martes, 26 de marzo de 2019

CONCIERTOS EN LUGARES NO CONVENCIONALES




La semana pasada, los Red Hot Chili Peppers –Anthony Kiedis (voz), Flea (bajo), Chad Smith (batería) y Josh Klinghoffer (guitarra, teclados, coros)- reventaron las redes sociales transmitiendo en vivo un concierto frente a las fantásticas pirámides de Egipto. Con una iluminación sorprendente y alta calidad en las imágenes que pudieron verse, en tiempo real, a través de su canal de YouTube, los autores de clásicos noventeros como Give it away, Suck my kiss y Under the bridge, tuvieron en vilo a sus fans. Pero el extravagante cuarteto no ha sido la primera banda que organiza una tocada usando como escenario importantes sitios emblemáticos del mundo.

Grateful Dead, el grupo liderado por Jerry García, tocó en Giza mucho antes, allá por el año 1978. Durante tres noches, los californianos convocaron los secretos del inframundo ancestral con su música, pasando del country-rock a sus lisérgicos viajes astrales. De esa experiencia salió Rock the cradle: Egypt 1978, un álbum doble lanzado treinta años después, en el 2008. El inmortal misterio de estas imponentes tumbas hizo mejor maridaje, de lejos, con la psicodelia hippie que con los elásticos y descuajeringados saltos de los reyes del funk-rock. Sting, Yanni y Jean-Michel Jarre también llevaron su música ante las enigmáticas arenas del desierto norafricano.

En 1971, Pink Floyd tomó por asalto las ruinas de Pompeya, legendaria ciudadela italiana arrasada por la erupción del Vesubio en el siglo I de nuestra era, en un concierto sin público que quedó registrado en un alucinante documental. A pleno sol, las descargas angustiantes de temas como Careful with that axe, Eugene y los enigmáticos acordes de Echoes hicieron despertar a los espíritus dormidos en el derruido anfiteatro, invadido por altas torres de parlantes que se veían diminutas en estas monumentales ruinas, los mismos que servían para amplificar al máximo los instrumentos del cuarteto británico, entonces en su máximo esplendor. David Gilmour (voz, guitarra), Roger Waters (voz, bajo), Richard Wright (voz, teclados) y Nick Mason (batería) contestaron de esta manera al multitudinario festival de Woodstock, desplegando una de sus primeras manifestaciones anti-público que después refinarían al máximo en su producción The wall (1979).

Salir de estadios y teatros en búsqueda de vibraciones diferentes ha sido una práctica muy común. Muchos recuerdan, por ejemplo, al grupo chileno Los Jaivas lanzando su folk-rock progresivo desde el Cusco, en 1981, para un especial de televisión denominado Alturas de Machu Picchu (como su sexto álbum), con narración de Mario Vargas Llosa incluida. O los espectaculares conciertos del tecladista griego Yanni en monumentales locaciones como el Partenón de Atenas, Grecia (Live at the Acropolis, 1994); el Taj Mahal de Agra, India; y la Ciudad Prohibida de Beijing, China (Tribute, 1997), con puestas en escena y elencos musicales que eran realzados por los sensacionales alrededores. La música de Yanni, encuadrada en el estilo que hoy todos conocemos como new age, es una combinación poderosa de música tradicional de diversos países con fuertes arreglos para orquestas y teclados (al estilo de su compatriota Vangelis), cargadas de exotismo y enigma, ideales para musicalizar la historia atemporal de los pueblos.

Otros lugares poco convencionales para conciertos de rock han sido utilizados por Paul McCartney. Por ejemplo, tenemos los multitudinarios shows que ofreció en la Plaza Roja de Moscú y la plaza central de San Petersburgo, que fueron además significativos por ser la primera vez que el ex Beatle llegaba a tierras soviéticas, en el año 2004. Macca también tocó, con su electrizante banda, en el Coliseo Romano (Italia) y en la legendaria Estación Central del metro de New York (EE.UU.). este último concierto fue como una antesala al lanzamiento de su más reciente producción en estudio, Egypt station (2018).

Genesis, la banda de rock progresivo británico integrada por Phil Collins (voz, batería), Mike Rutherford (bajo, guitarra), Tony Banks (teclados), Daryl Stuermer (guitarra, bajo) y Chester Thompson (batería), realizó en el 2007 un concierto gratuito en el Circus Maximus, uno de los monumentos más impresionantes de Roma antigua, que fue visto por casi medio millón de personas. Esta locación también ha sido usada por los Rolling Stones y por el concierto benéfico Live 8.

