domingo, 30 de junio de 2013

¿ES BARRANCO LO SUFICIENTEMENTE IMPORTANTE COMO PARA DEFENDERLO?


Me imagino que eso se preguntan los principales "líderes de opinión" de la prensa convencional cada vez que reciben una carta, un correo electrónico, un post desesperado de los vecinos pugnando por conseguir su atención. Y supongo que la respuesta es negativa porque, ni siquiera ahora que el tema de la defensa del patrimonio barranquino ha ocupado algunos titulares en prensa escrita y televisiva, ha salido una voz fuerte que respalde los reclamos del vecindario de este emblemático distrito limeño y que haga frente, sin cálculos ni diplomacias que más suenan a complicidad, a las tropelías de la actual administración edil, liderada por la señora Jessica Vargas (del PPC), que se han visto coronadas por la venta, "en subasta", de los acantilados a las constructoras y los nuevos ricos que les hacen el negocio adquiriendo hedonistas departamentos con vista al mar, sin que les importe un rábano que esas moles de concreto, por muy bonitas que parezcan ser, depredan un espacio natural y público. Eso sin hablar del desprecio por su propia seguridad, pues para nadie es un secreto que, el día del gran terremoto, todos esos "lofts" desaparecerán con ellos dentro.

Desde hace más de tres años, soy testigo de excepción de los esfuerzos que realizan decenas de vecinos de Barranco -algunos de tercera y hasta cuarta generación- por conseguir apoyo en los medios de comunicación locales. Sus protestas, que se remontan a la construcción de las estaciones del Metropolitano, jamás fueron tomadas en serio por nadie. Desde la oficialidad, el municipio de Barranco jugó en pared con Castañeda para hacer realidad ese despropósito y levantar estaciones antitécnicas, antiestéticas y antipáticas en medio de la Av. Bolognesi -la principal avenida que daba orden al tráfico en el pequeño distrito- convirtiéndola en una extensión suprarrealista de la Vía Expresa (el mismo estropicio hicieron en el Centro Histórico de Lima y ahí tampoco escucharon a nadie, mientras los "líderes de opinión", fieles a su estilo, miraban para otro lado y silbaban al techo).

Barranco es un distrito que debería interesarnos a todos en Lima, y quizás no solo en Lima sino en todo el Perú. Es lo que pienso cuando me pongo en planes idealistas. Porque tiene historia, porque es cuna de artistas, porque posee algunos de los lugares más representativos del paisaje limeño, porque -con todo y el desorden que hoy se ha instalado en sus calles- sigue siendo mencionado como lugar turístico en cuanta guía de viajes y paseos por Lima uno encuentra. Pero la realidad es otra y el ninguneo que la prensa convencional hace con estas protestas vecinales -para favorecer, cómo no, los intereses particulares de toda la vida- me hace concluir que, cuando se trata de hablar de temas importantes, la protección de Barranco no aparece en la agenda de ninguno de estos periodistas, a quienes las asociaciones de vecinos buscan con desesperación, con la ilusión de que alguno de ellos se compadezca y haga suya sus denuncias.  

Cuando veo que los principales canales de televisión y periódicos de señal abierta hablan de la venta de los acantilados, casi como si se tratara de una novedad, sin asumir ningún compromiso ni ahondar en el tema, sin perseguir a las autoridades, sin criticar a los negociantes que están detrás de todo este problema, me doy cuenta de que la superficialidad de la nota es lo único que importa. Atrás han quedado los tiempos en que un periodista, un líder de opinión, se compraba los pleitos de una población desfavorecida y se iba contra las autoridades, capaces de poner miles de barreras, palabreos abogadiles, contratos, subcontratos y demás pretextos y argucias para no explicar nada y salirse con la suya. Ahora son sus cómplices, sus voceros y defensores. Las notas sobre "vecinos que protestan por la venta de los acantilados en Barranco" son solo dos o tres minutos de tomas anodinas que sirven para llenar una pauta y luego pasar a otra cosa. Con ese silencio mediático, las constructoras se sacuden un poco el polvo que les produjo el supuesto remezón y después siguen haciendo sus proyecciones, calculadora en mano, y vendiendo "depas" que, en algunos casos, terminan siendo comprados por los mismos periodistas a quienes buscaron los vecinos para que los defiendan.


