miércoles, 23 de diciembre de 2020

ROMPAN TODO: LO BUENO, LO MALO Y LO FEO


LO BUENO

A contramano de la enorme desconfianza que me generaron las campañas de pre estreno de Rompan todo (Picky Talarico, 2020), con las que el gigante del streaming Netflix bombardeó durante semanas a los medios y redes sociales antes del 16 de diciembre, es necesario decir que, con todas sus carencias, superficialidades, omisiones y reduccionismos, se trata del primer intento formal de hacer una crónica sobre el rock latinoamericano. 

Como tal, adquiere un valor inalienable a su naturaleza pionera, un resultado que probablemente no estaba entre las principales intenciones de sus realizadores (rating, publicidad para determinados artistas, figuración) pero que, una vez vista la serie, sería injusto no reconocer.

El documental es entretenido, con buenas e interesantes imágenes de archivo de distintos momentos y artistas en sus inicios, así como contextos sociopolíticos de las décadas cubiertas. Y, aun cuando resulta muy insuficiente, disperso y superficial, logra conectar con un aspecto emocional y nostálgico que lo hace atractivo al público en general. Los primeros tres capítulos recorren, a paso redoblado por cierto, la trayectoria del rock en nuestro idioma desde fines de los 50 hasta la convulsionada década de los 70, marcada por dictaduras y luchas sociales. 

Le hacen justicia a los pioneros mexicanos -Los Teen Tops, Los Locos del Ritmo- y argentinos -El Club del Clan, Los Gatos- dando cuenta de un hecho que no todos tienen muy presente hoy en día: que el rock en español es tan antiguo como el rock anglosajón. Casi paralelos. Sus evoluciones son, por supuesto, diferentes, lo mismo que sus alcances, calidades e importancias. Pero es bueno recordar que no es un producto secundario sino una respuesta auténtica del hemisferio sur a aquella corriente de nueva música popular nacida en los Estados Unidos en 1955, en los pies de Elvis Presley y Bill Haley, en la guitarra de Chuck Berry y los gritos de Little Richard.

También es bueno recordar las épocas ochenteras en que un pre adolescente podía escuchar, en Perú, Ecuador, Nicaragua o Bolivia, en la programación de una radio cualquiera, canciones de bandas como Sumo, Caifanes, Soda Stereo, Enanitos Verdes, Charly García, Virus, El Tri, Los Violadores, Los Toreros Muertos o Los Prisioneros, entrenando su oído con canciones en un ritmo rebelde con letras en su propio idioma, un hecho enternecedor de profunda conexión emocional con cierto público afecto a lo retro, no solo como pose hipster y sofisticada, como diría Simon Reynolds, sino como una verdadera añoranza de tiempos mejores. Fue un tiempo dorado, el último quizás, en que los medios convencionales ofrecían opciones más allá de lo popular o lo folklórico que educaron, de manera inconsciente, el oído, la sensibilidad y la capacidad de apreciación musical y artística de toda una generación. Algo que dejó de ocurrir a partir de los noventa y que hoy, simplemente, no existe. 

LO MALO

El principal reproche a Rompan todo -título que alude tanto al grito de guerra que lanzó el argentino Billy Bond en 1972 como al single del mismo título de Los Shakers de Uruguay, de 1965, que se lanzó en versión en inglés como Break it all- es que se autodenomina a sí mismo como "La historia del rock en América Latina". De hecho, ni siquiera estas dos situaciones, que inspiraron del nombre de la serie, son contadas con un mínimo nivel de detalle, apenas un par de menciones durante los dos primeros capítulos. Tampoco vuelven a usarse nunca más como hilo conductor o unificador de la investigación, desde un punto de vista historiográfico. 

