miércoles, 18 de diciembre de 2019

EL CAPITALISMO SALVAJE (Y ASESINO) DE McDONALDS


La muerte trágica de Alexandra Porras Inga (18) y Gabriel Campos Zapata (19) es, qué duda cabe, la noticia más triste de este 2019, uno de los peores años de lo que va del siglo 21. 

Dos jovencitos trabajan de madrugada en el local de una de las cadenas de comida rápida más famosas del mundo y terminan electrocutados porque, a pesar del prestigio de esta franquicia transnacional, llega al Perú a ser administrada por idiotas e irresponsables que hacen de monigotes del capitalismo más salvaje, ese que encuentra valor en el abaratamiento de costos laborales a través de la no implementación de medidas de seguridad adecuadas, labores mediocres de mantenimiento y explotación de fuerza de trabajo necesitada que hará cualquier cosa por mantener su empleo. 

Anoche, en el local de McDonalds del Parque Kennedy, en Miraflores que, si mal no recuerdo, es el primero que abrió la sanguchería del payaso y la "eme de mamá" como cariñosamente la llaman varias personas que tienen buenos recuerdos de sus colores y sabores, hubo un plantón en donde pertinentes carteles y consignas se lanzaron en contra de esta marca presente en los cinco continentes. Una de las que más se gritaron fue "¡El capitalismo internacional asqueroso está matando al mercado laboral peruano!" La frase "el capitalismo nos está matando" se repetía en pancartas y pregones. No nos está matando el capitalismo. Hace tiempo nos mató y enterró. 

En todo caso, lo ocurrido con Alexandra y Gabriel que, para colmo de males y mayor desesperación de sus padres, eran buenos muchachos, estaban enamorados y habían expresado ambos en casa su incomodidad por el trato de mierda que les daba la empresa, es la versión más macabra de ese crimen que el capitalismo salvaje perpetra desde hace décadas en el mundo globalizado y adicto a la comida chatarra. 

Pero Mónica Delta, con ese tonito de voz entre monacal y achorado que la caracteriza cada vez que sale, con todo, a defender al gran billetón desde su tribuna de privilegios, salió anoche, en 90 Segundos, a ningunear las proclamas contra ese capitalismo salvaje que McDonalds hoy representa de la peor manera con estas consecuencias horribles de dolor y muerte, diciendo que "hay que tener cuida'o. Mucho cuida'o. No hay que confundir las cosas. Esto es explotación pero no es capitalismo". Y Gestión titula hoy, al día siguiente que ambos jóvenes fueron sepultados, juntos, como símbolo de esa unión que, a una edad en la que nadie sabe con quién va a terminar y que todo puede cambiar en cuestión de horas, se volvió eterna de manera arbitraria e inesperada, este agravio a su memoria: "Cadenas de fast food moverán US$ 2,500 millones el próximo año". 

Estas son solo dos muestras de lo podrida que está la prensa en nuestro país. De su pobreza espiritual, ausencia de empatía e inescrupulosa angurria para salir en defensa del poderoso, del de la plata, del que corta –en este caso- el sandwich. Delta y Gestión son operadores de ese capitalismo salvaje que, en lo político y lo económico, nos tiene sometidos como sociedad al gobierno de la corrupción y el arreglo bajo la mesa, el eufemismo y el eterno condicional. 

A veces uno piensa, ingenuamente, que si acaso es ya normal que los periodistas “líderes de opinión” –si entendemos por ello a aquellos personajes que copan medios escritos, televisivos y radiales con su plena disposición a prostituir su palabra y su imagen para estar siempre vigente en las encuestas de influencia y poder- nunca se pongan del lado de la gente en temas de índole político, por los evidentes conflictos de interés de los dueños de sus centros de trabajo y, a veces, de ellos mismos, la cosa debería cambiar en casos de naturaleza humana como la lamentable muerte de dos peruanos en pleno florecimiento laboral y personal, que buscan un futuro en este país que no les ofrece nada más que subempleos, frustraciones, entretenimiento barato y, finalmente, una desgracia para sus familias. 

Pero no. Ni eso los mueve a ponerse del lado de la población que, entristecida e indignada, enfila sus débiles -siempre débiles- baterías contra el funcionario que declara sandeces, el abogado que cobra dinero grasiento y mezclado con una MacDoble con queso cheddar y papas fritas en aceites requemados para lanzar leguleyadas en medio de lo evidente. Alguien me dijo anoche que, si esto hubiera ocurrido en Chile, varios locales de McDonalds habrían amanecido incendiados y los editorialistas exigirían el retiro de la franquicia de su país. Jamás tendrán una gastronomía, una historia y un pisco como el nuestro pero empiezo a pensar que, en esa capacidad de reacción ciudadana sí nos superan nuestros “vecinos del sur”. 

¿Quién demonios va a irse a la cárcel por este doble asesinato en McDonalds? ¿Quedará impune esta terrible negligencia? ¿Qué clase de Navidad van a pasar las familias Porras y Campos ahora que sus hijos no están? ¿Dónde está el CEO de McDonalds Perú? El silencio como respuesta y prácticamente nadie en la prensa convencional sale a ponerle el cascabel a este gato con cara de payaso y orejas en forma de M. Temas como la “precarización de la relación laboral entre empleadores y empleados” por ejemplo, tocado por Rosa maría Palacios, cuestionando el uso del término “colaboradores” para definir a los trabajadores, una práctica común entre las empresas comerciales, de servicios y consumo, son importantes. 

Pero más que análisis despersonalizados y atemporales lo que necesitamos es señalamientos directos, críticas y hasta insultos hacia los responsables, hasta que las autoridades y la ley hagan lo correcto e impongan multas, cierren locales, dicten sentencias. Eso no traerá de vuelta a Alexandra y Gabriel pero algo de consuelo podría dar a sus sufrientes padres, quienes deben estar en este momento al borde de la locura. Si fueran mis hijos, yo lo estaría. 

¿Y el público? ¿Cómo reaccionará el público? Lo ideal sería que, una vez que el tiempo le eche más tierra a la que ya tienen encima estas dos inocentes víctimas del capitalismo salvaje que Mónica Delta y Gestión defiende a capa y espada, el público castigue a McDonalds dejando sus locales vacíos a tiempo completo, a ver si de una vez se largan con sus cables sueltos, sus pisos mojados y sus subempleos de madrugada a otra parte. A ver si de una vez dejan de consumir esas camionadas de grasas saturadas y carnes de cartón que tanto bloquean las arterias y electrocutan jóvenes.

miércoles, 27 de noviembre de 2019

KEIKO, EL NUEVO CONGRESO Y LA CONTRAESFERA PÚBLICA


Cuando uno cree que, por fin, se acerca la justicia a este país que vive, desde hace tantos años, esquilmado por toda clase de ladrones y estafadores, ocurre una más. La incomprensible decisión del Tribunal Constitucional, anunciada el lunes 25 de noviembre por la tarde, de anular la prisión preventiva a Keiko Fujimori, apenas una semana después de las (no tan) sorprendentes revelaciones de Dionisio Romero Paoletti, hijo y heredero privilegiado de uno de los dueños del Perú, Dionisio Romero Seminario, según las cuales entregó a la hija de Alberto Fujimori millones de dólares sin bancarizar -a pesar de que su principal rubro de negocios es, precisamente, la banca, símbolo de formalidad económica y transparencia- echa sobre la población peruana, ligeramente esperanzada tras el cierre del Congreso, una nueva sombra de dudas, indignación y desconsuelo.

Quizás lo más patético de todo este momento, que algunos vimos de manera un tanto ingenua como refundacional para el Perú, sea la pantomima en la que se ha convertido esto de las nuevas elecciones congresales del próximo enero. 

Uno soñaba, si tal cosa era posible, tras la histórica patada en el fundillo que Martín Vizcarra le dio al Parlamento, no sin evitar bochornosas escenas como aquellas protagonizadas por los malandrines cerrándole las puertas a Salvador del Solar y todo lo acaecido aquel histórico fin de septiembre, que a la semana siguiente de establecida la fecha para la elección del "nuevo" Congreso, los partidos y movimientos políticos "de bien" comenzarían a lanzar comerciales de televisión y avisos de prensa, dirigidos al público en general, convocando a los mejores, para dar inicio a la nueva era.

Estudiantes, académicos, jóvenes y viejos, hombres y mujeres, personas comunes y corrientes, profesionales que nunca hayan tenido participación y ni siquiera el más mínimo vínculo con la politiquería corrupta (familiar, amical, laboral, delincuencial), habrían recibido, en esta convocatoria, la invitación a animarse a participar en política para, por primera vez en casi 200 años de historia republicana, intentar renovarla desde la buena intención, desde la higiene y la conciencia pública entusiasmada por ser útil y trascender a la idea del voto a ciegas, el salto al vacío, el mal menor, abriendo la posibilidad de construir ciudadanía a partir de algo inédito: que haya oportunidad de que accedan al Congreso aquellos peruanos sin pasado político pero con capacidades para hacer algo por su país. Así, muchos de nosotros hasta hubiéramos pensado qué pasaría si, en esa coyuntura, entrábamos de invitados a alguna agrupación con miras a adecentar la política.