El caso del tráfico es otro ejemplo de lo poco que les interesa Barranco a los llamados "líderes de opinión". En lugar de plegarse a la protesta de quienes viven allí y hacer eco de las voces que se alzaron en las redes sociales, respecto al desmadre provocado por el cambio de sentido en las avenidas Grau, San Martín y Centenario; los canales y periódicos pasaron por encima del asunto y escucharon como si fueran paredes, incapaces de poner en práctica esa ancestral técnica periodística de la repregunta, a los representantes de la alcaldesa Jessica Vargas decir que el impacto negativo fue mínimo, que de todas maneras "hay que seguir analizando los resultados del Plan Piloto" y que las protestas provienen de un sector reducido de la población de Barranco, porque siempre hay pues, inconformes dispuestos a no aceptar los cambios.

Todos -periodistas, artistas y políticos- se llenan la boca hablando de Barranco, el Puente de los Suspiros, la Ermita, Chabuca y veinte cosas más; cuando se trata de ensalzar algún subproducto de PromPerú o cuando se habla de las visitas de Mario Testino y sus modelos alfeñiques (cuyos pasajes aéreos son pagados por el Estado peruano) o cuando alguna personalidad del espectáculo mundial llega y se toma fotos en el bar Ayahuasca (como ocurrió con Jennifer López hace un tiempo). Sin embargo, cuando se trata de defender a este distrito que debería ser un remanso de paz en lugar de ser el infierno de tránsito intransitable que es (por culpa, básicamente, de esa sección del Metropolitano que no debió nunca pasar por allí y que debería ser removida para salvaguardar al distrito como bien público), ahí nadie dice nada. 

Si se trata de celebrar el día del pisco sour, el día del cebiche, la noche en blanco con hora loca incluida, el carnaval mamarrachento de "todas las sangres", ahí abundan las coberturas y hasta ponen de fondo el vals de Chabuca que habla del "puentecito dormido entre follajes y añoranzas". Pero si se trata de hacer una campaña para que cierren el restobar Picas -lo más cercano a una "zona roja", después del Parque Kennedy a medianoche- para recuperar el Puente de los Suspiros; o de hacer una campaña para que devuelvan el espacio de la clásica y familiar Lagunita, ahora convertido en esa cosa llamada Museo de Arte Contemporáneo (MAC) que tiene de museo lo que yo tengo de holandés y que es utilizado para fiestas y recepciones de la socialité limeña, como si se tratara de un Centro de Convenciones; o de hacer una campaña para que desaparezcan las estaciones del Metropolitano de Barranco y que en lugar de ellas, circulen buses alimentadores y el pequeño distrito vuelva a la tranquilidad... nadie dice nada. Nadie se compra el pleito. Nadie arremete, con el peso de sus pantallazos y periodicazos, para que la voz de los ciudadanos se escuche y se obedezca.

Salvo al apoyo público de Juan Sheput Moore, que ha sido, a la sazón, vecino de Barranco; ningún político ha salido a defender a las calles y acantilados del distrito de la destrucción a la que vienen siendo sometidas por el tráfico infernal y las construcciones inescrupulosas. Salvo Gianfranco Brero -que vive en una de las calles que terminaría más afectada si se perpetra el llamado Plan Piloto- ninguna personalidad del espectáculo (ni del serio ni del farandulesco) se toma la molestia de apoyar a la vecindad barranquina que, sin contactos en la prensa, sin padrinos y sin presupuesto, lucha a duras penas y desde hace años, por recuperar para la ciudad un distrito cuya imagen es utilizada por propios y extraños a conveniencia. Esa actitud de desinterés por lo importante, es la que ha definido a nuestras dos últimas generaciones, con las excepciones que siempre hacen la regla. 

Por cada persona que entiende la importancia de defender el patrimonio barranquino, hay cientos que salen a decir que "si no es de importancia nacional no es noticia" y pasan de largo, pensando que son exageraciones de gente resentida o mezquinas intenciones de soliviantar a la gente con fines electorales. Pero salen corriendo a las discotecas del boulevard Sánchez Carrión a pegársela cada fin de semana, a tomarse fotitos en el Parque Municipal para el "feis" y a tomarse un coca sour en el Ayahuasca, bien poseros todos. A ellos habría que preguntarles si consideran Barranco como algo importante o si les da igual que pase de ser un distrito emblemático a ser patio de juergas de quienes no viven allí.

martes, 18 de junio de 2013

IQUITOS: LA CIUDAD SIN TAXIS


Desde que el avión inicia el descenso, ya se siente calor. Veinte minutos después, sales a la explanada del aeropuerto Coronel FAP Francisco Secada Vignetta y te caen encima, cual pirañas de La Parada, compadres que, según ellos amablemente, quieren jalarte a sus mototaxis -acá les llamas "Motokares" así, con "k"- casi a empujones. Se empujan entre sí y te empujan a ti para llamar tu atención. Eso sí, ninguno deja de decirte "buenas tardes, señor" a gritos, como si con eso le bajaran el tono a la inmensa falta de respeto y atropello al espacio vital que en ese momento cometen. No importa si estás llamando por teléfono a alguien, acomodando tus papeles o simplemente, respirando hondo para aguantar los chifones de aire caliente -de 25ºC para arriba- que te aturden de entrada. Entre la maraña de camisas azules surje un taxista. Será el último que verás porque aquí en Iquitos, los taxis no existen.

