martes, 7 de noviembre de 2017

TURANDOT EN EL MET: Una puesta en escena impecable




Cuando las lujosas lámparas desaparecen por encima de los techos del Metropolitan Opera House del Lincoln Center en New York, el público viaja hasta la milenaria China imperial donde se desarrolla la historia de Turandot, hermosa princesa que impone el terror con su implacable decisión para mantenerse lejos de los hombres: Todo aquel que la pretenda deberá contestar correctamente tres acertijos y de no hacerlo, morirá decapitado. Para cuando comienza la obra, trece desdichados ya habían perdido la cabeza, literalmente, por la única hija del Emperador Altoum.

Calàf, príncipe de Persia, se enamora de Turandot y decide pasar el reto, a pesar de las advertencias de su padre Timur y Liù, una joven aldeana que suspira secretamente por él. Incluso sirvientes de Turandot tratan de convencer a Calàf para que no arriesgue su vida y le detallan los horrores que desata el verdugo, cada vez que cumple las órdenes de Turandot. Hasta el Emperador intenta hacer que Calàf retroceda pero él triunfa y responde bien los acertijos.

Para demostrar su amor y valentía, el príncipe reta a Turandot: Si ella adivina su nombre antes del amanecer, él se entregará al verdugo. La princesa, desesperada, ordena que nadie duerma hasta descubrir la identidad del forastero pero el mismo Calàf, cumplido el plazo, revela su nombre sellando de esta manera su conquista.

La puesta en escena es impecable, con escenografía diseñada en 1987 por el célebre cineasta y productor Franco Zeffirelli. Los vestuarios destacan por sus contrastes: los brillantes ropajes de Turandot frente al sencillo atuendo de Calàf, o las rústicas prendas del pueblo frente a las coloridas túnicas de los ministros. De fondo, un imponente palacio imperial que en su primera aparición arranca aplausos antes de que la orquesta toque siquiera una nota.

La presencia de dramáticos coros se combina con elementos de comedia en diversas arias. La orquesta intercala melodías inspiradas en música china con percusiones menores (xilófonos, bloques de madera) en medio de las exuberantes secciones de vientos y cuerdas propias del autor de La bohème (1896), Tosca (1900) y Madame Butterfly (1904), sus tres óperas más conocidas, exponentes del verismo, estilo que él ayudó a crear.

La popularidad de Turandot es enorme entre el público en general gracias a Nessun dorma (Nadie se duerma), uno de los momentos cumbres de la obra, aria que fuera popularizada por grandes tenores como Luciano Pavarotti, José Carreras, Plácido Domingo, entre otros. 

Para su versión 2017, los protagonistas son dos estrellas de la ópera actual: la soprano ucraniana Oksana Dyka y el tenor lituano Aleksandrs Antonenko, como Turandot y Calàf, respectivamente, de extraordinarias performances. La soprano italiana Maria Agresta interpreta a Liù mientras que el experimentado barítono norteamericano James Morris hace de Timur, el padre de Calàf. El director de la orquesta es el italiano Carlo Rizzi.

La majestuosidad arquitectónica del Met –con capacidad para más de 3,800 personas- combina la clásica elegancia de sus instalaciones con altas tecnologías que van desde sofisticadas escenografías móviles hasta un modernísimo sistema de subtítulos que permite a cada espectador seguir la ópera desde sus aterciopeladas butacas hasta en cinco idiomas y que está activo tanto para las primeras filas como para las altas cazuelas de sus cuatro niveles.

Giacomo Puccini (1858-1924) comenzó a escribir Turandot en 1921, cuando tenía 63 años, sin saber que se convertiría en su última ópera pues falleció antes de concluir las dos últimas escenas. Un compatriota suyo, Franco Alfano, compuso el final basándose en sus apuntes. En 1926, dos años después de su muerte, Turandot se estrenó en La Scala de Milán, con orquesta dirigida por el recordado Arturo Toscanini, quien fuera amigo personal del compositor.

El guion de esta ópera en tres actos se basó en una obra del dramaturgo Carlo Gozzi, a su vez adaptada de un cuento persa del siglo 12, llamado Las siete princesas, contenido en la colección Los mil y un días, contraparte del archiconocido libro Las mil y una noches. Y aunque su historia se desarrolla en el lejano oriente, Puccini y sus colaboradores –los libretistas Giuseppe Adami y Renato Simoni-, decidieron que la protagonista conservara el enigmático nombre Turandot, cuyo origen es el vocablo “Turandokht” que significa en persa “la hija de Turán”. 

lunes, 16 de octubre de 2017

SNARKY PUPPY: JÓVENES VIRTUOSOS AL RESCATE DE LA MÚSICA



“No todo está perdido”. Eso fue lo primero que pensé tras escuchar a Snarky Puppy, un colectivo de jóvenes músicos que realiza, desde el año 2006, un trabajo encomiable en estas épocas de adefesios reggaetoneros, DJs y estrellas pop superficiales, interpretando un explosivo repertorio en el que convergen jazz, funk, pop-rock, progresivo, soul y world music en un hirviente crisol cargado de talento y relajado virtuosismo.

Este combo instrumental de 16 integrantes ha establecido un particular modus operandi con la finalidad de rescatar la música en vivo: siete de los once álbumes que han lanzado hasta el momento son conciertos cerrados, organizados en grandes estudios donde reciben a públicos reducidos y selectos -mayormente jóvenes alumnos de escuelas de música-, donde presentan canciones especialmente compuestas para cada sesión, que además queda registrada en audio y video, haciendo de su propuesta una experiencia musical completa y muy intensa.
Cada producción de Snarky Puppy es un vendaval de música en estado puro, ejecutada con precisión y sentimiento. En cuestión de minutos el oyente experto es capaz de reconocer las diversas influencias setenteras que conforman su experimentación musical: guitarras vertiginosas (The Mahavishnu Orchestra), lánguidos solos de trompetas (Miles Davis), disonantes progresiones que recuerdan al King Crimson más oscuro, pianos y teclados inspirados en Chick Corea, bajos y baterías ultrafunky, ensambles de metales que lanzan melodías regulares estilo Chicago e impredecibles fraseos propios de The Grand Wazoo, aquella legendaria big-band que formara Frank Zappa tras su accidente en Londres.
Después de una década de arduo trabajo en conciertos y clínicas, dejó de ser un grupo “underground”, para convertirse en una de las principales figuras del jazz, recibiendo elogios y premios de medios especializados como las revistas DownBeat o The Jazz Times. Su última producción, Culcha Vulcha (2016), obtuvo el Grammy este año como Mejor Álbum Instrumental Contemporáneo.
Michael League, bajista y compositor del 90% de las canciones de Snarky Puppy, es líder y director musical de esta banda formada entre Texas y New York, cuyos miembros han desarrollado extensas carreras tocando para celebridades del soul y del pop como Aretha Franklin, Erykah Badu, Chaka Khan y hasta Justin Timberlake, por lo que poseen amplia experiencia tanto en estudios de grabación como en conciertos de gran escala.
Destaca el tecladista Cory Henry, que disfruta como un niño al tocar esos sorprendentes solos que parecen inspirados en George Duke, Jan Hammer o Chick Corea. Junto a él están Shaun Martin, Bill Laurence y Justin Stanton en distintos teclados (Hammonds B-3, Fender Rhodes, pianos, etc.). Stanton, además, toca trompeta, y conforma con Jay Jennings, Mike Maher (trompetas), Bob Reynolds (saxo) y Chris Bullock (saxo, flauta, clarinete), la prominente sección de metales que adapta el formato big-band a sonoridades y ritmos más elaborados y sinuosos.
Los guitarristas Bob Lanzetti, Mark Lettieri y Chris McQueen entrecruzan sus versátiles estilos pasando del jazz al rock, del funk al soul, de manera casi imperceptible, según las necesidades de cada tema. Los bateristas Larnell Lewis y Robert Searight son una máquina rítmica que combina sutileza con contundencia, y los percusionistas Nate Werth y Marcelo Woloski, quienes dominan un amplio rango de instrumentos africanos, latinos y asiáticos, complementan esta deliciosa receta sonora con elementos de raíces étnicas. Álbumes como groundUP (2008) o We like it here (2014) son lo mejor que le ha pasado a la escena musical en mucho tiempo.
En sus conciertos Family dinner Vol. 1 y 2, lanzados en 2013 y 2016, tienen destacados invitados como David Crosby (EE.UU.), Salif Keita (África) y hasta nuestra compatriota Susana Baca, entre otros, en un proyecto que es descrito en la web http://snarkypuppy.com como “una muestra de cómo la música puede ser un puente entre diversas culturas para crear algo único, apreciable tanto por el público promedio como por el conocedor”.
En el desarrollo histórico de la música popular siempre ha existido esa dicotomía: los que se suben a la ola de las modas y tienen éxito sin hacer mucho esfuerzo; y los que trabajan seriamente por hacer que el arte musical no muera asfixiado por tanta mediocridad y facilismo. Snarky Puppy, que tocará en Lima el próximo 7 de diciembre como parte de su primera gira por Latinoamérica, pertenece a la segunda categoría.




martes, 10 de octubre de 2017

PERÚ AL MUNDIAL: UN SUEÑO QUE PUEDE CONVERTIRSE EN PESADILLA


Casi nunca escribo sobre fútbol. Y no es porque no me guste sino porque, como me ocurre con la música, también desprecio las expresiones modernas del "deporte rey" al punto de no ser capaz de rescatar casi nada de esta nueva forma de entender este negocio que antes fuera un juego que, de niño, se convirtió en una de mis pasiones.

