sábado, 21 de diciembre de 2024

FRANK ZAPPA HABRÍA CUMPLIDO HOY 84


Hoy, sábado 21 de diciembre, Frank Vincent Zappa habría cumplido 84 años. La misma edad que hoy tiene Ringo Starr, el Beatle a quien convocó para que actuara en su caleidoscópica película 200 Motels, de 1971. O la edad que habría cumplido John Lennon, el otro Beatle, con quien hizo una histórica jam session en el Fillmore East de New York, ese mismo 1971 -contaminada por los insufribles alaridos de Yoko-, que acabó en un lamentable robo de derechos de autor por parte del compositor de Imagine, quien lo publicó cambiándole de nombre a las canciones, suprimiendo de la mezcla final los coros de sus vocalistas e incluyéndolas en un disco suyo -el doble Sometime in New York City, del año siguiente- sin mencionarlo en los créditos (ver historia completa aquí).

Aquí mi homenaje a la obra musical de un músico que, además, sabía cómo decir verdades en la cara de los cínicos y corruptos de toda la vida, de una manera que se extraña mucho en estos tiempos de desamparo en que la inteligencia se echa muchísimo de menos, en especial entre las estrellas del pop-rock. 

ZAPPA Y LA TECNOLOGÍA

En una ocasión, hace algunos años, le preguntaron a Dweezil Zappa sobre qué pensaría su padre de los artistas de moda actuales y de las tecnologías que hoy dominan a la industria musical, en términos de grabación, producción, comercialización y difusión, si estuviera vivo en el siglo 21. 

Y “The Dweez”, como solía presentarlo Ike Willis en sus primeras apariciones como guitarrista invitado, allá por 1984, en los conciertos de Frank, algunas de las cuales están en uno de los volúmenes de la colección de seis LPs dobles en vivo You can’t do that on stage anymore, respondió que seguramente las habría abrazado con entusiasmo, pues siempre tuvo la mente abierta a la innovación y el progreso.

La respuesta me aturdió un poco pues, después de saber el tipo de música que compuso y grabó FZ entre 1966 y 1993, y haber escuchado/leído sus ácidas diatribas hacia la subcultura de la música popular de su tiempo, en los extremos más efectistas y comerciales, sin importar género o estilo, nivel de fama o época, me esperaba una reflexión un poco menos complaciente con lo políticamente correcto. 

Lo que quiero decir es que, si bien es cierto que, desde 1982, Frank Zappa fue uno de los pioneros en el uso del teclado y procesador de sonidos conocido como Synclavier, usándolo para lanzar sonidos almacenados en una base de datos computarizada, los cuales manipulaba y alteraba a su gusto -escuchar el álbum de 1986, Jazz from hell, que recibiera incluso un Grammy a mejor música instrumental, o los álbumes en vivo que lanzó entre 1988 y 1991, como este, titulado Broadway the hard way (1988), son básicos para entender de qué iba lo del Synclavier y su lógica de utilizarlo “para conseguir aquello que los músicos reales no pueden hacer por sus limitaciones físicas” y que ya a fines de los sesenta se le conoció por su vocación experimental para el uso de las cintas de carrete y luego la xenocronía (*), todo lo cual convierte a Zappa en una especie de geek tecnológico musical. Pero de allí a pensar que estaría feliz con los “artistas” de TikTok, la internet y la Inteligencia Artificial, creo que hay mucho tramo por recorrer. En sentido contrario.

(*) Se conoce como “xenocronía” a la técnica de unir, en un solo tema, líneas de instrumentos grabadas por separado para diferentes canciones y, a veces en diferentes contextos, mezclando una pista en estudio con otra en vivo, para generar una composición nueva, sin que sea fácil detectar la mezcla. 

¿DE QUÉ HABLARÍA FZ ACTUALMENTE?