En primera, el taxista que hace servicio en el aeropuerto te dice que tengas cuidado porque la mayoría de mototaxis son "piratas" y está entre sus costumbres robar, secuestrar y "marcar" a sus clientes. Felizmente, no tengo cara de extranjero ni cargo gadgets costosos que revelen mi "status" de persona "asaltable". Así que, si llegaste a Iquitos y pasaste del aeropuerto a tu hotel (sea cual sea) en un automóvil, apunta al toque el teléfono y si es posible, hazte amigo del taxista para que él mismo te lleve cuando tengas que embarcarte a Lima. De lo contrario, puedes sufrir un terrible mal rato a la hora de regresar a la civilización.

Ya ubicado en el medio de la ciudad, con tus cuatro cosas instaladas en el hotel -si vienes en plan de trabajo, de hecho traes pocas cosas, para dos o tres días- cuesta acostumbrar los sentidos al ambiente selvático, esa atmósfera recargada de humedad que abochorna, hace sudar y por último, desespera hasta al más paciente. Si es lunes, los pocos restaurantes y bodegas que existen, abren a partir de las seis de la tarde. No hay puestos en las esquinas ni tiendas ni supermercados en los alrededores de la Plaza de Armas-de los conocidos- salvo que camines hasta la quinta cuadra de la avenida Próspero (el nombre resulta terriblemente paradójico) que es una especie de Av. Perú pero de un solo carril, pensando en carriles para autos. Por ese único carril, zigzaguean amenazantes decenas de "motokares" rojas y azules -las que brindan servicio de transporte- que se entremezclan con "motokares" privadas y motos lineales de personas naturales, trabajadores, estudiantes, mensajeros, etc.

En cada esquina de la ciudad de Iquitos, enjambres de mototaxis hacen carrera para conseguir pasajeros. No gritan, como los insoportables cobradores de nuestros microbuseros y combis, pero sacan los brazos y te señalan para saber si vas o no vas. Casi todos van con lentes oscuros, de manera que es casi imposible hacer reconocimiento de intenciones mediante la observación del rostro del chofer, y chalecos naranjas, quizás lo único que los identifica como "formales" (además del registro de empadronamiento que, según los expertos, ubican junto a la placa de rodaje aquellos "motokares" que podríamos considerar legales). Este es el único medio de transporte público disponible... miento, hay también algunas líneas de microbuses de madera, que literalmente circulan desde el siglo 19 (les cambian el motor a las carrocerías y listo) pero se ven tan destartalados y viejos que da miedo subirse. Además, con los 32ºC que hace, la sola idea de sentarte en un micro que anda repleto y avanza como tortuga, esquivando motos que parecen avispas, es suficiente para no hacerlo. No te queda otra, tienes que usar los mototaxis.

Y tienes que usarlos porque, por muy cortas que sean las distancias que vayas a recorrer, si las acometes caminando tendrías que cargar contigo un maletín repleto de kleenex perfumados, pañuelos, papeles higiénicos, desodorantes y desinfectantes de toda marca y color. "No hay manera" como diría alguien por ahí, una variación del huachafísimo "no hay forma". Y cuando te acostumbras, hasta refrescantes son. Sin puertas ni ventanas, son el pretexto perfecto para que algo de aire fresco te golpee la cara. Un par de cuadras en uno de esos mototaxis, después de caminar un poco bajo el sol, puede ser hasta reconfortante. Y como de todas maneras no hay otra forma de movilizarse, lo que queda es resignarse y vivir la experiencia.