Desde que tengo uso de razón, me recuerdo a mí mismo coleccionando las noticias sobre los campeonatos locales, los suplementos en los que se detallaba tabla de posiciones, de goleadores. Cada vez que empezaba una Copa América o una Libertadores, usaba las últimas páginas de mis cuadernos de matemáticas (los cuadriculados) para armar mis cuadros de estadísticas. 

Veía los partidos con ojo atento, lapicero a la mano y cuaderno abierto para apuntar todo: alineaciones (cuidando escrupulosamente anotar apellido, nombre y número de camiseta de cada jugador), entrenadores, árbitros y jueces de línea, tarjetas amarillas y rojas, penales y goles, y los minutos en los que ocurrían. Nombres de estadios y horas de partidos. Todo. Aquella sana fiebre futbolera me dominó entre los 8 y los 13 años de edad. Y también jugaba. 

En el barrio, durante las vacaciones de colegio, hacíamos maratones de fulbito, que iban desde las 7 de la mañana hasta que nos diera la luz natural, y a veces más. Mis problemas de visión no fueron impedimento para aprender a jugar, digamos que más o menos (había compañeros mucho mejores que yo, sin duda). Me defendía, en fulbito de cemento o cancha grande (parques, uno que otro estadio). Siempre en la mitad de la cancha. Nunca de defensa ni de delantero. Ni de arquero.

En el colegio, aunque no destaqué tanto pues había una "camarilla" de peloteros que monopolizaba todo -además, al ser uno de los chancones, una nube de prejuicio se elevó siempre sobre mi cabeza- de vez en cuando hice también lo mío.

Coleccionaba los álbumes de cada mundial (hasta ahora trato de hacerlo, en secreto, pero las obligaciones de la vida adulta ya no me dejan tiempo ni plata para llenarlos) y, a solas en mi casa, cuando mi papá y mi mamá salían, yo corría por toda la casa detrás de una pelota hecha de medias viejas y era, a la vez, arquero, defensas, volantes y delanteros de dos equipos. Tenía no uno, sino veintiún amigos imaginarios, sin contar al público y los periodistas que hablaban de todos nosotros al día siguiente.

Pertenezco a la generación que recuerda con detalle -y sin necesidad de "googlear" salvo para confirmar algún dato caprichosamente oculto en el disco duro cerebral- los últimos procesos de eliminatorias que realmente valen la pena, hablando de selecciones peruanas, por supuesto: el de 1982 y el de 1986.

En el primero, las legendarias victorias a Uruguay y Colombia. El baile de Eduardo Malásquez al defensa uruguayo en la esquina izquierda. El gol de cabeza de Gerónimo "Patrulla" Barbadillo ante Colombia. La campaña en la que el equipo del brasileño Elba de Padua Lima "Tim" le ganó a la Francia de Platini y jugó con tra equipos tan diversos como Hungría, Argelia o el entonces famoso equipo norteamericano Cosmos, en la temida cancha de tartán. El accidente y muerte de Roberto "Cucurucho" Rojas. La tríada mágica de Velásquez, Cueto y Uribe, el mejor mediocampo del fútbol peruano en la romántica década de los ochenta. La salida en hombros de Héctor Chumpitaz.

En el segundo, la marca asfixiante que Luis Reyna, un jugador "de medio pelo" identificado con el Sporting Cristal, le hizo a Diego Armando Maradona, en su mejor momento, en el Nacional. La salvaje falta de Camino a un jovencísimo Franco Navarro en el Monumental de River, en el partido de vuelta. El gol de Gareca con empujón de Pasculli a Chirinos. El angustiante repechaje contra Chile y las críticas al arquero Eusebio Acasuzo.

A España '82 fuimos y regresamos canasteados por la poderosa selección polaca, en la que brillaban Boniek, Smolarek y Lato. A México '86 no llegamos, por poquito. A partir de entonces comenzaron los fracasos, la gitanería, la irregularidad, los ídolos de barro, «los cuatro fantásticos», las pendejadas con bataclanas, la asociación maloliente de jugadores de fútbol con borracheras, salsa cubana, vedettes, raros peinados y reggaetón.

El encanallamiento que sufrió la política y los medios de comunicación en el Perú, cortesía del preso y posible indultado Alberto Fujimori, también pudrió a mi amado fútbol. Dejé de ver el Descentralizado y comencé a despotricar contra el fútbol peruano.

El Canal 7 dejó de transmitir los alucinantes campeonatos locales de Argentina (el Apertura-Clausura original), Italia (el calcio) y Alemania (la Bundesliga), de los cuales también hacía cuadros estadísticos, listas de nombres y resultados y vi tremendos y electrizantes partidazos que se quedaron para siempre en mi memoria. 

Por eso me he mantenido cínico y desconfiado, con un ojo abierto y otro cerrado, frente a esta posibilidad de que Perú clasifique al Mundial de Rusia, que hoy es una realidad palpable y no un sencillo y mañoso cálculo de matemáticas forzadas.

Los vendedores de humo (y de camisetas bamba) siguen ahí, exacerbando y distrayendo a las masas que alguna publicidad oportunista ha denominado "los que siempre estuvieron allí". Pero es innegable que ahora sí, después de muchos años, estamos "en un tris", como decían los comentaristas ochenteros, de clasificar, toda una vida después, a la justa futbolera más importante del mundo.

Sin embargo sigo sin compartir esa ilusión desmedida, ese afán por deificar a estos jóvenes muchachos que vienen trabajando con relativa seriedad y gracias a ello -y a varios golpes de suerte también-, en el último tramo, han conseguido revertir una nueva e inminente, hasta hace algunas fechas, eliminación. En los ochenta lo raro era quedar fuera. Hoy somos la sorpresa, el golpe.

Si mañana se da el cruce de resultados necesario, la Selección Peruana de Fútbol habrá clasificado al Mundial Rusia 2018. Y si en ese cruce está incluido el triunfo ante Colombia, será una clasificación épica, inédita para quienes vivirán esa experiencia por primera vez. Pero el sueño puede convertirse en pesadilla.

Y no porque Perú no clasifique finalmente, ya que de una u otra forma estamos todos acostumbrados a ello. Sería, después de todo, una vez más, con la diferencia, en todo caso, de que la forma como se ha llegado a estas instancias, al ser diferente a las anteriores, marca la expectativa de un nuevo comienzo a la cual debe seguir un trabajo más serio y responsable, con los más viejos retirándose dignamente (Guerrero, Rodríguez, Carrillo) y los más jóvenes concentrándose y no dejándose engatusar por las mieles de la fama, con miras al Mundial de Qatar, dentro de cinco años. 

Este sueño puede convertirse en pesadilla precisamente si Perú clasifica al Mundial Rusia 2018. Porque entonces se darán las condiciones para que todos aquellos zamarros que están buscando distraer a la población para hacer de las suyas tendrán la puerta abierta en medio de las caravanas y bocinazos, las multitudes alcoholizadas y envueltas en camisetas blanquirrojas compradas en Gamarra o en Saga Falabella, dando tumbos en la Calle de las Pizzas y en los mega malls del Cono Norte, los titulares disforzados de la prensa cada vez más parecida a una esquina de barrio que a un panel de profesionales y comunicadores que busquen orientar a la opinión pública. Y así, patriotas y todo, habrá camionetas chocadas en la Costa Verde, tráficos infernales en todos los distritos, peleas callejeras, peperas que harán su agosto bolsiqueando a barristas en el clímax de la celebración y políticos corruptos tomándose fotos con la selección, gastando plata en homenajes y declarando feriados no laborables, recuperables para el sector privado.

Pero lo peor que puede ocurrir si Perú clasifica a Rusia 2018 es que Ricardo Gareca, el verdadero artífice de este sueño-pesadilla termine cediendo a la presión y al lobby mediático que Claudio Pizarro, ese oportunista que fracasó todas las veces que pudo con la selección nacional, ya viene haciendo desde ahora, con periodistas y hasta colegas jugadores que declaran a favor de que "regrese", y termine convocándolo con el pretexto ese de que se trata de "un referente" para los más jóvenes. Y entonces, si Pizarro se cuela al Mundial, la tan esperada clasificación se convertirá en el triunfo de la conchudez, la angurria y la injusticia. Estaremos atentos para tratar de evitar ese maltrato a una joven selección que merece disfrutar de la gloria sin la intromisión de un tipo que representa lo peor de esa tradición de derrotas que ellos están ayudando a dejar atrás.

lunes, 11 de septiembre de 2017

MASTER OF PUPPETS: REGRESA CLÁSICO DEL METAL EN EDICIÓN DE LUJO PARA COLECCIONISTAS



“Nosotros solo estábamos grabando un disco, jamás imaginamos el impacto que tendría” dijo recientemente Kirk Hammett, guitarrista de Metallica, refiriéndose al álbum Master of Puppets, el tercero del grupo. Sus producciones anteriores -Kill'em all (1983) y Ride the lightning (1984)- habían sido recibidas con enorme entusiasmo por la comunidad metalera que rondaba por subterráneos locales, desatando ruidosas catarsis en conciertos para públicos marginales, que veneraban al grupo como el más rápido y furioso de la primera generación de exponentes del thrash metal, pero fue este LP el que hizo notorio su poderío, por primera vez, al gran público.

Treinta y un años después de su aparición, se anuncia el lanzamiento de una colección con 3 vinilos, 10 CD, 2 DVD, 1 cassette y 1 libro con fotografías, letras de canciones y crónicas acerca de todo lo concerniente a este icónico disco. Hace una semana, James Hetfield, cantante y guitarrista, reveló los contenidos del boxset en un video de YouTube que supera las 200,000 visualizaciones.

