"El gran tema aquí es el debate acerca de si el cuerpo de tus hijos te pertenece o no”. Con esta frase increíblemente hueca y desubicada (por no escribir un adjetivo más fuerte, solo por respeto a mi pequeña pero sustanciosa lectoría), Javier Echevarría, ese ex galán de novelas de Iguana que ahora la pega de psicólogo en uno de esos programas de conversación for dummies del Canal 6 (el mismo de Polizontes, 3G, Oh diosas, etc…), responde a la consulta que le hacen, en calidad de “especialista en el comportamiento humano”, acerca del indignante caso de una madre de 19 años que apareció, hace unos días, en un video perforándole la ceja a su pequeña hija de apenas 3 años, en un local de tatuajes de mala muerte de San Juan de Miraflores (que acaba de ser buenamente cerrado por el escándalo).
La imagen no podía ser más perturbadora: con el típico movimiento nervioso de la cámara en mano, aparece la pequeña niña en primer plano, gritando de dolor, mientras su madre azuza al inescrupuloso encargado de colocarle el piercing en la ceja izquierda para que continúe con la tortura. En el fondo, se escucha una voz de hombre que le dice a la pobrecita “ya no llores… si no duele…”. Y la tipeja que se hace llamar “madre”, da indicaciones para que suban el volumen del enervante reggaetón que sale de la radio, no sabemos si para tratar de tranquilizar a la bebé o para cubrir sus desgarradores llantos, como en esas películas de terror en las que los torturadores usan televisores o licuadoras encendidas para que nadie escuche a sus víctimas.
Lo que Echevarría considera “el gran tema” que se desprende de este comportamiento salvaje es solo un lugar común, una paparruchada que no contribuye en nada a que la gran masa pueda formarse una opinión acerca de este grave caso, en el que una sola persona resume todos los vicios y distorsiones de nuestros tiempos. El surgimiento de estos “líderes de opinión” incapaces de fijarse en el problema real y que sueltan esta clase de análisis, pobres y carentes de toda profundidad, es una de las razones por las cuales nadie toma consciencia del estado paupérrimo en el que se encuentra nuestra sociedad moderna. Ese estado paupérrimo que produce madres capaces de cometer actos como estos.
En la actitud injustificable de esta mujer, están contenidas la ignorancia de una juventud perdida entre aparatos, música sin sentido y visiones superficiales de la vida, generadas por ideas como “lo que está de moda”, “lo que hacen los demás”, es decir, todo aquello que la televisión basura muestra a diario como la máxima aspiración que todo joven debe tener para ser socialmente aceptado, por otros jóvenes tan desorientados como él, por supuesto. Por otro lado, pone sobre el tapete la nunca explorada problemática del “tener hijos”. ¿Qué hace una joven de 19 años con una hija de 3? Es decir ¿por qué demonios se embarazó a los 16 años?
A esa edad, se supone que una persona acaba de salir del colegio y está buscando qué estudiar. Si es de bajos recursos, quizás esté buscando dónde trabajar para ayudar a sus padres. Pero no, aquí ya falta poco para que se considere algo normal que una adolescente tenga hijos y que psicólogos marca Starbucks como Javier Echevarría filosofen fuera del recipiente, acerca de si esa muchacha, que con las justas sabrá cómo lavarse correctamente los dientes (solo por poner un ejemplo), debe ponerse a pensar si tiene o no tiene derechos sobre el cuerpo de su hija, una hija que nunca debió tener.
Suena duro ¿no? Por supuesto que suena duro. Pero es lo real. Que una muchacha, que no llega a los 20 años, sin oficio ni beneficio, piense que “es bonito” clavarle un piercing en la ceja a su pequeña hija, la cual tuvo probablemente sin darse cuenta y que planea todo, paga por el “servicio”, graba el deplorable acto y luego cuelga las fotos y los videos en Facebook es una estremecedora muestra del nivel subterráneo y cenagoso en el que está su raciocinio. Y una persona con esa nula capacidad para pensar no debería tener hijos, por lo menos no mientras siga comportándose como un animal con Blackberry. Es increíble ver que, en estos días, vemos caminando por las calles a personas jóvenes, de todo tipo racial y condición socio-económica, que expone claras muestras de ni siquiera estar alimentándose bien pero que cargan celulares de última generación, con pantallas táctiles, audífonos, piercings por todos lados y polos estampados con el logo de la Marca Perú.
El ex ministro Alfredo Ferrero dijo una vez en televisión que el éxito de la Marca Perú – ese monumento a lo superficial y a la malversación de fondos en viajes de lujo para todos los funcionarios de PromPerú – se reflejaba en la cantidad de personas que caminaban por la calle usando polos estampados con la cola de mono de Nazca que representa esa moderna huachafería, supuestamente globalizante e integradora. Y Javier Echevarría, el psicólogo de "la gentita", si lo entrevistara, probablemente sonreiría y asentiría con la cabeza, en clave aprobatoria, tamaña sandez. Porque para él, “el gran tema” no es la falta de educación, el condicionamiento al absurdo que proponen los medios de comunicación ni la ausencia de controles de todo tipo, sino gaseosos asuntos como el que plantea con su frase, cargada de agudeza y profundidad, que navegan a la deriva entre lo legal y lo psicológico.