Este es mi segundo día en Iquitos y no he vuelto a ver un taxi más, aparte del que me sacó del aeropuerto hacia el centro. Y al cual llamaré mañana cuando deba regresar a Lima. Entiendo que es el sistema de transportes por antonomasia en nuestra olvidada amazonía -solo recordada para las fotos de Marca Perú en lugares turísticos y en las bellezas naturales que, ciertamente, no forman parte del día a día en sus principales calles- pero algo debería hacerse para que no produzca esta sensación de caos, desenfreno y peligro permanente. No conozco datos estadísticos respecto de cuántos están o no empadronados, si cuentan o no con licencias, si cumplen o no con cuestiones mínimas de seguridad pero, de cada diez personas, siete me comentan que son riesgosos y muchos de ellos han ocasionado diversos accidentes de tránsito, algunos mortales. Una revisión a los principales telenoticieros locales basta para darse cuenta de ello.

La infraestructura de Iquitos, como siempre en el interior de nuestro país, es de llorar, y los periodistas locales -los más antiguos sobretodo- lidian a diario con las corruptelas de los gobiernos locales y regionales y detestan al actual presidente del Congreso, representante de Loreto, Víctor Isla. Quizás haya cosas bonitas que ver en Iquitos, -pienso en el Amazonas, en las reservas naturales que tanto les gustan a los videomakers de PromPerú- pero por lo menos yo no las he visto en esta visita de carácter urbano y laboral. Las calles y comercios rezuman pobreza, el alumbrado público es insuficiente, las pistas no están asfaltadas, las conexiones a Internet son lentísimas.

Sin embargo, no faltan las discotecas, los conciertos de Marisol, los polos bamba de la Marca Perú, las ofertas de "diversión nocturna" y las gigantografías de Cristal anunciando su campaña de "la fiesta de 28 de julio, como se debe", todo esto sin mencionar el maldito secreto a voces del comercio sexual de toda clase, incluido el infantil, una de las razones más escabrosas -y comunes- que impulsan el turismo a esta tierra golpeada por el inclemente clima selvático, que valida el crimen y estimula una de las actividades criminales más execrables del mundo. La juerga y la cochinada son las únicas cosas que conectan a Iquitos con la modernidad. En lo demás parece que siguiéramos en la era del caucho. Mientras tanto, siguen diciendo que al Perú le va bien económicamente. ¿Al Perú o a Lima? ¿a Lima o a una parte de Lima? 



domingo, 9 de junio de 2013

PERÚ 1 - ECUADOR 0: CON GOL CHAMPERO DE PIZARRO, GANAMOS...


Carlos Zambrano lanza un pelotazo desde la media cancha, un gran cambio de frente de derecha a izquierda. Juan Manuel Vargas recibe y, a la fuerza, consigue sacar un medio centro como en sus días de gloria, antes que sus escarceos con el prostíbulo farandulero pasaran a ser más importantes que su futuro futbolístico. La pelota es interceptada por un defensa ecuatoriano y rebota en la cabeza, sin dirección, de Claudio Pizarro. Impulsada hacia arriba - podría haberse ido al lateral o al saque de meta - le da tiempo a que Pizarro, este jugador a quien todos adoran pero que jamás ha hecho nada por la selección peruana, se voltea torpemente y casi sin fijarse, saca la pierna derecha con la intención de disparar al arco, en una especie de media volea oligofrénica. El empeine, como claramente se ve en las miles de repeticiones que, compulsivamente, han transmitido todos los canales durante el fin de semana, queda en el aire y la pelota le choca en la parte baja de la canilla. La velocidad de la jugada desconcierta a la defensa rival y el arquero, que salió a cazar mariposas, no pudo contener el balón. Gol de Perú. Las tribunas, repletas de monos con camiseta rojiblanca, estallan de sobreactuada alegría. Aun no estamos, ni siquiera cerca, en posibilidad de pensar que llegaremos al Mundial de Brasil 2014

Los titulares del día siguiente hablan de heroísmo, de revanchas, de golazos y reivindicaciones de un tipo que durante años se ha dedicado a crear un mito de sí mismo, ayudado por las crónicas inflamadas - y quizás hasta pagadas - de periodistas deportivos de prensa escrita y televisiva que alaban hasta el más mínimo de sus movimientos. Pizarro juega bien hasta cuando no toca la pelota, dicen algunos de sus fans. Tiene ojos hasta en la nuca, glosa Ramón Quiroga, quizás bajo los efectos de un buen vino argentino combinado con los humos de los habanos que suele fumarse antes de cada transmisión en CMD. Daniel Peredo, sobreexcitado, le agradece al cielo que por fin, después de tantos yerros involuntarios y maledicencias de sus enemigos, Claudio estuviera allí, en el área, donde solo están los mejores. Palabras que las pantallas, como el papel, aguantan sin límite, porque cuando se trata de embrutecer a la masa y hacerle el negocio a los de siempre, los escrúpulos y la veracidad quedan siempre en segundo plano.

