¿Es posible que la muerte de un animal produzca más dolor que la de un ser humano? A simple vista esta pregunta puede generar reacciones negativas en el pensamiento único, aquel que nos ha adoctrinado para convencernos de que los animales, como no razonan ni hablan, no pueden dejar un vacío enorme cuando nos abandonan, ya sea por enfermedad o por accidente. Pero la verdad es que, cuando esto pasa, hay personas que sienten la ausencia de su querida mascota tan fuerte (o más) de lo que sentirían la partida de algún ser humano. Contrariamente a las opiniones convencionales de la mayoría, lo que demuestran estas personas es una sensibilidad muy grande, capaz de haber alcanzado una conexión más que circunstancial con aquel compañero(a) que ahora descansa en paz.
Y es después de todo, más que comprensible y obvio que un perro, cuando ha vivido mucho tiempo a nuestro lado, nos genere una sensación de mayor confianza que la de un amigo, hermano, primo, padre o madre. Porque un perro siempre nos mira igual, nunca está observando qué ropa nos pusimos o cuán tarde llegamos o con quién nos metimos. Yo nunca he tenido una mascota que me acompañe más de 5 años y cuando la tuve, siempre me quedó la sensación de no haber estado en condiciones de darle la vida que hubiese querido pero me ha tocado estar cerca de unas mascotas totalmente integradas al contexto de una familia, al punto de ser considerados miembros de la misma. Más allá de su evidente papel como "las mascotas de la casa", estos perros fueron tratados como dos hijos más y, debido a su condición no humana, en muchos casos recibieron incluso mayores atenciones y cuidados.
Es lo que pasa cuando las personas deciden vivir sin dejarse llevar por las reglas de comportamiento que gobiernan el mundo al revés en el que nos movemos y sobrevivimos diariamente. Y aunque la masa los mire de soslayo y crea que son exagerados o locos, lo cierto es que mantienen en alto aquellos valores que la gran mayoría, insensible y materialista, han olvidado en pro del universo de retribuciones, materiales y sensoriales, que la sociedad de consumo les ha impuesto. Universo que no da tiempo para sensiblerías, universo que reduce todo a unas cuantas leyes de marketing. "¿Se te murió un perro?... ¡compra otro y ya!". Para quienes ven en sus mascotas algo más que un adorno móvil no funciona de esa manera.
También es verdad que para darle buena vida a un perro es necesario haber obtenido ciertas cosas a nivel económico, de lo contrario expones a tu mascota al inevitable descuido y desatención que vemos hoy ya no solo en las mascotas sino también en los propios hijos. Y es quizás este aspecto el que define mejor la situación. Familias que apenas pueden con sus propias necesidades (y a veces ni con eso pueden) tienen mascotas y dicen quererlas mucho aunque pasen días sin comer. Lloran cuando su hijo se 3 años llora de hambre pero no se conmueven de ver a su "querido" perrito sin bañarse y rebuscando entre los montículos de sabe Dios qué cosas algo para comer. Un perro no emite los mismos sonidos que un niño hambriento pero eso no significa, en absoluto, que no sienta hambre.
Por eso es tan difícil encontrar familias que realmente hayan entendido lo que significa vivir y convivir con sus perros. Y cuando uno las encuentra, entiende perfectamente que la depresión y el duelo familiar por la muerte de sus inseparables e incondicionales compañeros no son señales de exageración sino de la profunda identificación y el cariño que mutuamente se prodigaron. Que en paz descansen, hermanos perros...