jueves, 29 de noviembre de 2012

DOMINGO EN ACHO: TARDE DE BESTIAS


La periodista María del Carmen Yrigoyen, del equipo de César Hildebrandt, publicó en el último número del semanario En sus trece, una extensa crónica acerca de la barbarie sanguinolenta y sádica de Acho. Ex congresistas, ex ministros y personajes anónimos de esta sociedad huachafa e insensible se dieron cita para admirar a esos fantoches culifruncidos que confunden valentía con temeridad, y que perpetúan una "tradición" que hace aflorar lo más abyecto y primitivo del ser humano, ese que ahora se cree civilizado... No la publico en su totalidad pero sí en una versión resumida, con el perdón de la autora. Menudo sacrificio debe haber sido tener que presenciar ese espectáculo violento que excita a tantos señorones y señoritas de las páginas sociales (y algunos inflitrados como Magaly y su notario)...

Tarde de bestias
por María del Carmen Irigoyen

Junto al puesto de parrillas de Otto Kunz, en la Plaza de Acho, el periodista y macho alfa Phillip Butters toma una cerveza con sus amigos. Son las 3 de la tarde del domingo 18 de noviembre. En media hora soltarán al primer toro de la jornada. Dentro y fuera de la plaza se venden las almohadillas para que uno pueda sentarse sin ensuciarse los fondillos. También hay cerámicas de toros atravesados por una espada, sombreros panamá que cuestan más de 80 soles y botas de cuero de 60 soles para tomar vino. Los vinos, que se venden aparte por supuesto, son chuscos: Coto, un riojano peleón, y Casillero del Diablo, de octanaje casi petrolero. Los anticuchos de Mistura también están en Acho, así como un puesto de embutidos La Segoviana. Por el ingreso a la explanada de Sombra pasan los mozos ofreciendo pisco sour a 25 soles el vaso y cerveza Cristal a 10 soles la lata.

Jóvenes como camisa-polo de Ralph Lauren y chicas con lentes de sol, a pesar de que la tarde está nublada, pasan indiferentes al lado de los tunos y bailarines de marinera. Las señoras se han puesto los aretes de perlas, anillos, pulseras y relojes de oro. Los marqueses cholos tampoco han faltado. “Qué bueno que hayas podido venir, Magaly. Te estuvieron dando duro por venir a Acho ¿no?”, dice una rubia y lacia urraca amateur que se alegra de que la conductora esté esa tarde en el coso y la sigue hasta el baño de damas. Magaly, luego de una risotada, le grita desde el inodoro: “¡Yo voy a hacer lo que quiera!”. En la puerta del baño la rodea un grupo de gente para tomarse fotos con ella. Magaly posa un rato y se va. Su notario – camisa y chompa rosa anudada al cuello – la espera. Tienen asientos en primera fila y el primer toro está por salir. ¡La sangre llegará por fin al río!

Se llama Carmelo, tiene marcado el número 323 y pesa 570 kilos. El torero francés Juan Bautista hace su entrada en medio de las palmas. “¡Wo ho ho!”, grita Joseph Rojas, el picador, desde un caballo con los ojos vendados. Carmelo se acerca y él le hunde una lanza. Carmelo se retira, confundido. La sangre chorrea por el pelo negro y crespo de su lomo. Luego vienen otros enmallados y le clavan las banderillas. Un excongresista bizquea de placer. Está excitado. Parece Peter Lorre viendo a Ava Gardner por una cerradura. Bautista regresa. Le vuelve a extender el capote y lo hace caminar en círculo. Saca la espada y se la clava. El público pifia: la espada no se ha hundido lo suficiente. Bautista vuelve a intentar la estocada. Carmelo se balancea y cae. En la fila de adelante, un señor calvo deja su habano, un Montecristo, en la grada, y se levanta para gozar del remate. Los ojos se le salen. Comienza a mirar alrededor. “¿Qué vamos a pedir? ¿camotes? ¿chupetes?”, les pregunta a sus hijos.