Artistas como B. B. King y Johnny Cash realizaron conciertos en cárceles. El rey del blues lo hizo en dos ocasiones: en 1971 en la penitenciaria de Cook County, Illinois; y en 1990, en la cárcel de San Quintín, California. Por su parte, el recordado "hombre de negro", amo y señor del country, también llevó sus incendiarias canciones a las cárceles de San Quintín y Folsom. Este último show produjo uno de los álbumes más reconocidos de su amplio catálogo: Live at Folsom Prison, de 1968. 

En 1978, la banda de rockabilly y punk The Cramps hizo un concierto en el Hospital Mental de Napa, en California. El trío clásico integrado por Lux Interior (voz), Poison Ivy (guitarra) y Bryan Gregory (batería) armaron la fiesta en este sanatorio psiquiátrico ante un aproximado de 150 personas, entre doctoresy pacientes, quienes respondieron positivamente, bailando ante los bizarros ritmos de una de las bandas más extrañas que hayan salido de los Estados Unidos. The Mutants, otros grupo de la época, también participó de este extraño concierto.

Finalmente, no podemos dejar de mencionar al cuarteto norteamericano Metallica, que realizó un concierto nada menos que en la Antártida, en el año 2013. El show, titulado Freeze’em all (en alusión a su primer disco, Kill’em all) se realizó en una base científica argentina ante un reducido público (poco más de cien personas entre científicos y ganadores de un concurso organizado por Coca Cola). Para proteger el ecosistema polar, la banda tocó sin amplificación hacia afuera, con el público escuchando la música conectados a audífonos especiales.


miércoles, 20 de marzo de 2019

UNA TRAGEDIA QUE PINTA DE CUERPO ENTERO A NUESTRA SOCIEDAD ENFERMA


Un escolar manipula una pistola cargada en clase. El arma se dispara y el adolescente termina matando a un compañero e hiriendo a otro. De todos los lugares que conforman un colegio, el salón en hora de clase es -era- el más seguro de todos. 

Las notas de prensa son lastimeras, descriptivas, hasta morbosas. Pero nadie hasta ahora escarba en la(s) terrible(s) arista(s) que hacen posible este despropósito. Porque vista con lupa, está situación no solo tiene como responsables a los actores más obvios (el padre irresponsable que deja el arma de fuego suelta y cargada al alcance de sus hijos, el colegio al que ahora exigen que revise a los alumnos al entrar, como si fuera un banco o una entidad pública para trámites de adultos). 

Esta tragedia también ha sido ocasionada por nuestras nociones básicas de convivencia, nuestros gustos y prioridades, nuestras formas de entretenimiento, los modelos de comportamiento que son difundidos e impuestos a niños y adolescentes por los mismos medios de comunicación masiva que hoy lloriquean y pontifican acerca de este lamentable caso. 

¿Por qué un empresario, un civil con licencia para portar armas, es capaz de "olvidarse" de dejar su pistola a buen recaudo antes de salir de la ciudad? ¿No será que hablar y exhibir pistolas como símbolos de poder, de masculinidad, de ese "ser imbatible" que hoy es tan apreciado, era común en esa casa? ¿Qué nos diría eso -de confirmarse- respecto de las relaciones entre los integrantes de esa familia? ¿Qué hábitos tiene ese padre? ¿Juega con su adorable hijo, ahora ad portas de ingresar a Maranguita, esos videojuegos en los que se mata a diestra y siniestra? ¿Verían juntos, en su TV LED de 80", Narcos en Netflix? 

En los años ochenta hubo en los EE.UU. una cruzada oficialista contra diversos artistas del mundo del pop-rock, acusándolos de provocar suicidios, alteraciones en la identidad sexual y comportamientos antisociales en niños, jóvenes e incluso adultos. Nombres como Ozzy Osbourne, W.A.S.P., Prince, Frank Zappa, Twisted Sister, entre otros, fueron señalados con el dedo de asociaciones encopetadas que encontraban en las letras de sus canciones las razones de problemas que ellos eran incapaces de controlar. 

El rock y sus variables, al no formar parte del establishment, quiso ser estigmatizado y tomado como chivo expiatorio. Sendas sesiones en el congreso norteamericano, programas televisivos como CrossFire y otros trataron el tema y, después de mucho análisis quedó demostrado que las obras artísticas no tenían el poder suficiente para influir y concretar acciones como asesinatos, suicidios o violaciones, ya que las familias y el Estado estaban en la obligación de dejar claro a sus menores hijos cuáles eran los límites entre lo real y lo ficticio. 

