martes, 26 de agosto de 2014

DE VUELTA AL COLEGIO: PROMOCIÓN 1990, 24 AÑOS DESPUÉS


Dicen los expertos en psicología social que, cuando un grupo o colectivo de niños o adolescentes se reencuentra después de mucho tiempo, sus integrantes retoman sus relaciones interpersonales en el mismo punto en el que las dejaron la última vez que se vieron. Si fue un grupo disfuncional, de resentimientos encubiertos o problemas no resueltos, las consecuencias pueden ser desagradables y hasta graves.

Pero si se trató de un grupo de integración sólida, en donde predominaron los aspectos positivos, y sus miembros entendieron que hasta las rencillas o afrentas -que en esos momentos parecían insuperables- que experimentaron fueron parte de su crecimiento y las recuerdan como elementos importantes de su vida, el resultado de la reunión es altamente vivificante y satisfactorio.

Esto último fue lo que ocurrió el sábado 23 de agosto, en el patio de la Institución Educativa Emblemática Bartolomé Herrera de San Miguel -otrora Gran Unidad Escolar- en el almuerzo de camaradería y reencuentro en el que participaron diversas promociones, con motivo del aniversario de nuestro colegio. En lo que a mí respecta, era la primera vez, desde que salí de Secundaria, que asistía a estas actividades, por lo que sentía gran expectativa de encontrarme con los viejos amigos de esa etapa de mi vida. Y valgan verdades, hacía tiempo que no me divertía tanto.

Y en estos días, en que mi colegio está en boca de todo el mundo por culpa de un execrable criminal que se valió, durante décadas, de su cargo y poder como Director para llevar a cabo sus escabrosos propósitos, retomar contacto con la gente de la Promoción 1990 fue casi un acto contracultural, de rebeldía, de enfrentar las malas noticias con diversión sana, palomilladas y mucha, pero mucha buena onda.

Entre 1986 y 1990 transcurrieron los años en que nuestro país fue destruido y saqueado por la cleptocracia aprista liderada por Alan García Pérez durante su calamitoso primer gobierno y, por supuesto, el sistema educativo estatal no fue la excepción. Las Grandes Unidades Escolares, creadas en la década de los 50s por Manuel A. Odría, y que fueron excelentes en la formación de estudiantes gracias al idealismo intelectual y peruanista que vino de la mano con los posteriores gobiernos militares, se convirtieron en colegios que no ofrecían garantías de una educación sólida, algo paradójico si tomamos en cuenta que ese retroceso ocurrió justo al recuperarse la democracia. En aquella época, terminar en una G.U.E. era el destino de todos los niños cuyas familias no tenían suficiente dinero para matricularlos en algún colegio parroquial tipo el Claretiano, el Juan XXIII y ni hablar de los clásicos Colegios Privados para millonarios, como el San Agustín, el Markham, el Maristas, el Newton, etc.

Pero lo que le faltó a la G.U.E. Bartolomé Herrera en rigores académicos -las huelgas del Sutep nos condenaron, en 3ero. y 4to., a asistir la tercera parte del tiempo a clases; mientras que los apagones provocados por Sendero Luminoso hacían que, cuando uno estudiaba en el turno tarde, lo regresaran a su casa antes de las 6, para evitar la oscuridad y sus peligros y dificultades- decía, lo que le faltó al colegio Bartolomé Herrera en rigores académicos, le sobró en oportunidades de aprestamiento en términos de creatividad, de estímulos al lado juguetón y alegre de cada uno, al desarrollo de la personalidad con mínima supervisión, o sin supervisión alguna.

En suma, no salimos como prospectos académicos ni listos para ingresar a San Marcos a la primera -aunque algunos, aun así, lo lograron por preparación y mérito personal- pero tuvimos el espacio y el tiempo para crecer y desarrollarnos con libertad, y aprendimos a defendernos a nosotros mismos en un ambiente sumamente hostil, plagado de desventajas. Por eso, la generación ochentera del BH posee esa combinación de valores familiares caseros, viveza criolla, viveza andina y pendejada peruanísima, capaz de hacerte estallar de la risa con un solo gesto y haber salido adelante sin ayudas externas, apellidos rimbombantes, varas influyentes o predisposiciones a la corrupción.

No éramos de clase alta -en realidad nuestras familias pertenecían a los remanentes de la desaparecida "clase media", que según los actuales expertos de Arellano Marketing calificaría como sectores B, C y D- y a muchos nos debe haber sido muy difícil superar las trabas que esas carencias pusieron en el camino, pero con todo eso, el sábado que me reencontré con esos viejos amigos de carpeta después de 24 años, vi personas contentas con su vida, independientemente de las experiencias que cada uno haya tenido que atravesar en lo personal, en lo laboral, en lo sentimental, en lo económico y en lo familiar: dificultades para conseguir empleo, matrimonios que no funcionaron, enfermedades o adicciones, pérdida de seres queridos, necesidad de vivir largas temporadas lejos de tu país, etc. 