El segundo de la tarde se llama Joyero, marcado con el número 147, de 460 kilos. Luego del pinchazo del picador y las banderillas, el torero Iván Fandiño, alias “El Fandi”, no logra clavarle el estoque ni a la primera ni a la segunda. Pero nadie piensa en salvarle la vida a Joyero. Fandiño lo logra recién a la sexta. Joyero se va hacia las tablas antes de morir. Zambrano, el notario de Magaly, no cabe en sí. Se ha llevado una mano al rostro, la boca se le ha quedado abierta y los ojos le brillan. También está excitado. Casi tanto como con su noviazgo.

El viernes pasado Fandiño, que tiene un prontuario de 475 toros despachados, dio en Acho una “cátedra” de toreo a niños y jóvenes de hasta 17 años. La bestialidad fue convocada por el consorcio que organiza la “Feria del Señor de los Milagros”. Ese día, soltaron a una ternera negra. “¡Ejeh! ¡ay! ¡wow!” la llamó el picador desde el caballo vendado. Al empotrarse la ternera contra el otro animal le clavó la lanza. No se saltaron este paso ni por ser un entrenamiento. La ternera gritó y se retiró lo más lejos que pudo. Miró a todos lados, confundida, resoplando, moqueando. Una niña en la tribuna hacía porras a los alumnos. “El Fandi”, a quien sus alumnos debían llamarla Matador Iván Fandiño, hizo una demostración, llevando a la ternera en círculos. La ternera derrapó repetidas veces. Al pararse, se cagó. De miedo, seguro. “Qué es lo que podemos notar?”, preguntó el imbécil. “Pues que tiene muy poquita fuerza. Hay que tratarla con dulzura”, agregó sonriendo.



Sigue Banquero, 533 kilos, el tercer toro del domingo. El turno es para el torero peruano Alfonso de Lima. El calvo de adelante toma de su bota de vino. Todos ríen y aplauden. “¡Música, maestro!”, gritan y suena un enérgico pasodoble. Filas atrás, un señor mantiene las manos unidas como en oración. En el meñique tiene un sortijón de oro. Ha venido con su nieto que unas veces se queda mirando el espectáculo y otras, se tapa la cara con su casaca azul. Ha muerto Banquero y se lo llevan a rastras. Adelante, una pareja voltea buscando algún mozo. Ella, con sus lentes de sol levantados, permanece de pie masticando chicle con la boca abierta hasta que entra Cuchillero, la cuarta víctima de esa tarde sucia, que pesa 512 kilos y lleva marcado el número 316. Tampoco va a salvarse. Lo torea el tal Juan Bautista. La gente agita los pañuelos, graba videos. Phillip Butters se levanta y bebe, honesto como un camionero, un buen sorbo de cerveza. Las orejas de Cuchillero son las primeras que cortan esa tarde.

Cambalache, 510 kilos, es el siguiente. Entra al ruedo con el repitente Iván Fandiño. Luego del puyazo del jinete, dos señoras se abrazan. Fandiño, esta vez, solo necesita de una estocada. A Cambalache le sale sangre por la boca y cae. Una señora en primera fila se levanta, deja su cartera anaranjada sobre el muro y le abre los brazos al “Fandi”. Este se relame, recoge el clavel rojo que le han tirado y recibe las orejas de Cambalache, que ya ha sido arrastrado. Fandiño agarra un buen pedazo de tierra y la muestra al público como agradecimiento. La misma tierra donde las terneras se mearon de miedo, el viernes por la tarde.