Ocurre todo lo contrario en estos tiempos. A diferencia de los rockeros, quienes mostraban una imagen en público e incluso tenían estilos de vida extremos, jamás intentaron imponer a los demás sus decisiones ni hábitos como deseables a niños y adolescentes. Hoy, los reggaetoneros se exhiben en videoclips en enormes mansiones rodeados de dealers (vendedores de drogas), matones, mujeres a su disposición, estilos de vida asociados al narcotráfico. Incluso en muchos casos, todos estos personajes representan con esas imágenes el lujo y la bonanza económica alcanzada sin necesidad de leer ni ser una persona común y corriente. El ascenso social y sobretodo económico es conseguible si eres como nosotros, mi pana. Los jóvenes ven eso a diario y, por supuesto, lo desean fervientemente para sus vidas. 

Los vídeos de Mötley Crüe, Motörhead o Twisted Sister mostraban un mundo paralelo, de ficción, casi de dibujos animados que, con la orientación adecuada de padres y maestros, hasta se convertía en fuente de aprendizaje y construcción de identidad, para cuestionar lo establecido y formar una personalidad propia. O simplemente para entretenerse. Y, salvo patologías declaradas, no eran capaces de convertir a un niño en adolescente por muchas veces que lo vieran o escucharan. 

Pero hoy, series como Narcos, El Patrón del Mal, Las Muñecas de la Mafia, Escobar; videojuegos de realidad virtual en los que se simulan con hiperrealismo diversas formas de matanzas; y los mencionados videos de reggaetón que son fácilmente asociados a la actitud agresiva y sinvergüenza de los narcotraficantes, al lujo y la libertad/libertinaje para hacer lo que te dé la gana; son parte de las fuentes de entretenimiento oficial, no marginal, publicitadas y halagadas hasta la náusea por expertos, opinólogos y demás, con la finalidad de vender más televisores, más consolas, más discos, más likes en redes sociales, más vistas en YouTube. 

Conceptos nocivos que promocionan modos de vida que lindan con lo delincuencial y que, gracias a Netflix y a Frecuencia Latina, se inoculan sistemáticamente hasta llegar a las sobremesas de las casas de las nuevas clases medias/altas para quienes tener licencia para portar armas ya no es únicamente un asunto de seguridad sino de poder, de invencibilidad y hasta de estatus. 

Todo eso es lo que lleva a un adolescente a querer "lucirse" frente a sus compañeros de clase, mostrando una pistola. Todo eso y el haber aprendido, en casa, que tener pistola "es bacán". 

Las presiones que nuestra enferma sociedad actual impone a las nuevas generaciones -ser exitoso, popular y poderoso lo más rápido posible y sin el mayor esfuerzo-, el consumismo y las tendencias de moda esparcidas por los medios ha venido formando, desde hace ya algunos años, a individuos agresivos y desenfocados. Y esos individuos, con la mentalidad carcomida por la insensibilidad y la ambición, ya comenzaron a tener hijos, que aprenden en la comodidad de su hogar que ser patán, malcriado, egoísta y superior da más resultado, en el camino hacia el éxito y la realización personal, que ser respetuoso, educado, solidario y perfil bajo. Habilidades "blandas" las llama la educación oficial. 

No vamos a solucionar este asunto con peroratas acerca de quién es responsable, ni con propuestas estúpidas como las de colocar detectores de metales en las puertas de los colegios. La sola idea de que esa medida sea parte de una solución deja claro que la enfermedad que padece nuestra sociedad está tan extendida que ya no le queda espacio libre a su piel gangrenada para el pinchazo que contenga el coctel de antibióticos que nos libere de tamaña infección. 