Lejos de querer atribuirme el hecho, absolutamente imposible, de conocer a FZ más que su propio hijo quien, dicho sea de paso, viene realizando desde el año 2006 un notable trabajo para mantener vigente y difundir la música de su (hoy no tan) famoso papá entre las generaciones nuevas, armando grupos de excelentes instrumentistas, capaces de replicar nota por nota las complejas creaciones de Frank, me parece que lo que motivó aquella respuesta de Dweezil es una estrategia para no indisponer a priori a aquellos jóvenes que, sin haberlo escuchado nunca, podrían ponerle la cruz si se enteran de que el compositor de canciones tan diversas como Stink foot (LP Apostrophe, 1974), Black napkins (LP Zoot allures, 1977) o Dancin’ fool (LP Sheik Yerbouti, 1979) habría destruido, con su retórica implacable, mirando a la cámara y hablando con una seriedad apabullante, al reggaetón, al K-Pop, a Taylor Swift y todos sus afines.

¿Qué estaría diciendo Frank Zappa actualmente de temas como el dúo oligofrénico Donald Trump/Elon Musk? ¿Qué sobre la masacre en Gaza? ¿Qué habría opinado sobre la Primavera Árabe, sobre el lunático de Milei o sobre el vendido de Zelensky, el hombre que apoyó al dramaturgo Václav Havel en Checoslovaquia, cuando nadie daba un medio por él? ¿Qué habría dicho sobre la policía norteamericana que pisoteó hasta la muerte a George Floyd, el músico que en 1966 publicó una canción con una línea que decía “I’m not black but but there's a whole lots a times I wish I could say I'm not white” (Trouble every day, LP Freak out!)? ¿Cómo analizaría las maratones de Netflix, las versiones inclusivas de los clásicos de Disney en que el hada madrina es un homosexual o la princesa del cuento europeo es una niña afrodescendiente? 

Frank Zappa murió prematuramente, a los 53 años, de cáncer de próstata. Tenía todavía mucha música que hacer y, sobre todo, muchas cosas qué decir. En sus últimos conciertos de 1988 por los Estados Unidos, multitudinarios a pesar de no haber tenido nunca la más mínima difusión en radios ni en la naciente MTV, instalaba mesas para que los asistentes se registren para votar y decía en una de las adaptaciones que hizo de su composición de 1974, Dickie’s such an asshole -dedicada originalmente al presidente Richard Nixon, el mismo año de su renuncia al cargo tras el escándalo de Watergate- que Ronald Reagan era un tremendo imbécil –“sincerely Ron, we mean it! como se escucha en la grabación de su último concierto oficial en los Estados Unidos, en el auditorio Nassau de Unionsdale, New York”- y que los fanáticos religiosos y tele-evangelistas que dominaban antes como hoy la política gringa ganaban plata haciéndole creer a los ciudadanos que eran todos unos tarados (Jesus think you’re a jerk).

UN ARTISTA CANCELADO POR LA OFICIALIDAD

A pesar de su prolífico trabajo discográfico, presencia constante en medios especializados del rock, el jazz y la contracultura, además de tener una protagónica participación, junto a la estrella del country John Denver y el vocalista de los Twisted Sister, Dee Snider, en la polémica desatada en 1985 por las quejas de una asociación de esposas de congresistas, la PMRC (Parents Music Resource Center), liderada por la esposa del entonces senador y futuro vicepresidente Al Gore, Tipper, que terminaron con la imposición de stickers que prevengan del “contenido explícito” en los LPs y CDs de varios artistas pop y rock -una práctica que se mantiene al día de hoy- y que escaló a encendidos debates en el mismísimo Parlamento norteamericano y en sintonizados programas de televisión (como este episodio de Crossfire en CNN, de 1986), el legado ideológico y político de Frank Zappa se apagó con su muerte, al punto de que su nombre fue totalmente desaparecido de cualquier retrospectiva que se haya hecho acerca de las mentes más influyentes del país del Tío Sam. 