Pero no. Nadie convocó a los ciudadanos anónimos que vimos en este quiebre democrático la ocasión perfecta, ideal, para contribuir con decencia, sensibilidad y amor por el Perú, enfermo y gangrenado de los corruptos de siempre. Revisando las 24 listas notamos que los principales partidos políticos, desde los más cuestionados -Fuerza Popular, Apra, Acción Popular, Juntos por el Perú/Frente Amplio- hasta los neutrales y desconocidos -comenzando por el Partido Morado y Somos Perú y terminando en nombres anodinos como Democracia Directa o Avanza País-, todos han incluido en sus listas a personajes reciclados de sus entornos y militancias. Es decir, quizás sean nuevos para la opinión pública, pero no son en absoluto conjuntos de aspirantes que garanticen una renovación.

¿Podemos pensar que los ex asesores de congresistas disueltos tendrán pensamientos o intenciones diferentes a las de sus jefes? Y ni hablar de los reacomodos, reencauches y reapariciones de personas que buscan regresar tras años de desaparición pública. Rosa Bartra como cabeza de lista de Solidaridad Nacional, Martha Chávez como "nueva" fuerza de choque del fujimorismo o Carmen Omonte paseándose por los medios de comunicación como el nuevo jale de Alianza para el Progreso, son solo botones de muestra. El resto, desconocidos para nosotros mas no para sus agrupaciones. Suplentes ávidos de lo mismo que caracterizó a los titulares. ¿Opciones nuevas? Solo las que la suerte nos depare.

Todo esto de Keiko, el nuevo Congreso y demás perlas de esa rancia política corrupta que sigue dominando el sistema judicial y mediático con sus insoportables voces y presencias por todas partes me hizo pensar en si esta necesidad de cambio es real. Hace pocas semanas tuve el placer de asistir a la presentación del libro Inteligencia salvaje: La contraesfera pública (1979-2019) que apareció como colofón de la exposición del mismo título, una retrospectiva del artista plástico, instalador, activista y gestor contracultural Herbert Rodríguez quien, a sus 60 años, mantiene la misma actitud de libre, articulada y ácida repulsión contra lo establecido en el Perú, bajo la convicción de que eso "establecido" es un pantano de raterías, apariencias, hipocresías y podredumbres, muchas de ellas disfrazadas bajo la aceptación general de aquello que da prestigio, estatus social. 

Desde sus trincheras, siempre minúsculas pero de sustanciosos contenidos -E.P.S. Huayco, Revista Macho Cabrío, Centro Cultural El Averno, Agustirock y demás- Rodríguez y sus colegas/sus patas de toda la vida (Jorge "El Negro" Acosta, Jorge Miyagui, Elio Martucelli, Óscar Malca, entre otros) han plantado cara a la corrupción y la ignorancia de la manera más agresiva y frontal posible, con creatividad y sentido crítico, haciendo política a través del arte. Han sido cuarenta años de trabajo los que han permitido que tanto la muestra como el libro sean un logro artístico que merece la visibilidad obtenida en los medios durante su paso por la escena local de eventos culturales y artísticos. 

Tal y como ocurrió con la publicación de Fabiola Bazo sobre el rock subterráneo el año pasado -movida de la que Herbert fue cercano protagonista- la cultura oficial de hoy, homogeneizada y pobremente preparada a nivel intelectual, ofrece cada vez más espacios a la indignación vomitada (frase que tomo de una de las citas que hace Jorge Villacorta en las páginas de Inteligencia salvaje...), en este caso por Herbert, casi como si fuera este hecho parte de un proceso de asimilación, en clave vintage pero cuyos efectos directos ya deberían haber sido disueltos (como el Congreso y los congresistas pestíferos que hoy desean regresar a su nueva versión 2020) por el inexorable paso del tiempo. 

Sin embargo, los collages y la memoria organizada con estética de fanzine, marginal e informal, institiva y callejera, de Herbert Rodríguez es tan actual que da pavor. Como él mismo mencionó la noche de su presentación en el ICPNA de Miraflores, estar flanqueado por las autoridades del MAC y el MALI, dos funcionarios del arte oficial que, sorprendentemente, mostraron admiración genuina y casi podría decir que contemplaban, desde su inevitable acartonamiento, la facilidad del artista para arremeter contra los conceptos tradicionales sin temor, con absoluta libertad (salvando distancias que no tienen que ver con su talento o capacidad perturbadora del orden establecido, Herbert es nuestro Zappa o nuestro Banksy) no era necesariamente una satisfacción sino que proponía una preocupación pues las instituciones a las que representan son, ambas, blanco constante de los demoledores ataques de Rodríguez.

En ese sentido, y tras reconocer esto como un pequeño avance hacia el cambio de paradigma en el arte nacional y su relación con la política, los medios de comunicación y la agenda ciudadana, no podía dejar de expresar sus dudas con respecto a cómo tomarían estos museos dedicados a los eventos corporativos y las visitas de los Polizontes las imágenes duras, revulsivas, que emergen de sus papeles y lienzos.

Como digo, esa contraesfera pública, tan bien descrita en el libro, termina siempre siendo minimizada por las  aplastantes mayorías de la realidad La indignación está en nosotros pero ¿es realmente suficiente como para romper con un Tribunal Constitucional y un Poder Judicial podridos que acaban de anular las prisiones preventivas de Keiko o de los árbitros que favorecieron a Odebrecht durante años para que roben, roben y sigan robando? ¿Es suficiente el trabajo de cuarenta años de Herbert Rodríguez y sus adláteres para que el público retire la gruesa y oscura venda que años de publicidad y cánones prostituidos de éxito personal, emprendedurismo y arribismo socioeconómico le han puesto en los ojos y logre ver a los Romero, a los Rodríguez Pastor, como lo que realmente son a pesar de sus brillantes ternos, sus casas en Miami, sus sonrisas empáticas/cínicas, sus discursos en la CADE?


lunes, 21 de octubre de 2019

UN SOLO MUNDO, UN SOLO DIOS



Hace aproximadamente veinte años, cuando mi actual esposa era mi amor imposible, ella me relataba sus viajes por el mundo y en sus historias había una combinación fascinante y extraña de esa noción general de cosmopolitismo que uno puede encontrar en cualquier persona y una sensibilidad única, profunda, capaz de hacerte emocionar con reflexiones que iban más allá del souvenir, la noche de gala o la anécdota de comedia romántica hollywoodense.

Yo, que en ese entonces no tenía ni la capacidad ni la esperanza concreta de trascender en cuestión de viajes por el mundo y que todo me parecía lejano y ajeno a mi forma de pensar, la escuchaba con ilusión pero también con algo de incredulidad, pues me era imposible reconocer la veracidad de esas narraciones emotivas con las que intentaba contagiarme su ánimo para dejar atrás el derrotismo, la negatividad, la mala onda natural del limeño clasemediero y semi-resentido que yo era, embriagado de cinismo y desconfianza porque jamás había visto más allá de lo que estaba a mi alrededor. "Cuando salgas del Perú -me repetía, cuando detectaba mi cara de condescendencia- lo entenderás".

Y vaya si lo he entendido, tras nuestros primeros cinco años de matrimonio, en los que venimos cumpliendo uno de los principales objetivos de vida en común: desconectarnos de Lima un mes completo cada año, el mes de vacaciones, y salir a otras realidades, otras sociedades y costumbres, otras alegrías y tristezas. Salir a entender que no estamos solos y que no somos, ni por casualidad, el ombligo del mundo. Que la corrupción del fujiaprismo y las estupideces de la izquierda peruana y su nueva Lourdes Flores (Verónika Mendoza) se ven, cuando uno está lejos, como si los kilómetros que nos separan de casa en cada viaje no fuesen recorridos siguiendo la circunferencia del planeta Tierra sino hacia arriba, como cuando estás en la azotea de un edificio de cinco pisos y tratas de distinguir, allá abajo, la moneda de diez centavos que dejaste caer por accidente.

Hoy estamos en el Medio Oriente, conociendo Israel y Jordania -mientras escribo esto estamos atravesando la ruta del desierto hacia el sur jordano, en un viaje por tierra de tres horas que nos conduce hacia Petra, la ciudad perdida de los nabateos (siglo III aC-siglo II dC), una de las siete nuevas maravillas del mundo (como Machu Picchu)-, en una travesía que resulta fundamental para confirmar nuestras creencias, desarrolladas luego de adquirir el don del raciocinio: ningún fanatismo religioso sirve para nada ante la maravilla que produce, en las almas y cerebros entrenados para la tolerancia y la comprensión de lo ínfima que es nuestra existencia, el ver en los rostros diferentes de múltiples razas, la misma raíz humana, las mismas posibilidades de ser brutalmente descortés, luminosamente empático, risiblemente ignorante o profundamente apto para hacer cosas por los demás.