Necesitamos refundar la educación e intervenir los medios masivos. Necesitamos sacar de la televisión a tanto idiota que esparce basura impunemente y después se lava las manos por la democracia del control remoto. Necesitamos, como dice un conocido empresario/educador español, crear una nueva generación de buenas personas para que este mundo no siga convirtiéndose en este fuego cruzado en el que los insensibles, los corruptos y los agresivos tienen siempre las de ganar.

lunes, 18 de marzo de 2019

STEVEN WILSON: AL RESCATE DEL PROG-ROCK



Quienes aseguran que el rock progresivo es un género caduco y anacrónico, caen en la desinformación por tres motivos: a) el copamiento de radios, internet y premiaciones del pop-rock comercial, el hip-hop/R&B y el reggaetón, b) la poca difusión que tienen los medios especializados existentes y c) el recorte de espacios periodísticos como mi columna en Diario Exitosa, que empezó como una prometedora página completa -gracias al apoyo de Juan Carlos Tafur en su etapa de director del periódico de los Capuñay- y que hoy se ha venido reduciendo paulatinamente hasta convertirse en una breve notita al pie de las páginas de espectáculos, que impide ofrecer panoramas completos para hacer justicia a aquellos músicos que han mantenido a flote -y en buena forma- una propuesta musical exigente, tanto para sus ejecutantes como para sus oyentes.

Steven Wilson (51) es un unsung hero del prog-rock. Aunque se declara férreo protector de su perfil bajo, la obra de este compositor, cantante, multi-instrumentista autodidacta y productor británico debería bastar para que, por lo menos su nombre, deje de ser anónimo para las masas, inclusive para aquellos públicos consumidores de música “anglo” quienes, para demostrar que son "cosmopolitas", exhiben en sus mp3 cargados de ñoñeces como Muse, The Strokes, Coldplay y Lady Gaga. A pesar de su interesante música, Steven Wilson solo es conocido por las minorías de melómanos que, aun siendo miles, no se comparan con las muchedumbres que siguen a las superestrellas del mainstream.

Wilson lleva rodando desde hace más de tres décadas al frente de diversos grupos que cubren un amplio espectro de géneros: rock progresivo, psicodelia, jazz, ambient, drone music, space-rock, prog-metal, power-pop, electrónica y todo lo que se encuentre en medio. El más conocido de ellos es, desde luego, Porcupine Tree, un proyecto unipersonal que se inició con Wilson tocando todos los instrumentos y que luego se convirtió en un cuarteto completado por Colin Edwin (bajo), Richard Barbieri (teclados ex integrante de la banda new wave experimental Japan) y Chris Maitland (batería, reemplazado en el 2002 por Gavin Harrison, futuro miembro de King Crimson), 

La amplia discografía de Porcupine Tree, publicada entre 1992 y 2009, convirtió al "árbol puercoespín", en el principal exponente del neoprogresismo rockero. Si hubieran salido en los setenta, discos como The sky moves sideways (1995), In absentia (2002) o Fear of a blank planet (2007), habrían compartido podio con pesos pesados como Pink Floyd, King Crimson o Rush. Pero la creatividad y visión de Wilson quedaron condenadas al ostracismo en las décadas del grunge, el teen-pop y el indie-rock.

Incansable en los estudios de grabación, Wilson fue incrementando el cuerpo discográfico de Porcupine Tree con recopilaciones como Voyager 34: The complete trip (2000), disco compuesto de una sola composición que va del trance electrónico al progresivo de más de una hora de duración y cuenta la historia de un viaje astral provocado por el consumo de LSD. Pura imaginación, puesto que Wilson es vegano, no fuma ni bebe alcohol. En total, la producción de Porcupine Tree supera los 40 títulos entre álbumes en estudio, recopilaciones, singles y conciertos, lo cual convierte a Wilson en uno de los músicos más prolíficos de las últimas décadas.

Como solista, Steven Wilson ha editado cinco discos en estudio. Aunque se le identifica principalmente como guitarrista de estilo fluido, virtuoso y denso, es también altamente técnico en bajo y teclados. Sus álbumes se caracterizan por ser conceptuales como Insurgentes (2008), basado en una historia ocurrida en México; o el contundente Hand. Cannot. Erase (2015), que toma su línea argumental de un caso de la vida real que causó revuelo en la prensa británica: la extraña muerte de una joven, Joyce Vincent, cuyo cadáver fue hallado en su departamento dos años después. Su último disco en estudio, To the bone (2017), presenta tonalidades más convencionales sin abandonar su filo progre, con colaboración de la vocalista israelí Ninet Tayeb. Cada lanzamiento suyo ha producido exitosas giras por Europa y EE.UU., la última de las cuales ha quedado registrada en un CD+DVD titulado Home invasion (2018), concierto a casa llena en el histórico Royal Albert Hall de Londres. 

