Es inevitable. Apenas culminaron los fuegos artificiales, los brindis y buenos deseos por la llegada del Año Nuevo y ya estamos invadidos por esta galería de personajes impresentables, varios de ellos reincidentes y uno que otro "recién llegado" -las comillas son porque si bien es cierto ya tienen cierto tiempo hablando idioteces en la "arena política nacional", se lanzan por primera vez a la carrera por ocupar el trono desde el cual sueñan con enriquecerse ellos y sus allegados durante los próximos 5 años- que, para repetir las muletillas de los gacetilleros de la televisión y los medios escritos, "calientan el ambiente electoral". Las mismas tonterías de cada quinquenio, que la ciudadanía en tropel -salvo contadas excepciones- asume como parte de su vida "democrática".
A estas alturas de mi partido -estas serán las quintas elecciones presidenciales en las que voto- nadie me vende el cuento de que "van a cambiar al país en los primeros 120 días" como suelen decir, de diferentes maneras, los estafadores que ahora bailan, se abrazan y congregan a multitudes de pobres personas, madres de familia de asentamientos humanos tugurizados o distritos suburbanos empobrecidos y pseudo-profesionales sin dignidad que son capaces de hacer toda clase de ridiculeces -disfrazarse de cuyes, lanzar vivas a empresarios resinosos, batir palmas a ladrones caudillistas- a la expectativa de un trabajito sobre remunerado en el Estado si su "doctor" de ocasión gana las elecciones. No. Decir "ninguno me representa" es la manera políticamente correcta de decir que me producen una severa repulsión, ganas de convocar a los espíritus de Robespierre y Guillotine y convertir las plazas públicas y avenidas en literales mares y ríos de sangre. Porque si a alguien no le queda claro de qué se trata aquello de "refundar la república" que algunos analistas (los más serios y agudos) mencionan pues eso es: deshacerse de todos y empezar desde cero.
Son 19 candidatos y de esa avalancha de mentirosos profesionales, cada uno acompañado de dos vicepresidentes y 130 buitres, los cinco primeros son los peores. Van a la CADE -otro baile de máscaras en donde se reúnen para hablar hasta cansarse, comer bocaditos gourmet y tomarse fotografías para las sociales de papel couché- y se hacen los interesantes por donde quiera que van, se acodan en sillones, entrevistas o en conferencias de prensa con la infaltable gigantografía (el backing) llena de logotipos de sus auspiciadores y sonríen al por mayor, convencidos de que la campaña política es un simple muestrario de superficialidades, que se muestran -valga la redundancia- a una masa que cada vez exhibe una menor, casi inexistente capacidad de apreciación crítica y que, a causa de sus necesidades básicas, bailan al son que les toquen, reciben polos, viseras, bolsas de víveres, 100 o 150 soles por hacer bulto en una portátil y se avientan a la berma central de cualquier avenida, bajo el sol calcinante, a consumir un almuerzo en tupper de tecnopor. Por el apoyo, compañero.
Mientras tanto la prensa cumple un vergonzoso papel validando todo este monumental engaño, armando sus encuestas, lanzando sus pronosticos, preparando sus ediciones especiales -sus "rallies" con animación en 3D y música de fanfarria grandilocuente de fondo-, entrevistando a Alan, a Keiko, a PPK, a Toledo, a Acuña. Llamándolos "señores candidatos" y soltando una que otra risita de mediolado que supuestamente es la máxima ironía de la que son capaces.
Hay una combinación de complicidad con cobardía en estos señorones y señoronas de la prensa, estos líderes de opinión de cartón, estos columnistas y conductores de radio y televisión que tienen décadas en la política peruana (estas son solo mis quintas elecciones pero hay varios de estos periodistas que se han soplado todos los procesos presidencialistas desde la recuperación de la democracia en 1979-1980) y aun no saben -o no quieren- llamar a las cosas por su nombre.
Complicidad porque manejan tal nivel de información que resulta patético verlos reportando sobre "gobernabilidad", "fiesta democrática", "campaña política" cuando ellos conocen, mejor que ningún otro habitante de este país, las reverendas pendejadas y crímenes de los que son capaces todos y cada uno de los cinco que encabezan los sondeos, amañados (unos más que otros).
Y cobardía porque si no dicen las cosas como son no es porque ellos crean que todo es claro y transparente sino porque son, al final de cuentas y con toda su experiencia y su fama y su prestigio como grandes hombres y mujeres de prensa (la gran mayoría), esbirros al servicio de sus jefes, los dueños de los medios que son, a la vez, compadres de los verdaderos dueños del país, los poderes económicos que controlan (casi) todo desde mediados de los 80s: la CONFIEP -que en realidad es hablar de dos o tres banqueros, dos o tres mineros, y ya- y la corrupción que ha carcomido y sigue en metástasis permanente, interminable, carcomiendo todas y cada una de las instituciones nacionales, públicas y privadas.