Además del álbum remasterizado, esta edición de lujo incluirá material inédito: ensayos de cada tema, entrevistas y conciertos del periodo 1986-1987. Entre estas joyas de la corona metálica destaca una grabación artesanal del show que ofreciera el cuarteto el 26 de septiembre de 1986 en Suecia, el último del bajista Cliff Burton, quien falleció trágicamente horas después en la carretera rumbo a Dinamarca. Asimismo, las audiciones de su reemplazante, Jason Newsted, y su primer concierto con Metallica, mes y medio después del fatal accidente.

Master of Puppets, que ingresó el 2015 al Registro Nacional de Grabaciones de la Biblioteca del Congreso de los Estados Unidos, por ser “cultural, histórica y artísticamente significativo”, contiene una hora de contundente música, compuesta, arreglada e interpretada por cuatro muchachos que apenas superaban los 20 años de edad. Como comenta el baterista Lars Ulrich: “¿Cómo demonios lo hicimos? Éramos solo unos chicos fanáticos del metal. Hicimos música con muchas agallas”. El álbum impresiona desde su carátula, una distópica ilustración que muestra un camposanto bajo un cielo rojo sangre y dos manos que manipulan los hilos de una marioneta.

Este disco es para aquellos oyentes que buscan emociones fuertes a través de la música: sus ocho canciones, de atronadora agresividad, son ejecutadas con altos niveles de destreza técnica y arreglos sumamente complejos: pesados riffs, sutiles armonías en guitarras, repentinos cambios de ritmo y solos vertiginosos que hicieron de Metallica una banda respetada incluso por fuera de los ámbitos metaleros, a pesar de que no tenían presencia en los circuitos convencionales de difusión (radios, MTV). Desde el misterioso inicio acústico de Battery hasta la furia desatada de Damage Inc., el álbum genera una atmósfera de intenso vértigo de la cual es difícil escapar.

En cuanto a las letras, Hetfield aborda temas oscuros como la locura, la alienación social y la manipulación del poder con agudeza y creatividad, que pueden interpretarse de manera literal o figurada. Por ejemplo, Disposable heroes es una abierta diatriba contra el aparato militar que usa a los más jóvenes como escudos humanos al servicio del gobierno sin explicarles por qué; mientras que Master of puppets (la canción) propone la existencia de un poder omnímodo –los políticos, la religión, las drogas- que domina todos tus actos hasta someterte. Welcome home (Sanitarium) está contada desde el punto de vista de un peligroso paciente psiquiátrico; y Battery es una frenética invitación al desahogo. Por su parte, Leper Messiah ataca a los charlatanes evangelistas televisivos y The thing that should not be repite las referencias a la literatura fantástica de H. P. Lovecraft que exploraron antes en The call of Ktulu.  Orion, tema instrumental, nos ofrece un testimonio del incendiario talento del bajista Cliff Burton, un año antes de su muerte.


Metallica cambió, con Master of Puppets, la forma en que el público entendía el heavy metal y, tras la muerte de Burton, sus valores intrínsecos se potenciaron hasta convertirse en legendarios, razón por la cual se le considera hasta ahora como el mejor trabajo discográfico de esta banda, antes de convertirse en las superestrellas que son actualmente.

martes, 29 de agosto de 2017

70 AÑOS DEL BARTOLO: A PROPÓSITO DE LA MEMORIA, LOS PAROS Y LOS BUENOS AMIGOS



Cuando lo vi, al otro extremo de la mesa, tratando de ponerse el polo azul que le acababan de entregar mientras otras manos le encasquetaban la visera, también azul, casi como los reporteros que van introduciéndole el audífono en el oído al entrevistado en los enlaces microondas, apenas si lo pude reconocer. “¿Quién es ese viejito”? me pregunté antes de caer en la cuenta. De inmediato los mecanismos de mi memoria se pusieron en acción. “¿Quién es?"

Antes de que mi buscador interno lanzara el resultado, uno de los muchachos, el más vocinglero y jodido, el de la chispa siempre encendida y el comentario mordaz lanzado en el tono preciso de voz e intención –sí, los de la promoción ya saben a quién me refiero, desde luego- pega un grito y conmina al señor no identificado a apurarse. Y aunque el apellido era absolutamente conocido para mí, como para todos los demás esa tarde, aun no terminaba de relacionarlo con la imagen del gastado personaje que parecía atacado por una banda de bolsiqueadores, solo que en medio de risas y palabras emocionadas de reconocimiento y alegría por este nuevo reencuentro.

Pero minutos más tarde, luego de escucharlo hablar, todas las dudas quedaron disipadas. ¡Era Chacón! El auxiliar y profesor de instrucción premilitar (o lo que se le pareciera en esa época) quien, ya ataviado de azul y con la insignia BH por todas partes, discurseaba y arengaba y se acordaba de sus viejas glorias, rodeado por todos nosotros quienes, con respeto y quizás un rezago del temor que nos infundía cuando fuimos niños, lo observábamos desde el nuevo plano de relación que ahora tenemos.

Sin embargo mi cerebro recién reaccionó cuando escuché su voz, ese grito apagado con el que nos ordenaba hacer ejercicios al estilo militar, mientras caminaba mirándonos con cara de pocos amigos, el gesto adusto, la espalda ligeramente encorvada y los ojos encendidos: “¡Para planchas… uno, dos!”. Y todos nosotros, palomillas de ventana (y tapia) respondíamos en coro agudo, como blancas palomitas: “¡Tres, cuatro!” Hace 30 calendarios él tenía la edad que muchos de nosotros estamos por alcanzar. Ojalá llegue yo a los 75 años con esa energía y ese orgullo que él siente hoy por haber sido parte importante de nuestras (de)formaciones.

Chacón no tenía nombre, era solo eso, "Chacón". Una entidad, parte del mobiliario del colegio. Una leyenda. Temido y respetado por todos, odiado por algunos que, una vez llegados a 4to. o 5to. año, lo buscaron para cobrarse venganza por sus castigos. Chacón era duro, un “cachaco” como él mismo dice, y tenía ese concepto peruanísimo de disciplina que es férreo e inflexible, pero que también sabe ser sinuoso y maleable según sus conveniencias, como queda claro al escuchar esas anécdotas que cuenta, sus correrías en campamentos, excursiones y actividades, su necesidad de reafirmarse como el único responsable por nuestra seguridad y por convertirnos en hombres, unas veces a gritos y otras, a punta de palos y manguerazos que repartía con un extraño sentido de la dosificación y el propósito positivo que los justificaba (“¡esto es para que aprendan, carajo!”). 

Las palabras y recuerdos de (don Víctor) Chacón, teñidos por ciertos matices de autocomplacencia, son testimonio de los rudimentos de la educación que recibimos en el Bartolomé Herrera, Gran Unidad Escolar que acaba de cumplir setenta años de vida institucional, y que todos celebramos el pasado sábado 26 de agosto, en la ya tradicional reunión y almuerzo de camaradería.

La memoria es una de las facultades más sofisticadas del cerebro humano, que reacciona a veces por estímulos minúsculos: un olor, el color del cielo a determinadas horas de la mañana, una imagen en la televisión, tienen la capacidad de activar una explosión de recuerdos, sensaciones y sentimientos que pueden cambiar drásticamente nuestro estado de ánimo. Y si esa explosión es positiva, alegre, el efecto no puede ser mejor. Por eso se disfrutan tanto esta clase de reencuentros con los compañeros de promoción que, como todos repetimos hasta el cansancio, volvemos a ser niños durante unas horas. Cada quien a su modo se desconecta de su momento presente e ingresa a una dimensión distinta, sin abandonar el mundo real. Es mejor que las redes sociales y sus fríos íconos de colores, sus emoticones y posibilidades de interactuar con links, videos, gifs y reacciones. Aquí escuchas voces, intercambias miradas, estrechas manos, brindas.

En nuestras épocas escolares hubo muchas huelgas indefinidas de maestros. Y nuestros profesores, como buenos sindicalistas, se iban a protestar dejando en los planteles silencio, aulas vacías y un grupo de maestros contratados o “amarillos” que no acataban el paro e iban a dar clase. En tiempos de estos paros nacionales, estar en el colegio era, para los alumnos, un recreo permanente que, después de horas jugando fútbol en el estadio y los patios, se transformaba en secuestro, hasta la una de la tarde. Quiero suponer que las personas mayores que nos cerraban las puertas, a pesar de que no había nada que hacer dentro del colegio, lo hacían para garantizar nuestra seguridad. Y los auxiliares, con Chacón a la cabeza, hacían hasta lo imposible para que no nos escapáramos. No creo necesario añadir que casi nunca tenían éxito.

En estos días, todo el Perú habla de los maestros y esta paralización que se muestra contaminada, más que nunca antes en la historia de sus agrupaciones sindicales, por un divisionismo profundo y esta nueva forma peruana de hacer política, caracterizada por la agresividad y el reduccionismo simplón, y esa arrogancia de un gobierno que parece sacado del Club de la Unión y el Regatas, cada vez más alejado de las preocupaciones y necesidades de la población. Para mí, que estudié en colegio público y viví múltiples huelgas siendo alumno de secundaria, resulta una confirmación más de que, más allá de lo que digan los analistas afines al poder desde sus tribunas doradas, el país no ha avanzado nada y, por el contrario, a juzgar por las condiciones en que hoy se da esta movilización y las reacciones absurdas del gobierno, retrocede hacia un abismo oscuro y sin fondo.