Claudio Pizarro juega, desde hace años, en Alemania y, valgan verdades, se ha convertido en leyenda goleadora gracias a que siempre estaba allí, para concretar las alucinantes jugadas elaboradas desde afuera por sus compañeros de ocasión, todos excelentes jugadores, ya sea en el Werder Bremen o el Bayern Munich, los dos cuadros bávaros donde ha ganado todo su prestigio internacional y fortuna personal. Sin embargo, cuando se ha tratado de jugar por la selección peruana, nunca - ni en sus veintes - replicó esas hazañas de goleador caza-pelotas ni marcó la diferencia, esa que suelen marcar las verdaderas estrellas de nivel mundial. Siempre nos han vendido la idea de que Claudio Pizarro era capaz de hacer maravillas en la cancha pero todo quedó siempre en una ilusión, fabricada para su propio provecho, que ni hasta el más afiebrado de sus hinchas podría justificar con hechos reales (ver estadísticas de goles de Pizarro con la selección y convénzanse de su ineficacia, aunque él diga que "eso no es lo que importa").

Por el contrario, el paso de Claudio Pizarro por la selección tiene recordación por hechos 100% negativos: a) el escándalo del Hotel Golf Los Incas (del que nunca debió salir bien librado), b) las sospechas de que, sobre la base de su poder económico, tomaba decisiones que le correspondían a los técnicos, incluido el actual y c) las ínfulas de capitán que le hacen ponerse por encima de jugadores más talentosos y efectivos que él para patear un penal, darse el lujo de fallarlo y después, ponerse majadero con una prensa a la que mangonea a su gusto, quien sabe si es por la injerencia que tiene hasta en el pago de ciertas planillas.

Este gol frente a Ecuador fue, a todas luces, un golpe de suerte, un champazo, para hablar en el lenguaje popular de quienes alguna vez hemos corrido detrás de una pelota. No fue un prodigio de ubicación o precisión o inteligencia. Es verdad, los partidos se ganan con goles y en esta época sonaría ridículo desear que todos sean hechos con filigrana, fineza o extremado lujo. Pero no estoy pidiendo eso. No me molesta que Perú haya ganado con gol de Pizarro. Me molesta que la masa (la suma de prensa deportiva con hinchada sin dignidad) le pase por alto todas las malcriadeces de las cuales ha sido capaz este tipo, solo porque hizo un gol de chiripa, en las antípodas de lo que hacen los grandes goleadores que definen partidos, generan situaciones permanentemente, ponen en jaque a las defensas rivales todo el tiempo. Con Claudio Pizarro nuestra selección no tiene nada de eso, la hinchada vive mendigando sus golpes de suerte, sus champazos. Y cuando le sale uno, le lanzan flores, le organizan homenajes, le levantan monumentos. Hinchada más mandilona que la peruana, ninguna.

¿Qué pasará el martes con Colombia? quizás lo mismo de siempre. Ahora, con todos estas exageradas y triunfalistas manifestaciones del público, Pizarro y compañía se relajen y los colombianos nos pasen por encima, en virtud de su buen futbol y una regularidad a prueba de balas en todas sus líneas. Y cuando le pregunten a Pizarro ¿qué pasó? él quizás responda: nada pues, perdimos, ¿cuál es el problema? Y acto seguido, tome su vuelo de regreso a Alemania a seguir empujando las pelotas que otros le ponen, servidas, en el área. Y Daniel Peredo dirá que, aunque no toque la pelota durante 80 minutos de 90 que tiene un partido, su presencia táctica es insustituible. Y las hordas de hinchas que salen a la calle con sus casaquillas rojiblancas, compradas en almacenes chilenos, saldrán a cantar el Himno Nacional mientras tocan el claxon en los oídos de la gente, compran piratería (o entradas de reventa) y cholean a discreción. Porque estos fanáticos del futbol peruano han creado una nueva concepción de patriotismo: son incapaces de respetar las más básicas normas de convivencia ciudadana pero se ponen la mano al pecho y cantan porque Pizarro hace un gol, casi sin darse cuenta.

