¿Qué hace un fanático de Frank Zappa como yo, una persona que vibra con los gritos de Tom Araya en Angel of death, un tipo que aun se emociona cuando escucha a los Ramones o a los Sex Pistols y que se pega con los vuelos psicotrópicos de King Crimson o Kraftwerk en una función de Wicked, el musical comercial más exitoso de la última década? Había escuchado hablar de esta puesta en escena pero jamás le había prestado atención, porque definitivamente los Musicales no son mi especialidad, aunque algo sé de su importancia, por cultura general. Pero debo decir una cosa: Wicked en vivo, en el Teatro Gershwin, ubicado en el corazón de Manhattan, es una de las experiencias musicales más sobrecogedoras que he tenido la suerte de ver. Y en este post trataré de explicarles por qué.
Conceptualmente hablando, no hay nada más opuesto al hard rock/heavy metal que los musicales de Broadway. La rudeza y desaliño del primero contrasta con la delicadeza y sofisticación asociadas a este género que existe desde hace más de 150 años y que fue, en algún momento de la historia, lo más cercano a una ópera popular. De hecho, existe un prejuicio ridículo, utilizado como recurso cómico en infinidad de películas y series de televisión, que liga esta clase de shows, voluptuosos y exagerados por naturaleza, con la homosexualidad masculina -casi lo mismo que ocurre con el ballet- pero ese pensamiento corresponde, ciertamente, a una forma de ver el mundo ignorante y, por decir lo menos, cavernaria. Para decirlo con todas sus letras: homosexuales hay en todas partes, en un concierto de Cannibal Corpse o en una función de The phantom of the opera. Así que dejemos ese tema fuera de la discusión.
Como fanático del rock en todas sus formas, carezco de una amplia cultura acerca de Broadway; pero como melómano y estudioso de la expresión musical como arte, no me son ajenas las clásicas composiciones de Rodgers & Hammerstein, Bernstein, Sondheim, Gershwin, Lloyd Weber y tantos otros, escritas para historias que han sido llevadas, muchas de ellas, al cine, la televisión y cuyas melodías emblemáticas forman parte del imaginario colectivo de... unas cuantas personas con cierta cultura musical (iba a decir de todo el mundo pero, francamente, dudo que el título West side story, solo por mencionar un caso, signifique algo para las masas embrutecidas que ven El valor de la verdad cada sábado por la noche...).
Por otro lado, existe una estrecha relación entre musicales y pop-rock, establecida en los años 60s con el surgimiento de títulos como Jesus Christ Superstar, Hair o Tommy y que se ha mantenido hasta el día de hoy en las partituras de algunos de los musicales más conocidos de los últimos años, que combinan ensambles sinfónicos y coros operáticos con instrumentos básicos de un contexto rockero como guitarras, bajos, teclados y baterías; sin perder, desde luego, las características principales e inconfundibles de un musical: temas universales (amor, amistad, traición, ambición), vestuarios, maquillajes y peinados sobrecargados, escenografías grandilocuentes, etc. Asimismo, existe una tendencia nueva en el teatro musical norteamericano que arma historias sobre la base de las canciones más conocidas de algunos íconos del pop-rock: Mamma mia! (Abba), Movin' out (Billy Joel), We will rock you (Queen) y la más reciente, A night with Janis Joplin, un tributo a la mítica cantante de blues y rock, al estilo Broadway.
Pero volvamos a Wicked. Decía que esta obra, que cuenta la historia oculta de la Bruja Mala del Oeste, el malévolo personaje del clásico film de 1939 The wizard of Oz, es uno de los espectáculos musicales más sobrecogedores que he visto. El nivel de perfección que alcanza esta puesta en escena, prácticamente en todos su aspectos, no acepta discusiones, salvo que las plantee algún experto en Musicales capaz de encontrarle desaciertos, en comparación a otras temporadas, a otras obras o incluso a otras épocas de este género, equivalente a la opereta italiana y la zarzuela española.