Pero en el patio principal del Bartolo es evidente que no hay espacio para esta coyuntura lamentable, resultado de décadas de abandono a la educación pública. Promociones de distintos años se toman fotos, alzan copas, hacen bromas. Y la nuestra no se queda atrás y, es más, me atrevería a decir que en el ranking de las más alegres y bulliciosas, la de 1990 se lleva las palmas de lejos. Como cada vez que nos juntamos, la pasamos muy bien reactivando esa sensación de libertad y esa conexión que trasciende cuestiones como la profesión, los logros académicos o económicos, las opiniones y experiencias personales. 

Como me dijo nuestro Brigadier, hoy Comandante del Ejército Peruano -¿alguien sabe si llegó bien a su casa?-, antes de quedarse dormido, y no precisamente de sueño: “A mí lo que más me gusta, Promo, es que, a pesar de que no nos dio la mejor educación del mundo, ahora vengo y veo que todos somos profesionales y estamos bien”. Palabras sabias, sin duda, con las cuales coincido plenamente. Pero lo que sí nos dio el Bartolo, a borbotones, fue esencia, orgullo. Y un grupo de muy buenos amigos. 

miércoles, 23 de agosto de 2017

CHRISTOPHER CROSS EN LIMA (C. C. María Angola, martes 22-8-2017)



Sobrio, sencillo y talentoso, Christopher Cross tocó por segunda vez en Lima y nos regaló una noche de buena música, interpretada de manera soberbia por una banda de extraordinarios instrumentistas que, sin mayores aspavientos ni estridencias, atacó cada uno de sus fraseos, solos y acompañamientos de manera limpia, perfecta. 

El público, conformado en su mayoría por personas que sobrepasaban la barrera de los 50 años, seguía con atención las evoluciones de este conjunto de artistas que mostró su talento sobrenatural, forjado a través de años de experiencia, práctica disciplinada y entrega a lo suyo, de una forma en la que todo parecía fluir con naturalidad, sin esfuerzos.

Conciertos como estos, que en otras latitudes son moneda corriente, cosa de todos los días, se convierten en hechos memorables en esta ciudad cada vez más acostumbrada a la informalidad y simplonería arrogante de quienes creen que ser "estrella" es abusar de los demás a través de sus exhibicionismos televisivos o disfuerzos musicales que, si por algo destacan, es por su carencia absoluta de ensayo, técnica y el despliegue de un talento básico, lleno de limitaciones, que no se desarrolló nunca por esa propensión a la autocomplacencia, común en varios músicos de nuestro país. 

Cuando pienso en las poses de "divos de la música" que adoptan personajes como Pelo Madueño, Lucho Quequezana (solo por mencionar a dos de los más ubicuos protagonistas de la escena local, cuyas presentaciones son catalogadas como fantásticas, con intencional ligereza, por sus amigos y clientes) o, por ponernos un poco más rebuscados, grupos como Laguna Pai o Kanaku y El Tigre, me basta con repasar en la mente cada una de las notas tocadas la noche del martes 22 de agosto por los seis fenomenales músicos que, junto a Christopher Cross, tocaron esas inolvidables canciones con las cuales muchos de nosotros crecimos, escuchando la radio durante los años ochenta, entrenando sin querer nuestra capacidad de apreciación.

El show comenzó un poco más allá de las 9pm., y aunque el local no estaba del todo lleno, era evidente que una buena cantidad de público, entre los nostálgicos y los ocasionales concertgoers que nunca faltan a ningún evento que les asegure ciertos aires de sofisticación, había respondido positivamente a las convocatorias de Kijada Producciones, empresa encargada de traer de vuelta a este músico norteamericano, actualmente de 66 años de edad, que tuvo cuatro años de gloria entre 1979 y 1983, tiempo en el que se llevó todos los Premios Grammy con solo un disco en el mercado y hasta ganó un Oscar por la alucinante balada Arthur's theme (The best that you can do), de la película Arturo, el millonario seductor, que fuera protagonizada por Liza Minelli y Dudley Moore.

Este tema, que llegó prácticamente a la mitad del concierto, fue el que más emocionó al público, como pudo notarse por los ensordecedores aplausos y el bosque de celulares que se levantó para registrar la canción. El característico intermedio instrumental fue replicado, nota por nota, por el saxofonista Andy Suzuki, músico de ascendencia japonesa que brilló a lo largo del show con su precisión y solvencia en cada una de sus intervenciones Suzuki, además, se encargó de los teclados, generando atmósferas parecidas a las de una sección de cuerdas para complementar el piano de Pierre Leonid, fuertemente influenciado por el smooth jazz, uno de los elementos constitutivos de las composiciones de Cross, que formaron parte del género denominado soft-rock, muy popular en los años setenta gracias a bandas como Steely Dan, The Doobie Brothers, Ambrosia, entre otras.

La noche comenzó con Haila, un tema semi-instrumental, con los coros femeninos repitiendo un cántico que parecía un mantra, del más reciente trabajo en estudios de Christopher Cross titulado Take me as I am (2017), que aun no ha sido lanzado al mercado. Baby it's all you, otro tema de estreno, formó también parte del repertorio el martes 22. En ambos se nota una vocación más orientada al trabajo instrumental, que le permite a Christopher Cross mostrar sus habilidades como guitarrista, en un despliegue de técnica y velocidad que nos hacen recordar a otros ejecutantes muy relacionados a su carrera como Larry Carlton, Dean Parks o Eric Johnson.

Luego de presentar a su banda, Cross calentó de inmediato el ambiente con Sailing y Never be the same, conocidísimos éxitos de su clásico álbum debut, el de la carátula del flamingo. Y aunque se sintió la ausencia de Say you'll be mine, otros dos temas de ese aclamado LP, The light it's on y Spinning, sí entraron al setlist. En el caso del segundo de los mencionados, en una versión especial a dúo con una de las coristas, Stephcynie Curry, como parte de un segmento acústico que incluyó además las canciones Think of Laura, de su segundo disco Another page (1983) y Abro mi ventana, versión en español de Open up my window -del álbum Window de 1994- que interpretó a dúo con Marcia Ann Ramírez, su otra corista, arrancando aplausos por este esfuerzo de cantar en nuestro idioma, trabajo que debe haber sido bastante pesado para este cantautor nacido en Texas a quien se le hace sumamente pesado siquiera pronunciar "gracias". Un detalle que el público peruano supo agradecer como corresponde.

El sonido en el María Angola estuvo muy bien calibrado, permitiéndonos escuchar con claridad a la impecable banda en cada tema, tanto los muy conocidos y reconocibles como aquellos que, a pesar de no haber recibido difusión en su momento, hoy suenan frescos y agradables como por ejemplo Dreamers (Doctor Faith, 2011), In the blink of an eye (Rendezvous, 1993) o la contundente Walking in Avalon, del álbum del mismo nombre de 1998, tema en el que el bajista francés Kevin Reveyrand mostró sus credenciales, en interacción apretada con el baterista, su compatriota Francis Arnaud. Ambos sostienen la carga rítmica de las canciones y dejan espacios abiertos para los espectaculares solos de Suzuki al saxo, las elegantes melodías del piano de Leonid o las ráfagas guitarreras del cantante quien, con el gesto tímido y casi escondiendo la mirada bajo una boina, cortaba el aire y la respiración con esa capacidad que era desconocida para muchos, salvo para quienes sabían que Christopher Cross, en su juventud, reemplazó al mismísimo Ritchie Blackmore en un concierto que Deep Purple dio en Texas, en 1970. Reverend Blowhard y Simple, ambos temas de Secret ladder (2014), su último disco publicado, no desentonaron con el aura sofisticada de las demás canciones.

Siguieron dos temas conocidos del Another page: No time for talk y All right. Mientras la primera recibió un tratamiento idéntico al de la versión del vinilo, la segunda fue presentada con arreglos totalmente nuevos y un electrizante solo de batería de Arnaud al principio. Curry y Ramírez alternan sus voces con Cross en esta nueva versión de uno de sus temas más famosos, que preparó el camino para un energético y setentero final con Ride like the wind, en el que ambas se lucieron vocalmente haciendo el trabajo que hiciera, en la versión grabada, el genial Michael McDonald. El solo de guitarra de Cross al final de este tema fue uno de los mejores momentos de la noche.

Para el encore Christopher Cross tomó nuevamente su guitarra acústica para hacer un correcto cover, a su estilo, del clásico himno a la paz Imagine de John Lennon, mientras la pantalla mostraba imágenes alusivas a esta profunda invocación que escribiera en 1971 el ex Beatle para promover la hermandad entre seres humanos. Lamentablemente, este significativo final se vio eclipsado por una de las más odiosas costumbres de la modernidad. A medida que Cross y su banda dejaron claro que estaban tocando esta emblemática canción la gente de las primeras filas comenzó a abandonar sus asientos para acercarse al escenario. Pero lo que parecía ser el inicio de un acto de comunión sublime entre el artista, la banda y su público, se convirtió en una grotesca sucesión de personas idiotizadas que le daban la espalda a los músicos, haciendo cola para tomarse selfies con ellos, pisoteando lo que probablemente haya sido la idea original que tuvo el cantante al despedirse con este clásico de la música popular contemporánea. 

Pero ni siquiera este desagradable momento, en el que personas que pasan las cuatro y hasta cinco décadas de vida se prestaban a esta actitud infantil propia de millennials, que dejan pasar la experiencia de asistir a un concierto por estar buscando el ángulo perfecto para su hedonista, superficial y egocéntrica fotografía, consiguió opacar esta velada, una de las mejores en términos de calidad e interpretación musical.

martes, 25 de julio de 2017

¿POR QUÉ DON CÉSAR? ¿POR QUÉ?