Los medios de comunicación masiva, en lugar de esclarecer todas las dudas relacionadas a aquel escándalo en el cual estuvo involucrado Claudio Pizarro, según el cual percibía dinero como representante de otros jugadores, estando eso prohibido en su condición de jugador profesional activo,se la pasan endiosándolo y lavando su imagen, una imagen carcomida por la pedantería y el poco respeto mostrado hacia una camiseta con la cual no llega ni a los diez goles, en tres Eliminatorias y una Copa América. Y para darle color a toda esta farsa, invitan a las concentraciones a dos "amuletos" externos: don Oscar Avilés, leyenda viva de nuestra música; y un encantador niño de provincia, que ha ganado popularidad gracias a un comercial de televisión. Me pregunto: ¿por qué en lugar de hacer reportajes y semblanzas de su vida, en las que nos hablan de las "raíces negras" de Pizarro, no nos cuentan con cuánto se están portando todos estos seleccionados para que ese niño coma un poco mejor? ¿estarán haciendo algo por él?

miércoles, 5 de junio de 2013

PROGRAMACIÓN MUSICAL EN LAS RADIOS: ¿DEBATE ÚTIL O PÉRDIDA DE TIEMPO?


Se habla mucho, en las últimas semanas, de un proyecto que busca colocar una "cuota porcentual" de artistas peruanos en las parrillas de las radios musicales para promover las producciones nacionales frente a la avalancha de grupos extranjeros que, aparentemente, le estarían robando espacio a jóvenes músicos, particularmente de géneros pop y rock, que no encuentran manera de promocionar su material a través de este medio de difusión artística, cada vez más convencional, habida cuenta de que todas las herramientas que ofrece la actual plataforma virtual para dar a conocer una canción, independientemente de que esta sea buena o no, son utilizadas de manera compulsiva, tanto por los artistas de trayectoria como por los novatos que buscan hacerse conocidos a toda costa.

Reitero: particularmente el pop y el rock - porque hay otros géneros cultivados por peruanos, como la cumbia, la salsa y nuestras músicas folklóricas, tanto de costa, sierra y selva que sí han aumentado, en algunos casos desmesuradamente, su exposición mediática, y esto también al margen de su calidad, sino impulsados por un gaseoso concepto de comercialidad que apela a reacciones primarias del público - nunca han sido tema de conversación en el corrillo oficial (el establishment) y por eso sorprende que ahora se hable de esta situación, que dicho sea de paso no es nueva, aunque sí exclusiva de nuestro país (en Argentina, por ejemplo, hay emisoras cuya programación es 100% de artistas locales, festivales masivos de géneros musicales específicos, donde los extranjeros son la excepción a la regla, etcétera). Una idea más: este tema ha dado el salto de las redes sociales a los medios de comunicación "normales" tras las reacciones destempladas, y por cierto muy merecidas, que recibieron los comentarios de un politicastro de pacotilla, que se lanzó una paparruchada inaceptable para quienes algo saben del tema.

El simple hecho de que personajes como Alfredo Ferrero, el politicastro de marras, o Aldo Mariátegui hagan comentarios respecto de este asunto es una prueba de la poca importancia que tiene el análisis de la difusión musical en el Perú. Por cierto, reducirlo todo a temas de "cuotas porcentuales" refleja una inmensa ignorancia y desinterés por explorar más un tópico que tiene, cómo no, de negociado y compadrazgos (para conseguir un espacio en la programación de una emisora) pero también tiene de aspectos sociológicos, artísticos y, por supuesto, de los niveles de expectativas de un público con una formación educativa deplorable y cada vez más pobre, que le impide ejercer un sólido control de calidad frente a aquello que los mercachifles de la industria discográfica nos quieren vender a toda costa.

Resumiendo: todo se maneja desde las cajas registradoras de los dueños de las radios. Esto significa que, si tienes una banda de rock y quieres que tu canción suene en las principales emisoras, entonces debes ser entrevistado en el segmento de espectáculos del Grupo RPP y lograr que hable de ti La Chola Chabuca. Para ello, tienes que asegurarle una ganancia monetaria concreta a quien te propale. No necesariamente pagarle en efectivo (lo cual sería una ramplona coima, que también las hay) sino ofrecerles mucho rating, publicidad o "imagen". Es decir, si eres hijo del productor de Gianmarco, la haces en una, así tu música sea impasable. La otra opción es que hagas un vídeo con toques faranduleros (calatería, cumbia estilo Los Hermanos Yaipén o estupideces que "la rompan" en el youtube como las de La Tigresa del Oriente y afines (la última de ellas es, desde luego, esa porquería llamada Agüita de coco). Hoy más que nunca, la presencia en medios no depende del talento sino de la plata que haya detrás, sea que llegue en forma de un cheque, de una promesa de imagen o de popularidad chicha, de una expectativa tangible de ventas tan masivas como inescrupulosas.