Nada de eso parece haber alterado la esencia, el carisma, la chispa y el sentido de camaradería y confianza (en un contexto sumamente relajado y superficial, por cierto, ajeno a los problemas cotidianos) que ahora afloran, en una generación que convivió, entre los 11 y los 15 años de edad, en salones cuya puerta estaba partida a la mitad, cuyas ventanas no tenían vidrios en época de invierno, cuyos auxiliares acomplejados solo sabían dar golpes y gritos; y que ahora se reencuentran cuando todos están por cumplir, o han cumplido ya, los 40 años.

Y es que los recuerdos de esas épocas en que nuestras mayores preocupaciones eran tener el cuaderno al día, comprar el libro que te habían pedido, no llegar tarde a tu casa o escaparte de un colegio vacío a causa de alguna lucha sindicalista, se agolpan en la cabeza con solo entrar en contacto con tus amigos de infancia, esa gente con la que pasaste 5 horas diarias, de lunes a viernes, durante cinco años. Para mí siempre ha sido motivo de orgullo mi colegio, a pesar (y quizás por eso mismo) de que no fue allí donde aprendí todo lo que me permitió ingresar a la universidad. En el colegio aprendí a divertirme, a veces de manera ilimitada, y eso lo recuerdo más que mis notas y ubicación privilegiada en el ranking de "chancones".

Un punto que me parece importante resaltar es que, a pesar de esas desventajas descritas en párrafos anteriores, es evidente que hemos superado las expectativas tras una formación escolar poco eficiente en lo académico, como que pasamos la prueba con éxito. Y no solo por aspectos externos -como tener un automóvil, un celular o un departamento- sino porque cada uno, a su manera, decidió emprender el camino hacia la profesionalidad por su cuenta para hacer de su futuro algo mejor. Y reconocer que, con todo lo palomillas que podíamos ser, quedamos como "niños de pecho" ante las barbaridades que hoy vemos que ocurren en los salones de estos colegios nacionales, ahora llamados "emblemáticos".

Esa tarde del fin de semana pasado experimenté, además, una especie de epifanía al entonar -con varias cervezas en el organismo- a voz en cuello y con sorprendente exactitud, la letra completa del Himno Herreriano, que no escuchaba hacía años, junto a unas 300 personas aproximadamente, integrantes de distintas promociones. Fue como ingresar, de golpe y sin mayores requisitos, a una cofradía que compartía los mismos símbolos, las mismas imágenes, los mismos recuerdos. 

Por un momento, desaparecieron las preocupaciones, penas y alegrías que conforman mi vida desde hace 24 años y me teletransporté al recreo, al estadio, a las travesuras, a esa dinámica en la que todos éramos lo mismo: a mitad de camino entre la niñez y la adolescencia, buscando tu mejor manera de expresarte y definir tu personalidad, fallando a cada rato en el intento y divirtiéndote de lo lindo con cada cosa que ocurría. Quizás esté idealizando mucho la experiencia pero, como comprenderán, estoy en mi derecho. 

Según mis recuerdos, fuimos 52 quienes concluimos en el 5to. A de la G.U.E. Bartolomé Herrera en ese aciago 1990 -hay quienes dicen que fuimos 46 el último año y otros, exagerando, que fuimos 60- y esa tarde solo hubo 16, es decir, casi la tercera parte. Y la mesa dispuesta en el patio del colegio era un solo de abrazos, risotadas, buenos recuerdos y bromas de bajo, mediano y alto calibre. Hoy, entre mis compañeros, hay abogados, cocineros, contadores, odontólogos, vendedores, periodistas y profesionales de toda clase. Nadie está mirando quién tiene más o menos. Eso me gustó. Y hubo quién nos estimuló a levantar nuestros vasos a la memoria de uno de nosotros que, con inexplicable anticipación, falleció hace algunos años. 

Insisto, el colegio en el que estudiamos no nos convirtió en grandes personajes de la noche a la mañana, pero sí contribuyó en hacernos las personas que somos ahora: diferentes en nuestras profesiones, aspiraciones, valores, conocimientos y logros, pero idénticos en sencillez, buen ánimo y respeto por lo que fue nuestra esencia. Saludo a todos los que estuvieron ese día, espero que no sea la última vez y que para la próxima estemos más cerca de los 52...