Cuando en las redes sociales leí, el viernes antes del mediodía, que en la última edición de la revista semanal Hildebrandt en sus Trece se había publicado una columna de Kenji Fujimori, pensé que se trataba de una broma de Nicolás Yerovi. Luego, como todos los viernes, la compré pero no fue sino hasta llegar a casa por la noche que decidí revisarla y me di con la desagradable sorpresa. Victoria pírrica se titula el texto en el que el “Benjamín de los Fujimori” da cuenta de múltiples agradecimientos, algunos esforzadamente irónicos, a todos los congresistas de Fuerza Popular que participaron en la accidentada sesión que terminó con su suspensión de 60 días. El texto indigna pero no por aburrido y monotemático sino por haber sido publicado en el único medio escrito que vale la pena leerse desde hace cinco o seis años. 

¿Por qué se habrá prestado a esto el periodista más independiente y rebelde que tenemos? Sus fieles lectores merecemos una explicación, sobre todo quienes hemos apoyado su publicación desde el principio, a costa de miradas de soslayo, burlas veladas y opiniones desaprobatorias ante tal demostración de lealtad, reflejada en el ritual desembolso de cinco soles semanales, en estos tiempos en los que ya no se puede confiar en nadie. 

El solo hecho de imaginar a César Hildebrandt o a su esposa/editora Rebeca Diz –responsables de todo lo que se publica y se deja de publicar en la revista- conversando en persona o a través de emisarios, cara a cara o intercambiando correos, para coordinar cuestiones de espacio, cantidad de palabras, tono de la columna, entre otros detalles más o menos comunes en esto del columnaje ad honorem, produce sinceras e inexplicables arcadas. 

Y no es que tratemos de ser “más papistas que el papa”. Después de todo, Hildebrandt es el director todopoderoso de su semanario y ninguno de nosotros, acólitos y aspirantes permanentes a desarrollar su prosa, claridad de pensamiento y agudeza para la crítica, tendría la capacidad de enmendarle la plana en cualquier otro caso. Pero, en términos de coherencia y credibilidad, darle una columna a Kenji Fujimori es como si se la hubiera dado a Alan García. 

Sobre todo cuando uno lee con detenimiento los textos de Hildebrandt respecto del fujimorismo, cuyo líder tramó su asesinato en el (no tan) recordado Plan Bermuda, urdido por Montesinos para “bajárselo” por incómodo. Incluso en la edición en la que aparece Kenji, don César sigue atacando sin contemplaciones la farsa que vienen montando, cuidadosamente, los hijos de Alberto Fujimori, ese sainete que se inició en la última votación presidencial, en la cual el hermano “bueno y sensible” no asistió a las urnas a apoyar a la hermana “mala y dura” y que hoy enfrenta a dos facciones –keikistas versus kenjistas- en un pugilato sobreactuado que los medios convencionales reseñan con preocupación ante las todavía lejanas elecciones del Bicentenario. 

El semanario que César Hildebrandt dirige desde el año 2011 se convirtió, desde su primer número, en el único medio decidido a llamar las cosas por su nombre, y dio suficientes pruebas de no casarse con nadie. Y el periodista, mil veces expectorado de la televisión por llevar ese estilo hasta las últimas consecuencias, ha marcado la pauta en el periodismo de investigación del siglo 21 en el Perú con diversos destapes durante el gobierno de Humala y el primer año de PPK, que fueron recogidos por la prensa concentrada y los noticieros televisivos en varias ocasiones. 

Quizás esté pecando de ingenuo pero, a estas alturas del partido y después de haber leído tanto sus columnas (desde las que van en serio hasta las que hacen uso de finas ironías y ficticias contradicciones), es inconcebible que el periodista que clama por la refundación de la república, la fumigación venenosa como única forma de deshacernos de la peste corrupta, y que sueña con un levantamiento de inexistentes juventudes cultileídas, revolucionarias e íntegras, sea el mismo que termine ofreciendo un espacio a una de las más grandes vergüenzas/fallas de nuestra historia política reciente: un joven sin oficio ni beneficio (como su hermana) que ha disfrutado de una vida opulenta –aun cuando haya quienes consideren que su niñez debe haber sido traumática en medio de ladrones, asesinos y operaciones clandestinas- gracias a los millones que su padre le robó al país, que ya lleva dos periodos siendo “el congresista más votado” por las masas de pobres a los que Fuerza Popular compra con regalos de campaña año tras año, y que hoy se perfila como insólito prospecto de presidente, sin ser capaz de escribir una columna medianamente interesante y cuyo mayor logro político es haberse construido una imagen “lúdica” a través de graciosos pero inútiles diseños caricaturescos que apelan a la vacuidad y el escapismo de las redes sociales y la subcultura de los superhéroes de cómics y personajes de ciencia ficción. ¿Dónde quedó el idealismo de la palabra bien escrita, de las opiniones que pueden ser opuestas pero jamás carentes de argumentos sólidos y bien enunciados, de las narraciones cargadas de criterio humanista, visión histórica, profundidad reflexiva, matices psicológicos y cultura? 

Una potencial explicación vendría por el lado de la pluralidad pero de solo pensar en ella se cae por ingenua. Porque vamos, seamos francos. Se puede ser plural con quien piensa distinto por supuesto. Pero no cabe –y menos desde la óptica hildebrandtiana- compartir la mesa, o las páginas, con alguien que representa el latrocinio, la traición, la absoluta falta de escrúpulos para mentir y manipular, la insensibilidad frente al sufrimiento de familias enteras (escoja usted: víctimas de Cantuta y Barrios Altos, parientes de fallecidas por infecciones ocasionadas por esterilizaciones mugrosas, padres de militares jóvenes caídos o mutilados en conflictos fronterizos). Es decir, podemos entender y hasta celebrar que, en nombre de esa pluralidad que merece promoverse a toda costa para ampliarle los elementos de juicio al lector, al lado de una columna de Pedro Francke encontremos, echando a volar un poco la imaginación, otra de algún personaje como Roque Benavides o Elmer Cuba pero ¿Kenji? ¿Podemos aceptar que en un semanario en el que se habla de cultura, legalidad, respeto al estado de derecho y tantas otras abstracciones inexistentes en este país, firme una columna el hijo de Alberto Fujimori? 

Ni siquiera la posibilidad de que Hildebrandt haya decidido publicar a Kenji para clavarle un par de banderillas cargadas de cicuta a Keiko tiene cabida. ¿Acaso no se basta él solo para desbaratar las mentiras de los Fujimori, como lo viene haciendo sin tregua desde hace décadas? ¿Cuál es el acuerdo detrás de esta extraña y surrealista colaboración pseudo-periodística? Si Kenji quiere repetir hasta el cansancio esa monserga que parece eslogan marketero -«tender puentes»- tiene a la mano una multitud de periódicos comunes y corrientes que seguramente pondrán a su disposición todo el espacio que le dé la gana para hacer su campaña política hacia el 2021 y seguir inoculándose en el imaginario colectivo desesperanzado –ese que jamás sabe cuál será el mal menor- que se combina con las multitudes embrutecidas que lo adoran y consideran el sucesor natural de “El Chino”, preso en la Diroes y actor protagónico en esta coreográfica pelea fraterna que tiene más de Pinky y Cerebro que de Huáscar y Atahualpa. 

En Hildebrandt en sus Trece he devorado, con delectación, textos escritos por maestros como Jesús Silva Herzog, Noam Chomsky, Juan Manuel Robles, Francisco Durand, y el mismo director del semanario, sobre actualidad política, cultural y social; así como importantes reflexiones del pasado como las de Manuel González Prada, Miguel Grau, Oscar Wilde, Gabriel García Márquez, Jorge Basadre, Pablo Neruda y muchos otros, rescatados del olvido por César Hildebrandt, en lo que constituye un esfuerzo valioso por recuperar el periodismo para quien disfruta de la buena lectura, placer para una minoría cada vez más pequeña. Leer a Kenji Fujimori en esas mismas páginas es como si, tras escuchar las sinfonías de Beethoven en la paz de una habitación casi en penumbras irrumpiera, con sus huachafos colores y sus simiescos danzantes, una tanda de comerciales de la campaña “Fin de cebada” de Cerveza Cristal o una comparsa de personajes de Al fondo hay sitio, Asu mare, De vuelta al barrio y chicos reality, todos juntos y envueltos en una página color naranja. 

Quizás su buen amigo y frecuente entrevistador Glatzer Tuesta, ahora con programa propio (No hay derecho en el portal Ideele Radio) consiga alguna respuesta a la pregunta que hasta ahora no desaparece de mi cabeza: “¿Por qué, don César? ¿Por qué?”

domingo, 16 de julio de 2017

QUE SIGAN CAYENDO (por Yvette Ubillús)

La prisión preventiva de 18 meses para Ollanta Humala y Nadine Heredia es, de lejos, el acontecimiento más importante de nuestra historia reciente. Independientemente de lo que pase al final -ya empezaron a sonar las voces de quienes vaticinan y desean una rápida salida de estos traidores, debido a los supuestos "errores técnicos" que habría cometido el juez Richard Concepción Carhuancho- el encarcelamiento de la pareja es un caso extraño de justicia severa pero bien aplicada, en una sociedad como la nuestra, acostumbrada a la injusticia y la impunidad de los peces gordos. Un tema en especial ha formado parte de los discursos de periodistas, abogados y analistas: la disforzada preocupación por los hijos del dúo que se reclama víctima de la arbitrariedad procesal. La periodista Yvette Ubillús pone los puntos sobre las íes sobre este asunto que se presta a interpretaciones tendenciosas que apelan a una falsa sensiblería para conmover a la opinión pública desinformada.



