Detesto los eufemismos. Es una de esas nuevas fórmulas con las cuales políticos, periodistas y, como en este caso, empresarios resinosos y angurrientos evitan decir la verdad detrás de sus patinadas y encima, quedan bien. Diplomáticos ellos, bien portados, cuando lo que deberían hacer es reconocer públicamente sus errores y exponerse al merecido escarnio de las personas a las cuales han perjudicado, un escarnio ganado por haber malogrado algo. ¿Ustedes han escuchado a los periodistas de CNN cuando dicen que hubo "daños colaterales" tras el ataque de un drone? Eso significa que la destrucción ocasionada por el avión piloteado a distancia -que, de por sí, es trágica, masiva y cobarde- han muerto familias enteras que no tenía nada que ver y quizá hasta algunos niños. Daños colaterales.
De la misma manera, los responsables de la cancelación del anunciado concierto de Black Sabbath y Megadeth han encontrado una creativa salida del paso: "Problemas logísticos". ¿Qué clase de problemas logísticos pueden evitar un concierto a dos meses y una semana de su realización? Un posible problema logístico es, por ejemplo, que no haya espacio suficiente en los almacenes aéreos para guardar las toneladas de equipos que estos grupos suelen traer. Sin embargo, a este país han llegado bandas como Metallica o Iron Maiden, con cantidades superiores de carga y no hubo ningún problema logístico y menos uno que deba anunciarse con esa anticipación.
Otro posible problema logístico podría relacionarse a las habitaciones de hotel para ambos grupos y los integrantes de sus equipos (técnicos, ingenieros de sonido, etc.) pero es totalmente inaceptable que algo como eso no pudiera solucionarse en los próximos 60 días. O también se me ocurre que los artistas hayan solicitado cosas demasiado difíciles de proveer. En el caso de Megadeth es ridículo pensar eso, pues la banda de Dave Mustaine ha venido a Lima en dos ocasiones anteriores y en cuanto a Black Sabbath, estamos hablando de tres señores que pasan los sesenta años (uno de ellos, además, también ha llegado al Perú una vez, como artista en solitario) que tienen actualmente costumbres más bien frugales y un cuarto miembro que, siendo más joven, no llega con estatus de "superstar".
Por eso, esta cuestión de los "problemas logísticos" aducidos por los organizadores, me huele a eufemismo puro, una frasecita que suena a algo imposible de entender por el público común y corriente, como cualquiera de esos dichos politiqueros que no significan nada pero que están construidos de tal manera que parecen ser importantes. Si alguno de los productores responsables de esta lamentable cancelación -Jorge Ferrand o Jorge Fernández- sale a decir, con pelos y señales, de qué se tratan esos "problemas logísticos", no quedará nada más que creerles y resignarnos. Han pasado varios días desde el anuncio y hasta ahora no lo han hecho. Así que este fracaso empresarial sigue oliendo a la más carroñera avaricia, amparada en dos bastiones de nuestra peruanidad: la patraña del "crecimiento económico" y la huachafería.
Hace algunos años se inició el llamado "boom" de conciertos en nuestra capital. Si en los 80s Lima ni siquiera aparecía en los mapas de las grandes estrellas de la música; y en los 90s recibimos visitas espaciadas de un cartel variopinto de artistas -desde Vanilla Ice hasta Jethro Tull, desde Santana hasta Toto- (con algunas sonadas cancelaciones, como las de Michael Jackson y Bon Jovi) en los 2000s la cosa estalló con una andanada de conciertos para todos los gustos: desde aquel primer megaconcierto que fuera el de Roger Waters en el Monumental hasta las últimas visitas de pesos pesados como Elton John, The Cure y Paul McCartney; los shows se han venido sucediendo unos a otros, casi mensualmente, borrando el mito aquel de que ningún artista importante pisaría jamás nuestro país. Y los facilistas de siempre atribuyeron ello al "crecimiento económico".
El aumento de esta especie de casta que, en Lima, vive prácticamente a cuerpo de rey y piensa que caminar por el boulevard de Asia es como estar en Miami Beach, ha generado en los empresarios de conciertos una ambición desmedida que confirma la naturaleza depredadora y salvaje del ser humano.