Si Zappa no hubiera sucumbido al cáncer -quiero decir, si nunca lo hubiera padecido- estaría actualmente al nivel de Noam Chomsky o de Bernie Sanders, pero desde el lado de la música, sin los contaminantes sesgos anti-izquierda que se usan normalmente para desautorizar a toda voz disidente. De hecho, para la campaña presidencial de 1992-1993, en la que resultó ganador Bill Clinton, se deslizó la posibilidad de que el músico, en trance de retiro por la enfermedad que comenzaba a aquejarlo, se presentara como una tercera vía, ni demócrata ni republicana. Sus conceptos arrebatadamente claros respecto de los verdaderos intereses de la política educativa, internacional, de control de drogas y manipulación de la información, entre otras cosas, sacaban más de una roncha a autoridades y personalidades del gobierno, el arte y la cultura norteamericanas.

ZAPPA: UNO DE MIS ARTISTAS FAVORITOS

En mi vida de melómano he desarrollado fanatismos múltiples y diversos. Quienes me conocen desde mi más temprana e íntima infancia -mis hermanos y mis padres- saben perfectamente que, desde la cuna, me agitaba con las canciones de los Bee Gees y recitaba, entre mis primeras palabras, los nombres de los hermanos Gibb. En paralelo, me enganché con las guitarras acústicas de los boleros y los valses de la Guardia Vieja que escuchaba mi papá; y con las baladas, salsas y cumbias que emocionaban a mi mamá, cada vez que se encendía la única radio de la casa. 

Después llegó el rock y sus derivados infinitos, desde los Beatles en dibujos animados de Canal 5 hasta el progresivo, el punk y el heavy metal, géneros en los que sumergí hasta lo más hondo, escarbando los tugurios del Centro de Lima y revisando una por una las portadas de los LP que vendían en la Colmena o en Phantom de la Av. Diagonal, en Miraflores. En paralelo, llegaron Les Luthiers, Silvio Rodríguez y Joan Manuel Serrat, que se unieron a las lecturas y al cine en mi formación académica universitaria. 

En el camino, me hice admirador acérrimo de Queen, su voluptuosidad y diversidad sonora -la guitarra de Brian May, el vozarrón de Freddie- y de todos los bajistas extraordinarios, desde John Paul Jones (Led Zeppelin) hasta Steve Harris (Iron Maiden) me erizaban la piel y hacían volar mi imaginación, lo mismo que me pasaba cuando sentía las orquestas del Álbum Musical del Mundo (el microprograma de la NHK japonesa que pasaba Canal 7) con sus melodías de Mozart, Vivaldi, Bach o Beethoven, o cuando veía a Luciano Pavarotti entonando canciones napolitanas con James Levine al piano, en una época en que nadie sospechaba que el famoso director de orquesta era un abusador sexual. La música me abrazaba y me envolvía para llenar mi cerebro de información sonora valiosa, conectando todo lo demás en un solo torrente de aprendizajes múltiples.

¿CÓMO APARECIÓ FRANK ZAPPA EN EL CUADRO? 

A través de un error de mi dealer de cassettes piratas de las Galerías Brasil. Ya sabía de su existencia, pero nunca lo había logrado escuchar. Eran tiempos sin internet ni YouTube. En los anaqueles de Colmena y la tienda Phantom de los Pfeffer había visto varios de sus vinilos -recuerdo especialmente las carátulas de We’re only in it for the money (1968), Apostrophe (1974) y Sheik Yerbouti (1979), algunos de los que más circulaban en esos circuitos de compraventa de Long Plays, a finales de los ochenta, al margen de las programaciones de las radios pop-rock de entonces (Panamericana, Studio 92, etc.). 

Pero jamás me atreví a pedir que me probaran alguno para saber de qué se trataba. Y, aunque en ese momento no lo sabía, escuchando el American Top 40 de Casey Kasem o la engolada voz de Speedy Gonzáles en Telestereo 88 FM (“una gran canción después de otra, otra, otra…”) jamás iba a tener oportunidad de chocarme con títulos como Dinah-Moe Humm, I’m the slime o Hungry freaks, daddy.   

