Hace algunos años tuve un jefe chileno. Más joven que yo, discotequero, amante de la velocidad, buena persona. No le temblaba la voz para decir que el piscola daba asco y que el pisco sour era 100% peruano. Pero cuando se trataba de hacer bromas, brotaba de su inconsciente esa cosa que seguro, desde niño en la escuela, le enseñaron sus profesores, seguidores de Diego Portales y aplicados creyentes de aquello de "por la razón o por la fuerza".
Una vez le escuché decir, así, en clave de chascarrillo, que Chile ya no necesita invadir militarmente el Perú porque ya lo compró o lo está comprando poco a poco. "Ya los tenemo' domina'os económicamente..." soltaba a risotadas, ante dos o tres compañeros de trabajo, peruanos, que no entendían por qué un chileno ganaba siete veces más que ellos en una empresa peruana - una de las Top -, haciendo algo que ellos también podían hacer con preparación, esfuerzo y experiencia. Y él es uno de los buena gente. De los que no podrían ser acusados de anti-peruanos, que los hay por todas partes en Chile y en Perú, camuflados. Cómo podría ser anti-peruano si lo trataban como un rey, con un puesto ultra bien remunerado para los estándares nacionales.
Las coberturas grandilocuentes de los alegatos en el Tribunal de La Haya me han hecho reflexionar un poco acerca de este entuerto, iniciado a fines del siglo 19, que hoy "nuestro vecino país del sur" (frase hecha de todo periódico gacetillero que se respete) trata de imponer a su favor con argumentos que merecerían una caída de espaldas seguida de un "plop!" o un "exijo una explicación" a la Condorito-style. O sea, mejor díganles al equipo de abogados que representan al Perú que, para la contra respuesta, si es que la hay porque ya me perdí la secuencia, muestren un libro de Geografía de la Editorial Escuela Nueva, esa que usábamos nosotros los cuarentones, en el colegio, y como alguien dijo por ahí, que expongan el mapa del Tahuantinsuyo y nos comemos de una vez toda la franja chilena.
En 1954, dos gremios de pescadores se pusieron de acuerdo para establecer hasta dónde podían entrar durante sus faenas, naturalmente debido a que en altamar no hay paredes y a la hora de pescar, era inevitable que unos pasaran al lado del otro y viceversa. Ese acuerdo entre pescadores quieren hacerlo pasar como Tratado de Límites, así con mayúsculas. Yo no soy partícipe de los chauvinismos y los patriotismos exacerbados que al final siempre tratan de vender algo (por poco y ponen pantallas gigantes en el Parque Kennedy para ver los alegatos, con publicidad de Brahma y logo de Marca Perú por todas partes), pero en esta ocasión me queda claro por quien hay que hacer barra. Si juega la selección de Claudio Pizarro contra la de Matías Fernández, espero con todo mi corazón que gane Chile. Pero en este asunto no hay dudas: que me avisen dónde es la concentración para lavar la bandera y cantar las seis estrofas del himno nacional en runa simi, frente al mar de Tacna.
Lamentablemente, este asunto de la rivalidad Perú-Chile no tiene cuando acabar porque siempre se mueve en la dinámica del dominante y el dominado. Antes a través de las armas y la insanía invasora, saqueadora y violadora de la Guerra del Pacífico y hoy con las bravatas y leguleyadas propias de la modernidad, sazonadas con fuertes dosis de poder económico - las famosas "cuerdas separadas" que tanto daño le hacen a la siempre pisoteada dignidad nacional, en favor de la "inversión privada" - y prepotencias disfrazadas de sonrisas Colgate. Los dientes de Piñera, que casi nunca desaparecen de la foto por férreas indicaciones de sus asesores de imagen, a veces esconden no solo la ignorancia supina del presidente chileno, sino también una agresividad que amenaza con ser incontrolable, si no se cumplen sus designios, o los de sus ministros. Por momentos me parece que hay afinidades dentales entre Sebastian Piñera y Nadine Heredia, en cuanto alas dimensiones y a lo que esconden, hipocresías, despotismos...
Es una guerra de nunca acabar, está en los genes de peruanos y chilenos, como el ejemplo de mi ex jefe, que era, repito, de la generación amable con el Perú. Cuando pienso en Chile, lo primero que se me viene a la cabeza son los ponchos rojos de Inti Illimani, los vuelos progres de Los Jaivas en Machu Picchu, los lamentos de Violeta Parra, los versos de Pablo Neruda, las crónicas sociales en clave punk de Los Prisioneros, los acordes completos de Claudio Arrau al piano, los cabezazos de Elías Figueroa. Pero después llega un politicastro chileno a hablar pavadas en La Haya y recuerdo la humorada del general Donayre, esa de las bolsas negras.
Este diferendo marítimo, que favorecerá al Perú, si se cumplen las leyes de la lógica, solo es motivo para que centenares de jueces, secretarios, periodistas y comechados viajen, se alojen en hoteles de primera y cuelguen en sus facebooks sus intrascendentes paseos por una de las ciudades más hermosas de Europa. Bien por ellos, por lo menos por los que no lo hacen con dineros públicos. Pero después no hay nada en realidad. Como alguien dijo por ahí: lo que está en juego de mar, en comparación con Arica, Tarapacá, la Tacna semi secuestrada de hoy y los cientos o miles de negocios chilenos que explotan a miles o millones de peruanos subempleados, no es nada. Y encima la guerra sigue, porque siempre están buscando, los malos chilenos por supuesto, de qué apoderarse: el pisco, la papa, el suspiro a la limeña y siguen firmas...