martes, 25 de julio de 2017

¿POR QUÉ DON CÉSAR? ¿POR QUÉ?


Cuando en las redes sociales leí, el viernes antes del mediodía, que en la última edición de la revista semanal Hildebrandt en sus Trece se había publicado una columna de Kenji Fujimori, pensé que se trataba de una broma de Nicolás Yerovi. Luego, como todos los viernes, la compré pero no fue sino hasta llegar a casa por la noche que decidí revisarla y me di con la desagradable sorpresa. Victoria pírrica se titula el texto en el que el “Benjamín de los Fujimori” da cuenta de múltiples agradecimientos, algunos esforzadamente irónicos, a todos los congresistas de Fuerza Popular que participaron en la accidentada sesión que terminó con su suspensión de 60 días. El texto indigna pero no por aburrido y monotemático sino por haber sido publicado en el único medio escrito que vale la pena leerse desde hace cinco o seis años. 

¿Por qué se habrá prestado a esto el periodista más independiente y rebelde que tenemos? Sus fieles lectores merecemos una explicación, sobre todo quienes hemos apoyado su publicación desde el principio, a costa de miradas de soslayo, burlas veladas y opiniones desaprobatorias ante tal demostración de lealtad, reflejada en el ritual desembolso de cinco soles semanales, en estos tiempos en los que ya no se puede confiar en nadie. 

El solo hecho de imaginar a César Hildebrandt o a su esposa/editora Rebeca Diz –responsables de todo lo que se publica y se deja de publicar en la revista- conversando en persona o a través de emisarios, cara a cara o intercambiando correos, para coordinar cuestiones de espacio, cantidad de palabras, tono de la columna, entre otros detalles más o menos comunes en esto del columnaje ad honorem, produce sinceras e inexplicables arcadas. 

Y no es que tratemos de ser “más papistas que el papa”. Después de todo, Hildebrandt es el director todopoderoso de su semanario y ninguno de nosotros, acólitos y aspirantes permanentes a desarrollar su prosa, claridad de pensamiento y agudeza para la crítica, tendría la capacidad de enmendarle la plana en cualquier otro caso. Pero, en términos de coherencia y credibilidad, darle una columna a Kenji Fujimori es como si se la hubiera dado a Alan García. 

Sobre todo cuando uno lee con detenimiento los textos de Hildebrandt respecto del fujimorismo, cuyo líder tramó su asesinato en el (no tan) recordado Plan Bermuda, urdido por Montesinos para “bajárselo” por incómodo. Incluso en la edición en la que aparece Kenji, don César sigue atacando sin contemplaciones la farsa que vienen montando, cuidadosamente, los hijos de Alberto Fujimori, ese sainete que se inició en la última votación presidencial, en la cual el hermano “bueno y sensible” no asistió a las urnas a apoyar a la hermana “mala y dura” y que hoy enfrenta a dos facciones –keikistas versus kenjistas- en un pugilato sobreactuado que los medios convencionales reseñan con preocupación ante las todavía lejanas elecciones del Bicentenario. 

El semanario que César Hildebrandt dirige desde el año 2011 se convirtió, desde su primer número, en el único medio decidido a llamar las cosas por su nombre, y dio suficientes pruebas de no casarse con nadie. Y el periodista, mil veces expectorado de la televisión por llevar ese estilo hasta las últimas consecuencias, ha marcado la pauta en el periodismo de investigación del siglo 21 en el Perú con diversos destapes durante el gobierno de Humala y el primer año de PPK, que fueron recogidos por la prensa concentrada y los noticieros televisivos en varias ocasiones. 

Quizás esté pecando de ingenuo pero, a estas alturas del partido y después de haber leído tanto sus columnas (desde las que van en serio hasta las que hacen uso de finas ironías y ficticias contradicciones), es inconcebible que el periodista que clama por la refundación de la república, la fumigación venenosa como única forma de deshacernos de la peste corrupta, y que sueña con un levantamiento de inexistentes juventudes cultileídas, revolucionarias e íntegras, sea el mismo que termine ofreciendo un espacio a una de las más grandes vergüenzas/fallas de nuestra historia política reciente: un joven sin oficio ni beneficio (como su hermana) que ha disfrutado de una vida opulenta –aun cuando haya quienes consideren que su niñez debe haber sido traumática en medio de ladrones, asesinos y operaciones clandestinas- gracias a los millones que su padre le robó al país, que ya lleva dos periodos siendo “el congresista más votado” por las masas de pobres a los que Fuerza Popular compra con regalos de campaña año tras año, y que hoy se perfila como insólito prospecto de presidente, sin ser capaz de escribir una columna medianamente interesante y cuyo mayor logro político es haberse construido una imagen “lúdica” a través de graciosos pero inútiles diseños caricaturescos que apelan a la vacuidad y el escapismo de las redes sociales y la subcultura de los superhéroes de cómics y personajes de ciencia ficción. ¿Dónde quedó el idealismo de la palabra bien escrita, de las opiniones que pueden ser opuestas pero jamás carentes de argumentos sólidos y bien enunciados, de las narraciones cargadas de criterio humanista, visión histórica, profundidad reflexiva, matices psicológicos y cultura? 

