La evolución que ha tenido el litigio judicial entre la Pontificia Universidad Católica del Perú y el Arzobispado de Lima (iniciado hace más de tres años) hace cada vez más difícil suscribir la idea de catolicismo que actualmente se tiene en nuestro país. ¿Cómo abrazar un credo cuando su máxima autoridad - el ya cuestionado y antipático Cardenal Juan Luis Cipriani - se rodea de abogados y se parapeta en la sotana para insultar a diestra y siniestra a todo aquel que contradiga sus deseos de apoderarse de un centro de estudios superiores que no le pertenece?
No soy ex alumno de la PUCP y ciertamente, aunque reconozco que ha sido alma mater de gran parte de la intelectualidad (tanto política como artística y social) durante décadas pasadas desde su fundación en 1917, no me parece que actualmente mantenga esos mismos estándares de excelencia académica. Mas bien, con la transformación de la educación en un negocio, con los años la Católica se ha convertido en una institución de costos inalcanzables solo accesibles para quienes tienen dinero, lo cual no siempre es sinónimo de amplios criterios, talentos o sensiblidades sino que mayormente contribuyen a la acentuación de diferencias y la distorsión de mercados profesionales y laborales. Si bien es cierto es una institución de prestigio, también es verdad que últimamente reparten pasantías, maestrías y muchos otros títulos a personajes impresentables que no aportan nada y que solo se hicieron de esas certificaciones gracias a su poder adquisitivo.
Pero lo que Cipriani y su escudero, el abogado constitucionalista Natale Amprimo, congresista durante el gobierno de Alejandro Toledo retirado de la actividad política, pretenden hacer con todas las argucias abogadiles de las que son capaces es francamente inaceptable. La ambición que demuestra el Arzobispado, representado por el Cardenal dista mucho de la frugalidad y la templanza esperables en cualquier persona o institución que basa su existencia en la reflexión, la espiritualidad y el desapego de lo material.
Es poco creíble que todo este enfrentamiento - que incluye amenazas de intervención de tribunales extranjeros como un medio de disuasión que el Vaticano podría llegar a utilizar para hacer valer sus "derechos" de propiedad y administración de la PUCP - no tenga que ver con un deseo de echar mano a las cuantiosas ganancias que produce la universidad, no solo a través de su actividad educativa (pre-grado, post-grado, centro de idiomas y demás departamentos académicos) sino de otros importantes ingresos, como los que produce el alquiler de la Plaza San Miguel y todas las empresas comerciales que operan alrededor de este conocido e inmenso centro comercial así como las rentas de colegios emblemáticos del distrito de San Miguel. Me refieron a Juan XXIII y 10 de Octubre, ambos creados inicialmente para educar a los hijos de los inmigrantes chinos pero que hoy son prestigiosas instituciones escolares que atienden a selectas familias de todo Lima.
Luego de revisar las opiniones y respuestas de autoridades de la PUCP como el rector Marcial Rubio y la vice rectora Pepi Patrón al acoso legal y personal lanzado por Cipriani desde todas las tribunas posibles (incluso los llamó "súcubos" (*) en una nota publicada en la página web del Arzobispado de Lima) y de recordar el perfil intolerante y negativamente polémico del Cardenal, conspicuo miembro del Opus Dei, entra en consideración otro aspecto de estos afanes por dirigir una universidad desde el púlpito: el control y la censura que caracterizan a esta ala dura del catolicismo terminarían inoculados en el manejo institucional de la Católica. Se conocen experiencias en universidades católicas de otros países en las cuales se expulsó a docentes y alumnos por pertenecer a minorías que la Iglesia considera pecadoras y malas influencias para el alumnado (judíos, musulmanes, homosexuales, etc.)
Por eso, con todas las observaciones y dudas que podamos albergar respecto a que la Católica sea actualmente el mismo templo del saber que nos legó don José de la Riva Agüero y que fue cuna de artistas, políticos, pensadores e intelectuales que le dieron forma a la inteligencia nacional, esa que poco a poco va muriendo por meras razones cronológicas o ahogados por el aire contaminado que hoy se respira en todo orden de cosas (arte, política y farándula poseen en estos días una atmósfera irrespirable), es necesario defender sus fueros porque cualquier cosa es mejor que sus aulas y legado histórico se conviertan en un botín eclesiástico y caigan en manos de un personaje tan oscuro y retorcido como Juan Luis Cipriani, que no duda en guarecerse tras su papel de "ministro de Dios" para soltar algunas de las frases más lamentables de la historia reciente de nuestra vida político-religiosa.
(*) Súcubo: "Dicho de un espíritu, diablo o demonio: Que, según la superstición vulgar, tiene comercio carnal con un varón, bajo la apariencia de mujer" (Diccionario de la Real Academia de la Lengua