Letra y Música: José Antonio Lora Olivares





domingo, 17 de agosto de 2014

LA BOMBA DE EL COMERCIO: LOS CARTELES DE SUSANA VILLARÁN


Contraviniendo su estilo complaciente y de poca vocación por la polémica, El Comercio lanzó el pasado fin de semana una "bomba" acerca de los carteles con los que Susana Villarán contaminó visualmente la ciudad, el verano pasado, para evitar que la mandáramos a su casa por su incompetencia y la de sus regidores, lo cual finalmente consiguió. Ni ella se fue -por breve margen- y sus regidores, que sobre el papel sí tendrían que haberse largado, regresaron con cargos de asesores externos y sueldazos corregidos y aumentados.

En esa agresiva campaña, que en su momento se dijo que había nacido de la onerosa creatividad del brasileño-argentino Luis Favre, diversas figuras de la telebasura se mezclaron con algunos artistas (como Susana Baca, Amanda Portales, Daniel F.) y uno que otro personaje más o menos conocido del periodismo y la farándula en la campaña "Juntos por el NO", consistente en fotos de los "líderes de opinión" en blanco y negro, fondo blanco, de brazos cruzados y puños cerrados diciendo NO (así, en mayúsculas y con empáticas letritas celeste-turquesa) a la injusticia, a la exclusión y no sé qué otras fórmulas sensibleras y, por supuesto, engañosas como todo en nuestra política chicha.

La bomba de El Comercio consistió en lo siguiente: los "artistas", que en todo momento dijeron plegarse a esa campaña de apoyo a la Villarán por convicción y sin intereses subalternos, habrían tenido previamente tratos económicos elevados con la Municipalidad por diversas actividades -espectáculos, ceremonias, campañas publicitarias, anfitrionajes, etc.- legalmente registradas en los portales de transparencia, aptas para el seguimiento a través de una inspección de recibos por honorarios, contratos, términos de referencia y demás tetudeces, comunes en la administración pública. Y que, en consecuencia, el apoyo ad-honorem en la desesperada campaña por no ser revocada, habría sido aceptado en agradecimiento tácito -nunca firmado en papeles, desde luego- a esos trabajitos cotizados generosamente.

Vista así, es un poco gaseosa la denuncia de El Comercio, y da pie en pensar en cuáles serían sus verdaderos propósitos, como por ejemplo apuntalar a Castañeda. Y luego de ver la avalancha de reacciones -algunas destempladas y totalmente vulgares, por cierto- de los personajes que han visto sus nombres en la nota publicada a todo trapo en la primera plana del viernes 15 de agosto, y los aclares de otros personajes que también aparecieron y que aseguran no haber sido nunca contratados para nada ni antes ni después de la foto y cartel de marras; uno termina por desconfiar de las intenciones del otrora diario más respetado del Perú.

Pero más allá de eso, si combinamos el costo mismo de la elaboración de tremendos mamotretos en avenidas grandes de todos los distritos de Lima, la grabación de esos spots que hasta se infiltraban en páginas webs sin importar si fueran conocidas o no (como esta por ejemplo), su colocación en horarios estelares de la televisión comercial y lo que debe haber cobrado Favre, imaginen ustedes el dineral que Susana Villarán y sus amigos tuvieron que desembolsar, de la suya, para llevar a cabo la campaña -porque no seré yo quien diga que fue con dineros públicos, que también podría ser, siendo ligeramente suspicaces.

Y encima, con esta discusión revalidamos la importancia que tienen estas campañas millonarias sobre la base de carteles que finalmente terminan en la basura, o como techos de algún almacén para evitar la lluvia, cuando lo que en realidad debería pasar, es que la sociedad organizada, los medios de comunicación y los verdaderos líderes de opinión hagan entender a los politicastros, los de antes y los de ahora, que la ciudad está harta de sus carteles y que la campaña se debe realizar con ideas y no con sonrisitas falsas o personajes conocidos que te apoyen "por convicción". ¿No habría sido mejor que la Villarán hubiera peleado su permanencia ella sola, sin pedir el apoyo incondicional de estas estrellitas que son más de cartón que los mismos carteles? ¿se habría quedado si hubiera sido así?


sábado, 16 de agosto de 2014

FRÁGIL: LA MAYOR PROMESA INCUMPLIDA DEL ROCK NACIONAL



El problema con Frágil -grupo que me gustó muchísimo durante mis años adolescentes- es que no evolucionó con el paso del tiempo. 

Recuerdo que me compré (con propinas) el cassette de su segunda producción discográfica, Serranio, lanzada en 1988, ocho años después de Av. Larco (1980), y quedé satisfecho aunque no tan emocionado como me esperaba. 