Esta casta, conformada básicamente por jóvenes profesionales de apellido compuesto y sus amigos (todos con trabajos sobre remunerados que les consiguen sus papás, dueños de las empresas Top según los rankings de Gestión); herederos de la rancia aristocracia limeña que salen todas las semanas en sociales de Cosas y Hola Perú -de la misma forma que sus ancestros salían en el Antipasto Gagá-; políticos untuosos y ávidos por cobrar dobles sueldos y comisiones; y esa nueva generación de "artistas" enriquecidos por los malos gustos de la masa que ve sus programas, compra sus revistas y admira sus carreras ridículas; creó en Lima la cultura del "Red Carpet-VIP" (importada de los EE.UU. desde luego) y son apoyados por una masa inmensa de personas comunes y corrientes -estudiantes, trabajadores dependientes, pequeños y medianos empresarios, etc.- que, con tal de recibir el pisquito sour en la alfombra roja y sentirse "very important", pagaron y pagan precios exorbitantes cada vez que se anuncia un concierto que, por bueno o reconocido que sea, ya no tendría que ser tan oneroso en virtud a las facilidades dadas por una ley que los exime de impuestos, al considerarlos espectáculos culturales.
Esta combinación de ese crecimiento económico falso con la genética huachafería peruana, orgullo nacional, hizo que los ojos de los empresarios concierteros giraran como cajas registradoras en cada evento musical que llegaba al Perú y, como siempre en el comportamiento humano, la angurria por llenarse los bolsillos fue creciendo en lugar de llegar a un punto intermedio de reposo en el cual los organizadores, sin dejar de ganar lo que por derecho les corresponda ganar, faciliten las cosas para que los verdaderos amantes de la música, quienes rompen sus alcancías, revientan sus tarjetas de crédito o simplemente ahorran, puedan disfrutar de sus artistas a precios razonables.
En este punto es donde ocurre esta triste cancelación que nos deja con los crespos hechos a muchos amantes del hard rock y heavy metal. Desde que se hicieron públicos los costos de las entradas hubo, en las redes sociales, protestas. Porque no importa que el público haya pagado precios altísimos por ver a Macca o a Elton John, o por ver a Metallica en San Marcos o a Kiss en el Nacional. Tampoco importa que multitudes de adolescentes -y sus padres- les regalen miles de soles a esperpentos tipo Justin Bieber o cualquier conjunto coreano de pacotilla. El punto es que, a estas alturas, en que precisamente todas las empresas que han surgido gracias al "boom" de conciertos, tienen más participación en la torta de ganancias, porque el público limeño ha demostrado ser buena plaza para artistas de todo tipo, género y época, ya es tiempo de que los precios se nivelen para favorecer a más gente, impulsar el aumento de conciertos al año y generar un verdadero rubro de negocio que mantenga contentos tanto a empresarios como a consumidores.
Pero no. La dupla Fernández-Ferrand, que bastante se han enriquecido ya - y a la cual deberíamos sumar a los mamarrachos de Phantom, que también figuraban como auspiciadores del concierto de Black Sabbath y Megadeth-, habrían creído que aun les podían dar con palo a los fans y, cuando vieron que sus arcas no estarían llenándose a la velocidad que ellos pensaban, se habrían visto en riesgo de perder y habrían optado por lo más cobarde: cancelar el show. Y para no hacer evidente la chanchada -habida cuenta de que muchas personas ya habían adquirido sus entradas, algunos haciendo grandes esfuerzos y otros posiblemente no tanto, ya que les sobra la plata- han salido con un comunicado sin firma personal (de hecho, creo que lo firma Punto Ticket, la compañía que vendía los tickets en la cadena de tiendas Ripley) en el que ponen de pretexto unos supuestos "problemas logísticos", de los cuales nadie ofrece, hasta ahora, una explicación detallada y creíble.
Coincido plenamente con quienes creen que este concierto -que iba a ser, sin lugar a dudas, uno de los mejores de los últimos tiempos- fue cancelado porque las entradas no se estaban vendiendo bien; y la única razón para que eso ocurra es que estaban demasiado caras. Y no se trata de que ambas bandas no merezcan ser considerados espectáculos de primer nivel (vaya que lo son) pero si los organizadores hubiesen reconsiderado los precios, como se les solicitó desde que lanzaron la lista, esto no habría ocurrido. Ya nos cancelaron a Esperanza Spalding y a Morrissey -ambos por razones diferentes, por cierto- y pareciera que el famoso "boom" comienza a perderse. Y quienes más pierden somos los que asistimos a dichos conciertos, no los empresarios, pues ellos siempre contarán con algún acto superficial y estafador, probablemente venido de Corea del Sur, con el cual hacer caja.