Pero el subtítulo de Rompan todo no solo es pretensioso sino que además resulta inexacto ya que no va más allá de lo convencional, tocando de manera ultra superficial apenas algunas aristas del rock latino no comercial, poco exitoso en términos de ventas/fama e ignorando por completo escenas underground y géneros no masivos como el metal, el punk o la electrónica, tan o más importantes que las fusiones de moda, mucho más cercanas al latin pop e incluso del odioso reggaetón, que del rock y su multiforme escala de subgéneros. 

Es cierto que Argentina, México y Chile, en primer lugar; y Colombia y Uruguay en segundo; fueron los países donde surgieron los padres fundadores del rock latinoamericano, tanto a nivel histórico como de éxito, pero no es ni por asomo lo único que ocurrió en la región, hablando de rock, su evolución y diversidad. 

Por otro lado, hay una confusión -que puede ser también considerada un error, una impericia-, un divorcio entre lo que se anuncia en el título y lo que finalmente se ve: Una verdadera "historia del rock en América Latina" debió incluir, por fuerza, a Brasil, de donde salieron personajes como Os Mutantes, Rita Lee, RPM, Os Paralamas do Sucesso, Barão Vermelho y muchos otros, antes, después y ahora. En todo caso, debió decirse que era "la historia del rock en español" (para eximirse de estudiar a la escena carioca). Pero entonces la ausencia de España habría sido imperdonable (se menciona solo de manera transversal, como observadores de lo que pasaba en los países centro y sudamericanos que abarca el documental).

Si nos dedicáramos a pensar en nombres de grupos, músicos individuales o hechos que no aparecen en Rompan todo, la lista sería interminable. Creo que por ahí no va la cosa. Pueden ser desilusionantes ciertas ausencias pero ese es predio del documentalista y su equipo, quienes deciden qué va y qué no. Ahí notamos la intención y la capacidad de los realizadores. Y, claramente, la cortedad de miras es más que evidente.

En redes se habla de que es el sesgo de las grandes disqueras el que predominó. Parece innegable al comparar: Sony, BMG, EMI, Polygram, Warner, las gigantes, lanzaron los discos más importantes y vendedores de las talentosas bandas mencionadas hasta la década de los 90. También se critica el autobombo de Gustavo Santaolalla, aun cuando sus merecimientos son también innegables (además es el productor del documental ¿qué querían?). E incluso hay quienes encuentran intenciones veladas y conspiraciones de control político. No es para tanto.

Que Rompan todo no es un documental para  la comunidad de eruditos, eso es irrefutable. Pero sí se le reclama no dar una visión más redonda de la historia que presentan como definitiva. Hay infinidad de observaciones pero una que aun no he visto reflejada en las críticas publicadas hasta ahora es la siguiente: No hacen ningún esfuerzo por ligar al rock latino con el anglosajón. Solo recogen el testimonio –muy valioso, por cierto- de David Byrne (Talking Heads), reconocido admirador de los ritmos ajenos a su cultura. Pero omiten groseramente a otros personajes del rock mundial como Phil Manzanera (Roxy Music) o Adrian Belew (King Crimson, David Bowie) que han trabajado muy de cerca con bandas de nuestra región.

LO FEO

La inclusión, entre los entrevistados, de artistas modernos como Mon Laferte (Chile), Bomba Estéreo (Colombia), Los Amigos Invisibles (Venezuela), Zoé (México) o René “Residente” Pérez (Puerto Rico), implicando que lo que hacen es la continuación natural del rock embrionario de Almendra, Arco Iris, El Tri o Los Jaivas es un insulto a la inteligencia. Y amenaza con echar por tierra lo aceptable que hay en los capítulos anteriores. Ya que aparezcan Maná, Julieta Venegas o Juanes, con orígenes en el rock pero absorbidos luego por la onda latin pop, más vigente y rentable, es discutible pero puede explicarse en el contexto de lo que pretende ser una historia de horizontes amplios, capaz de contener a tirios y troyanos. Pero entre eso y Calle 13 hay una grosera desvinculación.