El último toro del domingo es el más grande. Se llama Vencedor y pesa 587 kilos. El picador no puede con él. Vencedor logra escapar pronto de la lanza y está cerca de tumbar al caballo. Alfonso de Lima lo recibe arrodillado y el público lo aplaude. Luego vienen las banderillas. Vencedor permanece en pie. “Demasiado toro para el torero” dice el de al lado. Desde las últimas filas piden el indulto. Pronto la mayoría lo hace. Alfonso de Lima suelta nuevamente la espada y Vencedor sale del ruedo. Un niño se abraza a su mamá. Al torero le traen las orejas de quién sabe qué toro y luego es cargado en hombros junto a los otros dos. Un grupete de borrachos se pelea por el destino de Vencedor. “¡Debió morir!” dicen hipando. Una tarde gloriosa.

jueves, 22 de noviembre de 2012

¿LADY GAGA ES "LA REINA FREAK"? MÁS RESPETO POR LOS FREAKS, POR FAVOR


La historiografía del rock and roll no nos deja mentir: la subcultura freak se originó en la época del florecimiento de la psicodelia, como una contraparte a los hippies. Los artistas y las personas que finalmente fueron conocidas como "freaks", un término del inglés que sirve para denominar a alguien descuidado, desprolijo, alocado y muy al margen de lo establecido, no tenían nada que ver con lo que estaba de moda, con lo que se consideraba sofisticado, o con todo aquello políticamente correcto.

Incluso, antes de estos años de contracultura efervescente, el término freak se usaba para describir a las personas que padecían deformidades físicas. Los más acuciosos recordaran una película de culto, llamada precisamente Freaks (1931), acerca de un grupo de artistas circenses de lo más bizarros y atemorizantes. Por extensión y en reflejo de aquella acepción, lo que era visto como freak asustaba o peor aun, creaba rechazo debido a su actitud y apariencia, de genuina agresividad ante los "normales".

En los años 60s, la subcultura freak tuvo un momento álgido, en el que coincidieron esta actitud afrentosa con un indiscutible talento artístico. Artistas como The Fugs, Vito Paulekas y principalmente Frank Zappa y los primeros Mothers of Invention, llevaron la anti-estética freak a su punto máximo de expresividad. Nadie jamás consideraría a un artista freak si responde, punto por punto, a todas las exigencias y estrategias del mercado para hacerse conocida, ganar mucho dinero y exhibir un arte superficial, homogeneizado y escandaloso, en el sentido de lo farandulero, mas no en cuanto a su capacidad de cuestionar la tranquilidad de la gente normal.

Decir que Lady Gaga es "la reina freak" es una nueva demostración de incultura de El Comercio. Echan por tierra más de 50 años de manifestaciones artísticas originalmente desafiantes: desde los conciertos en el Teatro Garrick de New York, en los cuales Frank Zappa presentaba, en andrajos, música rock de extremada complejidad, tocada por una mancha de músicos barbudos, pelucones y malvestidos e invitaba al público a bailar a su antojo (en inglés eso era "freakin' out"); hasta los conciertos en el manicomio de The Cramps o las diatribas de Johnny Rotten durante el reinado marginal de The Sex Pistols. Ninguno de ellos jamás merecieron una portada en Times o en revistas de modas, y sin embargo dejaron huella en el mundo de la música porque respetaban su ideología freak.

Lady Gaga no es la reina freak, señores de El Comercio. Lady Gaga entendió - o en todo caso, lo hicieron sus asesores de marketing - que vestirse con bistecs (algo que puede llegar a ser tan costoso como vestirse con telas de diseñador) o exhibir imágenes grotescamente calculadas para llamar la atención, es lo que ahora vende más. Musicalmente no hace absolutamente nada nuevo y, en cuanto al rechazo que provoca su imagen y su extravagancia sobreactuada, no ofrece balance con alguna propuesta artísticamente valiosa. Es solo un producto. Revisen los videos de Patti Smith, The Stooges, los conciertos de DRI en los 80s, el look de Nina Hagen, Grace Jones, Siouxsie Sioux, los bizarros hábitos sobre el escenario de Wendy O. Williams, vocalista de The Plasmatics, las alucinantes puestas en escena que The Residents realizan desde los 70s o la gente que, comúnmente, acompaña a Les Claypool en sus proyectos paralelos a Primus. No todos los mencionados están entre mis favoritos, pero definitivamente son verdaderos representantes de lo freak en el rock, y no esta Lady Gaga que es, básicamente, una aplicación para iPad para dummies y gentita bien, en la orilla opuesta a lo freak.

