Se agitaba cada vez más, en especial cuando le tocaba pronunciar aquellos términos que, según él, le daban sentido a su profesión: stakeholders, benchmarking, key opinion leaders, KPI (léase "capeí"). A medida que avanzaba su exposición, se le iban acumulando pequeñas gotas de saliva en las comisuras de los labios que iban formando grumos blanquecinos, como si fuera un perro rabioso en trance de excitación animal, los mismos que contrastaban con su piel cetrina, quemada por el sol, señal de que aún no le alcanzaba para el ansiado automóvil con lunas polarizadas y aire acondicionado que tenían los gerentes generales que, según sus propias palabras, habían ganado premios gracias a sus asesorías.
Acentuaba cada frase haciendo ligeras maromas, se empinaba y daba saltitos a manera de un arlequín, sin disfraz ni nariz roja, abriendo y cerrando los brazos histriónicamente, levantando el tono de voz, tratando de captar la atención de "los privilegiados" -así era como llamaba a los integrantes de su reducido público- con un limitadísimo repertorio de bromas que, por más que intentaba evitarlo, terminaban casi siempre en una referencia simplona y hasta vulgar. Su voz, aguarrentosa y chillona, lanzaba peroratas acerca de premios internacionales y certificaciones, pero revelaba esa indigencia intelectual combinada con premeditadas dosis de desinformación, típicas de su estirpe estafadora.
A pesar de que la ausencia de una o dos piezas dentales en la mandíbula inferior le impedían hablar con absoluta claridad -se le entendía pero se notaba el arrastre de la "erre" y la intrusión de la lengua en medio del espacio libre que aparecía más cada vez que abría amplia la boca para lanzar sus ensayadas definiciones empresariales, las cuales debe haber repetido millones de veces hasta casi convencer(se) de que le pertenecen.
El nudo de la corbata por encima de la camisa, que llevaba desabotonada en el cuello por el calor, un terno oscuro y vencido que evidenciaba haber pasado por varias lavadas y unos zapatos viejos recién lustrados, también contradecían aquel discurso de triunfadores, empresas excelentes, indicadores positivos, premios internacionales.
De pelo entrecano, en el umbral de la tercera edad, delgado y con pinta de palomilla a la antigua, de ventana, hasta inspiraba ternura con sus intentos de representar el papel de experto evaluador de modelos de excelencia con el cual se había agenciado una manera ¿digna? de ganarse la vida, como servidor de intereses ajenos que aprovechan la coyuntura favorable a todo lo que suene a consultoría para empresas de altas ganancias. No es casualidad que todas las compañías que mencionaba, como ejemplo de "excelencia" figuren en diversos rankings por sus malas prácticas: discriminación en su sistema de atención (colas diferenciadas), pésimos servicios técnicos, balanzas que falsean pesos industriales para declarar menores producciones.
Todo su ser echaba por tierra lo que exigía a su auditorio: seriedad, empatía, éxitos. Todos bostezaban. Algunos porque ya habían detectado el engaño pero no tomaban la decisión de pararse y salir de ese sótano oscuro, de ambiente cargado. El temor de encontrar un memo en la orilla de sus escritorios la mañana siguiente los disuadía de hacerlo. Otros, aburridos porque eran ya casi las cinco de la tarde y los esperaba la calle, el verano, el tráfico. La exposición no tenía cuando acabar por lo que el caos de todos los días era lo más parecido a la libertad.
"No se me duerman que aquí ustedes serán los principales responsables. Esta no es una charla nada más. De ustedes depende que la organización tenga oportunidad de pasar el exigente filtro de la excelencia" decía, engolando la voz para parecer amable, cuando quedaba clara la amenaza que estaba tirando sobre la mesa. Un capataz de fuete, un maestro de obra, un llenador de techos disfrazado de gerente senior. Desde su papel de "consultor externo", ofrecía un espectáculo patético con ese discurso que daba por encargo y una paga regularmente buena, pero lo suficientemente baja como para no llegar nunca a ser uno de sus jefes, los que cortan el jamón.
Era, después de todo, solo uno más de esos evaluadores internacionales de calidad y excelencia.
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