Jamás me enrolaría en el ejército peruano y si hubiese una guerra contra Ecuador, Chile o cualquier otro país que pretendiera, de la mano de algún gobernante corrupto, hacerse con un pedazo de tierra que geográficamente "nos pertenezca", y me reclutaran de grado o fuerza, lo haría tan a regañadientes como cuando me dicen que debo ir a votar un domingo en el que preferiría estar, tirado en mi cama, leyendo o escuchando algún disco de uno de mis tantos artistas favoritos.
Nunca me metería en política, porque eso que llaman política en este país se ha convertido en la actividad que más rápido puede desprestigiar a un peruano -en el supuesto caso de que dicho peruano tenga prestigio. La política peruana es lo más cercano a la institucionalización del crimen, una ocupación en la que cualquier persona con predisposición a la trampa, la doble vida y el delito económico es capaz de perfeccionar hasta alcanzar maestría en sus malas artes. Y si acaso a un bien-intencionado se le ocurre ingresar a la política, termina o deprimido o cínico o tan corrupto como aquellos a quienes antes criticaba.
Tampoco creo que en Fiestas Patrias deba demostrar "mi amor por el Perú", en el supuesto que tal cosa exista en la dimensión que la grandilocuente frase sugiere, atorándome de anticuchos, chanchos al palo, cebiches, chicharrones, pisco sour y cervezas, menos si son alemanas. O bramando a voz en cuello Mal paso o Propiedad privada en una peña con luces de discoteca, haciendo lo mismo que se hace en cualquier otra festividad del año, desde la llegada de uno nuevo hasta el fin de semana largo de Semana Santa.
¿Quién marca la pauta de lo que es actualmente ser patriota? Tenemos un presidente que prometió, hace tres años, acabar con la politiquería tradicional y que hizo temblar de miedo las oficinas de CONFIEP y las redacciones del Grupo El Comercio; y que hoy, ni siquiera gobierna pues la arribista de su mujer ha impuesto a todas sus amigas y ayayeras en los cargos políticos más importantes (presidencias del Consejo de Ministros y del Congreso). Mañana, esa sombra presidencial cumplirá el ritual de hablarle al país, y sin duda será un discurso aburrido, plagado de cifras macroeconómicas, planes a futuro y muecas para la cámara. Y con la posibilidad, siempre latente, de que Nadine se robe el show con alguna de las suyas.
Víctor Andrés García Belaúnde, alias "Vitocho", presentó su libro El expediente Prado en el que devela los detalles de la vergonzosa huida de Mariano Ignacio Prado durante la infausta guerra contra Chile, so pretexto de irse a comprar armas a Inglaterra. ¿Es Vitocho un patriota al hacer esto? El auditorio de la FIL Lima donde se presentó esta estimable obra histórica estaba abarrotado, y entre el público pudimos ver a algunos de sus colegas congresistas, periodistas de todo tipo, líderes de opinión, analistas y familiares bien al terno y al abrigo de piel, casi como si se tratara de un evento social de Cosas. Quizás sea un acto de patriotismo, aunque verlo firmando autógrafos al final hizo que todo pareciera terriblemente superfluo.
¿Son patriotas las monas y monos calatos de los excrementicios programas de entretenimiento de Canal 4 o Canal 9 -para los que aun no saben de qué hablo, me refiero a Esto es Guerra, Combate y afines de los otros canales- que salen en pantalla saltando con escarapelas y rodeados de banderas peruanas que hacen volar con ventiladores? Lo dudo. Salvo que querer a la patria ahora sea sinónimo de llenar de mierda el cerebro de cientos de miles de niños a nivel nacional, con todos esos personajes vulgares y oceánicamente ignorantes vanagloriándose de sus abiertos desafíos a la inteligencia y el buen comportamiento, incentivando la discriminación y validando el ascenso social y económico basado en "la buena apariencia" y la capacidad para hacer el ridículo o exponer tu integridad física a cambio de dinero.
¿Son patriotas los que comentan todo el día que nuestra gastronomía es lo máximo -concepto con el que estoy bastante de acuerdo- y que en nombre de eso aceptan que les vendan un Cebiche a la Brasa, un aborto que disfrazan de fusión, como lo hace Jaime Cuadra con sus asquerosas mezclas que vende al extranjero como si se trataran del último grito en cuanto a la creación musical con géneros folklóricos nacionales? ¿Son patriotas los reporteros y conductores de TV que "celebran" Fiestas Patrias haciéndonos escuchar, por diez milésima vez, las horrorosas canciones de Corazón Serrano y sus experiencias junto a la comunidad peruana en Patterson, EE.UU., una diáspora marcada por la necesidad de ganar dinero, cosa que consiguen, pero que fracasan olímpicamente en eso de volverse mejores personas?
No sé qué es exactamente el patriotismo. Solo sé que, en ciertos momentos, me emociono cuando escucho el Himno Nacional o cuando escucho un buen vals, una marinera, un huayno, una muliza o una décima de Nicomedes Santa Cruz. Y que salivo de pensar en un lomo saltado, una carapulcra o un cebichito hecho en casa, sin pretensiones ni apellidos. Y que me da gusto decir que en mi país nació Vargas Llosa (el escritor, no el operador de ultraderecha), Vallejo, Arguedas o Denegri. Y que en casa aprendí a ser devoto del Señor de los Milagros, y que después aprendí que la independencia no solo se proclamó el 28 de julio de 1821 sino tres veces antes en Lima y que el proceso se inició, no en Lima sino, en la Intendencia de Trujillo con la participación de la población de Chachapoyas. Con todo eso, tampoco estoy seguro de que sentir esas cosas me conviertan a mí en un patriota.
Pero si algo debería definir al patriotismo, tendría que ser la capacidad de indignarse frente a los políticos corruptos, los mercachifles de la publicidad, los tarados de la televisión, los periodistas que no cuestionan a nadie, los "artistas" efímeros y farsantes, los futbolistas indisciplinados y mediocres; y la sobrevaloración que hoy tiene todo lo que está relacionado con la diversión indiscriminada, el consumismo embrutecedor, y la ignorancia que marca la pauta de lo que la gente prefiere ver en los medios de comunicación.
Me da pena mi país y no sé qué hacer para liberarlo de todas estas lacras que lo vienen carcomiendo desde hace tantas décadas. Si en los 80s y 90s nuestra generación, apolítica e indiferente, sintió que tocamos fondo, en estos 2000s llegó toda una generación de jóvenes -con algunas excepciones, como siempre- a seguir cavando, convencidos de que, cuando se trata de una sociedad enferma como esta, el infierno también puede ser el límite.
Me da pena mi país y a la vez me gusta vivir en él. Esa es la clase de relación enfermiza que tenemos los que podemos mantener los ojos bien abiertos y no caer presas de la obnubilación y el embrutecimiento masivo que domina a las gentes por la calle.
Por eso me siento en la capacidad de decir para mis adentros: Feliz 193 años Perú, sin temor de estar engañando a nadie.
Por eso me siento en la capacidad de decir para mis adentros: Feliz 193 años Perú, sin temor de estar engañando a nadie.