Recorrer la Vía Crucis, hoy convertida en un mercado de souvenirs, la ancestral ciudad romana de Jaresh o Belén, el pueblo pastoril donde nació Jesús y que ahora, por ser zona palestina, está separada de Jerusalén por un muro y alambrada, sometida a los más estrictos controles fronterizos impuestos por las autoridades judías; son solo algunas de las cosas que a uno lo convencen de que la estupidez humana no tiene bandera, nacionalidad ni credo y que, al momento de la verdad, hasta ser ateo o agnóstico termina siendo un tonto y personalista anhelo humano por sentirse diferente cuando, en el fondo, todos somos presos de esa odiosa vanidad que nos hace creer capaces de "entender mejor" lo que pasa a nuestro alrededor. Pero, en realidad, lo único que parece inamovible y rotundo, como las interminables montañas que algunos insisten en llamar "La Tierra Prometida", es que la plaga humana ha sobrepoblado este noble planeta que nos alberga. Y esa plaga humana ha desarrollado hábitos y egoísmos tan nocivos para la convivencia armónica que, tanto en las mortíferas guerras como en las incomodidades cotidianas, sus manifestaciones parecen no tener final.

Al mismo tiempo, en paralelo, se ven y sienten aquellas cosas que, ahora no solo entiendo claramente sino que además experimento y reconozco, le quitan a uno el aliento por su majestuosidad, por su significado simbólico, porque dan cuenta de aquellos tiempos idos en que posiblemente no todo fuese tan agresivo. Después de todo, aún cuando en épocas pasadas no existiesen las comodidades de las cuales hoy hacemos uso y abuso -viajes aéreos, internet, electricidad, plástico, servicios hoteleros que te liberan de mayores esfuerzos más allá del traslado de tus maletas, tarjetas de crédito, etc.-, quizás las comunidades tenían más posibilidades de cohesionarse, sin negar desde luego que las más sangrientas guerras y masacres de la humanidad, salvajes y descontroladas, se produjeron en esos tiempos primigenios, en nombre y defensa de dioses, profetas y creencias que comparten, por más que lo nieguen, orígenes comunes.

Como (casi) todos sabemos, las religiones se convirtieron, prácticamente desde su más temprana aparición, en causa de luchas y enfrentamientos entre pueblos que aún hoy persisten en formas violentas, en carne viva y que, en nuestros tiempos modernos, son además contaminados y azuzados por países que no tienen nada que ver en esa enemistad confesional pero que toman partido por intereses económicos (petróleo, tecnología armamentista, etc.). En pleno siglo XXI, los judíos y los musulmanes se muestran hostiles entre sí, de forma irracional e incomprensible para los cristianos y católicos, relajadísimos y consumistas, los turistas que visitan sus países en búsqueda de un amplio rango de cosas que van desde el selfie vacío para el Facebook a la peregrinación occidentalizada, la paz interior, el recargue de energías antes de volver a sus rutinas.

Antes de llegar a Israel tenía el prejuicio de que la fama antipática de los descendientes de judíos, en nuestros países latinoamericanos, era una combinación de su doble idiosincrasia y, aún cuando conocemos las tropelías que comete el estado israelí contra la diáspora palestina, pensaba que su pueblo era distinto. Sin embargo, evitando generalizaciones inapropiadas desde luego, la mayoría de gentes que nos cruzamos en aeropuertos, hoteles, restaurantes y tiendas en Jerusalén y Tel Aviv fueron descorteses, de mirada torva y desconfiada, carentes de amabilidad. También debe haber personas amables, por supuesto, pero estaban, seguramente, en otros lugares y a otras horas.

En Jordania, en cambio, abundan las sonrisas y los buenos modales, la hospitalidad hacia el viajante que llega desde lejos y el trato cordial como regla general, además de unas nociones del orden y la organización turística que parecen aún no haber llegado a la Ciudad de David. Salvo cuando se trata de rechazar aquellos símbolos religiosos del pueblo judío. En ese caso, el jordano militante islámico se convierte en un enemigo temible. Un incidente ocurrido en la aduana jordana, en que tres oficiales -dos mujeres y un hombre- se desesperaron y buscaron con fiereza entre las maletas de tres personas, porque sus equipos de rayos x y detección de metales habían visto un Menorah (candelabro de uso ritual en el judaísmo), casi hasta desfallecer de la cólera, profiriendo gritos y miradas desencajadas por la ira, como si estuvieran evitando así el ingreso de una bomba o de un alijo de cocaína, fue más que suficiente para entender este fanatismo en su máximo extremo.

En medio, por supuesto, hay miles de matices, con la globalización y la era virtual en sus puntos más altos de auge socioeconómico, aunque es cierto que tanto Jerusalén como Ammán, capitales de Israel y Jordania respectivamente, se muestran muchísimo más conservadoras en sus aspectos urbanos e incluso en su oferta de locales (bares, restaurantes) que otras ciudades de mayoría no cristiana como Estambul o Mumbai.

Como siempre en esta clase de experiencias, lo más importante es lo que cada uno es capaz de recoger en los lugares que visita. Por ejemplo, la emoción enorme de estar pisando los campos de Belén, aquel pueblito cuyo nombre aprendimos a pronunciar desde niños, en nuestras casas sudamericanas, cantando aquellos divertidos villancicos que son parte de nuestras tradiciones a raíz de la colonización española, y que representa el recuerdo directo de esas Navidades que celebramos de niños con papá y mamá. Más allá de lo que hoy creamos acerca de las historias bíblicas, esa conexión con nuestro pasado personal vale más que las miles de investigaciones que hoy están a disposición para saber realmente qué pasó. O la sensación de estar frente al lugar en que fue colocado el cuerpo de Jesús tras fallecer en la cruz, para ser lavado y sepultado, una escena que hemos visto en cientos de cuadros y películas durante años. O llegar a Petra, espectacular formación rocosa y complejo arquitectónico cuya antigüedad tiene centurias. Todo ello no hace más que reforzar la idea que domina nuestras reflexiones desde hace tiempo. Nuestro mundo es uno solo y, si existe un Dios, es también uno solo. Ambas entidades están por encima de todo lo que los seres humanos nos hemos inventado, a través de los años, para tratar de explicar nuestro origen y destino, nuestra vida y nuestra muerte. Todos pasaremos. Pero estas montañas, estos caminos, estas ruinas, se quedan.

PD: Aún nos falta Egipto y Grecia... ¡Allá vamos!

lunes, 30 de septiembre de 2019

HISTORIAS: CUANDO LENNON LE ROBÓ A ZAPPA



En junio de 1971, Frank Zappa & The Mothers of Invention tocaron dos noches en el Fillmore East, legendaria sala de conciertos en el Bajo Manhattan, New York, que Bill Graham, promotor y dueño del local, estaba a punto de cerrar. 

Para el segundo show, el 6 de junio, Zappa tuvo como invitados a John Lennon y Yoko Ono, a sugerencia del periodista neoyorquino Howard Smith. El ex Beatle y Frank acordaron que ambos podrían lanzar sus propias versiones del encuentro, organizado como cierre del concierto de la banda de Zappa, que en ese entonces incluía algunas de sus mejores rutinas satíricas sobre circos italianos (The Sanzini Brothers), músicos pervertidos (The Mud Shark) y groupies, combinadas con la extrema complejidad musical de sus composiciones. 

El encore arrancó con un clásico del R&B, Well (Baby please don’t go) de 1958 de The Olympics, para luego embarcarse en una interesante jam session de casi media hora, malograda por los horrendos y desafinados alaridos de Yoko. 

Pero lo que pasó después generó una de las polémicas menos difundidas de la historia del rock. 

Aunque no existen imágenes oficiales -en YouTube circula un video de muy mala calidad-, la célebre pareja Lennon-Ono decidió lanzar una mezcla del concierto en su álbum doble Some time in New York City (1972), alterando groseramente el audio original del tema Scumbag, para eliminar las voces de Howard Kaylan y Mark Volman, ex vocalistas de The Turtles, que se habían unido a The Mothers of Invention el año anterior. 

Pero eso no fue todo. En el lado B del segundo disco del mencionado álbum figura una canción llamada Jamrag, sin créditos, que no es otra cosa que King Kong, instrumental compuesto por Zappa en 1970 y que formaba parte de su repertorio habitual en esos años. Lennon no solo cambió el título sino que además omitió toda mención de su verdadero autor, zurrándose en los derechos de propiedad intelectual del líder de The Mothers. 

En una entrevista de 1984, el genio de Baltimore dijo: “No sé si fue idea de John o de Yoko, pero ellos cambiaron el nombre a mi canción, la incluyeron en su disco y no me pagaron. No era una improvisación, se trataba de una canción organizada. Fue decepcionante”. 

Para cerrar el atropello y, a pesar de su acuerdo previo, el equipo legal de Lennon prohibió a Zappa lanzar su propia versión de lo ocurrido aquella noche. Por ese motivo, en el fantástico álbum Fillmore East, June 6th 1971 de The Mothers of Invention, no hay rastro alguno del histórico dúo. Lennon nunca se pronunció sobre el asunto. 

Recién en 1992, en su disco de recopilaciones en vivo titulado Playground psychotics, Frank lanzó su propia mezcla, omitiendo el robo de King Kong y rebautizando los últimos seis minutos del concierto, que Lennon tituló , como A small eternity with Yoko Ono, título con el cual se burla del insoportable "canto" de la japonesa.




viernes, 27 de septiembre de 2019

PERÚ: UN PAÍS DERROTADO POR LA CORRUPCIÓN



En su espléndido libro La historia de la corrupción en el Perú (publicado en el 2014, un año después de su prematura muerte a los 56 años de edad), el investigador y catedrático Alfonso W. Quiroz demuestra con precisión de cirujano y armado con una aplastante cantidad de datos concretos que el virus corrupto acompaña nuestra vida republicana desde sus inicios. 