El problema está en que, con un marco teórico tan confuso y esa vocación por mostrar todo a la carrera, saltándose con garrocha tantas cosas para ahorrar tiempo y presupuesto (aunque plata no falta en Netflix) Rompan todo termina poniéndose en riesgo de ser visto como un producto ligero, "la historia del rock latino for dummies" en lugar del trabajo audiovisual definitivo sobre este fascinante tema que abarca, como la vida misma, lo social, lo político, lo artístico, lo cultural, que pretende ser.


domingo, 6 de diciembre de 2020

ÇUKUR: LA FAMILIA LO ES TODO


"La familia lo es todo" es -o debería ser - el subtítulo de Çukur (Pozo), serie turca de acción y mafias estrenada en el 2017 y que ya va por su cuarta temporada. En sus más de 100 capítulos, entre las intrigas, los planes delincuenciales y las espectaculares peleas, balaceras y ajustes de cuentas, el tema de la lealtad entre hermanos y la devoción, casi culto religioso, hacia padres y madres (elementos comunes en todas las historias de este tipo) une la trama y le da basamento emocional, un sustrato de profunda sensibilidad que le confiere sentido hasta a los crímenes más atroces, desprovistos de toda humanidad. 

Aunque el éxito de la industria televisiva de Turquía en América Latina se fundamenta mayoritariamente en la fascinación que producen los actores en el público femenino (que podríamos equiparar, en ciertos círculos y redes sociales, a la que producen las actrices y "cantantes" latinas en públicos masculinos norteamericanos y europeos), está claro que en este país euroasiático las compañías productoras y realizadores no solo piensan en historias románticas basadas en clichés para explotar el atractivo físico de sus galanes. 

Sin dejar de cultivar ese rentable género novelero, sus equipos de guionistas también desarrollan libretos de corte cómico (no muy difundido entre nosotros aún), histórico y de acción, con trabajos audiovisualmente impecables y actuaciones de primer nivel. Çukur se inscribe, desde luego, en el género de acción y lo hace con efectivos resultados, sin caer en el facilismo de la escatología o el exhibicionismo gratuitos ni en la exacerbación morbosa de situaciones en la que caen, normalmente, series occidentales "de diseño" como La casa de papel (Netflix) o como la retahíla de contenidos soft-porn que usualmente es pasada de contrabando en las series policiales basadas en los tristemente célebres narcotraficantes colombianos, mexicanos o cubanos-norteamericanos afincados en Miami. 

Como decía al principio, el tema central de Çukur es la familia. El clan de los Koçovalı -versión turca de los Corleone o los Soprano-, dedicado a la venta ilegal de armas, tráfico internacional que podemos imaginar íntimamente ligado a movimientos terroristas que operan en esa convulsionada zona (Afganistán, Armenia, Pakistán, Siria), tiene control absoluto sobre un barrio ubicado en las entrañas de Estambul, conocido como "el pozo". El patriarca de los Koçovalı, İdris, es un inteligente, rudo y respetado señor a quien todos consideran como "su padre". Protector y leal con su gente e implacable con quienes la amenacen, Idris ha amasado una fortuna y es dueño del destino de todos en el Çukur, alimenta a los pobres y defiende a los débiles. Un ejército callejero de fieles matones lo respalda y protege cada vez que cualquiera de los enemigos que ha acumulado en esa larga vida criminal intenta quebrar su reinado, que se extiende a varias manzanas liberadas del incómodo control policial. Además del valor que le dan a la lealtad familiar, los habitantes/miembros del Çukur tienen también ciertos límites: no admiten el tráfico de drogas (es más, lo combaten) y defienden a las mujeres de patanes, abusivos y violadores. 

Pero la historia de Çukur gira realmente en torno a Yamaç, su cuarto y último hijo, quien pasa de rebelarse y huir de su familia mafiosa a reemplazar a su casi retirado padre en la conducción y protección del barrio y del negocio familiar. El más joven de los Koçovalı, idealista que sueña con tener una vida normal, no puede evitar su destino y es obligado a sumergirse en esa realidad oscura, donde no hay tiempo para nada que no sea arriesgar su existencia entre delincuentes. Sus tres hermanos -Cumali, Kahraman, Selim- y un cuarto, hijo no oficial de İdris, Salih- poseen, cada uno, interesantes y oscuras historias paralelas, las mismas que se entrecruzan permanentemente en cada temporada. 