En vivo toca siempre descalzo y se rodea de músicos de renombre como Theo Travis (flauta), Marco Minneman, Chad Wackerman, Pat Mastelotto (batería), Tony Levin (bajo), David Kilminster (guitarra) y sus excompañeros de Porcupine Tree. En el 2014 publicó Cover version, un disco de doce temas en el que incluye canciones de artistas como The Cure, Alanis Morrissette, Abba, Donovan y Prince, en clave electroacústica y ambient. Wilson ha formado, además, hasta seis proyectos paralelos: No Man, Incredible Expanding Mindfuck, Bass Communion, Continuum, Storm Corrosion y Blackfield, escarbando entre sus múltiples influencias sonoras para producir música de naturaleza ecléctica, abierta y fresca, que escapa a toda clasificación. 

Como productor, ha trabajado de cerca con los suecos Opeth y es reconocida su labor rescatando los catálogos clásicos de bandas como Jethro Tull, Gentle Giant y King Crimson con ediciones remasterizadas y remezcladas con sistemas de sonido 5.1 surround, para poner estas joyas del progresivo a tono con las mejores técnicas actuales de grabación y mezcla, potenciando al máximo la experiencia auditiva de estos discos caracterizados por la minuciosidad y la destreza instrumental.

Recientemente, Steven Wilson realizó duros comentarios contra Greta Van Fleet, un cuarteto que ha traído de vuelta el sonido de Led Zeppelin y que es para muchos "la banda del momento". La reacción de los fans del joven cuarteto norteamericano incluyó exageradas críticas e insultos, inmerecidos tratándose de uno de los artistas que más ha contribuido a la supervivencia del rock complejo y bien interpretado.

Aquí unas muestras del DVD Home invasion: In Concert at the Royal Albert Hall. Temas: Home invasion/Regret #9 del álbum Hand. Cannot. Erase del año 2015; The sound of Muzak, del álbum In absentia de los Porcupine Tree (2002); y Detonation, de To the bone, la última producción de Steven Wilson (2017).

Nótese la presencia en Chapman Stick/Bajo de Nicky Beggs, recordado como bajista de la banda pop/new wave Kajagoogoo, famosa en nuestro medio por el tema Too shy (1983)...
  • Steven Wilson: voz, guitarra, bajo, teclados
  • Ninet Tayeb: voz
  • Alex Hutchings: guitarra, coros
  • Nicky Beggs: bajo, Chapman stick, teclados, coros
  • Adam Holzman: teclados
  • Craig Blundell: batería

HOME INVASION/REGRET #9 (Hand. Cannot. Erase, 2015)




THE SOUND OF MUZAK (In absentia, 2002)




DETONATION (To the bone, 2017)

martes, 12 de marzo de 2019

BLACKkKLANSMAN: UNA BANDA SONORA BRILLANTE




Terence Blanchard (57) es un compositor y trompetista de jazz de larga trayectoria. Empezó su carrera reemplazando, en 1982, nada menos que a Wynton Marsalis, su compañero de clase en la escuela de música de New Orleans, en la banda The Jazz Messengers, dirigida por el legendario baterista Art Blakey (1919-1990) y es reconocido como responsable de las partituras de diversas películas del famoso director Spike Lee, desde Jungle fever (1991) hasta BlacKKKlansman (2018), recientemente nominada a Mejor Película en los Premios Oscar. El soundtrack de esta última compitió por la estatuilla como Mejor Banda Sonora.

BlacKKKlansman -o Infiltrado en el Ku Klux Klan como se tituló en español-, es una película de reivindicación negra a través de varios referentes socioculturales que van desde las luchas por derechos civiles y la segregación, la barbarie de los "supremacistas" blancos norteamericanos fundadores de la organización racista Ku Klux Klan, el orgullo del Poder Negro, y el estilo de los personajes del género cinematográfico conocido como Blaxpoitation, muy populares en los años setenta (Shaft, SuperFly), conectándolo todo con agudas alusiones a la situación actual de EE.UU. y a eventos de terrorismo racial ocurridos en el año 2017 en la comunidad de Charlottesville, Virginia.

A diferencia de su trabajo en solitario, en que despliega su vocación por la fusión con influencias del jazz eléctrico de Miles Davis y el bebop de Dizzy Gillespie, Blanchard se adapta a las intenciones del director y construye una suite con elementos de soul, R&B, jazz, country y esas clásicas orquestaciones grandilocuentes, dominadas por amplias secciones de cuerdas y vientos, de las películas policiales negras de los setenta, con un leitmotif épico, dramático y urbano. No se trata de estridentes musicalizaciones sino de sutiles fondos que, por sí solos, responden de manera efectiva a las necesidades del film, como también lograra en otros títulos de Spike Lee como Malcolm X (1992), Clockers (1995) o el documental sobre los efectos devastadores del huracán Katrina, titulado When the levees broke: A requiem in four acts (2006).