Esta noción es la única que permite comprender la actual putrefacción del sistema político, económico, social, educativo, empresarial, periodístico, artístico, cultural y doméstico que nos aqueja, ese hedor que no nos deja respirar, ese cinismo del congresista, del abogado "líder de opinión", del columnista defensor de intereses privados, del comerciante que falsea facturas y balanzas, del vecino que roba luz y no paga sus cuentas. La densidad de esta infecta pus solo se explica a partir de una descomposición con antigüedad de doscientos años. Tiene sentido. 

Los últimos acontecimientos políticos -el cantado archivamiento del proyecto de adelanto de elecciones, la vergonzosa actuación de Aníbal Quiroga, requerido en los medios como un supuesto gurú de las leyes, tratando de liberar a Keiko (algo que ya habíamos visto con la patética defensa que Alberto Borea, otra vaca sagrada del derecho local, hizo de PPK), la estratagema mañosa de renovación del Tribunal Constitucional para volverlo mesa de partes de Fuerza Popular, la inacción de Martín Vizcarra- hacen que las esperanzas de los pocos hombres y mujeres de bien que quedan en el Perú sean, por enésima vez, pisoteadas y arrastradas. La corrupción manda y decide. La corrupción pone la agenda. La corrupción es tratada con temor y sumisión. La corrupción ordena. La corrupción gana. 

Muchos pensamos que, con la renuncia de Kuczynski y la consiguiente subida de Vizcarra al trono de Palacio, se acercaba un período diferente, de limpieza. Sobre todo por sus primeras apariciones y palabras públicas. Sin particular brillo intelectual y esgrimiendo un perfil bajo pero con ciertos visos de eficiencia y carácter que inspiraba confianza y empatía con el ciudadano de a pie, el ex Presidente Regional de Moquegua parecía tener las cosas claras. En poco tiempo pasó de ser el "presidente por accidente" al "presidente con mayor aceptación de la historia". Todo parece indicar que, a pesar de esas buenas señales, que se tradujeron en una abierta y creciente popularidad, eso no era tan real como hubiésemos querido. 

Que Vizcarra haya permitido que las cosas lleguen a este punto instala, en el imaginario colectivo, una idea absurda y nociva: en nombre de la democracia debo llamar a la conciencia al ladrón, al chavetero, al insultador, al agresivo bujiero, al venezolano descuartizador. En lugar de despedazarlos con la fuerza de la indignación, meterlos presos, poner en evidencia sus majaderías y sus culpas, combatirlos y erradicarlos, ahora debo conversar con ellos. Negociar. Las futuras generaciones se sentarán a almorzar con quienes les arrebaten sus celulares o se roben los ahorros familiares luego de meterse, con engaños, a sus casas y haber matado a hachazos a sus padres y abuelos. Porque eso los hace demócratas. Exigir destierro y cárcel para los traidores a la patria, desde la más alta encargatura política, será dictatorial e inconstitucional. Defender tu casa de delincuentes será mal visto por los demás. 

Nuestro país sueña con ser del Primer Mundo, con ingresar a la OCDE, con organizar el Mundial (esto último, dirán algunos, es posible tras el éxito de los Panamericanos, pero aún tengo mis dudas). Sin embargo, es incapaz de deshacerse de una muchedumbre lumpenesca de congresistas, asesores, colaboradores y sobones que está aferrada al poder y dispuestos a todo para mantener intacta la fuente del enriquecimiento para ellos y sus adláteres -que van desde los cómplices directos tan merecedores de prisión como ellos hasta espontáneos tuiteros y opinólogos que, desde la ignorancia más vergonzosa, defienden al sistema político ("la clase política") y ridiculizan el hartazgo de la gente en las calles, sin recibir un sol, o un tupper, por ello. 

No había otra solución. Si el Congreso está podrido por el descaro y la malcriadez de los fujiapristas, la analogía perfecta es la del brazo gangrenado, negruzco y maloliente, que debe amputarse de inmediato, como en la chocante escena de aquella película del año 2000 llamada Requiem for a dream, del director norteamericano Darren Aronofsky. No cabía seguir conversando con los asaltantes. Si usted logra capturar a la banda criminal que ha robado su negocio seis veces en dos años, asustando a su personal, insultándolo a diario, amenazándolo de muerte todo el tiempo, mandándole a sus policías y matones a sueldo, corruptos como ellos, para imponer sus propósitos... digo, si los logra usted capturar ¿Se sentaría con ellos a la mesa para llegar a un acuerdo, para trabajar de la mano en pro del desarrollo de la cuadra? No ¿verdad? Exactamente eso es lo que ha hecho Vizcarra y su gabinete. Con una equivocada postura de "policía bueno" o "representante moderado de la reflexión política" Vizcarra se sentó a conversar con una turba que, gracias a una manipulación que existe desde hace décadas, ha cambiado los verduguillos por herramientas legales -cargos públicos, leyes, la mismísima Constitución- y las bermudas sucias por los cuellos, corbatas, trajecitos de sastre y peinados de peluquería fina. Ni más ni menos. 

Lo han dicho con claridad los tres únicos periodistas en quienes se puede confiar al 100%, en términos de análisis político: César Hildebrandt, Gustavo Gorriti y Glatzer Tuesta: estos no son políticos, son una organización criminal escondida detrás de un manto de legalidad trucha para defender sus oscuros intereses. Sin condicionales ni "presuntos". Sin las ironías tetudas de quienes creen que aún están en pregrado y piensan, a veces con demasiado convencimiento, que la vacía e inútilmente escapista chacota ayuda. Y sin el doble rasero de quienes hoy, ante lo innegable, se ubican al frente de la condena al fujiaprismo pero siempre dejando ese pedacito de ambigüedad que les permita no caer tan antipáticos cuando se recompongan los círculos de poder y quedar siempre vigentes en las agendas de todas las autoridades de turno, sin importar de qué color político sean o a qué mafia pertenezcan. Porque siempre hay que dejar la puerta (giratoria) abierta para cualquier posibilidad: un coctelito, un evento institucional, una consultoría. 

La educación convertida en simple trámite y gran negocio también ha hecho su parte en este desmadre. Se nota en la apatía y falta de compromiso de la población, dividida entre remedos de derechistas que se sienten parte del poder porque tienen a Roque Benavides y Mark Zuckerberg de amigos en el Facebook (sin conocerlos), remedos de izquierdistas que no entienden lo que leen (las poquísimas veces que lo hacen) y, en el medio (al fondo y a los costados), una elefantiásica masa deforme, narcotizada hasta la estupidez con las redes sociales, los realities, las maratones de Netflix, la expectativa mundial por el lanzamiento al mercado del último Galaxy-iPhone y la procaz farándula con sus lobotomizados programas "de espectáculos", sus discjockeys tarados y una banda sonora interpretada por aspirantes a narcos y putas. Jóvenes millennials y viejos cojudos (hombres y mujeres) que se la pasan mirando las pantallas de sus celulares, subidos en scooters, bicicletas y camionetas desde las cuales atropellan al prójimo, en lugar de dejar a un lado, aunque sea un par de días, sus minúsculas ambiciones cotidianas y deseos de figuración y éxito social para apoyar una sola causa común, aunque sea la única o la última de sus vidas. 

Si Vizcarra no hace nada drástico, si no saca de la chistera el mágico conejo que algunos todavía creen que podría tener, la corrupción habrá derrotado otra vez al país. Conforme pasan los minutos, y tras un nuevo capítulo en el que la cuestión de confianza es interpuesta a la elección digitada del TC, ese pronóstico no hace más que convertirse en certeza. Una triste certeza.

lunes, 9 de septiembre de 2019

TOOL: EN LA REPETICIÓN ESTÁ EL GUSTO



Muy pocas bandas pueden darse el lujo de repetirse a sí mismas sin cansar. Tool es una de ellas. El cuarteto integrado por Maynard James Keenan (voz), Adam Jones (guitarra), Justin Chancellor (bajo) y Danny Carey (batería) ha logrado, con la formación clásica de las bandas de rock de antaño, crear una identidad absolutamente propia, sobre la base de otras dos características que el rock moderno, orientado al minimalismo autocomplaciente, suele despreciar: virtuosismo y creatividad.

Si uno escucha su primer álbum oficial, Undertow y, de inmediato, pone a sonar su quinta producción discográfica, Fear inoculum, sin conocer al grupo, podría pensar que se trata de uno de esos misteriosos álbumes conceptuales dobles que encierran arcanos conceptos, imposibles de dilucidar a la primera pasada, como si todas esas canciones hubieran sido escritas durante un mismo periodo de tiempo. El primero apareció en 1993. El último, hace una semana, ¡26 años después!

Tool -"herramienta" en inglés- surgió en plena era grunge, un tiempo de indefiniciones en la escena norteamericana, de ruptura -el rock de estadios, el punk y el heavy metal eran sinónimos de lo obsoleto- y, haciendo honor a su primer logo (una fálica llave de tuercas) desentornilló los engranajes de la maquinaria del espectro más oscuro del pop hasta hacer que se desmorone a sus pies.