Como también suele ocurrir, y como bien saben los fanáticos de las historias de antihéroes y comunidades anárquicas que se desenvuelven al margen de la ley, los personajes de Çukur son tan malos y sensibles a la vez que terminan cayéndote bien. Pero más allá de aquellas características que pueden ser comunes a otras historias de mafias y pandillas, Çukur propone un entretenimiento vertiginoso y violento pero, al mismo tiempo, sutil y considerado, quizás a causa de esa idiosincrasia conservadora que, para muchos de nosotros, mal acostumbrados a la onda permisiva y despatarrada del cine y televisión que solemos consumir -desde el brillo hollywoodense hasta las miasmas destalentadas de la televisión nacional, pasando por el cine europeo tan pródigos todos en pendejadas socialmente aceptadas- es nueva y difícil de comprender. 

El papel de la mujer, por ejemplo, es muy importante en la dinámica de la serie. Desde el aura dominante de Sultan, la esposa de İdris y venerada matriarca absoluta del Çukur, hasta las parejas de cada mafioso, los personajes femeninos de la serie exhiben permanentemente una dicotomía que puede resultar extraña y hasta afrentosa: la sumisión, por un lado, asociada a la naturaleza machista de la sociedad musulmana (recordemos que el 80% de la población en Turquía profesa el Islam); y, por el otro lado, su capacidad para defenderse y salir adelante, aún en situaciones extremas, sin recurrir al exhibicionismo o asumir, con orgullo, actitudes de "símbolos/objetos sexuales" tan comunes en producciones occidentales. En uno de los capítulos de la temporada más reciente, un grupo de jóvenes chicas muelen a palos a la pandilla de un niño rico que disfrutaba de golpear y abusar de su "novia". Todo un mensaje de reivindicación femenina. 

EL ELENCO DE ÇUKUR 

El actor que personifica a Yamaç Koçovalı es Aras Bulut İynemli, quien ha alcanzado notoriedad entre la comunidad adicta a Netflix a través de una película del 2019, Milagro en la celda 7 (7. Koğuştaki Mucize) remake de un film surcoreano. Bulut İynemli fue también uno de los protagonistas de Icerde, otra entretenida serie policial, basada en un clásico contemporáneo de Martin Scorsese, The departed (2006). 

Entre los actores que destacan junto a él en Çukur podemos mencionar a Rıza Kocaoğlu, en el papel de Aliço, un extraño personaje que padece de autismo y que, además de tener una memoria prodigiosa, es un experto francotirador, espía e informante al servicio de los Koçovalı. Su actuación le ha valido múltiples reconocimientos en su país. 

Los hermanos de Yamaç son: Cumali Koçovalı (Necip Memili), el mayor, un asesino irracional e impulsivo; Selim Koçovalı (Öner Erkan), siempre enfrentado a su padre, inconforme con su vida de pistolero y obligado a formar una familia para ocultar una homosexualidad que le genera conflictos de sensibilidad e identidad; Kahraman Koçovalı (Mustafa Üstündağy), asesinado en la primera temporada; y Vartolu Saadetin/Salih Koçovalı (Erkan Kolçak Köstendil), hijo ilegítimo de İdris que, lejos de la familia, vive como un sanguinario y cínico narcotraficante que busca venganza por haber sido abandonado para luego unirse al clan del Çukur y reconciliarse con su familia. Por su parte, el experimentado Ercan Kesal interpreta a İdris Koçovalı, fundador y centro de esta entrañable y legendaria familia de mafiosos que pone en vilo, cada lunes, al público a través del canal Show TV, y que podemos ver todos en YouTube, con subtítulos, con una semana de diferencia.