Quienes me conocen saben que vivo escuchando música, particularmente rock. Y que tengo especial agrado por aquellas personalidades del mundo del rock and roll que se caracterizan por su virtuosismo musical, su agudeza, su libertad de pensamiento y en algunos casos, hasta sus posturas irreverentes amparadas, por no decir justificadas, por el innegable talento que poseen. Pero algo que no tolero en un artista es la falta de respeto al público que los encumbra y que los mantiene en la cresta de la ola, inclusive cuando ya no ofrecen lo mismo que ofrecían años atrás, en sus épocas doradas.
Guns N' Roses fue, durante sus años de gloria, una de mis bandas favoritas. Sin embargo, siempre me aparté de los fans más acérrimos pues no era ningún secreto que Axl y compañía tenían entre sus principales blancos para la práctica irreverente a sus propios seguidores. Si bien es cierto al principio (1986-1989) fueron un quinteto de desordenados capaz de armar los peores escándalos imaginables, al punto de ser llamada "la banda más peligrosa del mundo", una vez que se convirtieron en megaestrellas, quedó claro que era el cantante quien, con su egocentrismo y su engreimiento exagerados, provocaba aquellos incidentes por los que se hicieron conocidos: shows que comenzaban tres horas después y terminaban con detenidos, heridos y hasta muertos eran la constante de sus más grandes giras mundiales.
Anoche, Axl Rose y sus amigos (una buena banda de músicos por cierto) hicieron eso en Lima y a nadie le pareció extraño ni criticable. He estado en varios conciertos de los últimos que se han producido en nuestra ciudad y todos, más allá del estilo musical del artista, tienen como común denominador un escrupuloso respeto por el público. Desde Jethro Tull hasta Megadeth, desde Roger Waters hasta Metallica, todos comenzaron sus shows a tiempo (unos más puntuales que otros desde luego) y en todo caso, las demoras no excedieron los 20 minutos.
En el caso de esta nueva versión de Guns N'Roses el concierto comenzó, según los reportes, pasada la medianoche. Luego de que Sebastian Bach, ex-líder de Skid Row, terminara su trabajo como telonero (de aproximadamente una hora) tuvieron que pasar casi dos horas y media antes que el "divo" saliera al escenario limeño. Naturalmente los fans, que ya saben a qué atenerse cuando se trata de Axl Rose, no tenían nada de qué quejarse.
El tema se complica precisamente por esto: los seguidores de Axl Rose no se sorprenden de haber esperado tanto. Y no estoy hablando de la espera metafórica de 20 años sin poder ver a su artista favorito en vivo, sino de la fáctica espera, de pie y comiendo ansias, que duró casi 3 horas antes de ver al avejentado, ventrudo y ex-atemorizante Axl Rose. Porque en el colmo del fanatismo, el público delirante se siente afortunado de haber esperado tanto a un cantante que demostró no ser el mismo de antes. No importa que los gritos ya no suenen igual, no importa que los músicos sean buenos pero no tanto como los que formaron la alineación original del grupo.
Lo más sorprendente fue que este irrespetuoso Axl Rose amenazó incluso con suspender el concierto a la primera canción, porque algún desadaptado miembro de su legión de fans le lanzó unos vasos descartables. Es decir, quien falta el respeto al público en cada país que visita con estas actitudes innecesarias para un artista ya establecido y es más, que está tratando de reciclarse tran varios años de caída libre se ofende por este incidente menor, si tomamos en cuenta el historial de agresiones que él ha protagonizado a lo largo de su carrera.
La cobertura que la prensa convencional le brindó al evento parece no saber distinguir entre lo que se debe elogiar y lo que se debe denostar y al parecer, el hambre acumulada que tenemos por apreciar grandes conciertos nos hace caer en estas actitudes que nos disminuyen como público. Definitivamente no hay mucho que hacer, salvo exigir a los organizadores un poco más de criterio antes de definir sus negocios, ya que el público también merece respeto pues paga entradas y responde masivamente a todas las propuestas. Si queremos crear una verdadera cultura de espectáculos de calidad en nuestro país, debemos empezar por respetarnos a nosotros mismos ¿o será que basta con que nos toquen el himno nacional a las 3 de la madrugada para convencernos? Espero que no...
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