Al sorprendente Undertow le siguieron tres álbumes más: Ænima (1996), Lateralus (2001) y 10,000 days (2006) –además de una recopilación en vivo, Salival (2000). Todos superan la hora de duración y contienen piezas de sonido metálico, letras oscuras y ejecución vertiginosa, en las que pueden sentirse sus principales influencias: pesados riffs de Black Sabbath, arrebatos de velocidad al estilo del primer Metallica, siniestros cambios de ritmo y disonancias de King Crimson, sublimes pasajes de tensa calma (también cortesía del Rey Carmesí), progresiones de drónica música oriental. La voz gritante de Keenan y las destrezas instrumentales de Jones, Carey y Chancellor (que reemplazó en 1995 a Paul D'Amour) crean una atmósfera extraña y pesadillesca que fácilmente puede convertirse en adicción auditiva.

Una de las fortalezas de Tool es su trabajo visual, desde sus conciertos, las carátulas y presentaciones de sus álbumes hasta sus espeluznantes videos en stop motion con esos seres monstruosos, masas deformes de nervios y músculos que se modifican y transforman como un caleidoscopio de tonos claroscuros que causan fascinación en sus seguidores y temor en el resto.


Pasaron 13 años antes del lanzamiento de Fear inoculum, que está batiendo récords de reproducciones en Spotify. La fórmula es exactamente la misma. Pero no porque Tool no haya evolucionado. Su continuum sonoro es una marejada que discurre con pocas variaciones en la forma pero que en los detalles no dejan nunca de sorprender. En esto tiene mucho que ver Danny Carey, probablemente el mejor baterista de estos tiempos. Desde la envolvente Fear inoculum hasta la enigmática Mockingbird, estamos ante un nuevo logro artístico del grupo.


Aquí un video de Tool en vivo, en el año 2014, tocando uno de sus (ahora) clásicos temas: Schism, del álbum Lateralus... y debajo 7empest, uno de los mejores cortes del Fear inoculum. Disfrútenlo...







martes, 27 de agosto de 2019

PROMO '90: UNA REUNIÓN FAMILIAR



"Viril impulso, canción de forja, el herreriano paso escuchaaad..." ¿Es "canción de forja" o "canción que forja"? se preguntaron algunos y se inició un mini debate acerca del primer verso del himno del colegio, escrito por el profesor de música José Antonio Lora Olivares, que terminó con todos mirando la enorme gigantografía amarilla pegada en uno de los muros altos del patio, para disipar las dudas. Aun cuando la frase no pierde sentido en cualquiera de esas dos opciones, la correcta es la primera.

La memoria es así. Te hace jugarretas. Te pone a prueba. Desafía tu capacidad para confirmar aquello que crees recordar pero que empiezas a cuestionar cuando tus compañeros, que estuvieron contigo el mismo momento en el mismo lugar, te cuentan su propia versión de los hechos. Pero, más allá de la pequeña confusión entre dos preposiciones tan fáciles de confundir entre sí, lo cierto es que desde todas las mesas, promociones de años y décadas distintas, a voz en cuello o apenas moviendo los labios, cantan completa la letra, hasta aquellos versos enredados de la segunda estrofa ("Técnico anhelo realizar siempre..."). 

El marcial toque de trompeta que abre el himno herreriano activa en nosotros ese recuerdo único de todos los lunes en cada formación, en ese gran patio que ahora sirve de food court adulto contemporáneo, un inmenso restaurante (¿alguien dijo una cantina?) para celebrar un aniversario más de la G.U.E. Bartolomé Herrera.

Esta vez no fuimos tantos los asistentes -me refiero a los de mi Promoción 1990, pues el sitio estaba repleto. Algunas descoordinaciones, sobre las cuales no conozco detalles, provocaron que no tuviésemos el quórum necesario para separar una mesa propia. Pero eso no fue impedimento para pasarla bien. Ahí están las bromas, la buena onda, la desfachatez, la reflexión, la camaradería y claro, los recuerdos que van y vienen en medio de las actualizaciones sobre nuestras vidas actuales. Cada reunión genera, además, anécdotas nuevas que siempre son bienvenidas en medio de las más antiguas, las de patio, salón, taburete y tapia.

Provenir de la escuela pública en el Perú es, desde hace ya más de cuarenta años, una enorme desventaja. Y no sin poderosas razones para ello. Existe una estigmatización en los sistemas educativos superiores particulares, porque como ya hemos mencionado en otras ocasiones, las que antes fueron las mejores instituciones educativas del país –las Grandes Unidades Escolares del ochenio de Odría- se convirtieron, después de recuperada la democracia a inicios de los años ochenta, en castigo para desadaptados o única opción para familias clasemedieras caídas en desgracia.


Por ello es más valioso reconocer que, con todo ese viento en contra, en términos de formación académica, salimos adelante aplicando aquello que el Bartolo sí nos dio: cancha y concha para afrontar todo tipo de desafíos. Con estilos diferentes –y, en muchos casos, gracias al apoyo de una familia sólida, una red de contactos hecha a pulso, una buena mujer que llegó al rescate o por solitario esfuerzo, cayendo y levantándose varias veces- cada uno ha tenido en sus vidas distintas oscilaciones, problemas, épocas bajas y altas, pero siempre ha sabido caer de pie.

Por lo general, le huyo a las reuniones sociales, una actitud que con los años ha ido exacerbándose, por varias razones: el tráfico agresivo en el que se condensan todos los males de este país al que quiero tanto y del cual, por eso mismo, reniego todo el tiempo, me hace preferir mi casa y mi familia a la idea de atravesar grandes distancias para verme con otras personas. Desde el microbusero que pone reggaetón a todo volumen y llena su unidad hasta convertirla en una potencial trampa mortal hasta el yuppie superado que va, con el codo fuera de la ventana y lentes oscuros, zampando la nariz de su camionetón en todos los cruceros peatonales cuando deberían detenerse para dejarnos caminar, pasando por los odiosos scooters y los ciclistas quienes viven convencidos de que las lujes rojas no son para ellos. Todo me desanima. La verdad es que no tolero mucho el murmullo colectivo y el alboroto de las fiestas. Salvo que sea un buen concierto –puede ser de Susana Baca o de Slayer, no importa- mi primera opción siempre será quedarme con mi esposa, con mis suegros, con mis hermanos, en casa. O en alguno de nuestros lugares ritual, de cada fin de semana. Mis ex compañeros de trabajo y de universidad lo saben. Nunca voy. Siempre soy el falla, el que falta en la foto del reencuentro.

Pero con las reuniones del colegio hago siempre una excepción. Claro, no soy de los asiduos a las pichangas –salvo la ocasión en que terminé en la comisaría de Barranco apoyando al compañero intervenido por manejar con apenas una cerveza encima- ni a las múltiples veces que se juntan entre septiembre y julio, por una combinación de lo descrito en el párrafo anterior más las actividades laborales y familiares en las que paso comúnmente mis días. Pero la tercera semana de agosto ya se ha convertido para mí en un ritual adicional, casi una reunión familiar a la que no puedo ni quiero faltar.

Y el “casi” es solo para matizar la frase puesto que realmente es reunirme con mis hermanos de toda la vida, y me alegra saber que están bien –de salud, estables emocionalmente- aun cuando haya épocas de vacas flacas, con poco trabajo o con problemas personales que nunca faltan ni faltarán. Nos divertimos como niños recordando nuestras andanzas escolares y también encontramos un espacio para relajarnos, sin el temor de que nuestros actuales gustos, obsesiones, puntos de vista u opciones vayan a convertirse en un pecado que te haga merecedor de crítica o rechazo social.

Por eso, una vez más, cedo a la tentación –y al pedido de “la promo”- y escribo aquello que puede escribirse –sino, imagínense- y me sonrío en silencio acordándome de nuestros códigos en común, nuestras hazañas callejeras, nuestro mutuo orgullo herreriano. Joan Manuel Serrat, el fantástico cantautor catalán, describe esta clase de amistad que transita entre lo familiar y lo prohibido en su extraordinaria canción Mis amigos, que escribió y publicó en 1982 para su álbum En tránsito:

Mis amigos son unos malhechores,

convictos de atrapar sueños al vuelo

que aplauden cuando el sol se trepa al cielo

y me abren su corazón como las flores…

Mis amigos son sueños imprevistos

que buscan sus piedras filosofales

rodando por sórdidos arrabales

donde bajan los dioses sin ser vistos…


Mis amigos son gente cumplidora

que acuden cuando saben que yo espero,

si les roza la muerte, disimulan

pues para ellos la amistad es lo primero…”


Hasta el próximo año…

lunes, 10 de junio de 2019

DR. JOHN (1941-2019): EL LEGENDARIO CHAMÁN DE NEW ORLEANS


¿Cómo no comenzar a mover los pies ante el funky de In the right place (1973), sentirse en medio de un desfile de Mardi Gras con Dr. John’s Gumbo (1972) o alucinar las sesiones blueseras de esa joya titulada The sun, moon & herbs (1971), rodeado de varios célebres acólitos como Mick Jagger, Eric Clapton y otros? La carrera de este legendario pianista, guitarrista y cantante vino de golpe a nuestra memoria tras enterarnos de su fallecimiento el pasado jueves. Tenía 77 años.