Pero además del brillante score original de Blanchard, la banda sonora de  BlacKKKlansman combina clásicos del gospel -Oh happy day, The Edwin Hawkins Singers, 1968-, funk -Say it loud I'm black and I'm proud, James Brown, 1968- y soul -Too late to turn back now, Cornelius Brothers & Sister Rose, 1971; Ball of confusion (The Temptations, 1970)- con canciones de intérpretes nuevos como Dan Whitener (We are gonna be okay), Beth//James (Lion eyes) o The R.J. Phillips Band (Freedom ride). Mientras las primeras representan el espíritu festivo de Soul Train, aquel programa que entre 1971 y 1993 difundió la mejor música afroamericana del mundo; las segundas pertenecen a una nueva generación de artistas que, al margen de las modas, desarrollan propuestas con mensajes que buscan hacer pensar al público sin caer en el aleccionamiento o el proselitismo político.


Hasta Lucky man, ese clásico de 1970 del rock progresivo británico, del trío Emerson, Lake & Palmer, que pareciera fuera de lugar en una película como BlacKKKlansman, es usada de manera inteligente y no desentona ante la evidente negritud del film, cuyo guion adaptado ganó el preciado Oscar en su categoría. En los créditos finales, Mary don't you weep, un spiritual del siglo 19, suena en la versión de Prince, quien la grabó en 1983 en sus estudios Paisley Park (Minnesota) pero permaneció inédita hasta el lanzamiento póstumo de Piano and a microphone 1983, en septiembre del 2018, dos años después del fallecimiento del talentoso músico. "Siento en mi corazón que mi hermano, Prince, habría querido que esta canción estuviera en la película", declaró el director.

En esta lista de reproducción de mi canal de YouTube les dejo la banda sonora completa, tanto las composiciones orquestales de Terence Blanchard como las once piezas de artistas activos entre 1968 y 2018, escogidas con brillo y criterio por Stan Lee y su equipo de colaboradores:


Y aquí el trailer oficial de la película:


jueves, 7 de marzo de 2019

MUJERES EN LA MÚSICA: TODO, MENOS MINORÍA


Hoy se conmemora el Día Internacional de la Mujer, fecha que el consumismo idiota del marketing ha convertido en burdo pretexto para vender peluches, flores y bombones, mientras la sociedad ve, aterrorizada y absorta, cómo las víctimas de feminicidios, violaciones y acosos diversos aumentan, sin que nadie haga nada serio al respecto.

Vivimos en tiempos confusos con relación a cómo deben asumirse las relaciones humanas, específicamente en lo relacionado al respeto y consideración que la sociedad debería tener hacia la mujer. Luego de casi setenta años de movimientos feministas y conquista de derechos civiles, hoy vemos un terrible retroceso en temas como la cosificación femenina, que hoy es bandera de fama, ascenso social y económico de toda una generación de "artistas" a nivel local y mundial, que extienden esa mala interpretación del éxito entre cientos de miles de niñas y adolescentes.

En ese contexto, es importante recordar los espacios de expresión que la mujer ha ganado, con sangre, sudor y lágrimas, desde hace décadas. Una de las actividades en las que más éxito han tenido es la música. A nivel mundial y en diversos géneros, muchas artistas desarrollaron sus propios sonidos, sin recurrir a facilismos exhibicionistas para la platea. La revolución musical femenina nada tiene que ver con Taylor Swift, Becky G o Lady Gaga.

Podríamos comenzar con algunas pioneras del gospel, el soul y el rock and roll como Bessie Smith, Ma Rainey, Wanda Jackson y Sister Rosetta Tharpe quienes, armadas de voces y guitarras, entonaron crónicas sociales y lamentos contra la opresión que sufrían, durante las primeras décadas del siglo veinte. También podríamos mencionar a intérpretes europeas como Edith Piaf o Marlene Dietrich, divas de fuerte personalidad y larga influencia. En la música clásica, Maria Callas y Monserrat Caballé (sopranos), Jacqueline du Pre (cellista), Martha Argerich (pianista), entre tantas otras.

