Siempre que, por algún motivo, tengo que pasar por el frontis de Frecuencia Latina, en la Av. San Felipe, me quedo mirando las colosales gigantografías en vinilo plastificado con las sonrisas congeladas de esas estúpidas y vulgares estrellas de la televisión (Huarcayo, Schwarz, Galdós, Peluchín, Medina) o los rostros fingidamente serios y culifruncidos de los periodistas líderes de opinion (Lúcar, Mariátegui, Delta, Ortiz) y me imagino, como en esas series de dibujos animados, bajando desde arriba y rasgándolas con una supergillette ardiendo en fuego, ante la mirada absorta de los transeúntes. Otras veces alucino que les prendo fuego, pero desde abajo, y esas gigantescas impresiones colapsan haciéndose cenizas. Algunos me aplauden y vitorean mi nombre. Otros me insultan, pero son los menos. Luego, el claxon de buque de alguna combi que quiere pasarse la luz roja en Salaverry me devuelve a la realidad y pienso, por enésima vez, que soñar no cuesta nada.
Pero anoche, parte de ese sueño recurrente se hizo realidad palpable, se convirtió en fotografía y vídeo que habrán de circular, todo este fin de semana, por las redes sociales que apoyaron esta histórica marcha contra la telebasura, aun cuando los medios convencionales, de forma unánime, ya están descalificándola por "los actos de vandalismo que la empañaron" y lamentan los atentados contra la propiedad privada, muestran las fotos que más convienen a sus propósitos informativos, inevitablemente sesgados por el obvio interés que tienen las áreas de prensa de estos canales para que las cosas se mantengan como están y que sigan empeorando, en beneficio de sus sueldos corporativos, y se ponen de lado (y de costado, para que no sea tan evidente) de los que nos agreden a diario, no con indignadas marchas, insultos o consignas, pero sí con el estiércol en cantidades industriales que esparcen a toda hora, sin descanso, de lunes a domingo.
La marcha de anoche estuvo amparada en bases sólidas de indignación ciudadana que exige el cumplimiento de una ley que todos se saltan con garrocha, incluido el mamotreto ese de comunicado emitido por la Sociedad Nacional de Radio y Televisión-SNRTV, que asegura, respaldada por los anunciantes asociados -sí, los mismos que financian las producciones más excrementicias de las programaciones de los canales Frecuencia Latina (2), América TV (4) y ATV (9)- en el que ratifican que sus asociados la cumplen escrupulosamente y los que no (no menciona quiénes), son sancionados "pecuniariamente". Sí, claro. Y yo soy australiano y toco perfectamente el didgeridoo.
Los informes de la prensa aliada de los peluchines, las magalys, los guerreros y las combatientes hablan de "casi 2 mil manifestantes". A mí me parecieron más. Quizás 4 o 5 mil, en su enorme mayoría jóvenes, que cercaron los bunkers televisivos, con harta protección policial, por ambos lados de las avenidas en las que se ubican, cohesionados y firmes, con la irreverencia y energía propias de su edad, expresando su sentir y recibiendo apoyo desde balcones, puertas y ventanas, de padres de familia que los felicitaban y trataban de acompañar con palmas las consignas menos agresivas como "vecino, escucha y únete a la lucha", que se intercalaban con otras más viscerales, lanzadas a voz en cuello por coros de chicos y chicas que, en el camino, sonreían con la ilusión de estar dando a conocer su opinión, la misma que trata de ser ninguneada por ese esperpento de saco-y-corbata llamado Eric Jürgensen, con una frase que lo pinta de cuerpo entero: "fueron solo unos 700 que no pueden decidir lo que millones quieren ver". Ese tipejo, que se forra los bolsillos con el dinero que ingresa a las arcas del canal gracias al rating que le dan esos millones, tuvo el cinismo hace unas semanas de decir que su canal "hace television blanca". ¿Comparada con qué? ¿con la industria pornográfica norteamericana, tal vez?
En ese sentido, la marcha ha sido histórica. Porque con su éxito pone sobre el tapete, de manera altisonante, un tema que los negociantes de estercolero como Jürgensen desean que no se debata, que no se reflexione: la basura que se transmite en los canales de señal abierta no tiene aceptación general y hay una cantidad, nada despreciable, de estudiantes y profesionales que sienten y comparten el asco al verse expuestos a estos programas que nos son impuestos por el poder económico de un rating que mide cantidad, pero no calidad de público. La camaradería, el sentido de pertenencia, el verse rodeado de cientos de personas que piensan como tú, que están unidas luchando porque sus voces sean oídas, constituye una reserva moral que no escatima en esa creatividad nacida de la indignación, y que no se ahorra palabras de grueso calibre para llamar a las cosas por su nombre. Los acartonados que no dicen lisuras ante cámaras pero glosan las procacidades que hacen otros, desde sus noticieros, y hacen resúmenes y entrevistan, en sus segmentos de espectáculo farandulero, a los payasos y payasas que conforman los elencos de esos basuralicios programas de competencia, se escandalizan y señalan con el dedo. Mueven la cabeza de lado a lado, en señal de desaprobación. Y a renglón seguido, anuncian a los sentenciados del día siguiente, el regreso de Johanna San Miguel, el destape en la discoteca VIP del Callao.
Lo lamentable no fueron los "actos vandálicos" ni "los ataques personales" de los que hablan en la web de El Comercio, que se explican tanto como se puede explicar la reacción de una persona de bien cuando ve que han bloqueado la puerta de su casa con montañas de desperdicios orgánicos en avanzado estado de putrefacción. Lo lamentable fue ver, en la azotea del local infranqueable de Frecuencia Latina, a unos cuantos operarios del canal (gente que trabaja en producción, asistentes de cámaras, secretarias, segundones de todo tipo) que, desde la altura y la oscuridad, se burlaban de los miles de jóvenes que estaban abajo, bailando al ritmo de las consignas, agitando los brazos, lanzando besitos volados y saludando a la distancia, en una horrible metáfora de la dominación que se da desde estos medios de comunicación masiva, parapetada en muros de cobardía y anonimato. Lo más curioso es que esos burlones -que recibieron sus respectivos cánticos en respuesta- defienden a un sistema que ahora les paga un buen sueldo, que les alcanza para sentirse parte de la maquinaria, pero que cuando se canse de ellos, los sacará con una sonora y dolorosa patada en el trasero. Quizás ese día decidan participar de la siguiente marcha. Total, sus caras no se veían desde la pista y nadie los reconocerá en medio de las pancartas, los megáfonos y los frontales "hijos de puta" que, anoche, iban dirigidos a ellos.