Sonar en la radio, para mí, es sinónimo de superficialidad, de éxito efímero pero insostenible en el tiempo. Todo lo que suena en la radio está hecho para agradar a la masa con poco criterio, poco esfuerzo y poca trascendencia; y en ese sentido, que haya un grupo de artistas que se quejen porque "no los dejan salir en la radio", así como están las cosas hoy, representa más una angurria por la mediatización de sus producciones (ya ni propuestas musicales las llamaría) para venderlas lo más rápido posible. Es verdad, la música es un negocio y los intérpretes graban sus canciones para vivir de ellas, pero en temas realmente artísticos hace tiempo que calidad no es sinónimo de éxito comercial. Todo lo contrario. 

Los músicos, compositores y cantantes de calidad jamás saldrán en la radio o en la televisión. Es más, no merecen salir en ellas tal y como son manejadas actualmente. Si las radios y los canales pudieran ser asociados con medios identificados con la difusión de música de calidad, bien hecha (desde una canción de cuna hasta un thrash metal), quizás me solidarizaría con sus reclamos. Pero si lo que quieren es compartir rankings con el omnipresente Gianmarco, Los Yaipenes, Libido, Pedro Suárez Vértiz, entre otros que sí tienen una presencia constante en la radio actual, me huele a que su siguiente ambición es ser invitados a un capítulo de Al fondo hay sitio, epítome de la fama en nuestra sociedad peruana, reñida hasta la muerte con el buen gusto y el trabajo talentoso de músicos de verdad, algunos de ellos con carreras de décadas, ignoradas consuetudinariamente por los medios oficiales. 

Recuerdo haber escuchado, hace unos días, en uno de los capítulos de That Metal Show, al ícono del rock teatral de los 70s Vincent Damon Furnier, más conocido como Alice Cooper,decir que extrañaba las épocas en que las listas de éxitos en las radios estaban conformadas íntegramente por bandas de rock, blues y hard rock. Hoy, de cada doscientos títulos (en los que vemos a raperos, calichines del country como Taylor Swift o Blake Shelton o divas de cartón como Lady Gaga, Rihanna, Beyoncé y afines), solo tres pertenecen a rockeros de verdad, afirmó Alice. La segregación en este caso no depende las nacionalidades, como sucede aquí, pues el debate se centra en por qué se les da más preferencia a los extranjeros que a los oriundos, pero de alguna manera se repite una constante: figurar en los rankings de éxitos, consecuencia lógica de sonar todo el tiempo en la radio, no es ni por asomo un efecto ni del talento individual del artista, ni de su trascendencia, ni siquiera de las preferencias del público, sino de los negocios que corren detrás de cada tendencia inventada desde una oficina de marketing.

Y quizás siempre haya sido así. Si no ¿cómo se explica uno que, con un bagaje grabado de más de 50 años de música, los programas de recuerdos pasen las mismas 100 canciones toda la semana, en diferente orden? Porque algún marketerito ha dicho, desde siempre, que la gente gira el dial cuando no escucha lo que siempre ha escuchado. Lo cual en esta época es peor y, por tanto, más irreversible que nunca. Entonces, ¿vale la pena la polémica iniciada por un cero a la izquierda en música (y en otros temas también, aunque haya sido ministro de no-sé-qué y lo entrevisten por todas partes) o es solo una pérdida de tiempo? ¿esto terminará en que escucharemos la última Flor de Loto en lugar de la última de Gianmarco o que en los recuerdos nacionales escucharemos alguna de El Polen en lugar de El último beso de Los Doltons? No lo creo.


sábado, 1 de junio de 2013

YO SOY: CREANDO CULTURA MUSICAL



La televisión nacional está llena de bodrios impasables, infectas sucesiones de vulgaridades que, bajo el pseudónimo de "programas-concurso", pudren la ya menoscabada mentalidad de nuestros niños, jóvenes, padres de familia y maestros de colegio con conductores estúpidos, "monos calatos" - como los llama Hildebrandt - que fungen de participantes y hordas delincuenciales de anunciantes, ladrones de cuello y corbata a quienes no les tiembla la billetera para soliviantar estos espacios burdelescos con el floro monse de "programa vendedor que le gusta a la gente". Si necesitan nombres, pues les suelto algunos: Esto es guerra, Combate, Bienvenida la tarde, y todas las clonaciones que estos esperpentos generan en otros canales.