QUE SIGAN CAYENDO
escribe Lic. Yvette I. Ubillús Mimbela

¿Desde cuándo tener hijos menores de edad es salvoconducto para delinquir? No son acaso los padres quienes deben sentir la responsabilidad de actuar de manera honesta para que sus hijos no tengan que sufrir por su causa. Si a ellos no les dio pena robar sabiendo que, de ser descubiertos, sus hijos serían las grandes víctimas ¿por qué tanta tristeza de los ajenos?

¿Por qué un fiscal que, en cumplimiento de su labor de defender al Estado, hace averiguaciones en un colegio, en el que no se encuentran las menores, vulnera los derechos del niño y el adolescente? ¿No fueron acaso sus padres quienes abrieron cuentas a nombres de esas mismas hijas convirtiéndolas en testaferros de sus robos? ¿O es que eso es amor de padres y no constituye una agresión? Si ellos mismos han utilizado a sus hijos ¿por qué tantos salen a preocuparse de lo que no les incumbe?

¿Por qué nuestras principales autoridades y líderes de opinión salen a hablar de "tristeza por los niños”, cuando en este país los niños mueren a diario de abandono y miseria sin que a ellos les importe, ni les conmueva en lo más mínimo? Por supuesto, hoy nadie recuerda a los 71 menores de Cajamarca, 68 intoxicados y 3 muertos por consumir alimentos contaminados en el gobierno de estas dos "víctimas del abuso del Poder Judicial”, mientras ellos estaban en Nueva York en asuntos oficiales, con sus hijas, recibiendo el suntuoso trato diplomático de las grandes personalidades. Las madres pobres, campesinas, a las que ellos engañaron con sus promesas de campaña, lloraban a sus hijos muertos y el único comentario que llegó desde los lugares más lujosos de Manhattan fue: "¿Acaso el Presidente no tiene derecho de pasear con sus hijas?"

¿Por qué a nadie le da "tristeza" el perjuicio que sus fechorías han significado para el país? Obras millonarias que hoy se continúan a pesar de que son pérdidas para el Estado, otras que se sabe son defectuosas, empresas extranjeras que no cumplen y se burlan de todos, despilfarro de dinero del país entregado a cambio de coimas lo que se traduce en menos presupuesto para salud, educación e infraestructura que necesitan millones de habitantes en el país.

¿Hasta cuándo vamos a seguir siendo laxos con la corrupción? Es verdad que hay otros que no han pagado pero eso no convierte en inocentes a estos dos. Si el argumento es que a muchos otros anteriores no los hemos podido encarcelar como corresponde y por ello estos dos son los pobrecitos que cayeron, entonces dejemos de quejarnos a diario, dejemos la hipocresía y aceptemos que somos una nación que admite la corrupción.

¿Por qué el actuar de un Juez que está asegurando la presencia de los que van a ser procesados, para que no se fuguen como lo han hecho todos los Presidentes elegidos desde el año 1985, es insultado y maltratado por los encumbrados abogados defensores de individuos de similar prontuario en el país o por las personas de a pie que no tienen los elementos de conocimiento para entender su proceder y se dejan influenciar por los medios o por los cuatro o cinco simpatizantes de quienes se enriquecieron con el dinero de todos?

Ambos implicados ya planeaban su fuga a través de la embajada francesa, en la que pretendían asilarse, mediante una invitación a las celebraciones por la independencia de ese país. Todo listo para el gran escape.

¿Es que los signos de enriquecimiento clamorosos no le dicen nada a nadie? Entraron al gobierno con financiamientos extranjeros, parte de los cuales, de paso, se quedaron para sí mismos y de ahí en adelante llovieron las casas, los viajes, las cuentas bancarias, los gastos suntuosos, entre tantos otros. Ellos, sus parientes y amigos cercanos, todos en la misma situación, pero como otros también lo hicieron antes entonces hay que ser benevolentes, pues no han sido los únicos.

¡Lo que produce tristeza es el país, tan traicionado por todos a diario, tan maltratado por sus propios ciudadanos! Los que tuvieron los medios para ir a buenos centros de estudios y hacerse de un lugar en la sociedad, roban de cuello y corbata, en la otra esquina están los que no tuvieron ni siquiera lo mínimo justo para salir adelante con dignidad, esos roban con una bujía y en el medio todo el bulto, la mal llamada "clase media" que mira de costado, acomodándose a lo que más le conviene sin desaprovechar la oportunidad de sacar provecho del desorden.

Discriminación entre iguales, abuso de poder, viveza criolla, total desembarazo de la responsabilidad y flexibilidad para negar lo incorrecto cuando nos atañe, son los antivalores que nos rigen, basta ya de negarlo. Seguir diciendo que “todos somos el Perú” insulta a esta tierra que nunca ha contado con nosotros para defenderla, porque basta que nos pidan respetar a los demás y sacrificar un mínimo de nuestras comodidades en favor del bien común y de inmediato le damos la espalda.

No hay nada de qué alegrarnos, es verdad. Hay mucho de qué avergonzarnos, pero las acciones que hoy colocan a dos imputados a buen recaudo para que nos den explicaciones sobre todos estos temas y paguen por lo que se les llegue a probar a través de un proceso legal, deberían contar con el amplio respaldo de la población porque de estos precedentes dependen otros procesos por venir y porque deben ser ejemplo claro y rotundo de que quien delinque en el país recibe el castigo que le corresponde.

Se trata de un acto que demuestra la severidad de la justicia bien administrada ante un par de individuos que, utilizando la victimización como una pantalla de utilería, han buscado retrasar y entorpecer las acciones legales. Todavía no están condenados, falta mucho por recorrer, solo están restringidos de la libertad para que no continúen los arreglos por debajo de la mesa en pro de evadir sus responsabilidades.

En este país vapuleado por todos, no hay por quién votar, eso nos pasa facturas carísimas como esta. La desesperación y angustia a la que nos vemos sometidos cada cinco años nos orilla a entregar nuestra desesperanza a cualquiera que sea menos peor y en esa línea hemos venido cayendo en el abismo en el que nos encontramos a todo nivel institucional.

En este pobre país saqueado gana el más vivo, el que no le teme al delito, el abusivo, el inescrupuloso, el esclavista disfrazado de “emprendedor”, el mandón, el que tiene plata, el que tiene contactos, el que tiene quien lo ayude. Los demás que se entretengan con las sobras. Eso también lo hemos hecho parte de nuestro ADN, la admiración por los vivos, por los que se salen con la suya, por los que son sabidamente corruptos y sinvergüenzas pero me dan trabajo, son mis amigos o de mi grupo.

Que sigan cayendo los culpables de que, habiendo dinero, sigamos siendo un remedo de país. Que sigan cayendo los que estafan al Estado, dentro y fuera de su administración. Que sigan cayendo los que dan mal ejemplo a sus hijos y a los hijos de los demás. Que sigan cayendo esos que un día también fueron hijos de corruptos con poder y en lugar de alejarse de eso siguieron sus pasos. Que sigan cayendo los que recibieron dinero sucio y que creen que con sonrisitas burlonas siempre van a salir ganando. Que sigan cayendo sus colaboradores que ahora dicen que no vieron nada. Que sigan cayendo hasta que se limpie la casa con rigor y los que vengan detrás sepan que no se llega al gobierno con la motivación de enriquecerse, de robar, sino que se llega a lo más alto para levantar con dignidad y decencia el destino de un país y su nación.

lunes, 26 de junio de 2017

IÇERDE: ACCIÓN Y SUSPENSO DESDE TURQUÍA


Içerde misin?” (“¿Estás adentro?”). Esta pregunta es el hilo conductor de Içerde (Adentro, Ay Yapim, 2017), una serie policial turca que explora, a un tiempo, el oscuro mundo de las mafias suburbanas que operan en Estambul; y los profundos traumas personales que la vida delictiva puede provocar en aquellas personas que terminan involucradas en la maraña de intrigas, mentiras, traiciones y una amplia gama de crímenes, que va del simple falseo de información a los asesinatos más crueles y sórdidos, con depuradas técnicas de tortura física y psicológica que la subcultura de los carteles de droga y el sicariato han hecho comunes en la sociedad contemporánea.

Con una trama caracterizada por su impredictibilidad, personajes construidos con interesantes matices  y notables actuaciones, Içerde fue un paso más allá del formato novela romántica -de enorme éxito en diversos países de Latinoamérica, incluido el Perú-, y presenta esta dinámica historia con elementos de acción (persecuciones, peleas callejeras, balaceras, explosiones) sin dejar de lado, por supuesto, los romances de sus protagonistas, que funcionan como complementos de enorme efectividad emotiva pero que no son, definitivamente, determinantes en su desarrollo narrativo.

La fuerza de Içerde, bajo la dirección de Uluç Bayraktar (quien previamente había dirigido otra serie policial, Ezel), radica en su excelente guion, escrito por Ertan Kurtalan y Toprak Karaoğlu, que toma como base la laureada película The departed (Martin Scorsese, 2006) pero con una variación sustancial: el policía y el criminal, infiltrados en la mafia y en el departamento policial, respectivamente, son enemigos mortales sin saber que son hermanos. Separados desde su niñez, ambos hacen hasta lo imposible por encontrarse, incluyendo numerosos intentos por destruirse mutuamente para lograr ese objetivo. El culpable de esta separación es un poderoso y despiadado capo de la mafia, traficante y asesino, que logra siempre escapar de las autoridades debido al trabajo de su informante en la sombra.