Si supieran de qué van todos estos artistas, no describirían a la famosa y "sofisticada" Lady Gaga como reina de los freaks. Más respeto.

miércoles, 14 de noviembre de 2012

RENDIDO ANTE LA PRENSA MUSICAL BRITÁNICA


Gracias a una bella señorita que me privilegia con su amistad desde hace casi dos décadas, que estuvo hasta hace un par de semanas de viaje por Europa y que conoce al detalle mis obsesiones (si quieren conocerla, hagan click aquí), tengo entre mis manos unas publicaciones británicas de primer nivel, dedicadas íntegramente a la música. Algunas de ellas con más de 60 años de existencia y otras de reciente aparición, lo cual ya es una clara señal de la receptividad que tiene el tema de la actualidad  y la historia musical entre los lectores del Reino Unido.

Si nadie las leyera, si a nadie le interesara lo que ocurre en el vasto universo musical que se mueve, paradójicamente, en silencio frente a las avalanchas de superficialidades provenientes de lo que es, a un tiempo, más comercial y menos trascendente, las más antiguas habrían desaparecido hace tiempo y ningún colectivo de editores, periodistas y conocedores se arriesgaría a invertir en una revista nueva, pues probablemente no pasaría del segundo número.

Son tres revistas, prolijamente editadas, bien escritas y claramente definidas con respecto a los temas que abordan, las que estoy degustando lentamente, tratando de no perderme ni un solo detalle. Una es la sexagenaria New Musical Express (NME para los amigos), que ha sabido mantenerse joven a pesar de los años y cubre, con total propiedad, el cada vez más amplio y diverso espectro del rock y el pop, con una combinación muy eficaz entre las noticias de artistas nuevos, efervescentes y desconocidos para nosotros e interesantes reseñas, artículos y registros fotográficos invalorables de aquellos artistas que nunca pasarán de moda. NME cumplió 60 años este 2012 y la edición de aniversario es prácticamente inubicable en todo Londres.

La segunda, con la cual estoy manteniendo un romance apasionado como lector y melómano, se llama Classic Rock Magazine. Se edita desde 1998 con muchísimo éxito, tiene un website alucinante para cualquier amante del rock clásico en todas sus formas y colores, acompaña cada número con un CD de colección y además, se da el lujo de lanzar subproductos como Prog (que ya va por el #31), dedicada exclusivamente al rock progresivo. ¿Se imaginan? Una revista  de 60 páginas que, cada mes, lanza informaciones acerca del rock progresivo actual y clásico, reportajes de colección sobre discos lanzados hace 40 o 45 años, amplias entrevistas a los personajes más importantes de este fascinante género musical, comentarios y notas del circuito local de conciertos, etc. Una maravilla impensable en nuestro país.

Y la última, titulada Vintage Rock, es un lujo para cualquier interesado en saber todo acerca de los albores del rock and roll. La última edición se centra en Jerry Lee Lewis y contiene una serie de noticias, análisis, recuerdos y fotos (¡qué tales fotos!) que, sin duda alguna, me mantendrán ocupado varios meses. Curiosamente, esta publicación, que solo habla de la escena musical comprendida entre 1950 y 1960, es la de más reciente aparición (la edición de octubre 2012 es la número 7). No salgo de mi asombro cada vez que pienso en los inmensos costos de producción de estas revistas, incluyendo las plataformas que manejan en Internet, y que puedan subsistir en el mercado, con lectorías en permanente aumento, en una época como esta en la que existe un consenso mundial acerca de la inminente muerte de la industria musical y discográfica, tal y como la conocemos.