En este país ya no hay espacio para la tecnocracia y sus conceptos analíticos. Los expertos en encuestas que salen a hablar de las tendencias y lo que cada candidato esta haciendo suenan ridiculos cuando uno ve los personajes a quienes se refiere. Ridiculos y complices, tambien, de la farsa generalizada. Tampoco hay eapacio para el positivismo que busca replantear las ideas y buscar la unidad.
Lo que realmente necesita este país, que tanto amamos, es que el público, la población, recupere la sensibilidad y le duela el estómago por las arcadas que producen esos carteles oportunistas, esas promesas destinadas a no cumplirse, esas alianzas de programa cómico en donde conceptos como lealtad o ideología suenan a broma de mal gusto, esos discursos paparruchentos que algunos, los menos informados, todavía siguen calificando de inflamados y vibrantes.
Lo que realmente necesita este país, que tanto amamos, es que el público, la población, recupere la sensibilidad y le duela el estómago por las arcadas que producen esos carteles oportunistas, esas promesas destinadas a no cumplirse, esas alianzas de programa cómico en donde conceptos como lealtad o ideología suenan a broma de mal gusto, esos discursos paparruchentos que algunos, los menos informados, todavía siguen calificando de inflamados y vibrantes.
Lo que necesita este país es que quienes estamos -o nos sentimos- por encima del debate político simplón, el de los titulares en los periódicos y los asesores de marketing político que cobran millones de dólares por indicar de qué color debe ser la banderola y a qué lado de la cámara debe dirigirse la sonrisa; salgamos a decir lo que pensamos como sociedad organizada y hagamos frente a todos estos personajes de siempre que pasan sus jornadas elucubrando estrategias para engañar a la mayor cantidad de personas posible: jóvenes ignorantes y anomicos ensimismados en sus aparatos y sueños de fama farandulera, familias empobrecidas que hacen cola para recibir un regalito, empresarios interesados en contratos millonarios con el Estado..
Hay que preguntarle a una mujer cuyo marido la haya engañado, o le haya pegado, repetida y sistemáticamente durante décadas, si se encerraría de nuevo con esa persona entre cuatro paredes, a solas, si el maldito reaparece diciendo que ha cambiado, que ahora las cosas serán diferentes. Seguro responde que no sin pensarlo dos veces. ¿Por qué entonces votaria por Alan o por Keiko? O sino pregúntenle a un padre de familia si dejaría la educación de sus hijos, que recién están empezando a leer y escribir, en un tipo deforme que es incapaz de descifrar un párrafo que le han escrito. ¿Cuál sería su respuesta? ¿Por qué entonces votaría por Acuña o por Toledo? O pregúntense mirándose al espejo si quieren ser gobernados por un señor de 80 años cuya nacionalidad no es peruana y del cual nadie, salvo él mismo, es capaz de escribir su apellido correctamente sobre un papel sin consultar en internet.
Este post no va a cambiar las cosas, desde luego. Es solo un ejercicio de catarsis ante la avalancha de bosta mierdosa que nos espera los próximos meses. En dos días nada más, recién disipado el humo de los cohetones del 31 de diciembre, ya hemos visto varias de esas escenas que hacen que mis entrañas de revuelvan: buses interprovinciales trasladando portátiles con polos y banderitas, planchas congresales presentadas en poses triunfalistas -los brazos arriba, las manos entrelazadas, las sonrisas falsas-, entrevistas y columnas de opinión qua atacan a unos, resaltan a otros y ningunean a los demás, según conveniencias, periodistas -viejos, intermedios y jóvenes- que creen que están haciendo el trabajo de sus vidas cubriendo las declaraciones de tal o cual mientras se muerden la lengua para no perder las gollerías del trabajo actual y las expectativas de lo que vendrá si los llaman para unos cuantos eventos o alguna asesoría "in house", con factura incluida. Ya se vienen los ataques arteros, vulgares, los bailes estrafalarios y los carteles malogrando el ornato urbano, los comerciales, los niños mocosos cargados por estos monstruos contrahechos que solo piensan en llegar al poder.
En lo que a mí respecta, viciaré mi voto nuevamente. Hoy más que nunca siento que este es un remedo de democracia. Democracia no significa salir a votar y después sentarte a ver cómo se quema todo (frase excelente del caricaturista Álvaro Portales). Esta elección, con 19 "opciones" es más bien una muestra grosera, obscena y vulgar del tremendo caos sociopolítico en el que vivimos. ¿De verdad creen ustedes que hay 19 visiones diferentes de país, 19 programas de gobierno distintos? ¿por qué me resulta tan evidente la falsedad de todo esto y a los demás no? ¿O también lo saben pero se hacen los tontos?
En el caso del ciudadano de a pie puede tratarse de una necesidad de sentirse parte de un país normal, de no aceptar que vive en la barbarie. Pero en el caso de los periodistas de diarios, canales, radios y páginas web, que ven de cerca todo este asunto, que se saben todas las últimas, que se sientan a comer con los jefes de prensa de cada agrupación, con sus asesores y hasta con los mismos candidatos, de vez en cuando, es una abierta y sinvergüenza hipocresía.