Una potencial explicación vendría por el lado de la pluralidad pero de solo pensar en ella se cae por ingenua. Porque vamos, seamos francos. Se puede ser plural con quien piensa distinto por supuesto. Pero no cabe –y menos desde la óptica hildebrandtiana- compartir la mesa, o las páginas, con alguien que representa el latrocinio, la traición, la absoluta falta de escrúpulos para mentir y manipular, la insensibilidad frente al sufrimiento de familias enteras (escoja usted: víctimas de Cantuta y Barrios Altos, parientes de fallecidas por infecciones ocasionadas por esterilizaciones mugrosas, padres de militares jóvenes caídos o mutilados en conflictos fronterizos). Es decir, podemos entender y hasta celebrar que, en nombre de esa pluralidad que merece promoverse a toda costa para ampliarle los elementos de juicio al lector, al lado de una columna de Pedro Francke encontremos, echando a volar un poco la imaginación, otra de algún personaje como Roque Benavides o Elmer Cuba pero ¿Kenji? ¿Podemos aceptar que en un semanario en el que se habla de cultura, legalidad, respeto al estado de derecho y tantas otras abstracciones inexistentes en este país, firme una columna el hijo de Alberto Fujimori? 

Ni siquiera la posibilidad de que Hildebrandt haya decidido publicar a Kenji para clavarle un par de banderillas cargadas de cicuta a Keiko tiene cabida. ¿Acaso no se basta él solo para desbaratar las mentiras de los Fujimori, como lo viene haciendo sin tregua desde hace décadas? ¿Cuál es el acuerdo detrás de esta extraña y surrealista colaboración pseudo-periodística? Si Kenji quiere repetir hasta el cansancio esa monserga que parece eslogan marketero -«tender puentes»- tiene a la mano una multitud de periódicos comunes y corrientes que seguramente pondrán a su disposición todo el espacio que le dé la gana para hacer su campaña política hacia el 2021 y seguir inoculándose en el imaginario colectivo desesperanzado –ese que jamás sabe cuál será el mal menor- que se combina con las multitudes embrutecidas que lo adoran y consideran el sucesor natural de “El Chino”, preso en la Diroes y actor protagónico en esta coreográfica pelea fraterna que tiene más de Pinky y Cerebro que de Huáscar y Atahualpa. 

En Hildebrandt en sus Trece he devorado, con delectación, textos escritos por maestros como Jesús Silva Herzog, Noam Chomsky, Juan Manuel Robles, Francisco Durand, y el mismo director del semanario, sobre actualidad política, cultural y social; así como importantes reflexiones del pasado como las de Manuel González Prada, Miguel Grau, Oscar Wilde, Gabriel García Márquez, Jorge Basadre, Pablo Neruda y muchos otros, rescatados del olvido por César Hildebrandt, en lo que constituye un esfuerzo valioso por recuperar el periodismo para quien disfruta de la buena lectura, placer para una minoría cada vez más pequeña. Leer a Kenji Fujimori en esas mismas páginas es como si, tras escuchar las sinfonías de Beethoven en la paz de una habitación casi en penumbras irrumpiera, con sus huachafos colores y sus simiescos danzantes, una tanda de comerciales de la campaña “Fin de cebada” de Cerveza Cristal o una comparsa de personajes de Al fondo hay sitio, Asu mare, De vuelta al barrio y chicos reality, todos juntos y envueltos en una página color naranja. 

Quizás su buen amigo y frecuente entrevistador Glatzer Tuesta, ahora con programa propio (No hay derecho en el portal Ideele Radio) consiga alguna respuesta a la pregunta que hasta ahora no desaparece de mi cabeza: “¿Por qué, don César? ¿Por qué?”

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