A unas horas del flash electoral, el panorama es sombrío. Pero no solo por la (cada vez más remota) posibilidad de que gane la mafia, construida a pulso durante esta campaña desigual. Si no -y principalmente- por las demostraciones de pobreza espiritual, falta de empatía, discriminación disfrazada de oposición a una ideología que tuercen de manera tendenciosa o que no conocen en absoluto, complacencia/tolerancia ante la ilegalidad y profundo desprecio hacia el prójimo que han dado, sin descanso, las huestes de uno de los dos partidos en competencia.
Esas huestes están conformadas por una combinación -habría que hablar de "coalición" para darle sentido político- de reconocidos agentes y operadores de la más grande corruptela de nuestra historia reciente, empresarios (banqueros, mineros, lobbistas de todo color y pelaje), periodistas mercenarios, politólogos en alquiler, faranduleros, peloteros y un ejército deforme, desencajado y anónimo de soldaditos rasos, peruanos comunes y corrientes de todos los niveles socioeconómicos, formaciones académicas y procedencias que, por falsa identificación, complejo de autorracismo o por pura y dura ignorancia, han trabajado de forma servil e indigna, en muchos casos traicionando sus propios orígenes, para desinformar, insultar, ofender y ser comparsa útil de los objetivos oscuros de quienes buscan el poder para obtener impunidad, dinero y cancha libre para sus nuevas tropelías.
Como dijo algún columnista por ahí, en una de las últimas ediciones del semanario Hildebrandt en sus Trece, uno de los tres únicos medios que no se unieron a la aplanadora mediática proKeiko -los otros dos fueron Ideele Radio (No Hay Derecho) y las redes sociales, a través de diversos activismos individuales-, este proceso ha ocasionado que caigan muchas caretas, haciendo visible el sarro profundamente racista y de discriminación de clase que, en tiempos normales, quedaba convenientemente oculto ante la no necesidad de escarbar de manera cotidiana sobre estos temas.
La altisonancia que muchos ciudadanos de a pie hemos visto y padecido en nuestras redes sociales personales -y en la cual, inevitablemente, también hemos caído por la ferocidad de ataques sumamente virulentos y argumentaciones ridículas, ante los cuales resultaba imposible callarse- nos ha mostrado el lado más oscuro de amigos de barrio, ex compañeros de colegio y universidad, familiares y conocidos ocasionales que antes pasaban como personajes sencillos, como uno, con idea(le)s que podían ser idénticos, parecidos, ligeramente distintos o incluso radicalmente opuestos a los nuestros, pero en ningún caso estaban reñidos con el sentido común o con la decencia.
Personas a las que uno creía conocer por haber sido parte de nuestra infancia, adolescencia, formación académica o vida laboral pero que recién ahora exhiben la clase de adultos en la que se han convertido: individuos manipulables, prepotentes, insensibilizados y dispuestos a enlodarse con tal de defender a su candidata. Que se han dedicado a difundir mentiras (fake news), terruqueos y toda clase de miedos inexistentes, actuando repetidoras impagas de esos desagües de Willax TV y el Grupo El Comercio, con sus distintos instrumentos (des)informativos, cuidadosamente segmentados y repartidos en televisión, medios impresos e internet.
Unos lo hicieron disimuladamente, disfrazando sus ataques a través de memes "divertidos", chistes y burlas de uno y de otro lado, pero bastaba con ver la animosidad hacia Castillo para detectar sus verdaderas intenciones. Pero hubo otros que, sin vergüenza alguna, desataron una guerra en chats privados y grupos de WhatsApp con ironías lacerantes, adjetivos de grueso calibre y calificativos que denotaban, por igual, su agresividad y su ignorancia: "chavista", "terruco", "rojete"... Y cosas peores.
En su frenesí por convencer, primero, y atropellar, si ya no podían jalar para su bando a sus interlocutores, a estos extraños peruanos no les ha pesado poner en riesgo sus amistades y afectos en aras de defender un "modelo" político y económico perverso, que equivocadamente consideran provechoso para el futuro del país, poniéndose así de espaldas a la historia y a todo aquello que no ocurra en sus casas y trabajos.
Coincido con quienes dicen que, en estos casos extremos, uno no debe tener miedo a pelearse. Inclusive replantear relaciones que, hasta ahora, no parecían ser tóxicas. Pero, si algo de ti se rebela por andar conversando con personas capaces de abrazar delincuentes y considerarlos "lo mejor para el país", es hora de ir filtrando a esas amistades y realizar una limpieza. ¿Acaso invitarías a pasar a la sala de tu casa a quien te arrastró a ti, a tu pareja, a tus padres, para robarles el celular? ¿Te tomarías una copa de vino con quien estafó a tu hijo o acosó sexualmente a tu hija?
Si mantienes contacto con gente a la cual ya tenías medida, porque la conoces desde hace mucho tiempo y ya sabes, más o menos, cómo piensan o de qué pies cojean, con la cual no interactuabas tanto como en los últimos dos meses, puede ser que después de esta noche retomes esa superficialidad, ese trato cordial pero distante, ocasional. Después de todo, tus amigos o parientes no tienen por qué pensar igual que tú. Claro está, si esas personas no excedieron los límites al momento de discutir o intercambiar opiniones políticas.
Pero si en estos días te sorprendiste por el alto octanaje de idiotez, ignorancia e intolerancia que mostraron algunos de tus "amigos" de Facebook de los cuales no te esperabas tales majaderías, borrarlos de tu red social es equivalente a abrirte a la acera del frente si ves a dos raqueteros dispuestos a cerrarte el paso para asaltarte. Y si fueron ellos quienes te eliminaron, siente el mismo alivio que sentirías si una cucaracha se te sube al brazo y te la quitas de encima, antes de pisarla.