Dr. John jamás necesitó pomposas campañas de marketing para hacerse notar. Su voz aguarrentosa, sumergida en el humo de miles de cigarrillos, influenció a otros famosos de culto como Tom Waits, Leon Russell o Captain Beefheart y su estilo al piano se forjó en el epicentro del jazz más auténtico y bohemio, New Orleans. Allí, en la ciudad más grande del estado sureño de Louisiana, nació Malcolm John Rebennack en 1941.

Desde joven, John quedó encandilado con la alegría y cadencia del jazz de su ciudad natal, y comenzó a tocar guitarra en diversos ensambles locales. Una lesión en el dedo índice izquierdo lo llevó a cambiar cuerdas por teclas e inició su carrera a los 14 años junto al Professor Longhair, amo y señor del R&B y el blues de New Orleans, su padre musical.

Rebennack recorría nightclubs ataviado con extravagantes sombreros, accesorios y atuendos inspirados en la cultura chamánica afroamericana. Su nombre artístico, Dr. John, remitía al de un mítico curandero senegalés que llegó a New Orleans desde Haití, conocido por su colección de serpientes y lagartos. Todos esos elementos formaron parte del acto en vivo de Dr. John. En 1976 participó en The Last Waltz, el concierto-despedida de The Band, interpretando el clásico Such a night. Jim Henson, creador de los Muppets, se inspiró en Dr. John para el personaje Dr. Teeth, líder de The Electric Mayhem, banda residente del entrañable elenco de marionetas.

Su primer álbum oficial se tituló Gris-Gris (1968), en referencia a un amuleto vudú para ahuyentar la mala suerte. Fue músico de sesiones en Los Angeles durante los setenta, grabando pianos y teclados en discos de Sonny & Cher, Frank Zappa, Canned Heat, entre otros. En las décadas siguientes participó en múltiples festivales de blues y jazz, películas como The Blues Brothers y tributos a gigantes como Duke Ellington o Louis Armstrong, a quien le dedicó su última grabación oficial, The Spirit of Satch (2014).

Durante sus cinco décadas de trayectoria lanzó más de treinta álbumes y se hizo leyenda. En el año 2002 se realizó la primera edición del festival de rock, country, blues, jazz y jam bands Bonnaroo, bautizado así en homenaje al cuarto álbum de Dr. John & The Night Trippers, titulado Desitively Bonnaroo (1974). El término significa "buen rato" en lenguaje criollo de la zona de New Orleans. El extravagante estilo y el contagioso ritmo de Dr. John fue admirado tanto por músicos de rock clásico como Jeff Beck, Bruce Springsteen como por figuras de la escena contemporánea como Dave Grohl y John Legend, quien presentó su inducción al Rock and Roll Hall of Fame en el 2011.

lunes, 20 de mayo de 2019

BLACKBERRY SMOKE: ROCK DE CARRETERA


La última visita de Slash trajo una inesperada y grata sorpresa: la oportunidad de ver en acción a una banda de auténtico rock de carretera, con el sonido y la actitud que adoraron millones de fanáticos en los años setenta y ochenta. Los teloneros del legendario exguitarrista de Guns N' Roses y Velvet Revolver conquistaron al público limeño a pesar de que (casi) nadie sabía quiénes eran ni qué iban a hacer.

Directo desde Atlanta, los Blackberry Smoke derrocharon seguridad y experiencia sobre el escenario con su efectivo combo de country-rock, blues, boogie y soul. El quinteto, integrado por Charlie Starr (voz, guitarra), Paul Jackson (guitarra, coros), Richard Turner (bajo), Brandon Still (teclados) y Brit Turner (drums), hizo saltar a todos con su remozada versión de lo que hicieran artistas como Bob Seger, Lynyrd Skynyrd o John Cougar.

Hace cuarenta años, Blackberry Smoke habría llenado estadios. Hoy se conforman con tocar en festivales, clubes pequeños o como teloneros de estrellas establecidas. Además de Slash, el quinteto ha salido de gira con pesos pesados como ZZ Top, Derek Trucks, Gov't Mule y otros.

Activos desde el 2000, los Blackberry Smoke han lanzado seis álbumes: Bad luck ain't no crime (2003), Little piece of Dixie (2009), The whippoorwill (2012), Holding all the roses(2015), Like an arrow (2016) y Find a light (2018). En todos, la impronta del rock sureño se manifiesta en cada acorde, cada riff cortado, cada solo filudo. De los Allman Brothers a The Black Crowes, de Georgia Satellites a Drive-By Truckers, esta banda resucita ese sentimiento libre y canchero del rock and roll pero con un espíritu fresco y atemporal que los hace, a la vez, clásicos y modernos.

Las voces de Starr y Jackson recuerdan lo mejor de este género -38 Special, Alabama, Bruce Hornsby-, quizás desfasado para la actual industria musical, pero que sigue emocionando a miles de rockeros en el mundo. Los barbudos hermanos Turner parecen sacados de un vídeo de los motociclistas Hell's Angels. Y el Hammond B-3 de Still llena los espacios con relajada precisión y sobriedad. Charlie Starr es un guitarrista de calle, fuertemente influenciado por los Rolling Stones, Faces y Tom Petty. Un verdadero rockstar. Y sus composiciones le hablan al oído al trabajador agobiado, al joven rebelde, al inconforme que solo confía en su invalorable libertad.

Blackberry Smoke -como Royal Southern Brotherhood, Whiskey Myers o The Kentucky Headhunters-, es uno de esos grupos que mantienen su genuino deseo de hacer buena música más allá de las convenciones que hoy determinan quién se hace famoso y quién no. En ese sentido, más que ser una banda "retro", se ubica a la vanguardia al recobrar esa marginalidad que siempre caracterizó al rock and roll.

https://youtu.be/Lfjfnn5aNk0
Waiting for the thunderbird

https://youtu.be/hBGPpZ_6erw
Shaking hands with the holy ghost

https://youtu.be/AQ1mBjaXz2M
Ain't got the blues




martes, 14 de mayo de 2019

SIR SIMON RATTLE: BATUTA DE LUJO



Su nombre y rostro no significan nada para las vulgares masas que consumen latin-pop y reggaetón en las radios locales y engordan el rating de los programas de Frecuencia Latina o las producciones de Michelle Alexander. Sin embargo allá, en el Primer Mundo -ese lugar lejano al cual los politicastros dicen que vamos a llegar dentro de poco, con la misma facilidad con la que dicen que un suicida cobarde es un héroe- Sir Simon Rattle y su rebelde melena blanca son sinónimos de lo mejor de la música clásica, una de las batutas más famosas del último medio siglo.

Rattle nació hace 64 años en Liverpool, la tierra de los Beatles y del equipo de fútbol más nombrado del momento, y sintió vocación por pentagramas, claves y corcheas desde muy temprano. Pianista y percusionista de esmerada formación clásica, se decidió por la dirección por su concepción integral de lo que significaba interpretar las grandes obras del vasto catálogo del periodo clásico y contemporáneo de la música académica.

Tras casi dos décadas al frente de las sinfónicas de Birmingham (Inglaterra) y Los Angeles (EE.UU.) emigró a Alemania, para dirigir a la Orquesta Sinfónica de Berlín, en reemplazo del reconocido director italiano Claudio Abbado. Con este legendario ensamble trabajó entre el 2002 y el 2018 y consolidó su perfil como uno de los mejores conductores de su generación. Sus grabaciones para el sello Deutsche Grammophon, de sinfonías de autores como Beethoven, Brahms, Elgar y, sobre todo, su dominio del repertorio de fines del siglo 19 e inicios del 20 -Stravinsky, Birtwistle, Mahler, Sibelius- son oro puro para conocedores.

En el 2012, Rattle tuvo su primer contacto con el público masivo global. Fue invitado para conducir a la Orquesta Sinfónica de Londres (LSO) en la inauguración de los Juegos Olímpicos en su país, y participó de una hilarante parodia en la que el comediante Rowan Atkinson (Mr. Bean), finge tocar los teclados en Chariots of fire, famosa composición de Vangelis para la película homónima de 1981.

Sir Simon Rattle, que promueve intensamente la educación musical en diversos programas académicos en Inglaterra, Alemania, EE.UU. y en redes sociales, ocupa desde septiembre del 2017 el podio de director en la centenaria LSO –como lo hicieran Leonard Bernstein, Andre Previn, entre otras figuras de la música clásica-, mundialmente famosa por haber grabado cientos de bandas sonoras, como la primera trilogía de Star Wars. Rattle y los noventa músicos de la LSO ofrecerán dos conciertos en Lima (14 y 15 de mayo en el Gran Teatro Nacional), con piezas de Antonín Dvorák, Hector Berlioz, Benjamin Britten y Gustav Mahleruna visita histórica que los amantes de la música clásica no se pueden perder, gracias a TQ Producciones.



miércoles, 8 de mayo de 2019

SLASH EN LIMA: GUITARRISTA ENCENDIÓ LA CIUDAD (martes 7 de mayo de 2019)



LA PREVIA

En los alrededores del Parque de la Exposición se vivía la expectativa desde muy temprano. No eran ni las seis de la tarde y las colas ya llegaban hasta la Av. Grau y, a cada paso, uno podía ver que la fanaticada se iba a entregar por completo a esta nueva cita con el virtuoso guitarrista anglo-norteamericano Saul Hudson, Slash para los patas. Padres e hijos con sus polos negros, estampados con el clásico sombrero de copa y la maraña de pelos negros, enredados, cubriendo su cara; carátulas de Guns N' Roses, Velvet Revolver, The Conspirators. 

