Casi nunca escribo sobre fútbol. Y no es porque no me guste sino porque, como me ocurre con la música, también desprecio las expresiones modernas del "deporte rey" al punto de no ser capaz de rescatar casi nada de esta nueva forma de entender este negocio que antes fuera un juego que, de niño, se convirtió en una de mis pasiones.
Desde que tengo uso de razón, me recuerdo a mí mismo coleccionando las noticias sobre los campeonatos locales, los suplementos en los que se detallaba tabla de posiciones, de goleadores. Cada vez que empezaba una Copa América o una Libertadores, usaba las últimas páginas de mis cuadernos de matemáticas (los cuadriculados) para armar mis cuadros de estadísticas.
Veía los partidos con ojo atento, lapicero a la mano y cuaderno abierto para apuntar todo: alineaciones (cuidando escrupulosamente anotar apellido, nombre y número de camiseta de cada jugador), entrenadores, árbitros y jueces de línea, tarjetas amarillas y rojas, penales y goles, y los minutos en los que ocurrían. Nombres de estadios y horas de partidos. Todo. Aquella sana fiebre futbolera me dominó entre los 8 y los 13 años de edad. Y también jugaba.
En el barrio, durante las vacaciones de colegio, hacíamos maratones de fulbito, que iban desde las 7 de la mañana hasta que nos diera la luz natural, y a veces más. Mis problemas de visión no fueron impedimento para aprender a jugar, digamos que más o menos (había compañeros mucho mejores que yo, sin duda). Me defendía, en fulbito de cemento o cancha grande (parques, uno que otro estadio). Siempre en la mitad de la cancha. Nunca de defensa ni de delantero. Ni de arquero.
En el colegio, aunque no destaqué tanto pues había una "camarilla" de peloteros que monopolizaba todo -además, al ser uno de los chancones, una nube de prejuicio se elevó siempre sobre mi cabeza- de vez en cuando hice también lo mío.
Coleccionaba los álbumes de cada mundial (hasta ahora trato de hacerlo, en secreto, pero las obligaciones de la vida adulta ya no me dejan tiempo ni plata para llenarlos) y, a solas en mi casa, cuando mi papá y mi mamá salían, yo corría por toda la casa detrás de una pelota hecha de medias viejas y era, a la vez, arquero, defensas, volantes y delanteros de dos equipos. Tenía no uno, sino veintiún amigos imaginarios, sin contar al público y los periodistas que hablaban de todos nosotros al día siguiente.
En el colegio, aunque no destaqué tanto pues había una "camarilla" de peloteros que monopolizaba todo -además, al ser uno de los chancones, una nube de prejuicio se elevó siempre sobre mi cabeza- de vez en cuando hice también lo mío.
Coleccionaba los álbumes de cada mundial (hasta ahora trato de hacerlo, en secreto, pero las obligaciones de la vida adulta ya no me dejan tiempo ni plata para llenarlos) y, a solas en mi casa, cuando mi papá y mi mamá salían, yo corría por toda la casa detrás de una pelota hecha de medias viejas y era, a la vez, arquero, defensas, volantes y delanteros de dos equipos. Tenía no uno, sino veintiún amigos imaginarios, sin contar al público y los periodistas que hablaban de todos nosotros al día siguiente.
Pertenezco a la generación que recuerda con detalle -y sin necesidad de "googlear" salvo para confirmar algún dato caprichosamente oculto en el disco duro cerebral- los últimos procesos de eliminatorias que realmente valen la pena, hablando de selecciones peruanas, por supuesto: el de 1982 y el de 1986.
En el primero, las legendarias victorias a Uruguay y Colombia. El baile de Eduardo Malásquez al defensa uruguayo en la esquina izquierda. El gol de cabeza de Gerónimo "Patrulla" Barbadillo ante Colombia. La campaña en la que el equipo del brasileño Elba de Padua Lima "Tim" le ganó a la Francia de Platini y jugó con tra equipos tan diversos como Hungría, Argelia o el entonces famoso equipo norteamericano Cosmos, en la temida cancha de tartán. El accidente y muerte de Roberto "Cucurucho" Rojas. La tríada mágica de Velásquez, Cueto y Uribe, el mejor mediocampo del fútbol peruano en la romántica década de los ochenta. La salida en hombros de Héctor Chumpitaz.
