lunes, 18 de junio de 2018

MÚSICA RUSA: UN MUNDO POR DESCUBRIR (Diario Exitosa, lunes 18-6-2018)




Mientras se recorren los estrechos pasillos y salones de la fantástica Catedral de San Basilio, en la Plaza Roja de Moscú, se siente a lo lejos un coro masculino de tenores, barítonos y bajos que hace retumbar las paredes del ancestral templo bizantino.

La música proviene de una de sus capillas y, cuando uno llega al umbral, descubre a cuatro extraordinarios vocalistas elegantemente vestidos de negro. Prohibido grabar o tomar fotos, solo está permitido sorprenderse ante voces tan prodigiosas. Se hacen llamar Doros y son, desde luego, una atracción turística que recoge una de las tantas formas de música rusa tradicional: el canto coral.

El mismo canto coral que inspiró aquella hilarante rutina de los entrañables Les Luthiers, titulada Oiga Doña Ya! (1977), en la que un conjunto de presuntos barqueros del Volga juega con palabras en español que simulan la fonética rusa.

La música rusa ha estado más cerca de nosotros que su país de origen, con canciones populares como la discotequera Moscú (1980) grabada en español por el francés Georgie Dann. Sin embargo la versión original fue registrada primero en alemán y luego en inglés por el conjunto de pop electrónico germano Dschinghis Khan, en 1979.

Moscú es una adaptación del folklore tradicional de Ucrania, uno de los países que conformaban la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas-URSS, desintegrada tras la Perestroika (Reestructuración) que lideró Mikhail Gorbachov en 1990. Es la misma procedencia de Kozachok, una saltarina composición del siglo 16 y que, en estos días de Mundial, escuchamos constantemente en comerciales y reportajes. Esta danza de los cosacos –comunidad semi-militar que vivió en Rusia, Polonia y otros países de Europa Oriental- es la pieza musical más representativa de la Rusia imperial presocialista, tocada con balalaikas, acordeones y panderetas llamadas gusli y treschotka (bloques de madera).

Pero aun más notables son las contribuciones rusas a la música clásica de los siglos 19 y 20, con compositores que dejaron para la posteridad melodías que hasta hoy se utilizan en películas y documentales, verdaderas obras maestras del arte musical como el ballet navideño Cascanueces (1876), el ballet El lago de los cisnes (1892), presente en largometrajes como Black swan (2010) o Billy Elliott (2000), o la atronadora Obertura 1812 (1880), popular entre los amantes del cómic por su uso en la versión fílmica de V for Vendetta (2005), todas de Pyotr Ilych Tchaikovsky; El vuelo del abejorro (1899) de Nikolai Rimsky-Korsakov, que identificó al personaje de ficción de la televisión setentera El avispón verde; Cuadros de una exhibición (1874) de Modest Mussorgsky, transformada en una suite rockera por el trío británico Emerson, Lake & Palmer en 1972; o los complejos conciertos para piano de Sergei Rachmaninoff de 1909, base del laureado film australiano Shine, de 1996. La sinfonía infantil Pedro y el lobo (1936), de Sergei Prokofiev; las óperas politizadas de Dmitri Shostakovich; las vertiginosas danzas de Aram Khachaturian; o las disonantes e innovadoras obras de Igor Stravinsky –quien dirigió nuestra Orquesta Sinfónica Nacional en los sesenta-; también marcaron el desarrollo de la música académica contemporánea.

Las referencias de música rusa están por todas partes: desde la balada Nathalie (1964) del divo francés Gilbert Bécaud hasta Horses (1971), poderosa canción acústica de Vladimir Vysotsky, maestro del canto gutural, usada en White nights (1985), película protagonizada por los bailarines Mikhail Barishnikov y Gregory Hines. Por otra parte, rockeros como The Beatles, Elton John o Scorpions han rendido homenaje a la historia y tradiciones rusas en canciones como Back in the U.S.S.R., Nikita o Wind of change, respectivamente.

Otros músicos destacados son Mstislav Rostropovich, considerado el mejor cellista de todos los tiempos; Anna Netrebko, conocida soprano operística; y Léon Theremin, inventor del enigmático instrumento electrónico que lleva su nombre, que emite ondas sonoras sin necesidad de contacto físico.

Aproveche que ya está rodando la pelota en los estadios soviéticos para adentrarse más en el fascinante mundo de la música rusa. No se arrepentirá.