Tenía buenas canciones como Animales, Aquella niña, Cuánto hay, Inquietudes o el instrumental Huarmi pero se alejó ligeramente del estilo progresivo que me había llamado la atención de su primer disco, que además de la 100 mil veces repetida Av. Larco, contenía algunos temas muy buenos como Mundo raro, El caimán, Oda al tulipán, Lizzy (otro instrumental) y la Obertura, quizás lo mejor que hayan grabado además de La historia de Adelaida (su mejor intento por hacer algo parecido a la segunda parte del A passion play, Jethro Tull, 1973, salvando distancias por supuesto), un tema perdido entre 1980 y 1988, que finalmente apareció, si no me equivoco, en uno de esos discos que lanzaron en la década siguiente. 

Desde entonces, y con muchísimas millas recorridas escuchando a grandes músicos de todas partes del mundo y de todos los géneros y tendencias musicales posibles, entendí con mucha pena que lo de Frágil no pasó de ser un destello de corta duración, pues entrados los 90s se estancaron terriblemente como banda en vivo. Eso sin contar que sus álbumes Cuento real (con Dulude en la voz) y Alunado (con Santino) dejaron muchísimo qué desear. 

Mientras el primero contiene, además de la mencionada La historia de Adelaida, versiones nuevas de El caimán y Lizzy -que no son mejores que las originales-; el segundo se separa radicalmente de la onda progre y constituye un pésimo coqueteo con el hair metal norteamericano, con un vocalista inadecuado y canciones muy flojas, sin mencionar nuevas versiones -que tampoco superan a las originales- de Av. Larco e Inquietudes. Escuchando a la distancia el álbum Alunado, parece el antecedente directo de los niñatos de Adammo. Vergonzosa credencial para la banda que se presentaba como el buque insignia de nuestra escuálida movida progresiva.

Todos sus conciertos comenzaron a sonar igual, sin variaciones y además, nunca alcanzaron una definida identidad vocal desde que Andrés Dulude decidió no solo apartarse de la banda, ocasionando el ingreso y salida de personajes tan disímiles como Piñín Salgado y Santino de la Torre, sino que cada vez que regresaba no aportaba nada nuevo sino que repetía la fórmula manida de pintarse la cara y realizar movimientos incomprensibles, supuestamente para darle aires misteriosos a su trabajo como vocalista y frontman, en un intento poco exitoso de replicar las extraordinarias actuaciones de Peter Gabriel en su período al frente de Genesis (1969-1976).

Todas las bandas progresivas, sin excepción, se caracterizan por esos dos atributos que, según sostengo, Frágil no demuestra: una potente y permanente versatilidad y capacidad no solo para reinventar sus composiciones ya grabadas, sino para presentar variaciones que sorprenden a sus seguidores en cada lanzamiento con cosas nuevas y, en algunos casos, cada vez más elaboradas; y una identidad vocal, no entendida como que el cantante suene siempre igual sino que establezca un estilo, una forma de cantar. Y esto además, tomando en cuenta que los grupos progresivos tienen también entre sus principales características, la poca estabilidad y duración de sus formaciones, algo que en Frágil no ha ocurrido a lo largo de su historia. Salvo los puestos de vocalista y baterista, el núcleo creativo del quinteto de Breña nunca se ha movido.

Por eso no me crea expectativa alguna este Rockumental con Orquesta, anunciado para este 21 de agosto con el pomposo título de "El Concierto de la Historia". Ya lo han hecho antes -por los 15, 20 y 25 años de Av. Larco, para más señas en cuanto a la vocación repetitiva a la que hago referencia- y seguramente suene igual que en esas ocasiones, lo cual desde ya no es garantía de producir satisfacciones en lo musical. No me malentiendan, aun considero que César Bustamante (bajo), Lucho Valderrama (guitarra), Octavio "Tavo" Castillo (teclados, flautas, slide) y Jorge Durand (batería) son de los mejores y más experimentados músicos de rock de nuestra limitada escena nacional pero, por alguna razón que no alcanzo a dilucidar desde mi rol de conjeturador, no lo demuestran cumplidamente sobre los escenarios a los que suben desde hace más de tres décadas.

Siempre leí que, en sus inicios, Frágil hacía covers de Yes, Genesis, Camel, Jethro Tull y otros grandes del prog-rock que tanto les ha influenciado. Quizás si hicieran algo de eso, insertando pasajes instrumentales más complejos, intrincados y desafiantes en sus propios temas, recuperarían algo de esa magia que me atrapó siendo joven.

Pero ahora debo decir que no creo que eso vaya a ocurrir. Y la presencia de Gabriel Alegría como director de la orquesta quizás funcione como un buen gancho publicitario, debido a su excelente trabajo en el mundo del jazz afroperuano tanto nacional como internacionalmente, pero finalmente puede que sea poco lo que aporte. Alegría es un maestro, lo demostró con su sexteto, al que vi en vivo hace un par de años aquí en Lima, pero este es otro rollo.