Hoy en la mañana, la prensa nacional volvió a tocar el tema del paso de Lionel Messi por el Perú, hace 15 años. Con la vacuidad y ese rictus risueño del que no alberga nada en la cabeza al que nos tienen acostumbrados desde hace tantos años, Federico Salazar y Verónica Linares, conductores de Primera Edición en América Televisión, conversaron con Kevin Méndez, un joven peruano que tuvo la suerte de conocer al actual número uno del mundo, cuando ambos tenían 8 años, mientras disputaban la otrora famosa Copa de la Amistad, que organizaba con relativo éxito el club Cantolao del Callao.
En la foto se ve a los dos niños, Lionel y Kevin, abrazados luego de un partido de ese campeonato. La familia de Méndez alojó en su casa al argentino, como correspondía según las bases del torneo. Messi llegó al Perú defendiendo la camiseta del Newell's Old Boys de Rosario. Ni qué decir que en aquella oportunidad, en 1996, el pequeño "la rompió" y mostró lo que en ese entonces eran los rudimentos de lo que actualmente vemos que hace, con inagotable sorpresa, cada vez que juega por el Barcelona o por su selección, la misma que esta noche nos va a encajar, como mínimo, tres goles.
Quizás digan que soy catastrofista o perteneciente a la Iglesia de la Siniestrosis, como dice Denegri. Pero para mí queda clara una cosa: el futuro que acompañó a estos dos niños es una muestra irrefutable de lo que son, por un lado, el efectivo y bien diseñado sistema futbolístico argentino y el patético sistema deportivo peruano. La experiencia de Kevin Méndez y su familia (que incluye recuerdos seguramente imborrables, además de esa camiseta del Messi-niño que alguien podría valorizar en millones de dólares actualmente) les pertenece solo a ellos, pero ver lo que pasó con uno y con otro, resulta vergonzoso para la FPF, el Estado y la sociedad peruana.
Porque mientras en la Argentina, el pequeño que hacía diabluras con la pelota a los 8 años fue impulsado a seguir jugando y luego descubierto por un club español que le dedicó tiempo y presupuesto para potenciar su talento, hasta convertirse en el mejor jugador del mundo; el niño peruano se convirtió "en un futbolista frustrado que se dedicó a estudiar marketing y cocina", como glosa La República en su versión web. Nada más cierto y no es culpa de Kevin, por supuesto.
Se suponía que la Copa de la Amistad era fuente de estrellas jóvenes para el Perú y que Cantolao era un club privado capaz de dar promociones nuevas a cada momento. Sin embargo, no ocurrió ni lo uno ni lo otro, nunca. Ni siquiera en esas épocas el cuadro de la camiseta amarilla y negra nutrió de jugadores a los clubes de primera división ni a la selección nacional. Cuando yo era niño, lo que se decía era que el Cantolao estaba lleno de chiquillos de La Punta que solo jugaban por hobby y que después se dedicaban a otras cosas. Y era verdad.
El sistema futbolístico peruano estuvo y está diseñado para que reinen la corrupción a nivel de dirigentes y la informalidad a nivel de jugadores. Por eso, asociaciones deportivas privadas como Cantolao se dedican al futbol solo como algo pasajero y terminan desapareciendo por completo del panorama futbolero nacional.
Estoy seguro de que si Lionel Messi pudiera desprenderse, siquiera un par de horas, de los cinco agentes de seguridad que caminan con él para arriba y para abajo, protegiéndolo de los enfervorizados fans y de las piedras de los desadaptados, se tomaría una nueva foto con su compañero Kevin, que lo alojó tres días en su casa, y conversarían como buenos amigos. El problema no es el mega éxito de uno ni el mega fracaso del otro (en cuanto al futbol me refiero, nada más), sino lo que esos resultados, 15 años después, revelan de la sociedad que en ese momento tuvo en sus manos la posibilidad de hacer algo positivo con sus niños deportistas.
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