Sería 1990 o 1991, durante mi primer año en la Facultad de Ciencias de la Comunicación de la San Martín. Había encontrado el lugar perfecto a pocas cuadras del local universitario, en el segundo piso de la cuadra 12 de la Av. Brasil, donde grababan, por unos cuantos soles, vinilos completos en cassettes, una de las primeras formas de piratería fonográfica con las que tuve contacto. Uno tenía la opción de llevar su propio cassette en blanco -los clásicos Sony o Maxell, de 60, 90 o 120 minutos, normal, de cromo o de metal, si querías mayor limpieza en el sonido- o, si no, el que grababa te ponía también el soporte de plástico. 

Había mandado a grabar un LP de Genesis de la era Peter Gabriel, una recopilación titulada Rock Theater, de edición francesa, que contenía en el Lado A cinco canciones -I know what I like (In your wardrobe), Harlequin, Harold the Barrel, Watcher of the skies (editada) y The fountain of Salmacis- y en el Lado B, toda la suite Supper’s ready. Como en esa oportunidad no tenía cassette en blanco disponible, encargué al local que me hiciera el servicio con cassette y todo. 

Cuando llegué a mi casa para escuchar lo grabado, después del épico final del cuento musicalizado por Gabriel, Collins, Hackett, Banks y Rutherford, unos segundos después, escuché unos cuarenta o cincuenta segundos de un esquizofrénico intermedio instrumental que concluía con una fanfarria en lo que, en su momento, creí era un órgano de tubos de influencia medio sinfónica y luego el inicio de un tema más pausado, con un saxo alto que, con las mismas, se cortó. Obviamente, mi dealer pirata de la Av. Brasil me había dado una cinta usada y se había olvidado de borrar completamente lo que estaba antes de mi LP de Genesis.

HOT RATS: EL INICIO DE UNA OBSESIÓN

“¿Qué era eso?”, me quedé pensando y, a mi siguiente visita, llevé el cassette, pero no para reclamar que no me hubiesen vendido uno reusado, sino para que el pata del local me ayudara a identificar quién diablos tocaba ese enloquecido final para después pasar tonalidades más pausadas, más jazzeras. No era King Crimson, aunque parecía. Y mis conocimientos en esa época, aunque ya eran amplios, no daban para hacer mayores conjeturas al respecto. 

Después de escuchar aquel fragmento que se le había quedado en la cinta antes de grabar mi LP de Genesis -o sea, lo que tuvo que “chancar”, usando terminología moderna de archivos digitales cuando grabas uno sobre otro-, el dealer pirata salió disparado a rebuscar entre su caja de vinilos y sacó uno de carátula rosada, en que una persona está saliendo de lo que parece ser una piscina vacía, con las dos manos sobre el muro y a la que solo se le ven los ojos y una alborotada melena. Arriba en letras grandes, el nombre del artista y abajo, con la misma tipografía, el del álbum. 

Se trataba, por supuesto, de Hot Rats, disco que Frank Zappa lanzó en 1969 y lo que había escuchado por accidente era el final de Son of Mr. Green Genes, seguida de la pieza Little umbrellas. De inmediato, encargué que me grabaran ese Hot Rats. El amigo de la tienda, de quien ya era cliente fijo todas las semanas, me dijo, palabras más palabras menos: “tráeme un cassette en blanco de 90 y te grabo dos discos de Zappa”, en compensación por haber usado uno viejo para lo de Genesis. Por supuesto, acepté. Al día siguiente ya tenía el Maxell “normal” preparado -el de la clásica envoltura transparente y verde- y, después del fin de semana, tenía ya entre mis manos esa preciada música nueva en casa.