Y no son las únicas, desde luego. Hay revistas de jazz y fusión (The Wire), música clásica (Classical Music Magazine), heavy metal (las clásicas Kerrang! y Metal Hammer), de punk, alternativo e indie (Q, Sounds), están las emblemáticas Melody Maker, BBC Music, etcétera, etcétera, etcétera, para todos los gustos y fanatismos extremos. Periodistas que conocen cada género al detalle, fotógrafos que inmortalizan cada escena, sea en un bar de callejón o un teatro de lujo, editores, diseñadores gráficos y webmasters que viven a diario el mundo de la música, dándole la relevancia que tiene y no considerándola un simple accesorio de iPad, un asunto de modas, negocios paralelos y ventas millonarias. En ninguna de sus páginas encontrarás alguna publicidad de un banco o de una compañía de teléfonos o mujerzuelas con las cabezas huecas hablando pavadas. Hasta el más mínimo detalle tiene que ver con el hilo conductor de cada revista, sea cual sea el género al que se dedica.

Naturalmente, esta riqueza de publicaciones temáticas (que seguramente también se cumple para otras disciplinas y profesiones) necesita, para subsistir, de un público consumidor fiel que justifique su existencia. La certeza de que eso no existe en mi país es tan aplastante que me termina deprimiendo. Hojeaba esta mañana una edición de Classic Rock de 50 páginas dedicada exclusivamente al 40 aniversario del álbum Machine Head de Deep Purple (que ya comentaré al detalle aquí) y mientras, en la televisión, veía cómo nuestras adolescentes perdían su tiempo, amaneciéndose para ver a unos payasos coreanos que en tres años no serán recordados por nadie y sentí que se me retorcía el alma, pensando que quizás debí nacer en otro lugar. Sería fantástico - como dice Serrat en su canción - que aquí pudiésemos tener por lo menos una revista decente, que tratara con respeto el tema de la música y los músicos, sin interferencias de todos esos elementos que, inevitablemente, distorsionan cualquier buena intención.

Si tuviera una revista de música, no permitiría que Telefónica anuncie sus contratos de cable o de Internet en mis páginas. No correría detrás de algún protagonista de Al fondo hay sitio para que sonría ante mis cámaras, con la finalidad de captar la atención "de las grandes mayorías". He visto cómo pundonorosas publicaciones, que tratan de darle dignidad a la actividad musical y a la cultura musical (local y extranjera) languidecer y perderse en el más oscuro olvido, condenadas siempre a esa apariencia marginal, con ediciones de contenidos valiosos pero mal impresos y peor diagramados (pienso en Esquina, Caleta, FreakOut, 69, Interzona y demás esfuerzos que no pasaban de ser fanzines, no tanto por la intención de ir contra lo establecido sino por no tener presupuesto para hacerlo mejor) debido a que no hay lectores que las mantengan vivas. 

Aquí la cosa se limita a dos páginas en El Comercio, escritas por dos personas, con notas de relleno, fotos sacadas de Internet y comentarios tontos de discos sin valor. O uno que otro grupo en Facebook que preserva el respeto pero siempre de manera limitada. En Inglaterra sí hay una frenética cultura musical, que cuenta con una prensa real y especializada, capaz de generar opinión al margen de lo que esté de moda o lo que los medios tradicionales vendan al por mayor, que también ocurre eso. Qué envidia.





viernes, 9 de noviembre de 2012

ROBERT PLANT EN LIMA


¿Qué más podemos decir de Robert Plant, que no se haya dicho ya? ¿o que sí se haya dicho? (Les Luthiers dixit). Realmente hay poco más qué decir. Cuando era adolescente y descubrí a Led Zeppelin - un cóctel explosivo para las neuronas de cualquier cerebro en formación - no había forma de enterarse al detalle de quién era este personaje casi ficticio, con voz sobrenatural y apariencia fantasmagórica, etérea y poderosa, que surgía como una llamarada en esas imágenes dobles, caleidoscópicas, del mítico concierto en el Madison Square Garden (The songs remains the same) que alcanzaba a ver, con las justas, a medianoche, a través de esa señal plagada de estática del Canal 33 UHF.