Durante los sesenta y setenta hubo una explosión de intérpretes que demostraron valentía y, sobre todo, sensibilidad y talento. En el jazz, destacaron Ella Fitzgerald, Billie Holiday, Dinah Washington y Nina Simone. Aretha Franklin y Tina Turner se convirtieron en símbolos del alma femenina. Los grupos vocales -The Supremes, The Ronettes, Martha & The Vandellas- de soul y doo wop predominaban con sus armonias.

La psicodelia y el hippismo tuvieron a Janis Joplin, Grace Slick, Joan Baez, Joni Mitchell, Mama Cass Elliot y Sandy Denny, con actitudes que rompían con la sumisión y el cliché del objeto sexual, logro que en las últimas décadas ha retrocedido. Personajes como Britney Spears, Rihanna o Beyoncé, bastan para comprender eso.

En la década de los setenta, la música disco tomó por asalto las discotecas, y varias de las mejores voces de este género fueron femeninas: Alicia Bridges, Cheryl Lynn, Gloria Gaynor y, principalmente, Donna Summer, fueron las reinas de las fiestas y combinaron la sensualidad con la elegancia, sin caer en excesos. Paralelamente, Barbra Streisand y Liza Minelli se encumbraron como las más grandes intérpretes del cine y el teatro musical.

En nuestro idioma, Rocío Jurado, Rocío Dúrcal, Daniela Romo o Amanda Miguel encabezaron la avanzada de mujeres baladistas. Desde Argentina, Mercedes Sosa fue “la voz de los que no tienen voz” y María Rosa Yorio se integró a la escena rockera de Charly García, León Gieco y otros. Después llegaron Alaska, Andrea Etcheverry, Julieta Venegas, Mon Laferte.

Del Brasil llegaron Gal Costa, Astrud Gilberto, María Bethania, Elis Regina. En Perú, tenemos el criollismo de Alicia Maguiña, Chabuca Granda y Jesús Vásquez, y el folklore de Pastorita Huaracina, Yma Súmac o Amanda Portales.

Las boleristas Olga Guillot, Toña La Negra y La Lupe le cantaron al amor pero también al hartazgo por tanto maltrato. En la salsa, Celia Cruz, Omara Portuondo y La India llevan el estandarte mientras que vocalistas africanas como Cesaria Evora y Miriam Makeba nos conquistaron con sus ritmos exóticos y coloridos.

Entre Madonna, Whitney Houston y Cyndi Lauper, ya en los ochenta, se insinuaban las influencias de Debbie Harry, Dionne Warwick y Suzi Quatro pero también las propuestas más superficiales por venir. Bandas comerciales (The Go-Go’s, The Bangles, Heart) o extremas (Girlschool, The Runaways, Plasmatics), mostraron sólidas credenciales musicales. 

Posteriormente surgieron voces femeninas de extremada calidad y eclecticismo: Patti Smith, Kate Bush, Pat Benatar, Nina Hagen, Grace Jones, Elizabeth Fraser, Chrissie Hynde, Annie Lennox, Lisa Stansfield, Sade, Björk, Beth Gibbons, Lisa Gerrard, Siouxsie, PJ Harvey, Courtney Love, Dolores O’Riordan, Amy Winehouse. La lista completa sería interminable.

La escena indie también ha generado artistas -Cat Power, Warpaint, Isobel Campbell, Courtney Barnett-, creativas y poco convencionales que quiebran el rol tradicional de la mujer dedicada a la música, incorporando además en su diálogo con el público temas que antes eran prohibidos como las opciones sexuales intermedias.

Más allá de las experiencias personales que todas ellas hayan podido atravesar -las historias de abuso de Tina Turner o los traumas alimenticios de Karen Carpenter- e incluso de los desordenes emocionales o amorosos de los que fueron protagonistas, todas estas mujeres -y muchas otras- demostraron que, con talento, perseverancia y una actitud libre de complejos, fueron capaces de llegar a lo más alto de su actividad musical, en una época en que hacía falta ser más que una cara o cuerpo bonito para triunfar. 