En el segundo, la marca asfixiante que Luis Reyna, un jugador "de medio pelo" identificado con el Sporting Cristal, le hizo a Diego Armando Maradona, en su mejor momento, en el Nacional. La salvaje falta de Camino a un jovencísimo Franco Navarro en el Monumental de River, en el partido de vuelta. El gol de Gareca con empujón de Pasculli a Chirinos. El angustiante repechaje contra Chile y las críticas al arquero Eusebio Acasuzo.
A España '82 fuimos y regresamos canasteados por la poderosa selección polaca, en la que brillaban Boniek, Smolarek y Lato. A México '86 no llegamos, por poquito. A partir de entonces comenzaron los fracasos, la gitanería, la irregularidad, los ídolos de barro, «los cuatro fantásticos», las pendejadas con bataclanas, la asociación maloliente de jugadores de fútbol con borracheras, salsa cubana, vedettes, raros peinados y reggaetón.
El encanallamiento que sufrió la política y los medios de comunicación en el Perú, cortesía del preso y posible indultado Alberto Fujimori, también pudrió a mi amado fútbol. Dejé de ver el Descentralizado y comencé a despotricar contra el fútbol peruano.
El Canal 7 dejó de transmitir los alucinantes campeonatos locales de Argentina (el Apertura-Clausura original), Italia (el calcio) y Alemania (la Bundesliga), de los cuales también hacía cuadros estadísticos, listas de nombres y resultados y vi tremendos y electrizantes partidazos que se quedaron para siempre en mi memoria.
En el primero, las legendarias victorias a Uruguay y Colombia. El baile de Eduardo Malásquez al defensa uruguayo en la esquina izquierda. El gol de cabeza de Gerónimo "Patrulla" Barbadillo ante Colombia. La campaña en la que el equipo del brasileño Elba de Padua Lima "Tim" le ganó a la Francia de Platini y jugó con tra equipos tan diversos como Hungría, Argelia o el entonces famoso equipo norteamericano Cosmos, en la temida cancha de tartán. El accidente y muerte de Roberto "Cucurucho" Rojas. La tríada mágica de Velásquez, Cueto y Uribe, el mejor mediocampo del fútbol peruano en la romántica década de los ochenta. La salida en hombros de Héctor Chumpitaz.
En el segundo, la marca asfixiante que Luis Reyna, un jugador "de medio pelo" identificado con el Sporting Cristal, le hizo a Diego Armando Maradona, en su mejor momento, en el Nacional. La salvaje falta de Camino a un jovencísimo Franco Navarro en el Monumental de River, en el partido de vuelta. El gol de Gareca con empujón de Pasculli a Chirinos. El angustiante repechaje contra Chile y las críticas al arquero Eusebio Acasuzo.
A España '82 fuimos y regresamos canasteados por la poderosa selección polaca, en la que brillaban Boniek, Smolarek y Lato. A México '86 no llegamos, por poquito. A partir de entonces comenzaron los fracasos, la gitanería, la irregularidad, los ídolos de barro, «los cuatro fantásticos», las pendejadas con bataclanas, la asociación maloliente de jugadores de fútbol con borracheras, salsa cubana, vedettes, raros peinados y reggaetón.
El encanallamiento que sufrió la política y los medios de comunicación en el Perú, cortesía del preso y posible indultado Alberto Fujimori, también pudrió a mi amado fútbol. Dejé de ver el Descentralizado y comencé a despotricar contra el fútbol peruano.
El Canal 7 dejó de transmitir los alucinantes campeonatos locales de Argentina (el Apertura-Clausura original), Italia (el calcio) y Alemania (la Bundesliga), de los cuales también hacía cuadros estadísticos, listas de nombres y resultados y vi tremendos y electrizantes partidazos que se quedaron para siempre en mi memoria.
Por eso me he mantenido cínico y desconfiado, con un ojo abierto y otro cerrado, frente a esta posibilidad de que Perú clasifique al Mundial de Rusia, que hoy es una realidad palpable y no un sencillo y mañoso cálculo de matemáticas forzadas.
Los vendedores de humo (y de camisetas bamba) siguen ahí, exacerbando y distrayendo a las masas que alguna publicidad oportunista ha denominado "los que siempre estuvieron allí". Pero es innegable que ahora sí, después de muchos años, estamos "en un tris", como decían los comentaristas ochenteros, de clasificar, toda una vida después, a la justa futbolera más importante del mundo.