Hoy todos sus datos relevantes (y de los otros también), abundan en la Internet. Desde sus raíces blueseras, ubicadas en la escucha compulsiva de Robert Johnson, Sonny Boy Williamson, entre otros; hasta traducciones (algunas muy inexactas) de sus letras espirituales, filosóficas y abiertamente fumadas de la era dorada del mejor cuarteto de rock duro de todos los tiempos. Todo está disponible para uso y abuso de cualquier persona interesada en su carrera: desde los iniciados que escriben "como si supieran" en las webs de los diarios de Lima hasta los expertos, todos tenemos acceso a la vida y milagros de este señor de 64 años que hoy, impactará nuestra capital con su renacimiento musical, The Sensational Space Shifters.

Robert Plant fue considerado, varias veces, como el mejor cantante de rock, de blues, de metal. Hoy no es el mismo, por supuesto. Un accidente en 1975 casi le quita la vida y posteriormente, problemas de salud en las cuerdas vocales amenazaron con terminar con ese prodigio que nos sorprendió a todos, y que nos sigue sorprendiendo, cada vez que lo escuchamos nuevamente. Pero ha recuperado la fuerza interpretativa y hoy, al frente de esta banda que es una especie de resumen de todas sus obsesiones musicales - blues, country, sonoridades africanas, orientales, psicodelia - Plant vuelve a recorrer el mundo con conciertos, quizás ya no multitudinarios como los del brillante período zeppeliniano (1968-1980) pero sí igual de intensos y musicalmente notables.

La carrera de Plant después de Led Zeppelin es bastante sólida, aunque poco difundida en nuestro medio, más pendiente de las tonterías de Shakira o las movidas cumbiamberas, soundtrack inevitable de los "luctuosos hechos" del mercado La Parada, ocurridos hace poco en Lima. Sus álbumes como solista, el breve supergrupo The Honeydrippers, los experimentos con su cómplice Jimmy Page de fines de los 90s y sus últimas coartadas country junto a Alison Kraus, Strange Sensation o Band of Joy, configuran un cuerpo de trabajo que ofrece mucho para escoger, al momento de pensar en un concierto suyo.

Pero desde luego, los platos fuertes siempre serán los temas de Led Zeppelin que decida interpretar. Según los setlists que pululan en la red - algo que le quita cierto misterio a las giras modernas, por cierto - he visto títulos como Four sticks, Gallow's pole, Bron-y-aur-stomp, Friends, Ramble on y Going to California. Es decir, algunas gemas de la discografía que corresponden a su período más ecléctico, diverso, acústico y misterioso, como para hacerlas coincidir con la propuesta musical de The Sensational Space Shifters. También he visto por ahí Rock and roll y Black dog (para rockear duro al final) y, aunque cierta nota de El Comercio la anuncia, la clásica Stairway to heaven no figura en los planes de la gira. Aun así, pinta bien el concierto de esta noche.

The Sensational Space Shifters son: Robert Plant (voz), Patty Griffin (voz, guitarra, mandolina, mantengan sus ojos en ella, es muy talentosa), Juldeh Camara (percusiones africanas), Justin Adams y Skin Tyson (guitarras), Billy Fuller (bajo), John Baggott (teclados) y Dave Smith (batería). Esta noche en el Jockey Club, un verdadero grande del rock cantará en Lima.

Mañana me lo cuentan...


Stairway to heaven, de la película The songs remains the same. Concierto de 1973 en el Madison Square Garden


In the mood, uno de sus mejores temas como solista (1983)

Una versión diferente de Black dog, con su banda actual

miércoles, 7 de noviembre de 2012

HILDEBRANDT: SIEMPRE DA EN EL CLAVO


En la última edición del semanario Hildebrandt en sus Trece, su sección Matices da en el clavo, nuevamente, al analizar la situación lamentable que se vivió en Lima hace dos semanas, cuando la turbamulta echó por tierra, por enésima vez, todos los discursos "optimistas" que hablan de la Marca Perú, el desarrollo macroeconómico sostenible, la inclusión social, la fiesta que come tristeza y todo lo demás (he puesto en negrita las frases que me hubiese gustado escribir a mí...)