Una de las más sorprendentes paradojas que nos ha dejado este proceso es la dicotomía del “voto ignorante” versus el “voto culto”.
La irracionalidad de los votantes promedio de Keiko Fujimori -limeños o habitantes de capitales de región, profesionales de universidades privadas, nuevos ricos- los llevó a tachar a los votantes de Pedro Castillo de IGNORANTES, en parte por la torpe asociación de ideas que hacen al ver en el candidato de Perú Libre a un profesor rural, cuyo desempeño retórico no responde a los estándares de una sociedad centralista con elementos que se creen más que los demás solo por haber nacido en la capital o por no ser quechuahablantes (aunque eso no los libre a muchos de manejar pésimamente el español, sin consecuencias ni críticas de ningún tipo). Y, por oposición, presentaban su voto por Fuerza Popular como el voto CULTO o INFORMADO. Además, por añadidura, también se adjuntaban otras categorías como voto MODERNO, voto INTELIGENTE, voto CIVILIZADO, descendiendo en la escala de la discriminación y la superioridad de los beneficios de clase que quieren disfrazar de discusión ideológica (libertad versus opresión, democracia versus dictadura, capitalismo versus comunismo)´.
Sin embargo, revisando las dos últimas semanas de esta segunda vuelta, vemos que en torno a Pedro Castillo se congregaron colectivos de historiadores, ingenieros, economistas, filósofos, artistas de la música folklórica, el teatro y el audiovisual, científicos peruanos que trabajan como catedráticos en el extranjero. Individuos muy poco conocidos pero, algunos, con amplias trayectorias de trabajo intelectual y académico, a quienes difícilmente se les podría endilgar el membrete de ignorantes.
Y, en la orilla de Keiko Fujimori, ¿a quiénes nos encontramos? A dos de las mujeres más nocivas yn escasas de la televisión en los últimos 30 años –Gisela Valcárcel y Magaly Medina, solo faltaba Laura Bozzo- cuyos contenidos empezaron mal y hoy son la peor basura que uno pueda imaginar. A los monos y monas descerebrados de Esto Es Guerra, incluyendo a sus conductores Johanna San Miguel y GianPiero Díaz, balbuceando bravatas de miedo (terrorismo, comunismo, que no te roben la libertad). A los futbolistas de la selección peruana, quienes no se caracterizan necesariamente por sus credenciales intelectuales (de hecho, circulan rumores de que a “Jeffrey”, acostumbrado a las juergas con bataclanas y a burlarse del himno nacional, le habrían pagado 100,000 dólares para grabar ese video que ha ensuciado, para siempre, la casaquilla de la que otrora fuera “la selección de todos”. Entonces ¿cuál voto es el culto y cuál el ignorante? No es muy difícil la respuesta.
Pero lo más duro y triste es el racismo o, mejor dicho, la profunda discriminación y desprecio hacia la identidad nacional que toda esta maquinaria está dejando, como una espesa sanguaza, en el entramado social peruano. Que además está fuertemente marcada por la hipocresía. Porque nadie lo dice abiertamente pero acá lo real es que muchos de los que acusan a Pedro Castillo y lo tildan de ignorante, radical, ligado al terrorismo y todo lo demás, tienen miedo de que un hombre común y corriente, serrano, nacido y criado en las alturas cajamarquinas, sin ningún vínculo con la política o la academia manejada desde Lima, llegue a ser Presidente de la República. Por eso se burlaron, despreciativa e irracionalmente, de su acento, de su español atropellado, de su léxico incompleto, de la formación ineficiente que el mismo Estado le dio.
Pero les es más fácil fingir que se preocupan por el retorno del terrorismo o de la instalación de un modelo económico chavista que aceptar que sienten repulsión frente a la posibilidad de que una persona de sus características ostente el más alto cargo político del país, cuando han crecido pensando que las personas de la sierra solo pueden venir a la capital a ser heladeros, obreros de construcción civil, conserjes, maestros de escuela pública. La pregunta es: ¿es posible una reconciliación después de tantos insultos, después de tanto terruqueo, después de tanto serraneo? ¿Estarán los votantes del partido perdedor a la altura de las circunstancias? Yo, personalmente, lo dudo. Y mucho.
A estas alturas, es casi un hecho que Pedro Castillo será el Presidente del Bicentenario. Habrá que ayudar, desde donde nos toque, y estar atentos, si el caso lo requiere, para corregir rumbos equivocados, aun cuando no sean ni la más mínima parte del terror económico y político que esas huestes naranjas han logrado instalar en casi la mitad del Perú, sobre todo en los sectores urbanos.
Se trata de un peruano de 51 años que nació sin la más mínima oportunidad de nada, en un pueblo hermoso pero olvidado y lejano, que se hizo profesor y sindicalista, quizás el aspecto que más cuestionamientos podría generar y que, sospechosamente, no ha sido del todo estudiado. Después de todo, esa experiencia como dirigente magisterial es la que lo asocia con la búsqueda de trato justo para un gremio de trabajadores, algo que no cuadra mucho con el perfil violentista descrito por la concentración de medios. Y que probablemente nunca pensó llegar a estas instancias. Y eso, a punto de llegar a una fecha tan emblemática como la del Bicentenario de nuestra independencia, tiene algo de poético. Como también tiene de poético el hecho de que, de ganar Pedro Castillo, habría derrotado a la maquinaria pesada del fujimorismo y sus medios, sus líderes y lideresas de opinión, sus conciertos con pantallas LED y sus paneles millonarios, no con una mortal arma de fuego sino con un inofensivo lápiz.
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