A partir de allí comenzó mi nuevo fanatismo. A Silvio Rodríguez, Slayer, Rubén Blades, Les Luthiers, King Crimson, The Cure, Soda Stereo, Depeche Mode, The Clash, Toto, Yes, Rush y Queen se unió este extraño personaje de quien no era tan fácil conseguir información. Por ahí, en el Centro de Lima, algún número perdido de la revista argentina Pelo o de la americana Rolling Stone con entrevistas. Pero de su discografía, muy poco. Hasta para los piratas era difícil de conseguir. En el cassette que me grabaron en las Galerías Brasil, en el Lado A estaba el Hot Rats completo que tiene, además de las dos canciones mencionadas, otras cuatro, entre ellas la bluesera Willie the pimp, cantada por Captain Beefheart y Peaches en regalia, quizás la más “conocida” de Frank Zappa para los adictos al rock clásico, un instrumental que hasta ahora me resulta difícil de catalogar -¿es jazz, es rock progresivo, es música clásica tocada con instrumentos eléctricos?

Y, en el Lado B, un disco que sonaba absolutamente distinto, cargado de efectos, voces entrecortadas y canciones breves pero sustanciosas en cambios y mensajes, algunos explícitos y otros cifrados. Me refiero al tercer álbum de su discografía oficial, el portentoso y ácido We’re only in it for the money, de 1968, una de sus primeras obras maestras. Estaba lejos de ser un conocedor de la música de Frank Zappa. Pero no dejaba de escuchar ese cassette una y otra vez hasta aprender de memoria la secuencia de las canciones, hasta descifrar las letras, hasta entender los mensajes, los arreglos, los subtextos.

ZAPPA: UNA ATÍPICA ESTRELLA DE ROCK

Mi nuevo fanatismo era difícil de alimentar en los años noventa, solo logré escuchar algunas cosas más hasta que, en diciembre de 1993, en la sección C de El Comercio, apareció una nota muy breve comentando sobre su fallecimiento, en la que describían más o menos quién había sido. Recorté la nota y la guardé entre los miles de notas que coleccionaba, tratando de escuchar a través de las descripciones impresas en esos periódicos de antaño.

No fue sino hasta la era de internet y la piratería de discos compactos que logré conocer más acerca de cómo sonaba Frank Zappa y sus diversas dimensiones como músico, comentarista político, agudo crítico de la sociedad norteamericana y personaje contracultural que sobrevivió a la decadencia del hippismo, las hordas del punk y la diversificación de los gustos musicales de las masas, apoyado en su comunidad de seguidores en Europa y Estados Unidos -en ese orden- y su particular creatividad, sin mencionar su obsesión por los detalles en términos de grabación -registraba sesiones y giras completas para luego producir discos a partir de esos registros-, su estatus como “dios de la guitarra” -al nivel de Jimi Hendrix, Eric Clapton o Allan Holdsworth- y su genuina extravagancia. 

Zappa era una atípica estrella del rock. No se drogaba ni tomaba alcohol, su alimentación básica consistía en café y cigarrillos. Cuando no estaba de gira, dormía todo el día y grababa/editaba de noche, escribiendo y dirigiendo hasta el último detalle. En los estudios de grabación, escribía nota por nota cada línea de los instrumentos en sus canciones y escogía a los mejores músicos para que las ejecuten, sin tolerar errores ni improvisaciones. En los conciertos, jamás repetía un setlist ni los solos que tocaba, en shows que pasaban las dos horas y media y haciendo, a veces, hasta tres presentaciones por ciudad. 

En las entrevistas que daba -con David Letterman, con Joan Rivers, en Saturday Night Live o en programas europeos- despotricaba contra las canciones de amor y decía pestes de los políticos y los tele-evangelistas. En sus canciones se burlaba de todos, desde los Beatles hasta Peter Frampton, desde Culture Club hasta Santa Claus, desde Richard Nixon hasta Jimmy Swaggart. Les ponía nombres extraños a sus hijos -Moon Unit, Dweezil, Ahmet, Diva- y las letras de sus canciones eran, en muchos casos, alocadas, repletas de aparentes sinsentidos y hasta procaces, pero nunca aburridas ni mal escritas, y siempre capaces de generar asociaciones de ideas con temas más serios como las inquietudes de los jóvenes en un mundo violento, la represión sexual, el consumismo, los hábitos absurdos de las élites como, por ejemplo, recortarles el pelo a los perros como si fueran seres humanos, la corrupción política de los Estados Unidos y el engaño de la religión institucionalizada.