Stevie Nicks, importante compositora de rock y parte fundamental, desde 1976, del sonido de Fleetwood Mac, banda que tuvo a otra mujer en sus filas -la cantautora y pianista Christine McVie-, dijo en una reciente entrevista: "Christine y yo hicimos un pacto cuando nos conocimos: Que nunca seríamos tratadas como ciudadanas de segunda clase. Que seríamos tan locas e inteligentes como los astros rockeros con quienes trabajábamos. Que nuestras canciones serían tan buenas o mejores que las de los hombres que nos rodeaban". Y así fue.


miércoles, 6 de marzo de 2019

PERFILES: EL EVALUADOR INTERNACIONAL DE CALIDAD


Se agitaba cada vez más, en especial cuando le tocaba pronunciar aquellos términos que, según él, le daban sentido a su profesión: stakeholders, benchmarking, key opinion leaders, KPI (léase "capeí"). A medida que avanzaba su exposición, se le iban acumulando pequeñas gotas de saliva en las comisuras de los labios que iban formando grumos blanquecinos, como si fuera un perro rabioso en trance de excitación animal, los mismos que contrastaban con su piel cetrina, quemada por el sol, señal de que aún no le alcanzaba para el ansiado automóvil con lunas polarizadas y aire acondicionado que tenían los gerentes generales que, según sus propias palabras, habían ganado premios gracias a sus asesorías.

Acentuaba cada frase haciendo ligeras maromas, se empinaba y daba saltitos a manera de un arlequín, sin disfraz ni nariz  roja, abriendo y cerrando los brazos histriónicamente, levantando el tono de voz, tratando de captar la atención de "los privilegiados" -así era como llamaba a los integrantes de su reducido público- con un limitadísimo repertorio de bromas que, por más que intentaba evitarlo, terminaban casi siempre en una referencia simplona y hasta vulgar. Su voz, aguarrentosa y chillona, lanzaba peroratas acerca de premios internacionales y certificaciones, pero revelaba esa indigencia intelectual combinada con premeditadas dosis de desinformación, típicas de su estirpe estafadora.

A pesar de que la ausencia de una o dos piezas dentales en la mandíbula inferior le impedían hablar con absoluta claridad -se le entendía pero se notaba el arrastre de la "erre" y la intrusión de la lengua en medio del espacio libre que aparecía más cada vez que abría amplia la boca para lanzar sus ensayadas definiciones empresariales, las cuales debe haber repetido millones de veces hasta casi convencer(se) de que le pertenecen.

El nudo de la corbata por encima de la camisa, que llevaba desabotonada en el cuello por el calor, un terno oscuro y vencido que evidenciaba haber pasado por varias lavadas y unos zapatos viejos recién lustrados, también contradecían aquel discurso de triunfadores, empresas excelentes, indicadores positivos, premios internacionales.

De pelo entrecano, en el umbral de la tercera edad, delgado y con pinta de palomilla a la antigua, de ventana, hasta inspiraba ternura con sus intentos de representar el papel de experto evaluador de modelos de excelencia con el cual se había agenciado una manera ¿digna? de ganarse la vida, como servidor de intereses ajenos que aprovechan la coyuntura favorable a todo lo que suene a consultoría para empresas de altas ganancias. No es casualidad que todas las compañías que mencionaba, como ejemplo de "excelencia" figuren en diversos rankings por sus malas prácticas: discriminación en su sistema de atención (colas diferenciadas), pésimos servicios técnicos, balanzas que falsean pesos industriales para declarar menores producciones.

Todo su ser echaba por tierra lo que exigía a su auditorio: seriedad, empatía, éxitos. Todos bostezaban. Algunos porque ya habían detectado el engaño pero no tomaban la decisión de pararse y salir de ese sótano oscuro, de ambiente cargado. El temor de encontrar un memo en la orilla de sus escritorios la mañana siguiente los disuadía de hacerlo. Otros, aburridos porque eran ya casi las cinco de la tarde y los esperaba la calle, el verano, el tráfico. La exposición no tenía cuando acabar por lo que el caos de todos los días era lo más parecido a la libertad.

"No se me duerman que aquí ustedes serán los principales responsables. Esta no es una charla nada más. De ustedes depende que la organización tenga oportunidad de pasar el exigente filtro de la excelencia" decía, engolando la voz para parecer amable, cuando quedaba clara la amenaza que estaba tirando sobre la mesa. Un capataz de fuete, un maestro de obra, un llenador de techos disfrazado de gerente senior. Desde su papel de "consultor externo", ofrecía un  espectáculo patético con ese discurso que daba por encargo y una paga regularmente buena, pero lo suficientemente baja como para no llegar nunca a ser uno de sus jefes, los que cortan el jamón.

Era, después de todo, solo uno más de esos evaluadores internacionales de calidad y excelencia.