Por otro lado están todos esos segmentos de espectáculos que, a raíz de la desaparición de Magaly Medina, extendieron su purulento estilo luego de provocar la muerte televisiva de su creadora. Quienes pensábamos que el retiro voluntario de la detestable "reina de los ampays" era una expresión de (tardía) higiene a las pantallas de nuestra televisión, nos equivocamos groseramente. Como una mala operación de cáncer, la salida del aire de Magaly TV provocó la metástasis de la telebasura y hoy tenemos canales cuya programación, desde los albores de cada día, nos carcomen la paciencia y envenenan los círculos sociales con noticias acerca de personajes intrascendentes, mugrientos y destalentados; narradas y presentadas por otra bola de tarados, que elevan diariamente a la categoría de íconos sociales a hombres y mujeres que son la epítome del mal gusto, en todas las manifestaciones que puedan darse de la vulgaridad y la huachafería.

En ese sentido y sin ser la maravilla, el programa-concurso de imitadores Yo Soy se erige como el único que puede verse sin que las náuseas nos invadan el espacio entre pecho y espalda. Por una simple y sencilla razón, que quizás compartan todos aquellos melómanos como yo: su estructura y objetivo principal (descubrir nuevos imitadores de cantantes famosos) está creando, casi sin darse cuenta, un poco de cultura musical en una masa deforme de tele-espectadores que, probablemente, sintonizan el programa por razones totalmente diferentes a un genuino interés por conocer artistas, canciones y géneros musicales totalmente opuestos a lo que escuchan siempre en sus casas, en los micros, en los mercados o en sus iPhones.

Escuchar temas como Rayito de luna (Los Panchos), Quién fuera (Silvio Rodríguez), Creeping death (Metallica), Move over (Janis Joplin), Comienzo y final de una verde mañana (Gilberto Santa Rosa) o Dancing days (Led Zeppelin), solo por nombrar algunos, en una señal abierta que todo lo ve Los Hermanos Yaipén y de allí para abajo, en caída libre, hasta las ciénagas de la garganta de Tongo; es casi una bendición. A mí la televisión peruana me genera unas arcadas que no solo son una metáfora del asco, sino que son físicamente reales. Sin embargo, trato de no perderme Yo Soy y a sus participantes, pues ofrecen una paleta diversa de canciones que no podría esperar en ningún otro momento ni canal. Y estoy seguro que ese no era uno de los objetivos del equipo de producción que lidera Ricardo Morán, a la sazón uno de los jueces del programa que hoy me suscita estas líneas.

Él y las otras dos personas a cargo de calificar a los participantes - empeñosos algunos, muy talentosos los que quedan en el tramo final de cada temporada - hacen un trabajo de mediano para abajo, sobre la base de sus propias limitaciones. Es diferente tener de jurado, en lo musical, a Randy Jackson (el gran bajista norteamericano que ha tocado con todos desde Barbra Streisand hasta Journey) que al mencionado Morán y Maricarmen Marín. Mientras el primero de ellos se las quiere dar de muy conocedor y dotado de un oído perfecto, la segunda está, como el público, recién conociendo a los artistas que representan los concursantes (en algunos casos, no puede ni siquiera pronunciar sus nombres). El caso de Fernando Armas, cómico e imitador de experiencia y recorrido, quizás las cosas no sean tan reprochables, además él mismo ha dado muestras de aceptar que, con relación a ciertos artistas y géneros, más es lo que tiene que estudiar antes que calificar de buenas a primeras algo que no entiende del todo bien.

En cuanto a la pareja que "co-conduce" (¿¿¿???) Yo Soy, pues son definitivamente los puntos más bajos del programa: Karen Schwarz es una niñata que divide su tiempo entre hablar tonterías farandulescas por las mañanas y hablar tonterías con los participantes durante cada emisión del show y Adolfo Aguilar es, simple y llanamente, insoportable. Sus bromas y parloteos, sus gestos y bailes ridículos, sus peinados y ternos huachafos son lo más cercano a una razón para no ver el programa. Pero la música es más fuerte. Y también lo es el talento y el buen gusto exhibido por muchos de los participantes. Ver a una multitud de jóvenes dando vivas a tres señores que imita a Los Panchos (trío de boleros cuya máxima fama se dio en la década de los 50s) es por momentos esperanzador. Quizás no es la manera más adecuada y duradera de generar cultura musical, pero de alguna manera transversal a sus originales propósitos, me parece que el programa lo consigue. 

Por eso lo veo y espero que los participantes sigan escogiendo artistas de géneros diversos que saquen a la audiencia del marasmo que producen la cumbia y Gianmarco, para que se den cuenta de que hay muchas otras cosas qué escuchar y apreciar.