No es una cuestión de edad, eso es definitivo, porque gran cantidad de mis contemporáneos se manejan lo suficientemente bien en las arenas movedizas del diario ser adulto. El oficio del pensamiento - ese hobby cada vez menos practicado - termina siendo un impedimento para cualquier intento de conseguir la no tan ansiada integración. Y digo que no es cuestión de la edad porque me ocurre ahora, que me acerco a los 40, y me ocurría a los 15 también, edad en la que se supone todos estams en el partidor con igual cantidad de oportunidades y expectativas. Pero mientras escribo la última frase me doy cuenta de que eso tampoco es cierto. Porque desde la más temprana infancia se van definiendo los roles que jugaremos en el futuro mediato.
Tampoco es una cuestión de aquello conocido como "el éxito". Es decir, si gozara de una excelente salud física y mental, si tuviera un sueldo extraordinario, tuviera carro, departamento propio y Blackberry que al recibir una llamada/mensaje soltara la línea melódica de un tema de Mozart, de Pink Floyd o alguna de esas tonaditas que, por defecto, vienen pregrabadas en los aparatitos de marras, estoy 100% convencido de que me sentiría igual de desubicado en este contexto según el cual los programas de televisión son más vistos a medida que aumentan la cantidad de basura que difunden, los personajes más admirados cometen crímenes sin ser castigados y sus irresponsabilidades se convierten en conversación de sobremesa y la ilusión de que vivimos en un país del Primer Mundo se hace realidad solo porque a mí me va bien.
Entonces se me ocurre que quizás es, simple y llanamente, el signo de los tiempos. Hubo una época en que el ser humano tenía que pensar para sobrevivir. Su trabajo diario consistía en cómo ingeniárselas para comer, vestirse, conseguir una pareja e ir mejorando sus condiciones de vida. Y cuando llegaba la hora de la introspección, leía - por lo menos era una opción medianamente atractiva - conversaba con sus semejantes o pensaba en Dios. Esto último - pensar en Dios - abría a un tiempo una serie de alternativas que iban desde la reclusión o entrega voluntaria a la vida religiosa hasta el constante recordar que su vida no le pertenecía enteramente, aunque externamente así lo pareciera, y guardaba con respeto y no poco temor, una vida reposada y dispuesta siempre a aprender.
Entretanto, anónimas legiones de seres humanos extraordinarios dedicaban toda su existencia a desarrollar herramientas, adelantos tecnológicos, medicamentos, armas y conexiones para extender las redes de comunicación a distancia. Esas legiones de seres humanos, minoritarias siempre, jamás comprendieron que sus esfuerzos generaban intensos cambios en la vida del hombre y en el devenir del mundo, tanto en su naturaleza como en su subjetividad. A medida que el homo sapiens - que algunos pensadores prefieren llamar homo videns - se tecnificaba perdía su capacidad de ensimismamiento y paralelamente el mundo no solo iba sufriendo el desgaste de sus recursos naturales sino que además se convertía, progresivamente, en un lugar cada vez más hostil, dominado por los apetitos superfluos y materiales, como consecuencia del surgimiento del dinero, quizás el agente depredador más efectivos de la historia de nuestra especie.
Así, "entre drama y comedia" com dice Silvio en su canción Compañera, llegamos a la era de la cibernética en la cual todo vale: la pornografía mediática elevada a la categoría de arte, los géneros musicales huecos convertidos en referentes generacionales, la política corrupta y de ideologías ausentes, portadoras de un mensaje de desahucio mental permanente, los profundos abismos entre los que más tienen y acumulan en progresiones geométricas cada día y los que menos tienen y cada vez tienen menos.
Hoy es normal que el mercado bursátil celebre el fallecimiento de un presidente valiente que le devolvió la dignidad a un país como Argentina, en su peor momento de crisis, elevando los bonos y las cotizaciones en bolsa de sus empresas. Hoy es normal que un "conductor de televisión", ridículo y disforzado hasta la náusea, atropelle a una transeúnte y luego salga riendo en pantalla. Hoy es normal que un presidente, desde su delirio de monarca, reparta patadas y cachetadas a ciudadanos que a duras penas escapan de la estadística que debiera colocarlos por debajo de la línea de la pobreza y luego se ponga el hábito morado del Señor de los Milagros, rece Padres Nuestros y Aves Marías a discreción junto a un alcalde saliente que también reza, afiebrado, para luego sacar cuentas de lo robado y realiza reuniones non sanctas con sus "más cercanos colaboradores".
Hoy es normal que la patanería, la criollada, la vulgaridad y la bajura sean premiadas con los más altos ratings, la mayor cantidad de visitas en blogs, twitters, facebooks y demás artilugios del siglo 21. Y es normal que quienes alzan la voz frente a estos desmadres públicos y privados sean catalogados de extremistas, resentidos, parias sociales, exagerados y veinte cosas más. Como decía un antiguo profesor de universidad, vivimos en el mundo al revés: donde nada el pájaro y vuela el pez...