Su discografía es amplísima -más de 60 lanzamientos oficiales en vida y una cantidad similar de lanzamientos póstumos, desde el año siguiente a su muerte hasta el más reciente, de septiembre de este año, consistente en las sesiones completas del álbum Apostrophe- y tiene de todo: jazz-rock, pop, country, soul, música concreta, pop-rock, progresivo, proto heavy metal, música sinfónica, vaudeville, doo-wop y muchas otras variaciones de estilos, desde la parodia en clave de comedia hasta alucinados covers de un enorme rango de fuentes, desde el Hava Nagila judío hasta la banda sonora de Star Wars, desde fragmentos de composiciones clásicas de Igor Stravinsky, Béla Bartók hasta versiones propias de clásicos de Johnny Cash, Led Zeppelin y los Beatles.

UN ARTISTA MULTIDIMENSIONAL

Otra de las dimensiones por las que Frank Zappa es fundamental en la historia de la música norteamericana contemporánea es su papel como promotor de talentos nuevos. Literalmente, Frank descubrió a músicos que, posteriormente, construyeron su propio prestigio e influencia en sus respectivos instrumentos. 

Entre esas superestrellas que debutaron en la banda de Frank podemos mencionar a los guitarristas Steve Vai, uno de los mejores de todos los tiempos; Adrian Belew, quien fuera, entre otras cosas, parte del renacimiento de King Crimson desde 1981 y que ha trabajado, entre otros, con David Bowie y Talking Heads; Warren Cuccurullo, fundador de los ochenteros Missing Persons y luego miembro de otros legendarios de esa década, Duran Duran; los bateristas Chester Thompson, famoso mundialmente como acompañante de Genesis y Phil Collins; Vinnie Colaiuta, uno de los más grandes del jazz moderno; Terry Bozzio, otro monstruo de las baquetas, también de Missing Persons e integrante de cientos de proyectos y sesiones de grabación de rock, jazz y heavy metal. 

Asimismo, los primeros trabajos importantes de íconos del jazz-rock como George Duke (teclados), el francés Jean-Luc Ponty y el indio L. Shankar (violín eléctrico, ambos) fueron con Frank. Y, desde luego, toda una galería de excelentes músicos que trabajaron con él en sus diversos periodos y que se identifican al 100% con la música que Zappa escribió en casi treinta años de trayectoria: Don Preston (teclados), Ian Underwood (teclados, saxos), Ruth Underwood (vibráfono), Napoleon Murphy Brock (saxo, voz), Ike Willis (voz, guitarra), los hermanos Tom y Bruce Fowler (bajo y trombón), Ed Mann (vibráfono), Tommy Mars (teclados), Chad Wackerman (batería), Ray White (voz, guitarra), Robert Martin (voz, teclados, saxos), Mike Keneally (guitarra, teclados) y Scott Thunes (bajo), son solo algunos de los tantos nombres que forman parte del universo zappesco y que son, todos, altamente respetados como músicos de sesión en la industria del pop-rock, el jazz y la música para películas.

1966-2024: UNA DISCOGRAFÍA AMPLIA Y COMPLEJA

La carrera musical de Frank Zappa se puede dividir en los siguientes periodos: 

1966-1970: con The Mothers Of Invention, una banda que fue una piedra en el zapato para la subcultura hippie y el pop-rock oficial, con sus espectáculos irreverentes y su aspecto grotesco (LP básico: We’re only in it for the money, 1968).

1970-1972: la breve pero sustanciosa etapa de vaudeville, con los vocalistas de The Turtles -Flo & Eddie- en los micrófonos y una banda que incluyó al célebre baterista inglés Aynsley Dunbar. Este periodo concluyó con dos hechos icónicos en la trayectoria del artista, el incendio en Montreaux que dio origen al clásico Smoke on the water de Deep Purple y un atentado en el que casi muere, al ser empujado por un fan enloquecido al foso de la orquesta al final de un concierto en Londres. En este tiempo también fue el impasse con Lennon y Yoko (LP básico: The Mothers at Fillmore East, 1971).