LA ESCORIA
por César Hildebrandt

Y, de pronto, resultó que éramos un país emergente con un país sumergido adentro.

Esa realidad inmersa, sublevada, salió a flote en el megaaniego de La Parada.

El Perú se quitó la careta y demostró que junto a los emprendedores pueden estar los asesinos y al costado de los éxitos laten los resentimientos supurados.

La mixtura es la del desarrollo desigual y combinado: vendemos oro y buen café y, al mismo tiempo, tenemos un serio problema de ciudadanía, de convivencia, de viabilidad como país civilizado.

La basura social ha crecido en estos últimos tiempos de un modo prodigioso. Por todas partes asoman sus caras cortadas, sus bermudas pantorrilludas, sus torsos desvestidos, sus dientes y su condición de involucionados. Están en los mítines y en las barras bravas del futbol. Conducen microbuses y taxis chinos. Son hijos del fracaso de la educación, hermanos de la tele mugrienta, huérfanos de la inclusión, primos carnales de la prensa de 50 céntimos que cuesta 50 céntimos y que no vale nada.

No deberían sorprendernos. Resulta hipócrita que ahora su beligerante existencia nos deje estupefactos.

Ellos son peruanos. Más peruanos, quizás, que muchos.

Su ciudadanía pertenece a un país que hace muchos años perdió el instinto ético y tiró por la borda el valor de la meritocracia.

Porque en el Perú hubo un presidente que se hizo rico en el poder y la gente, 16 años después, lo reeligió. ¿Moraleja? No hay moraleja, lo que hay es alanismo escapero.

Porque en el Perú una banda armada se apoderó del país, lo saqueó, lo meó, lo evisceró y ahora resulta que la hija del cabecilla de esa banda aparece como una virgen impoluta reclamando la libertad del gángster al que le debe la vida (la biológica y la que tiene, gracias al dinero robado que, a cuentagotas, va saliendo según un viejo hábito oriental), ¿Moraleja? No hay moraleja, sino fujimorismo regresado.

Somos una infección multidrogorresistente.

Somos un país sin asco ni rechazo al mal.

Si el Poder Judicial está infestado por los jueces que se doblegaron ante Fujimori y el Tribunal Constitucional se ha corrompido en la misma dirección ¿cuál es la lección? Que Fujimori no fue un delincuente voluntarista sino un intérprete de cierta mentalidad criolla, un fiel súbdito de los antivalores que gran parte del Perú ha convertido en cartilla de conducta.

Todo aquello que los viajeros foráneos describieron como repelente en el peruano – su doblez, su informalidad, su recurrente falta de coraje para enfrentar las injusticias y las corruptelas, su hipocresía – es ahora una suerte de “carácter nacional” visto con la mirada narcisista de nuestra buena cocina y nuestro justo optimismo de vendedores de oro y buen café.

El defecto se ha hecho virtud. El espantoso criollismo de las costumbres – la valentía tumultuaria, la balandronada estúpida (“Dios es peruano”) – es nuestro decálogo.

Y el resultado es que desde los cerros baja la escoria que se siente – y con razón – con tantos derechos como los de sus prohijadores. Baja la escoria y quiere matar, golpear, ser mancha vengadora, circo romano, play station churrupaco. Baja la escoria y envidia la belleza de la naturaleza y se ensaña con una yegua que merecía ser muerta en un campo de batalla legendario donde el Cid Campeador blandiera su espada.

Pero baja la escoria de los cerros y dice lo que le corresponde decir. Es la escoria que produjimos, que arropamos, que acrecentamos con nuestros presupuestos educacionales míseros, nuestra tele podrida, nuestra prensa mentirosa y sectaria, nuestras instituciones reblandecidas, nuestras fuerzas armadas que hasta hoy no se fumigan, nuestra izquierda que idealiza a la plebe y la llena de coartadas.