Se trata de una adaptación libre -muy libre, por cierto- de un libro escrito en 1995 por Gregory Maguire, titulado Wicked: The life and times of the Wicked Witch of the West, que se desarrolla en paralelo a la historia original del mágico mundo de Oz, antes de que la pequeña Dorothy aterrice, con casa y todo, en esta tierra de brujas, animales parlanchines y monos voladores (algo así como el Episodio I de Star wars). Aunque las referencias a The wizard of Oz son permanentes, en realidad este cuento musical posee una temática y personalidad propias, creando un universo nuevo de situaciones, personajes y argumentaciones por demás interesantes: la Bruja Mala del Oeste es presentada como una outcast: una mujer inteligente, luchadora y discriminada desde su nacimiento por tener la piel de color verde; y su contraparte, la rubilinda Bruja Buena del Norte, una mujer frívola, superficial, socialmente popular y bastante tonta. Ambas desarrollan una intensa amistad, en el contexto de una escuela para adolescentes, que atraviesa diversos problemas por, entre otras razones, la competencia por el amor de un "príncipe", nada convencional por cierto, pero príncipe al fin.
La historia es entretenida y posee momentos de mucha emotividad, pues incluye lecturas diferentes de determinados códigos y lugares comunes que se pueden encontrar en un musical de Broadway: hay romance, humor, tristeza, bailes coreográficos y todo lo demás, pero con un discurso que se aleja de la cursilería para entrar en terrenos un poco más complejos (el tema del rechazo del padre, la discriminación de los amigos, la defensa de los animales, el Mago de Oz como símbolo del engaño y el control social). Pero lo que hace de Wicked una obra sobrecogedora es su música: el impresionante talento de las y los intérpretes, una generación de vocalistas capaces de conseguir cotas elevadísimas de volumen y emoción. Si bien es cierto el trabajo que resalta más es el de las protagonistas (para esta temporada, las jóvenes cantantes Donna Vivino y Alli Mauzey), cada una de las apariciones de personajes secundarios o de coros es verdaderamente notable.
Al escuchar aquellas voces afinadísimas, potentes y a la vez expresivas, dosificando cada fraseo y lanzando notas con la precisión milimétrica propias de un violín pulsado por un músico entrenado académicamente, desfilaron en mi memoria los nombres y rostros de Gianmarco, Denisse Dibós, Marco Zunino, Gisela Ponce de León, Bruno Ascenzo y etcéteras en su naturaleza más cucarachesca, con la mediocridad de los que se sienten talentosos en un medio como el peruano, sin acceso a las grandes ligas. Siempre he opinado que los musicales presentados, con pompa y huachafería extrema, en Lima (presentaciones que incluyen alfombras rojas, fotos en Cosas y demás) son de lo peor, pero nunca tuve eso tan claro como esa noche en el mítico Teatro Gershwin, el mismo escenario en que Wicked se estrenó, hace exactamente diez años, en octubre del 2003, sin salir de cartelera hasta el día de hoy y registrando récords de taquilla, temporada tras temporada.
El marco musical ha sido compuesto por un peso pesado de estos asuntos, el señor Stephen Schwartz, responsable de las bandas sonoras de clásicos modernos del cine animado como The huncback of Notredame o Pocahontas, entre otros títulos. Schwartz ofrece en Wicked una combinación perfecta de los vuelos sinfónicos propios del cine y teatro modernos con ensambles de pop-rock contemporáneo, junto a distintivos sonidos extraídos del jazz y el vaudeville. La emoción y la gravedad de ciertos momentos específicos de Wicked se reflejan en la partitura, la cual es interpretada en vivo por una orquesta de 23 músicos. Eso, más las alucinantes instalaciones del teatro en sí mismo, el lleno total y toda la atmósfera creada por cada detalle de la puesta en escena, cuidadosamente diseñada para que el público se introduzca en la historia, hacen de Wicked un espectáculo realmente inolvidable.
Al final, cuando las miles de personas que abarrotan la función descienden las escaleras para salir del teatro, se encuentran con unos enormes carteles que dicen "You are now leaving Oz/Reality straight ahead" (Ahora usted está saliendo de Oz/La realidad comienza afuera". Y es verdad. Al terminar Wicked uno no solo deja atrás el teatro, uno deja atrás la magia, la fantasía de haber estado dos horas en otro mundo.