1972-1976: el mejor de todos, en lo que a mí respecta. Jazz-rock puro y duro, con algunos de los mejores discos de su catálogo, combinando la vocación por el rock-comedia, la sátira política y la complejidad instrumental que va desde una big band hasta un grupo tremendamente virtuoso capaz de proezas musicales impresionantes (LP básico: Roxy and elsewhere, 1974).

1977-1980: una etapa de transición que se concentró mayormente en lanzamientos en vivo como Zappa in New York, Baby snakes (la película) o el doble Sheik Yerbouti, mitad en vivo y mitad en estudio. En este periodo tuvo además un enorme lío legal con la Warner Brothers (LP básico: Sheik Yerbouti, 1979).

1981-1993: un periodo variopinto de intensa actividad en los estudios de grabación -un disco por año de 1981 a 1986- y, en paralelo, varios lanzamientos en vivo, algunos dobles y otros en colecciones, como la mencionada You can’t do that on stage anymore, en que reúne conciertos de todas sus épocas, más las giras mundiales de 1980, 1982, 1984 y 1988, la final, con un ensamble de doce músicos (LP básico: Joe’s garage, 1980 o Broadway the hard way, 1988).

1994-2024: en estos treinta años transcurridos después de su muerte, han aparecido casi setenta discos -simples, dobles y box sets- con materiales inéditos, sesiones completas de grabación de discos emblemáticos como Fillmore East (1971), Roxy and elsewhere (1974) o Zappa in New York (1976), conciertos de diversos periodos y mucho más. Además, se han estrenado dos documentales muy detallados sobre su figura artística y política: Eat That Question: Frank Zappa in His Own Words (Thorsten Schütte, 2016) y Zappa (Alex Winter, 2020), resaltando todo lo que el establishment pretende ocultar. Afortunadamente, siempre hay público, por minoritario que sea, dispuesto a introducirse en este universo creativo y de reflexiones capaces de destruir las mentiras de antes. Y también las de ahora.

Paralelamente, este artista multidimensional produjo varias películas, lanzó sellos discográficos y dio empuje a las carreras de artistas como Alice Cooper, Lowell George (que después fundó Little Feat), Captain Beefheart (su amigo de la infancia en Baltimore), Missing Persons. 

Asimismo, manejó con mano de hierro todo lo relacionado a su producción discográfica, protegiendo por todos los medios posibles su libertad creativa para hacer, decir y grabar lo que quisiera, en aquel laboratorio ubicado en Laurel Canyon, California, llamado UMRK (Utility Muffin Research Kitchen) que construyó en 1979 y que su centro de operaciones hasta el año de su muerte, 1993 y que en el 2016 fue comprado por Lady Gaga. 

Tras esa operación comercial, la fundación que manejan sus hijos Diva y Ahmet trasladó todo el material de lo que se conoció como “los sótanos” a un lugar no identificado. Desde ahí, el equipo liderado por el baterista Joe Travers sigue descubriendo joyas musicales que, cada año, ponen en alerta a la gran comunidad de seguidores que tiene Frank Zappa a nivel mundial. 

Son tantas cosas que se han quedado en el tintero, como su relación con los músicos clásicos Edgar Varese ("el compositor moderno se rehusa a morir" fue una de las frases que más repetía), su inspiración, y el francés Pierre Boulez, con quien trabajó en 1984; su rescate de tres miembros de la banda sesentera The Turtles; el apoyo que le dio a una leyenda del blues, Johnny ”Guitar” Watson, a mitad de los setenta; la adoración que por él han manifestado personajes como el actor Billy Bob Thornton o Matt Groening, creador de los Simpsons. 

En su última entrevista televisada, ante la pregunta “cómo quisieras ser recordado” él, ya visiblemente desmejorado, contestó. “No me interesa ser recordado, en absoluto”. Sus seguidores no le hacemos caso, por supuesto.