Sin embargo sigo sin compartir esa ilusión desmedida, ese afán por deificar a estos jóvenes muchachos que vienen trabajando con relativa seriedad y gracias a ello -y a varios golpes de suerte también-, en el último tramo, han conseguido revertir una nueva e inminente, hasta hace algunas fechas, eliminación. En los ochenta lo raro era quedar fuera. Hoy somos la sorpresa, el golpe.
Los vendedores de humo (y de camisetas bamba) siguen ahí, exacerbando y distrayendo a las masas que alguna publicidad oportunista ha denominado "los que siempre estuvieron allí". Pero es innegable que ahora sí, después de muchos años, estamos "en un tris", como decían los comentaristas ochenteros, de clasificar, toda una vida después, a la justa futbolera más importante del mundo.
Sin embargo sigo sin compartir esa ilusión desmedida, ese afán por deificar a estos jóvenes muchachos que vienen trabajando con relativa seriedad y gracias a ello -y a varios golpes de suerte también-, en el último tramo, han conseguido revertir una nueva e inminente, hasta hace algunas fechas, eliminación. En los ochenta lo raro era quedar fuera. Hoy somos la sorpresa, el golpe.
Si mañana se da el cruce de resultados necesario, la Selección Peruana de Fútbol habrá clasificado al Mundial Rusia 2018. Y si en ese cruce está incluido el triunfo ante Colombia, será una clasificación épica, inédita para quienes vivirán esa experiencia por primera vez. Pero el sueño puede convertirse en pesadilla.
Y no porque Perú no clasifique finalmente, ya que de una u otra forma estamos todos acostumbrados a ello. Sería, después de todo, una vez más, con la diferencia, en todo caso, de que la forma como se ha llegado a estas instancias, al ser diferente a las anteriores, marca la expectativa de un nuevo comienzo a la cual debe seguir un trabajo más serio y responsable, con los más viejos retirándose dignamente (Guerrero, Rodríguez, Carrillo) y los más jóvenes concentrándose y no dejándose engatusar por las mieles de la fama, con miras al Mundial de Qatar, dentro de cinco años.
Y no porque Perú no clasifique finalmente, ya que de una u otra forma estamos todos acostumbrados a ello. Sería, después de todo, una vez más, con la diferencia, en todo caso, de que la forma como se ha llegado a estas instancias, al ser diferente a las anteriores, marca la expectativa de un nuevo comienzo a la cual debe seguir un trabajo más serio y responsable, con los más viejos retirándose dignamente (Guerrero, Rodríguez, Carrillo) y los más jóvenes concentrándose y no dejándose engatusar por las mieles de la fama, con miras al Mundial de Qatar, dentro de cinco años.
Este sueño puede convertirse en pesadilla precisamente si Perú clasifica al Mundial Rusia 2018. Porque entonces se darán las condiciones para que todos aquellos zamarros que están buscando distraer a la población para hacer de las suyas tendrán la puerta abierta en medio de las caravanas y bocinazos, las multitudes alcoholizadas y envueltas en camisetas blanquirrojas compradas en Gamarra o en Saga Falabella, dando tumbos en la Calle de las Pizzas y en los mega malls del Cono Norte, los titulares disforzados de la prensa cada vez más parecida a una esquina de barrio que a un panel de profesionales y comunicadores que busquen orientar a la opinión pública. Y así, patriotas y todo, habrá camionetas chocadas en la Costa Verde, tráficos infernales en todos los distritos, peleas callejeras, peperas que harán su agosto bolsiqueando a barristas en el clímax de la celebración y políticos corruptos tomándose fotos con la selección, gastando plata en homenajes y declarando feriados no laborables, recuperables para el sector privado.
Pero lo peor que puede ocurrir si Perú clasifica a Rusia 2018 es que Ricardo Gareca, el verdadero artífice de este sueño-pesadilla termine cediendo a la presión y al lobby mediático que Claudio Pizarro, ese oportunista que fracasó todas las veces que pudo con la selección nacional, ya viene haciendo desde ahora, con periodistas y hasta colegas jugadores que declaran a favor de que "regrese", y termine convocándolo con el pretexto ese de que se trata de "un referente" para los más jóvenes. Y entonces, si Pizarro se cuela al Mundial, la tan esperada clasificación se convertirá en el triunfo de la conchudez, la angurria y la injusticia. Estaremos atentos para tratar de evitar ese maltrato a una joven selección que merece disfrutar de la gloria sin la intromisión de un tipo que representa lo peor de esa tradición de derrotas que ellos están ayudando a dejar atrás.
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