El boom de las series y novelas turcas en países de habla hispana comenzó hace dos o tres años, con Binbir gece (Las mil y una noches), grabada originalmente en el 2006 y, a partir de la buena acogida que tuvo entre el público, los canales de señal abierta comenzaron a transmitir otras como por ejemplo Ezel (2009), Fatmagül'ün suçu ne? (¿Qué culpa tiene Fatmagül?, 2010) y Adını Feriha koydum (El secreto de Feriha, 2011), con similares resultados de sintonía. A pesar de que estas y otras producciones turcas modernas han sido programadas unas tras otras, Içerde no ha llegado a nuestras pantallas con las ya conocidas traducciones oficiales hechas en Chile.

Sin embargo, la popularidad de esta serie –que pone en vilo a toda Turquía cada lunes desde septiembre del año pasado-, no ha pasado desapercibida para las entusiastas seguidoras de uno de sus principales protagonistas, el joven actor Çağatay Ulusoy, que se hiciera famoso entre nosotros en la romántica historia Adını Feriha koydum (El secreto de Feriha). 

Ellas, desde distintos países como Argentina, Chile y Perú, han buscado múltiples formas de estar al tanto de los avances de Içerde, desde la creación de grupos de Facebook en los que comparten avances, videos, fotos y notas relacionadas a sus capítulos, hasta una página web en la que cuelgan, con una semana de diferencia, la serie capítulo por capítulo, subtitulada al español y al inglés por un equipo de traductores y profesores del complicado idioma de este exótico país euroasiático.

Ulusoy interpreta a Sarp Yilmaz, el policía que se infiltra, a través de complejas estratagemas organizadas por su jefe y mentor, el director del departamento contra el crimen organizado, Yusuf Kaya, en el círculo más íntimo de Celal Duman, un traficante y asesino que, años atrás, secuestró a su hermano menor, Umut, para cumplir a su vez un maquiavélico y calculador plan: criarlo e inscribirlo en la escuela de policías para que, de mayor, trabajara como espía y así conocer los movimientos de las fuerzas del orden, lo que le permite tener garantizada absoluta libertad para operar sus oscuros negocios, que esconde bajo la fachada de un populoso restaurante de kebab, comida típica de diversos países de esa zona del mundo, hecha a base de carne molida de cordero. Umut, alejado de su familia desde los 3 años de edad, desconoce su origen y crece en las calles, bajo el nombre de Mert Karadağ, hasta que es “rescatado” por Celal y se convierte en un respetado y eficiente oficial de policía. Umut/Mert es interpretado por otro conocido galán de varias novelas románticas turcas, Aras Bulut İynemli.

Junto a ellos, un elenco que combina a actores de enorme experiencia en la televisión, cine y teatro turcos, como por ejemplo Çetin Tekindor (Celal Duman), Mustafa Uğurlu (Yusuf Kaya), Nihal Koldaş (Füsun Yılmaz), Uğur Yücel (Kudret Sönmez); con nuevas figuras como Bensu Soral (Melek Duman), Damla Colbay (Eylem), Yıldıray Şahinler (Alyanak), Rıza Kocaoğlu (Davut), crean un universo de personajes e historias paralelas que le dan dinamismo y tensión dramática a Içerde, que configuran diversas situaciones en las que prima la acción y el suspenso, con un acertado manejo de flashbacks, un guion técnico muy prolijo que combina el uso creativo de las cámaras, un concepto artístico de la iluminación y efectos especiales; y giros inesperados que mantienen a la audiencia en permanentes dudas sobre qué sucederá en la escena siguiente. 

Aunque inicialmente Içerde explotó la popularidad y atractivo de la dupla Çağatay Ulusoy/Aras Bulut İynemli para asegurarse la fidelidad del público femenino, las elaboradas tramas y consistentes dosis de acción y violencia, propias del género policial, demostraron ser efectivas también para el sexo opuesto, lo cual no hizo más que aumentar el exitoso rating de los capítulos semanales, que duran dos horas aproximadamente.

La serie llegó a su final el pasado lunes 19 de junio, tras la transmisión de sus 39 episodios. La expectativa que creó la resolución de sus misterios y el desenlace final de sus protagonistas, tras semanas de angustia, quedó reflejada en el gran éxito que tuvo este último capítulo, que fue todo un evento en Estambul: Ay Yapim, la productora, convocó a una gala especial, para pasar el final de Içerde en pantalla gigante, en simultáneo con la transmisión por televisión. 

Esa noche asistieron todos los actores, que fueron recibidos con la infaltable alfombra roja, al estilo de las grandes premiaciones (Oscar, Grammy) y un concierto como acto previo, en el que se interpretó en vivo la espectacular banda sonora de la serie, compuesta por el bajista Toygar Işıklı, músico graduado del prestigioso Berklee College. Miles de personas, entre personalidades de la TV turca y público invitado, colmó el local mientras que otros miles de teleespectadores esperaban, mordiéndose las uñas, el inicio del capítulo final, programado para las 8.30 de la noche (hora local de Turquía).

En las redes sociales, los fans latinoamericanos que han seguido Içerde en su versión subtitulada, se pasaron toda la semana debatiebdo sobre cuál sería el final de los hermanos Yilmaz, el malvado Celal y su fiel sicario Davut. Casi dos semanas antes del final oficial de Içerde, los medios anunciaron que la televisión chilena -responsable de versiones dobladas de casi todos los éxitos de la televisión turca contemporánea- ya aseguró los derechos de esta serie, por lo que pronto la tendremos en algún canal local en horarios estelares. 

El éxito ha sido tal que el elenco de Içerde participa de actividades benéficas y de responsabilidad social. Se les puede ver organizando partidos de fútbol y apoyando campañas para proteger a niños huérfanos –uno de los temas centrales de la serie- y difusión de información sobre seguridad ciudadana. Aunque no está confirmado, todo parece indicar que dentro de poco podrá verse también en versión doblada, lo cual sin duda aumentará su popularidad a nivel global.

Içerde, como otras series provenientes de Turquía, dan cuenta de una industria televisiva en constante evolución y efervescencia, con historias que van de lo tradicionalista a lo moderno, mostrando, a través de un cuidadoso trabajo de producción que incluye sofisticadas técnicas de filmación e iluminación de cinematográfica calidad, el exotismo de la ancestral cultura de una de las sociedades más antiguas del mundo con su idiosincrasia actual, un crisol de identidades que tiene tanto de europeo como de asiático, de cristiano como de musulmán, convirtiéndose en una buena fuente de información acerca de este país, antes desconocido, a través de sus costumbres, vestimentas, paisajes y lugares emblemáticos (como lo hiciera el cine y televisión mexicanas desde la década de los años cuarenta). 

Asimismo, el público latino ha entrado en contacto con toda una constelación de talentosos y carismáticos actores y actrices, algunos con décadas de experiencia en cine y teatro y otros, más jóvenes, que son la comidilla de la prensa de espectáculos turca.


TRAILER OFICIAL DE IÇERDE


viernes, 9 de junio de 2017

"DESPACITO" Y LA CRISIS DE LA MÚSICA LATINA

Publicado originalmente en Diario Exitosa (lunes 5 de junio de 2017, página 18)


La música latina está en crisis. Los clichés del “encanto caribeño” creados por la cultura anglosajona se han unido, de manera enfermiza, con las tendencias comerciales impuestas por un mercado que solo se concentra en aquello que venda mucho y muy rápido, y han desaparecido del imaginario colectivo de las masas hermosos géneros musicales que fueron sinónimo de calidad, sofisticación, idiosincrasia y exotismo.

La expresión más patética de la metástasis que padece nuestra música es, por supuesto, el reggaetón que se apoderó, desde 1995 aproximadamente, de emisoras, rankings y premiaciones, aniquilando la rica tradición musical latina y reemplazándola por ese insoportable golpeteo simiesco y repetitivo cuyas letras estimulan pulsiones primarias de una muchedumbre de consumidores cautivada por sus connotaciones “sensuales”. Con complicidad del reggaetón, los modelos de éxito de la juventud han sufrido una preocupante transformación: los chicos quieren ser narcos y las chicas, sus siempre dispuestas acompañantes.

La canción Despacito es la más reciente trastada reggaetonera, compuesta por el cantante portorriqueño Luis Fonsi y una cantautora panameña, Erika Ender, cuyas pupilas deben estar convertidas en frenéticos signos de dólar, como los de las máquinas tragamonedas, mientras su creación -descrita como “reggaetón romántico” cuando en realidad es una grosera invitación al encontronazo promiscuo, disfrazado de falsa elegancia- triunfa, de manera irrefutable, con índices millonarios de ventas y cientos de miles de descargas y reproducciones en YouTube.

La infección reggaetonera está tan extendida que el tema de marras viene siendo grabado en diversos géneros musicales e incluso se presentó en la final de la versión norteamericana de The Voice, uno de los programas de talentos más sintonizados del planeta.

Pero el encanallamiento de nuestra música se manifiesta en otras expresiones musicales, como por ejemplo, la balada. La generación que hoy tiene entre 40 y 50 años de edad, cuando encendía la radio durante su niñez, adolescencia o pregrado universitario, escuchaba letras como esta: “¿Y cómo es él?/ ¿en qué lugar se enamoró de ti? / ¿de dónde es? / ¿a qué dedica el tiempo libre?” (Y cómo es él, José Luis Perales, 1982). Hoy ese lirismo es reemplazado por un grotesco “dile al noviecito tuyo / que él es una porquería” (El amante, Nicky Jam, 2017).

