Hace unas cuantas horas declaraba, en conversación privada, que atravesaba por una ausencia de motivos para escribir. Circunstancias múltiples de las cuales prefiero no hablar - contraviniendo el título y la naturaleza de esta bitácora - hacen que los temas vayan y vengan de las mientes cuales traviesas olas en mar picado. Para seguir con la metáfora, ideas volátiles y espumosas golpean los cascos terrosos de mi cerebro y luego se pierden para dar paso a otras, a veces más fuertes, a veces más débiles... Al final, una resaca que es a un tiempo plácida e inconsistente me sume en un confuso sopor y termino aceptando que no puedo escribir nada.
Sin embargo y como siempre, llega la música para salvarme de la sensación de que probablemente no tenga nada que decir. Y como va quedándome cada vez más claro, llega también para asegurarme que jamás me abandonará. La pasión que siento por la música será, al final de mis días, la única que no me dejará solo. En este mundo cada vez más despersonalizado, en el que de un momento a otro las personas que más quieres pueden sorprenderte con sus decisiones, o las que la vida toma por ellas, sentarse a rumiar pensamientos y concatenar recuerdos en torno a una (o varias) melodías, es un verdadero bálsamo de paz y alegría.
Caminar pensando en alguna canción puede llegar a distraerme tanto que podría asegurar que los problemas desaparecen de un momento a otro, y a pesar de tener la certeza de que eso no es posible, considero que es una suerte el poder refugiarse en las notas que fueran arpegiadas con maestría desde alguna insomne barraca de soldados cubanos revolucionarios o en los dúos afiatados y grabados meticulosamente en aquellos idealistas y turbulentos años 60s, en medio de las siempre convulsionadas y entonces artísticamente efervescentes, calles de New York.
De vez en cuando la vida nos gasta algunas bromas pero mientras haya buenas melodías que escuchar, siempre habrá puentes que nos ayuden a cruzar las aguas turbulentas, siempre se abrirán las puertas y saldrás de las sombras... hasta la próxima...
Sin embargo y como siempre, llega la música para salvarme de la sensación de que probablemente no tenga nada que decir. Y como va quedándome cada vez más claro, llega también para asegurarme que jamás me abandonará. La pasión que siento por la música será, al final de mis días, la única que no me dejará solo. En este mundo cada vez más despersonalizado, en el que de un momento a otro las personas que más quieres pueden sorprenderte con sus decisiones, o las que la vida toma por ellas, sentarse a rumiar pensamientos y concatenar recuerdos en torno a una (o varias) melodías, es un verdadero bálsamo de paz y alegría.
Caminar pensando en alguna canción puede llegar a distraerme tanto que podría asegurar que los problemas desaparecen de un momento a otro, y a pesar de tener la certeza de que eso no es posible, considero que es una suerte el poder refugiarse en las notas que fueran arpegiadas con maestría desde alguna insomne barraca de soldados cubanos revolucionarios o en los dúos afiatados y grabados meticulosamente en aquellos idealistas y turbulentos años 60s, en medio de las siempre convulsionadas y entonces artísticamente efervescentes, calles de New York.
De vez en cuando la vida nos gasta algunas bromas pero mientras haya buenas melodías que escuchar, siempre habrá puentes que nos ayuden a cruzar las aguas turbulentas, siempre se abrirán las puertas y saldrás de las sombras... hasta la próxima...