y finalmente desaparecida por las arrogancias de sus principales cabezas; Damon Albarn y sus amigos, tachados de "creídos" como diríamos en el Perú y de andar mirando todo por encima del hombro, se ganaron largamente el cariño de su público y sus canciones, simples y algunas veces bastante tontas -pienso en Charmless man, Girls and boys o Song 2-, invitan a la nostalgia de aquellos años. Como dice el cantante en el interesante documental No distance left to run, filmado en el 2010: "La principal razón para regresar como Blur fue porque somos amigos, eso nos hace diferentes del resto". Agarren esa flor, muchachos de Oasis.
Musicalmente, ya lo dije, lo de Blur es simple y por momentos, algo tonto. Sin embargo, es difícil no reconocer el valor de canciones como The universal, Coffe and TV, She's so high, Beetlebum o Tender; que constituyen el lado brillante del cuarteto. Además de la voz inconfundible de Damon Albarn, está el innovador trabajo en guitarras de Graham Coxon y la sólida base rítmica de Alex James y Dave Rowntree, que revela ciertas destrezas contenidas, para favorecer el formato de pop luminoso y sencillo que caracteriza a sus producciones discográficas. Sus álbumes Leisure (1991), Modern life is rubbish (1993), Parklife (1994), The great escape (1995), Blur (1997) y 13 (1999) son diversos entre sí, pero reconocibles de inmediato. No es casualidad que su único álbum de la siguiente década, Think tank (2003), el último hasta la fecha, suene diferente, en actitud y en calidad.
Albarn se convirtió en uno de los rostros más reconocibles del Britpop y además, dio un paso adelante con aquel gracioso proyecto virtual llamado Gorillaz, con el cual su estatus como artista se elevó. Posteriormente participó en otro proyecto denominado The Good, the Bad and the Queen, junto a Paul Simonon (exbajista de The Clash) y otros músicos conocidos. En sus tiempos libres, Coxon desarrolló una interesante y personal discografía solista. Mientras tanto, James publicó un libro sobre la banda y Rowntree desapareció del ambiente musical hasta el resurgimiento de Blur, en el 2009, en un multitudinario concierto en el Hyde Park de Londres. Desde entonces han estado de gira, reencontrándose con su público en diversas ciudades del mundo, a las cuales se sumará nuestra capital, este 29 de octubre, en el Estadio de San Marcos. Sus seguidores peruanos ya están contando los días. Bien por ellos.