Cuando era niño, mi familia paterna solía reunirse en la casa de la abuela todos los domingos para almorzar... esos almuerzos terminaban siempre en intensos simulacros de jarana que trataban de mantener vivo el espíritu de lo que, según contaban los mayores, eran las verdaderas jaranas de rompe y raja que se realizaban en los barrios populares de "aquella Lima que nunca existió", eufemismo que he visto ya hasta tres veces en las crónicas que la prensa local le viene dedicando al Día de la Canción Criolla, en su afán por relanzarlo como marca nacional y hacer que supere su nivel de atractivo comercial y desplace por fin, al extranjerísimo Halloween.
Y los domingos de octubre eran particulares, especiales. Hoy que somos pocos los que podemos "presumir" de ascendencia netamente limeña y que nuestra generación es un collage racial mucho más marcado, producto de la inmigración y del sinceramiento histórico de la diversidad étnica de nuestro país - aunque no haya venido acompañado necesariamente del derrumbe del racismo y la discriminación - vale la pena rescatar esos recuerdos de infancia, porque me da la impresión que para la mayoría de gente que frisa los 30s, el Día de la Canción Criolla es algo así como una novedad. Y naturalmente, no lo es.
Aquellos domingos de octubre, en aquella quinta de La Victoria, escuché por primera vez frases como "ese valse es de la guardia vieja", "guitarra llama a cajón", "no hay primera sin segunda", "carretas aquí es el tono" y muchísimas más que sería largo enumerar aquí, además de esas otras que deben estar alojadas en una de las unidades de mi disco duro y que por más que lo intento, no logro hacer salir. El mes de octubre era especial porque era el mes de la Procesión del Señor de los Milagros y mis tíos se convertían en jedis vestidos de morado con inmensos escapularios y detentes y partían presurosos a cargar y/o acompañar al "Señor Cristo Moreno, Señor de los Milagros y Patrón de la Ciudad" y el último domingo, cayera o no 31, se celebraba el día de la canción criolla, así en minúsculas, de la mejor forma en que se puede celebrar: cantando música criolla.
Cuando pensé en hacer este post lo primero que se me ocurrió fue hacer una breve historia de nuestra música y por ahí, con el habitual tono crítico, esbozar alguna teoría indignada del porqué las juventudes creen que porque cantan Mal paso o se emborrachan en una peña de moda o gritan salud mientras aplauden desde las zonas VIP's a los artistas que aun cultivan la música criolla, una música que no terminan de internalizar como propia, ya sienten pagada su deuda con la peruanidad que suelen rechazar. O peor aun, cuando se acuerdan de los músicos criollos solo cuando uno de ellos fallece y llenan bares y fondas con homenajes, la mayoría de ellos despersonalizados y desfondados.
Pero me pareció innecesario ahondar mucho en esa realidad dolorosa para quienes sentimos la música criolla como una verdadera parte de nuestras vidas. No necesito escuchar música criolla a diario ni tampoco ir a un concierto de Oscar Avilés ahora que se ha puesto de moda ser "criollazo". Porque la he escuchado desde que tengo uso de razón y me encanta. Y porque lamento que la verdadera música criolla se haya convertido en un circuito casi subterráneo con contadísimos intérpretes de calidad y ausencia absoluta de compositores. Uno de esos artistas que viene trabajando desde hace más de 20 años en la protección de lo que significa hacer música criolla es el guitarrista Willy Terry (ver video).
No soy de los que afirman que es necesario desterrar Halloween y dedicarse únicamente a celebrar, con más ínfulas patrioteras y demagógicas (o comerciales) que verdadera vocación de homenaje, el Día de la Canción Criolla, existente desde hace 65 años. Tampoco estoy tan de acuerdo con esa especie de sincretismo planteado desde las oficinas de marketing según el cual son capaces de ofrecerte mesas en forma de guitarra y asientos en forma de cajón, con calabazas naranjas y decoración de monstruos alrededor. En ese sentido, podrían decir de mí que soy un purista a ultranza, pues considero que cada cosa tiene su lugar y su momento.
Porque además creo que la música criolla debería ser, como lo es hoy la comida gracias al intenso trabajo de promoción real y con visión de futuro, tanto social como económica, de Gastón Acurio, una característica inherente a nuestra idiosincracia como país y no una fecha de desborde nacionalista que muchas veces (no todas) termina siendo impostada y teledirigida para alcanzar ciertas metas numéricas. Aun no hay nadie que trabaje en ese sentido. Prueba de ello son las múltiples expresiones "modernas" de música criolla que le hacen flacos favores al legado de genios artistas como Eduardo Montes y César Manrique, Felipe Pinglo, Oscar Avilés, Nicomedes Santa Cruz, Chabuca Granda, Augusto Polo Campos y tantos otros.
Como dice la Sra. Alicia Maguiña en una reciente entrevista: "Yo soy respetuosa de la belleza. Yo no creo que todos estemos en la capacidad de aportar. Eso lleva a huachaferías espantosas". Amén.