Es la tercera visita que nos hace este ícono del hard-rock que remeció la escena global a mediados de los ochenta con esos interminables solos del Appetite for destruction -¿recuerdan el final de Paradise city o la intro de Sweet child o'mine?- pero sus seguidores se cuentan por miles y nadie quería perderse esta nueva tocada. Hace un par de años, en el 2017, más de 40 mil peruanos llenaron el Estadio Nacional para ver a Slash junto a W. Axl Rose, en la anunciada reunión de Guns N' Roses. Ahora venía a repetir el plato con su banda, Myles Kennedy & The Conspirators, con quienes vino por primera vez al Perú, en el 2015.

LOS TELONEROS

Como en esos clásicos conciertos de rock que cada vez se ven menos, por culpa de esa infección purulenta y multidrogorresistente llamada reggaetón, había dos bandas teloneras programadas, una peruana y la otra, norteamericana. Representando al rock nacional, el power trío Cuchillazo abrió fuegos, pocos minutos antes de las siete, ante un lleno aun en gestación. Nicolás Duarte (voz, guitarra), Rafael Otero (bajo) y Capi Baigorria (voz, batería) descargaron casi una hora de sus poderosas canciones que suenan a grunge noventero y al funk-metal de Molotov, con letras directas contra la política corrupta, la sociedad hipócrita y el desenfreno rockero. Duarte y compañía mostraron un sonido muscular y cuajado, producto del trabajo sostenido que vienen realizando desde el año 2002 en que debutaron con su álbum epónimo. El hijo mayor del conocido periodista Nicolás Lúcar no necesitó colgarse nunca del apellido de su famoso padre, que dejó de usar por dolorosos líos familiares, y lleva adelante a su grupo con consecuencia, algo que celebran sus fieles seguidores cantando, a voz en cuello, sus temas. Sin embargo, lo mejor estaba, definitivamente, por venir. 

A las 7.45pm subió Blackberry Smoke, un quinteto de Atlanta de largo recorrido en las arenas del rock sureño, el mismo que practican bandas como The Kentucky Headhunters, Royal Southern Brotherhood o The Fabulous Thunderbirds. Con una actitud super relajada y sonido ultra rockero, la banda se metió al bolsillo al público, a pesar de que (casi) nadie tenía la menor idea de quienes eran. De inmediato saltaron las enormes diferencias entre una banda peruana cumplidora y un combo norteamericano de oficio, que ha compartido escenario con pesos pesados como The Allman Brothers Band, Gov't Mule o ZZ Top. Con canciones que nos recordaron el sólido y, por momentos, rugoso country-rock de Tom Petty, Bob Seger, John Cougar o The Black Crowes, los liderados por el vocalista/guitarrista Charlie Starr se comieron el escenario mostrando seguridad y contundencia con una selección de ocho temas de sus álbumes The whippoorwill (2012), Holding on the roses (2015), Like an arrow (2016) y Find a light (2018), su último disco. 

En la segunda guitarra y coros, Paul Jackson parecía poseído por el espíritu de Alabama y 38 Special, mientras que el tecladista Brandon Still jugaba al piano y al Hammond B-3 al estilo Steve Miller. Mientras tanto, la base rítmica de los barbudos hermanos Richard (bajo) y Brit Turner (batería) cerraba el círculo. Starr, toda una estrella de rock con sus lentes oscuros, su voz aguarrentosa y potente y el aire lánguido de quien no tiene nada que demostrarle a nadie, se lució con esos solos guitarreros de raigambre setentera, intercalando sus propias canciones con temas reconocibles (por algunos) como Come together de los Beatles; Mississippi Kid, del primer álbum de Lynyrd Skynyrd; o el clásico del gospel y soul, Amazing Grace, que Starr tocó con su bottleneck pegado al diapasón de su guitarra. Los ataques blueseros y de puro rock carretero de Blackberry Smoke inundaron la atmósfera de Lima, dejándola suficientemente caliente para el ingreso de los esperados líderes del cartel. 

SLASH FEAT. MYLES KENNEDY & THE CONSPIRATORS

La media hora que pasó entre los Blackberry Smoke y Slash pasó rápidamente. Entre el trabajo de los "plomos" que iban desmontando la batería usada por los sureños para dejar al descubierto la del grupo central de la noche, y la grúa que iba subiendo el gran telón negro que anunciaba a Slash feat. Myles Kennedy & The Conspirators, con la ilustración que sirve de carátula para Living the dream (2018), el tercer y más reciente lanzamiento oficial de este grupo que acompaña al guitarrista desde el año 2011, tras la separación definitiva de Velvet Revolver.

Vestido con un polo blanco que homenajeaba a David Bowie y sus Spiders from Mars, Slash salió decidido a encender el escenario con sus electrizantes descargas, lanzadas desde una Gibson Les Paul roja. Myles Kennedy, vocalista de la banda post-grunge Alter Bridge, se muestra confiado en su papel de (ya no tan) nuevo partner-in-crime del guitarrista, y parece ya haber superado aquella etapa inicial en la que parecía estar imitando a sus antecesores, W. Axl Rose y Scott Weiland, para conectarse a un público dispuesto a todo con tal de hacer contacto visual con el menudo cantante. A diferencia de Slash, siempre con anteojos oscuros y con el sombrero de copa más encasquetado que nunca, la mirada directa de Myles era más que suficiente para enervar a sus fanáticos, quienes se sabían las letras de todas sus canciones, incluso las más recientes como la abridora The call of the wild, My antidote o Driving rain

Uno de los momentos más alucinantes del show fue, sin duda, el solo de casi cinco minutos de duración que Slash hizo en Wicked stone, uno de los temas más conocidos de World on fire (2014), segundo trabajo junto a los conspiradores, que llegó a la segunda mitad del show. Previamente, el bajista Todd Kerns -de una presencia escénica imponente, digna de una banda de death metal- interpretó con su poderosa voz los temas We're all gonna die y Doctor Alibis, que Slash compusiera y grabara junto a dos leyendas del hard-rock, Lemmy e Iggy Pop, en el 2010 para su primer disco como solista. Back from Cali, la primera colaboración entre Slash y Kennedy, también de ese álbum, fue una de las más coreadas durante la primera hora del concierto. Algunos temas de Apocalyptic love, el álbum debut de Slash & The Conspirators, también contribuyeron a la algarabía de los asistentes.

Slash no es muy comunicativo con el público. Solo en dos ocasiones asomó esa sonrisa de zorro viejo y alcanzó a decir dos palabras, aunque ninguna en español, como seguramente muchos esperaban. Sin embargo, sus descargas bastan y sobran para expresar la devoción por sus fans, dando lo mejor de sí en cada canción y generando aullidos de emoción, tanto entre los más jóvenes, cautivados por su imagen de Dios-de-la-guitarra, como por los más viejos que recuerdan sus años dorados en Guns N' Roses, en aquellos en que aparecía invencible y rebelde. Del recordado quinteto californiano, Slash y su banda solo tocaron Nightrain, uno de los temas menos difundidos del Appetite for destruction (1987), para muchos el debut más exitoso de la historia del hard-rock norteamericano. En este tema apareció recién la brillante guitarra de Frank Sidoris, el nuevo integrante de The Conspirators, quien se había limitado a tocar segunda guitarra. Atrás, en los tambores, Brent Fitz sostenía sin descanso la andanada de riffs de Slash y compañía.

World on fire, tema central del álbum del mismo título, fue la última antes de los tradicionales encores, que generó intensos pogos en las primeras filas. Ante los tradicionales cánticos de llamada para regresar al escenario -"olé-olé-olé..."- que Slash replicó con su guitarra, la banda salió para ofrecer dos temas más: Avalon y la esperada Anastasia, tema emblemático del primer disco, que cerró definitivamente una noche cargada de electricidad. El músico de 53 años de edad demostró, una vez más, por qué es considerado uno de los mejores guitarristas de la historia del rock, un género que, digan lo que digan algunas oportunistas y cabezas huecas, está vivo gracias al trabajo y la resistencia de sus mejores exponentes.

domingo, 21 de abril de 2019

LO QUE NOS DEJA EL SUICIDIO DE ALAN


A los peruanos de bien, que conseguimos lo mucho o poco que tenemos con trabajo diario, duro y honesto, no carente de altibajos -semanas malas, sueldos bajos y subempleos, situaciones frustrantes, horarios pesados, largos e indignos viajes en el transporte público, extensos periodos de desempleo-, el suicidio de Alan García Pérez nos deja, como principal herencia, el mal sabor de la injusticia y la impunidad conquistada de manera altanera y desquiciada, la risa con eco de quien hizo hasta lo imposible en vida para burlarse de todos, de quien con un disparo en la sien -acto trágico y horrendo que no tiene posibilidad de ensayarse ni corregirse- modifica el final que todos esperábamos y merecíamos tras décadas de intentos fallidos: la imagen del político más cínico y corrupto de nuestra historia, caminando con los brazos cruzados cubiertos, enmarrocado y acompañado por dos policías, con chaleco que mostraba la palabra DETENIDO en el pecho, la imagen suprema que, por fin, daba inicio a la acción de la justicia, solo pudimos paladearla gracias al talento de un dibujante.

