Los seres humanos abrimos y cerramos ciclos. Nos brinda seguridad y nos permite ver el futuro como algo manejable, frente a la inexorabilidad natural de la vida y la muerte, quizás el único ciclo real que cumplimos cada uno. Las celebraciones por la llegada de un nuevo año están cargadas de subjetividad, una subjetividad influenciada por las cercanas festividades navideñas que nos reconectan con nuestro lado espiritual, más allá del descontrol del consumismo, la inevitabilidad de las presiones que impone la sociedad moderna y los asuntos específicos que nos animan o desaniman, que nos alegran o deprimen, que nos tranquilizan o preocupan.
Por eso es válido que cada persona evalúe y concluya, para sí mismo o para los demás, si este año fue bueno o malo, mejor o peor que el anterior. Es una tradición. Y como tal no necesita explicarse, simplemente se ejecuta lo tradicional y ya está. Puede ser saltando frenéticamente al ritmo de una murga de Los Auténticos Decadentes en medio de una "hora loca", después de largos tragos de alcohol o puede ser reflexionando a solas en la oscuridad de una habitación, cada una de las formas de celebración que se adopten esta noche responde a esa tradición de generar ciclos que permite la renovación de proyectos, la postulación de objetivos personales, profesionales, etc. o la simple reivindicación de que las cosas, al siguiente amanecer, van a seguir exactamente igual que la noche anterior.
Si a un amigo mío le fue bien en este año mientras que yo me quedé sin trabajo ¿es suficiente razón para justificar que yo considere el 2011 un año malo? No lo creo. Si la noche del 31 de diciembre, ese mismo amigo puede despedirse de su madre con un beso, un abrazo y una broma mientras yo aun no salgo del estupor de haber perdido a la mía ¿es suficiente razón para justificar que yo considere el 2011 un año malo? Tampoco me parece. Es verdad que el 2011 no se portó muy bien conmigo pero en fin, sería demasiado egocéntrico catalogar de negativo un año en el que solo a mí me fue "mal". No me fue mal. Tengo salud, personas valiosas que me acompañan en las buenas y en las malas, y aun siento entre pecho y espalda la certeza de que el 2012 las cosas serán mejores. Para todos. Incluyéndome a mí. Lo mismo sentí en diciembre del 2010 y a pesar de todo, hoy me asalta la misma sensación. Por eso, a mí manera, despido el 2011 y le doy la bienvenida, ilusionado, al 2012.
Los seres humanos dividimos los momentos en horas, las horas en días, los días en semanas, las semanas en meses y los meses en años. El ciclo anual de fin y comienzo es como una recarga espiritual y física, una suerte de contrato que firmamos con el destino en el que nos ponemos metas, sueños y expectativas, todas positivas. Y por encima de las cosas buenas y malas que nos ocurran en estos nuevos doce meses, el próximo diciembre seguiremos anhelando que el 2013 sea mejor de lo que haya sido el 2012. Y así sucesivamente hasta que el mundo se acabe. O nos acabemos nosotros. O lo que ocurra primero.
¡¡¡Feliz Año Nuevo 2012 para todos!!!
Así recibió el año 2010 la ciudad de New York... la de este año la pasan hoy desde las 11pm en CNN... es realmente inspirador el colorido y la alegría del momento