Baja la escoria armada porque cree que va a ser aplaudida. Como lo fue la otra. Como lo es la otra. El Perú anético ha reclamado lo suyo. Si a los gobernantes asesinos se les perdona sin siquiera necesidad de indulto ¿por qué no bajar de los cerros y defender a palos y pedradas la santa propiedad privada que Correo y Perú21 defienden a capa y espada?

Al final ¿era escoria lo que bajaba o eran las montoneras de Piérola, el cobarde e insignificante gobernante que también fue reelecto?

lunes, 5 de noviembre de 2012

ROBERT FRIPP: NUNCA HABLA, PERO CUANDO LO HACE...



Quienes, de una u otra manera, somos entendidos en rock, su historia y su evolución, sus leyendas y sus personajes emblemáticos, sabemos que Robert Fripp es un capítulo aparte. Desde el inicio de su carrera musical, allá por 1968 en que lanzó ese extraordinario y ultra desconocido álbum llamado The cheerful insanity of Fripp, Giles & Giles (un adelanto de lo que, un año después, lanzaría bajo el nombre King Crimson), sorprendió a todos con su versatilidad en las seis cuerdas: desde velocísimos y complejos solos de jazz al estilo Wes Montgomery hasta poderosos riffs que podían competir con las ráfagas de oscuros tricordios de Tony Iommi, Robert Fripp parecía ser capaz de todo musicalmente. Su arriesgada actitud como compositor e instrumentista contrastaba con una aparente actitud pasiva ante los demás. Siempre sentado en un rincón, tocando desde la oscuridad, con sus lentecitos de aire intelectual y poco comunicativo con el público, el líder de King Crimson ha mantenido ese halo de misterio con respecto a sus opiniones. Hace poco concedió una extensa entrevista a una publicación inglesa (FT Weekend) en la que anunció una mala noticia para sus admiradores: se retira de la música activa. Pero más interesante que eso son algunas frases que le soltó a quemarropa a su entrevistador. Aquí les paso algunas de la traducción que hice del diálogo:

"Mi vida ha mejorado mucho desde que dejé de dar entrevistas"

"Mi vida como músico profesional es un invalorable ejercicio de inutilidad"

"La calidad del artista está en su capacidad de asumir la inocencia a voluntad, la capacidad de experimentar la inocencia como si siempre fuera la primera vez. ¿Acaso crees que Rostropovich tocaba el cello solo para ganarse la vida? ¿crees que Hendrix solo tocaba para ganar dinero"

"Mientras mayor es el éxito, mayor es la presión que te mantiene repitiéndote a ti mismo"

"Cuando las grandes disqueras controlan los espacios creativos de un músico, la relación entre la compañía y el artista pasa de ser simbiótica a ser una relación parasitaria!"

"Cada vez que se acercaba el éxito a King Crimson, la banda tenía que ser separada. Es una estrategia que funciona pues permite que la música siga su propia dirección. Aunque sin duda no la encontrarás en uno de esos libros que se titulan "Cómo triunfar en la industria musical". Y te garantizo que le molestará a mucha gente que está buscando tener "una gran carrera""

"¿Qué ha cambiado en la industria musical en los últimos 40 años? Es muy simple. Cuarenta años atrás vivíamos en una economía de mercado. Hoy vivimos en una sociedad de mercado. Hoy, todo, incluida la ética, tiene un precio"

Fripp ha decidido retirarse de la música debido a las permanentes pugnas judiciales que sostiene con Universal, mounstruo discográfico que lucra todo el timeppo con el legado discográfico de este excepcional músico. Para muestra un botón: el tan halagado "éxito" de ese detestable personaje llamado Kanye West, en el que se utilizan samplers del tema 21st century schizoid man, fue producido sin la autorización del guitarrista...