Alan García nos robó todo. Al país entero le robó millones y millones de soles y dólares, condenándolo a permanecer en el atraso educativo, tecnológico, económico, médico y socioeconómico. Al APRA, partido fundado en los años treinta por Víctor Raúl Haya de la Torre, le robó el prestigio, la historia y hasta el local. A la sociedad le robó el criterio, la comprensión lectora, la dignidad, la noción de intolerancia contra lo corrupto, la paz y, en muchos casos comprobados, la vida arrancada a balazos dejando a cientos de miles de padres y madres, abuelos y abuelas, esposos y esposas, hijos e hijas, llorando y enterrando -en aquellos casos en que pudieron encontrar o reconocer a sus cadáveres- a sus seres queridos, clamando por una justicia que jamás llegó.

Ese miércoles 17 de abril, Alan García hizo su último gran robo, de forma aparatosa y por partida doble: nos robó la ilusión de celebrar su tan merecido encarcelamiento y nos robó la tranquilidad en un fin de semana especial. Como cuando te anulan un gol decisivo, en el último segundo, el grito y la euforia se quedaron contenidos entre pecho y espalda, a punto de explotar, volteando, estupefactos, con los brazos aún abiertos en señal de triunfo. Luego vinieron la incredulidad, la bronca, la sorpresa, la resignación a cambiar de cara y buscar explicaciones para poder seguir jugando.

Si Pedro Pablo Kuczynski, ese otro ladrón también ahora cercado por la justicia, nos robó la Navidad 2017-2018 con el mañoso indulto a Alberto Fujimori, creación y felonía de Alan, por cierto; el farsante del "futuro diferente" y el "cambio responsable" nos robó la Semana Santa.  Seamos creyentes o no, es uno de los escasos tres momentos del año en que los peruanos intentamos escapar de lo cotidiano para, por lo menos un rato, reflexionar, descansar, estar en familia (los otros dos son Navidad y Fiestas Patrias).

Desde la casi madrugada del pasado miércoles 17 de abril hasta hoy, domingo  21 solo se ha hablado, escrito, publicado y posteado acerca del suicidio de Alan. Y claro, es inevitable, es la noticia del año, como bien me dijo mi hermano al llegar a casa para almorzar en Viernes Santo. No había manera de sustraerse de un hecho como ese. 

En lugar de transmitir el (ya no tan) tradicional Sermón de las Tres Horas, los canales informativos tuvieron una sola imagen, la del patio de espera en el crematorio de Mapfre, en Huachipa. Antes ya nos habían intoxicado y hecho renegar con las opiniones increíblemente absurdas y malintencionadas que desfilaban por los sets de televisión, en una cobertura patética que confundió, como lo viene haciendo desde hace años, la diplomacia y el respeto al dolor de una familia con el engaño y la tapadera. 

"Un rufián muerto sigue siendo un rufián" escribió Jorge Luis Borges. Nadie estuvo alineado con esa gigantesca verdad en la prensa convencional, la concentrada, la que veía, en las estratagemas con tufo mafioso de Alan García, sofisticadas y admirables demostraciones de extremado talento político. Solo en las redes sociales se manifestó una voluntad abierta a llamar a las cosas por su nombre, en distintos registros y tonos.

En medio, el recuento de los hechos, los gritos destemplados de sus eternos cómplices y esbirros ante un cajón de madera sellado -un metafórico homenaje post-mortem a su vocación casi natural por el ocultamiento y la mentira, la verdad a medias-, las majaderías de un niñato mantenido con plata negra, un hijo ilegítimo que lleva en el rostro su innegable filiación con el padre muerto, las no tan descabelladas sospechas de que el hecho trágico del cual todo el mundo habla no sea más que una pantomima psicopática y meticulosamente ensayada, los análisis y panegíricos, los vulgares intentos de anular las investigaciones, las semblanzas en video con piano triste de fondo, cuando no algún valsecito resinoso cantado por él mismo, donde se dice de todo menos la verdad. 

Frente a la pasión y muerte de Jesús, el suicidio disfrazado de "acto heroico, de honor" y la aparición de un chiquillo a quien familiares y militantes quieren usar como nueva punta de lanza, el heredero de lo robado, incluyendo el APRA y la banda presidencial. Si en la farándula tenemos a Deyvis Orozco, quien se hizo famoso sin talento alguno subiéndose al cadáver aún tibio de su padre, la política local ahora tiene a Federico Dantón García Cheesman (14) haciendo lo mismo, con el triste añadido de que, siendo menor de edad, quizás sea algo para lo que haya sido aleccionado por su propio padre, el reo contumaz, el de los delitos prescritos, el del suicidio cobarde y narcisista, el de la plata que llega sola.

Otra cosa que nos deja el suicidio horrendo de Alan García Pérez -debo confesarlo: pensar en los detalles del instante y leer las infografías que describen el minuto a minuto, lo que probablemente se haya visto al caer la puerta, la trayectoria de la bala, el lenguaje técnico del certificado de necropsia, me da escalofríos-, es un panorama de quién es quién en la política, la sociedad y el periodismo nacional. 

Si Patricia del Río encarnó, con sus disforzados mensajes a la conciencia declamados con voz molesta y entrecortada en radio y televisión por cable, lo más equivocado (algunos podrían decir que hasta soterradamente tendencioso) del espectro, calificando el suicidio de Alan como "una tragedia nacional"; Mariella Balbi hace un abierto y descarado homenaje a la defensa de la corrupción con su más reciente columna, llevando el endiosamiento a un límite que creíamos imposible de ejecutar. Ya las portadas de El Comercio y La República, tapando el sol con un dedo, habían hecho lo suyo al día siguiente pero lo que escribió Balbi en Expreso, ayer sábado, debería incluso motivar una seria investigación en su contra.

Resulta llamativo y revelador ver que conspicuos personajes de la farándula, salvo contadas excepciones, hayan salido a criticar duramente la "insania de los odiadores": Allí estuvieron, en esa trinchera, Magaly Medina, Laura Bozzo, Paco Bazán, y otros tantos más, íconos de la ignorancia exitosa de este país. Beto Ortiz, amigo confeso de la hija mayor de Alan, con breves comentarios en redes; y Jaime Bayly, con un extenso programa de hora y media desde Miami, se unieron al ejército que condenaba la reacción de quienes decidimos no callarnos la boca, en nombre de un supuesto respeto. Nadie celebra la muerte de un ser humano ni niega el dolor de sus familiares y amigos cercanos (desde Caracol y Oropeza hasta Maduro y Trump, todos tendrán quiénes los lloren cuando mueran), pero tampoco se puede convertir en héroe a quien tanto daño hizo a nuestro querido país. No es casualidad que Ortiz y Bayly sean los principales nexos entre la ignorante masa farandulera y la Feria del Libro, donde todos esos van corriendo con sus lentecitos de marco grueso bien puestos para la foto de Instagram y todos pensemos que no son tan burros.

Pero no todo fue malo, en términos de cobertura mediática. En las redes sociales, como siempre, hubo de todo. Desde los irreverentes y, en algunos casos, irrespetuosos e indignados memes hasta artículos de gran calidad como el del joven analista político Carlos León Moya. Y, aunque en la televisión abierta no hubo prácticamente nada qué rescatar (¿alguien ha visto a Mónica Delta? ¿Estará hoy en Punto Final?), las intervenciones del ex dirigente aprista Carlos Roca fueron correctas, en las entrevistas que le hicieron. Mención aparte para el semanario Hildebrandt en sus trece, cuya edición extraordinaria desapareció de los kioskos a la velocidad del rayo, la mañana del Viernes Santo. En sus páginas está todo lo que la prensa concentrada hoy calla, como supuesta señal de respeto a los deudos del suicida. ¿Y cuándo piensan comenzar a decirlo y recordarlo? Palmas, agradecimiento y admiración para César Hildebrandt y su equipo de reporteros, cronistas, colaboradores y digitadores, porque esa edición debería ser insumo, en colegios y universidades, para que las futuras generaciones no sean fácilmente engañadas por El Comercio, RPP, Bayly y Butters. Destaca la columna Deshonor colosal, escrita por Juan Manuel Robles, que fue leída en voz alta en mi casa, en reunión familiar.

El suicidio de Alan García Pérez nos deja, en suma, consternados en lo personal por los oscuros entresijos de la siempre impredecible mente humana; frustración por el escape perfecto que lo libró de la justicia; un claro panorama de quiénes quieren seguir engañando al país; una serie de sospechas que esperemos sean aclaradas por las autoridades antes de que se transformen en leyendas urbanas; y la sensación de que con su desaparición física se podría iniciar una nueva era para la política nacional, si estas campañas de manipulación informativa encuentran sólido contrapeso en la prensa libre y en quienes, desde nuestras posibilidades, apoyemos el trabajo valiente de jueces y fiscales, instituciones como el IDL y nos enfrentemos abiertamente a quienes pretenden sublimar este burdo acto mortal de cobardía, impunidad y locura, características que siempre acompañaron la vida pública de Alan.