Cuando giré hacia la derecha y la vi desde el fondo, descendiendo del auto, mi corazón comenzó a latir más rápido de lo que ya estaba latiendo -en términos médicos, la taquicardia se encontraba en su punto más alto en ese momento- y aunque la he visto casi de manera ininterrumpida en los últimos 21 años, me sorprendí a mí mismo entrecerrando los ojos y forzando la vista para distinguirla mejor, para descubrirla.
En ese instante yo estaba doblemente emocionado. Por un lado, mi propia felicidad de ver cómo se hacía realidad aquello que fue, durante años, literalmente un sueño imposible. Por el otro, podía sentir su respiración y escuchar lo que pasaba por su cabeza mientras la atención de más de 250 personas se centraba en ella y los flashes buscaban alcanzar el mejor ángulo de su, hoy más que nunca, hermosa sonrisa.
El camino, desde la puerta hasta el altar, era largo, pensaba yo, de pie, ansioso. A mi izquierda, su mamá, distinguida y elegante. Al frente el celebrante, más amigo que sacerdote. Y alrededor nuestras familias, amistades, lejanas y cercanas, antiguas y nuevas, esperándola. Desde el cielo, mi madre y su abuela, nuestra gran amiga Elsa y mi cuñada, que tristemente partió hace apenas tres semanas, nos lanzaban bendiciones y sonreían, complacidas. El camino era largo pero para ella no había problema, pues venía flotando, levitando. No era solo Yvette. Era un ángel.
El mediodía del sábado fue generoso con nosotros y nos regaló sol brillante y brisa fresca. Ni bien bajó del auto, del brazo de su papá, y pasó la enorme puerta de la iglesia, se convirtió en una fantástica visión. La contraluz de la calle creó un efecto de sombra de tal manera que, por más esfuerzos que hice, no alcancé a distinguir su rostro hasta más de la mitad de la alfombra roja. Solo se veía el blanquísimo vestido y el velo que ondeaba a cada paso. Ojalá alguien hubiera permitido que el fotógrafo se pusiera a mi costado y captara esa imagen. Hasta me vi tentado de sacar mi propia cámara, pero naturalmente eso no podía hacerse. No solo hubiera roto el protocolo, hubiera roto la magia.
Nos casamos. Por religioso y por civil. Quienes nos conocen de cerca y saben quiénes somos, entienden que este no es el principio sino la confirmación de algo que ya había ocurrido hace mucho, quizás sin que nosotros mismos nos hayamos dado cuenta. En estas épocas, en que las parejas jóvenes se casan tras conocerse apenas un par de años, o lo hacen porque "tienen que hacerlo" -saben a lo que me refiero ¿no?- o que al llegar a nuestra edad ya cuentan con más de una separación, más de dos hijos y más de dos juicios encima, lo de nosotros califica como poco convencional y sólido. Y me siento orgulloso de que así sea.
Fueron casi dos años de investigación, planificación y organización que llevamos adelante gracias a su exquisito sentido del buen gusto y a mi entera disposición a involucrarme en los detalles, aunque el trabajo no me haya dejado más tiempo para hacer más cosas. Todo salió perfecto y milimétricamente bien, aun cuando la vida no perdió la ocasión de alborotarnos un poco el día anterior, con sus giros antojadizos, las sorpresas que te da -como diría Rubén Blades- y los aparentes problemas de última hora que, a la larga, se convierten en esos inolvidables momentos que formarán parte del anecdotario de este importante evento.
La mañana del viernes, una cadena de acontecimientos inesperados se produjeron por todos lados: ella tuvo un percance que cambió la agenda programada con mucha anticipación para ese último día anterior a la boda. Las cosas que iba a hacer desde las 9am., las inicié al mediodía. Como ella no podía salir a recoger su vestido, se le encargó tan importante misión a nuestra legión extranjera: cuatro amigos norteamericanos que nunca habían estado en el Perú, fueron hasta la tienda -a una hora de camino de la casa- para cumplir esa trascendental gestión.
Luego de revisar los papeles, códigos y documentos para llevarse el vestido, un vigilante los detiene en la puerta y les dice que no pueden salir. Casi sin poder comunicarse en español, y temerosos de estar haciendo algo indebido, quizás llevándose el vestido sin pagarlo, les informan que el personal de la tienda había cometido un error y que ese no era el vestido correcto. ¿Se imaginan qué hubiese pasado si llegaba el paquete cerrado, nadie lo miraba hasta el día siguiente y al abrirlo, la mañana del sábado, descubrían que no era el vestido correcto?
Paralelamente, su papá estaba en la hacienda donde fue la recepción -un hermoso lugar al sur de Lima- dejando los licores para la tarde cuando, de repente, un camión proveedor impactó con la mesa y más de cincuenta botellas -entre champagnes, vinos y whiskies- se quebraron en el piso. Un momento digno de plano secuencia y cámara lenta. Desde luego, el seguro y la hacienda cubrieron la pérdida. Un susto más. Mientras tanto, yo corría por todo el Centro de Lima buscando alguien que imprimiera los libretos para la misa, los programas y otras cosas. A casi las 11 de la noche del día anterior, parecía que aun faltaban cosas por hacer.
Como si no hubiera sido suficiente con estos sobresaltos, el mismo día de la boda un último detalle: su mamá y yo estábamos ya frente al altar, la iglesia estaba llena de gente pero alguien aun no llegaba. ¿La novia? No. ¡El padre! El sacerdote, un amigo que nos conoce desde hace una década, estaba atascado en el tráfico y se encontraba en el Centro de Lima cuando apenas faltaban diez minutos para la hora establecida. La novia daba vueltas por la plaza y mientras yo la esperaba a ella, ella esperaba al sacerdote. Como para una película de Hugh Grant y Julia Roberts.
Sin embargo, como bien me dijo Marilyn esa noche, "hey, you just don't worry about the details tomorrow... people doesn't think about it and never realice about little things cause what really matters is what it's happening: your wedding" ("oye, ustedes no se preocupen por los detalles mañana... la gente no piensa en eso y ni siquiera se da cuenta porque lo que realmente importa es su boda". Y también dijo que ella se vería absolutamente hermosa cuando llegara. Y tenía razón. En ambas cosas...