Hoy, el romance musical llega en ritmo de bachata, ese sonido chirriante, sudoroso y monotemático en el que vocalistas de timbre afeminado “enamoran” a las jóvenes modernas con proposiciones que pasan la delgada línea entre lo sugerente y la agresión, aceptadas de buen grado por la masa, incluso femenina, que luego se declara contra el abuso y la violencia hacia la mujer.


Pero esta crisis de la música latina no es moral sino artística. Los ídolos latinos actuales han abdicado de toda calidad musical -tanto en la composición como en lo interpretativo- para entregarse de forma hedonista y vulgar al desarrollo de propuestas rentables, que dan vueltas sobre lo mismo permanentemente, pasando por encima de décadas de una evolución musical que motivó la aparición de géneros como el bolero, el son, la salsa y sus derivados, el latin jazz, la nueva ola y las baladas con orquestaciones exquisitas y voces privilegiadas -además de la fuerza del rock en español o la impronta poética de los trovadores- a las que todos estuvimos expuestos, enriqueciendo nuestra sensibilidad a través de un acto muy sencillo: encender la radio.

miércoles, 31 de mayo de 2017

STEVE VAI EN LIMA (C. C. MARÍA ANGOLA, MARTES 30-5-2017)


Con el auditorio al tope de su capacidad, el guitarrista Steve Vai dejó sin palabras a quienes lo vimos la noche del martes 30 de mayo. Al final de las casi dos horas que duró el concierto, se notaba que las furibundas y ensordecedoras ráfagas de electricidad lanzadas desde su icónica Ibanez blanca aun resonaban en los oídos de las personas que iban saliendo del recinto, con ojos y bocas abiertas, balbuceando adjetivos –“alucinante”, “espectacular”-entre sonrisas que podían ser de satisfacción pero también de una genuina perplejidad.

Y es que no importa cuántas veces haya escuchado uno el Passion and warfare, disco que Vai grabara en 1990 y que tocó íntegramente en Lima, como parte de la gira mundial que inició a mediados del 2016 para celebrar un cuarto de siglo de su lanzamiento. Porque los niveles de volumen e intensidad que es capaz de alcanzar en vivo son simplemente imposibles de describir con palabras, lo cual se hace más evidente en esas digresiones en los que la guitarra de Vai simula estruendosos cohetes a punto de explotar o estrellarse, gritos eléctricos que convierten el Star spangled banner de Jimi Hendrix en un arrullo de cuna.

El concierto arrancó con un video, casi dos minutos de la cinta Crossroads (1986) en la que Vai representa a Jack Butler, un guitarrista endemoniado, durante la emblemática escena del duelo entre Butler y Eugene, papel representado por la estrella juvenil de la época, Ralph Macchio (Karate Kid). A lo largo del show, se proyectaron coloridas animaciones y otras sorpresas, como la aparición de diversos amigos y colegas de Vai y los clips promocionales del Passion and warfare.

Para el arranque, desde la oscuridad salió Vai, media hora después de lo anunciado, encapuchado y apuntando al público con rayos láser de color rojo intenso que salían de sus ojos, moviéndose sinuosamente y lanzando extraños ruidos desde su guitarra, que por momentos parece un arma de destrucción masiva. Junto a su banda -Dave Weiner (guitarra, teclados), Philip Beynoe (bajo) y Jeremy Colson (batería)- tocó  cuatro poderosos temas de su amplia trayectoria discográfica: Bad horsie y Tender surrender (del EP Alien love secrets de 1995), The crying machine del disco conceptual Fire garden (1996) y Gravity storm, de The story of light (2012), una de sus últimas producciones en estudio.

Para ese momento la audiencia ya estaba preparada. Unas breves palabras en inglés, en que Vai hizo gala de su facilidad expresiva y sentido del humor y con todo, el Passion and warfare de principio a fin y en orden, alcanzando cotas impresionantes de incendiario volumen, con esos sostenidos agudos y el casi maltrato físico al que somete a su instrumento para arrancarle solos imposibles, riffs pesados y estructuras sumamente complejas incluso para otros guitarristas de su generación.

Aquí comenzaron las apariciones especiales: Para Liberty, las pantallas –una al centro, dos a los lados- mostraron imágenes de Vai junto al legendario Brian May de Queen, en un concierto de 1992. Durante The audience is listening, el simpático videoclip en el cual un “Little Stevie” vuelve loca a su profesora con su arrebatada canción inspirada en el clásico de Van Halen, Hot for teacher, es interrumpido por John Petrucci, guitarrista de Dream Theater, para introducir su contundente estilo e intercambiar solos con Steve. Y para la conocida Answers, Vai recibió el saludo y visita virtual de su amigo, profesor y cómplice en el proyecto guitarrero G3, Joe Satriani quien, sentado en su estudio y con divertidas máscaras, realizó impresionantes intervenciones para acompañar a Vai.

Durante los temas I would love to, The audience is listening y For the love of God, la banda hacía lo suyo y se proyectaban los videos correspondientes a cada tema, con Steve tocando en vivo y en estado de gracia, mientras la pantalla nos mostraba las imágenes del músico, hace 27 años, conectando pasado y presente. En suma, una celebración que fue más allá del emblemático disco de rock instrumental –el segundo de su carrera en solitario- para convertirse en un repaso por una trayectoria marcada por el éxito pero también por duras críticas a su personal y emotiva forma de ver y entender la música, con composiciones de complejas estructuras y sonidos que, para el común de las personas, pueden llegar a ser desesperantes por la saturación y el volumen que alcanzan.

Para quienes siguen pensando que el toque vertiginoso y extremadamente técnico de Steve Vai es maquinal o robótico, deberían prestar mayor atención a la digitación natural con la que acomete diversos pasajes en canciones como For the love of God, Greasy kid’s stuff, Blue powder y especialmente el breve interludio Ballerina 12/24, en que Vai se luce con un veloz bluegrass eléctrico, en ese tiempo difícil indicado en el título. En la otra cara de la moneda, las pesadas y cambiantes The riddle, Erotic nightmares, The animal y, particularmente Love secrets, que cierra el disco original, van del hard-rock al rock progresivo con densidad pero con mucha fluidez en los arreglos, por más complicados que estos sean para el oyente promedio. La habilidad desarrollada por Vai a lo largo de los años obedece a tres cualidades 100% humanas: talento, disciplina y mucha práctica. Ninguna de ellas pueden conseguirse a través de softwares o descargas virtuales.

La banda que trajo Steve Vai tiene también, por supuesto, una gran responsabilidad dando soporte a las locuras del guitarrista y compositor, y la cumplen cabalmente, sin atenuantes: Philip Beynoe es un extraordinario bajista que combina su macizo acompañamiento para los temas pesados con una soltura ultrafunky que retumba y sacude el cuerpo de quien lo escucha. Jeremy Colson, el baterista, lanza unos bombazos con tal contundencia que compite en capacidad atronadora con su jefe, mientras que el guitarrista/tecladista Dave Weiner no se queda atrás al momento de replicar las veloces y frenéticas líneas de Vai –como en su momento lo hiciera Mike Keneally, su amigo y reemplazante en la banda de Zappa, hoy dedicado a sus propios proyectos musicales- o de hacerle fondo con una guitarra especial, que lanza enigmáticos arpegios parecidos a los de una cítara.

Una vez finalizadas las catorce canciones del Passion and warfare, Vai subió al escenario en dos ocasiones: la primera para hacer un extracto de Stevie’s spanking, aquel pesado tema que Zappa compuso acerca de sus extravagantes hábitos cuando iba con él de gira, apenas a los 21 años de edad, mientras las pantallas mostraban imágenes del DVD Dub room special, en el que quedó registrada una actuación de ambos en 1981; seguida de Racing the world, del álbum The story of light. Ante las llamadas del exhausto público, Vai regresó nuevamente y cerró la faena con la última sección de la suite Fire garden, del disco del mismo título, una extraña y misteriosa composición titulada Taurus Bulba, durante la cual bajó enloquecido a tocar en medio de las primeras filas, provocando un sano alboroto y un bosque de celulares tratando de captar ese momento.


Casi a la medianoche, las luces se apagaron y de los parlantes surgió la canción Hallelujah de Leonard Cohen, en la versión que grabara Jeff Buckley en 1991, casi como tratando de acariciar nuestros oídos, que habían sido satisfactoriamente machacados por uno de los mejores guitarristas del mundo. Steve Vai desató una apasionada guerra en nuestra ciudad, mezcla de incontenible locura y profunda espiritualidad. Prometió volver. Le tomamos la palabra.

SETLIST

PRIMERA PARTE
  • Intro: Video de película Crossroads (1986)
  • Bad horsie
  • The crying machine
  • Gravity storm
  • Tender surrender
PASSION AND WARFARE
  • Liberty (video: Brian May)
  • Erotic nightmares
  • The animal
  • Answers (video: Joe Satriani)
  • The riddle
  • Ballerina 12/24
  • For the love of God (con videoclip de 1990)
  • The audience is listening ((con videoclip de 1990, interrumpido por John Petrucci)
  • I would love to (con videoclip de 1990)
  • Blue powder
  • Greasy kid's stuff
  • Alien water kiss
  • Sisters
  • Love secrets
FINAL 1
  • Stevie's spanking (video: Frank Zappa)
  • Racing the world
FINAL 2
  • Taurus Bulba (Fire garden suite, part IV)