Pero de un tiempo a esta parte, han surgido un par de eufemismos que gracias a algunos hechos aislados, el oportunismo calculado con mínimas o casi nulas consideraciones éticas y la complicidad de empresas grandes dirigidas por ejecutivos lo suficientemente perezosos o ignorantes como para delegar esa clase de funciones a otras personas que no sean ellos, se han convertido en sinónimo de efectividad, confianza y sobre todo, omnipresencia en prácticamente cualquier actividad laboral, comercial o política.
Estamos hablando de los “consultores” y los “asesores”. ¿Qué es un “consultor/asesor”? Supuestamente, una persona que da consejos, desde una óptica diferente, a altos dirigentes, gerentes y actualmente, hasta a candidatos a los más importantes cargos públicos. Estrictamente hablando, un “consultor” es alguien “que da su parecer, es consultado sobre un asunto. Persona experta en una materia sobre la que asesora profesionalmente” (Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española).
Los consejeros, consultores y asesores existen desde hace muchos años (como la figura del "Gran Visir" en Medio Oriente que era una especie de hechicero o los famosos "consiglieri" de las mafias sicilianas), pero lo que llama la atención es la preeminencia que han alcanzado en la actualidad, hasta el punto que la actividad resultante de dar consejos (es decir, la famosa “consultoría”) se ha convertido en un negocio muy rentable, y los consultores casi en estrellas del jet set, con trabajos excelentemente remunerados, que trascienden las fronteras de sus propios países y son considerados en la escala social como “gurús” en sus áreas de estudio o trabajo.
Hoy por hoy, un consultor puede llegar a ubicarse al lado del gerente general de cualquier organigrama por la importancia capital que tienen sus recomendaciones en el desarrollo de la empresa, partido político o gobierno. Como nota al pie, me permito un recuerdo personal: la idea de una persona que puede moverse por todos los niveles de una organización dando consejos, recomendaciones, etc., con absoluta libertad y recibiendo enormes pagas por ello, la escuché por primera vez de mi profesor de Relaciones Públicas, un destacado organizador de eventos que soñaba con que esto se hiciera realidad algún día.
Pero – y esto creo que no estaba en los planes de mi recordado profesor de universidad – lo que se esconde tras estas consultorías/asesorías es una estafa de dimensiones pantagruélicas: ¿desde cuándo estos señores, por lo general jóvenes profesionales con discurso plagados de tecnicismos extraídos del marketing, tienen la solución para cualquier caso desde su óptica que contiene elementos de modernidad, psicología barata y altas dosis de carencia de escrúpulos al momento de acomodar situaciones, manipular conceptos y reducirlo todo a superficiales fórmulas teledirigidas a objetivos específicos y carentes de aplicación real?
Definitivamente hay áreas del conocimiento que, cuando llegan a ser dominadas en sus más profundos recovecos, pueden ser fuente de trabajo para los expertos en tales materias. Pero ahora hay consultores para todo aquello que antes podía resolverse a mitad de camino entre un problema y otro. ¿No son las consultorías a grandes empresas las que le aseguran los mejores ingresos del mes? ¿y a qué se dedican en esas consultorías?: a exponer cientos de lugares comunes respaldados por llamativas presentaciones en power point, casuísticas rebuscadas y toneladas de actitud positiva, sonrisitas para la cámara de fotos y frases grandilocuentes. Quizás no todos sean malintencionados o estafadores pero una cosa es verdad: hoy hay tantas “empresas de consultoría” como cabinas públicas de Internet. Y eso da que pensar.
Pero en el terreno en que los famosos consultores han encontrado un verdadero paraíso para hacerse ricos sin hacer nada es la política. Umberto Eco dice en uno de esos ensayos lúcidos y determinantes que suelen difundirse por el ciberespacio (cito de memoria): “el político moderno está más preocupado por lo que dice cada cinco minutos que por lo que va a hacer en los próximos cinco años”.
Y para eso siempre tiene a un “experto” consultor al lado. O detrás. Para eso y para otras cosas menos santas. Sino ahí tenemos a la quintaesencia de la consultoría/asesoría política en nuestro país, Vladimiro Montesinos Torres, quien debe ser reverenciado por ese otro consultor/asesor que hoy es portada en todos los periódicos: J. J. Rendón, flamante contratación de Luis Castañeda Lossio para que sea su asesor/consultor/director de campaña, aparentemente con miras a demoler a sus rivales electorales (Alejandro Toledo y Keiko Fujimori) dadas sus publicitados antecedentes como experto en guerra sucia, marketing político, imagen y demás hierbas.
Pero lo más curioso no son todos esos cuestionamientos que la prensa nacional está levantando con relación a J. J. Rendón, sino la profunda expresión oligofrénica de su rostro (ver, por favor, la foto que ilustra este post). Vestido con saquito de diseñador, este venezolano cachetón y de verbo aparentemente florido, repleto de medianías y lugares comunes, se va a llevar una inmensa cantidad de dinero peruano dando consejos sobre cómo demoler a otros peruanos. Me imagino que personas como Gustavo Rodríguez o Sandro Ventura lo considerarán un representante respetable de un tipo de consultoría que, desde luego, ellos seguramente no practican pero reconocen como válida dentro de esa dudosa actividad intelectual llamada marketing político.
¿Qué clase de políticos tenemos que son capaces de contratar a un tipo con esa cara y para recibir sus consejos? ¿por qué no tienen un eficiente equipo de prensa e imagen conformado por profesionales peruanos? Dicen por ahí que Rendón (qué lástima que comparta apellido conmigo) fue el artífice de la victoria de Juan Manuel Santos sobre Antanas Mockus en la recta final de las últimas elecciones en Colombia. Poco halagüeño para Santos haber ganado tan importante elección gracias a un tipo experto en armar psicosociales, reflejo inequívoco de lo poco que importan los planteamientos políticos cuando de ganar comicios se trata.