Mientras se recorren los estrechos pasillos y salones de la
fantástica Catedral de San Basilio, en la Plaza Roja de Moscú, se siente a lo
lejos un coro masculino de tenores, barítonos y bajos que hace retumbar las
paredes del ancestral templo bizantino.
La música proviene de una de sus capillas y, cuando uno llega
al umbral, descubre a cuatro extraordinarios vocalistas elegantemente vestidos
de negro. Prohibido grabar o tomar fotos, solo está permitido sorprenderse ante
voces tan prodigiosas. Se hacen llamar Doros y son, desde luego, una atracción
turística que recoge una de las tantas formas de música rusa tradicional: el
canto coral.
El mismo canto coral que inspiró aquella hilarante rutina de
los entrañables Les Luthiers, titulada Oiga
Doña Ya! (1977), en la que un conjunto de presuntos barqueros del Volga
juega con palabras en español que simulan la fonética rusa.
La música rusa ha estado más cerca de nosotros que su país
de origen, con canciones populares como la discotequera Moscú (1980) grabada en español por el francés Georgie Dann. Sin
embargo la versión original fue registrada primero en alemán y luego en inglés
por el conjunto de pop electrónico germano Dschinghis Khan, en 1979.
Moscú es una adaptación
del folklore tradicional de Ucrania, uno de los países que conformaban la Unión
de Repúblicas Socialistas Soviéticas-URSS, desintegrada tras la Perestroika (Reestructuración)
que lideró Mikhail Gorbachov en 1990. Es la misma procedencia de Kozachok, una saltarina composición del
siglo 16 y que, en estos días de Mundial, escuchamos constantemente en
comerciales y reportajes. Esta danza de los cosacos –comunidad semi-militar que
vivió en Rusia, Polonia y otros países de Europa Oriental- es la pieza musical más
representativa de la Rusia imperial presocialista, tocada con balalaikas,
acordeones y panderetas llamadas gusli y treschotka (bloques de madera).
Pero aun más notables son las contribuciones rusas a la
música clásica de los siglos 19 y 20, con compositores que dejaron para la
posteridad melodías que hasta hoy se utilizan en películas y documentales,
verdaderas obras maestras del arte musical como el ballet navideño Cascanueces (1876), el ballet El lago de los cisnes (1892), presente en
largometrajes como Black swan (2010)
o Billy Elliott (2000), o la
atronadora Obertura 1812 (1880),
popular entre los amantes del cómic por su uso en la versión fílmica de V for Vendetta (2005), todas de Pyotr Ilych
Tchaikovsky; El vuelo del abejorro
(1899) de Nikolai Rimsky-Korsakov, que identificó al personaje de ficción de la
televisión setentera El avispón verde; Cuadros
de una exhibición (1874) de Modest Mussorgsky, transformada en una suite
rockera por el trío británico Emerson, Lake & Palmer en 1972; o los
complejos conciertos para piano de Sergei Rachmaninoff de 1909, base del
laureado film australiano Shine, de
1996. La sinfonía infantil Pedro y el
lobo (1936), de Sergei Prokofiev; las óperas politizadas de Dmitri
Shostakovich; las vertiginosas danzas de Aram Khachaturian; o las disonantes e
innovadoras obras de Igor Stravinsky –quien dirigió nuestra Orquesta Sinfónica
Nacional en los sesenta-; también marcaron el desarrollo de la música académica
contemporánea.
Las referencias de música rusa están por todas partes: desde
la balada Nathalie (1964) del divo
francés Gilbert Bécaud hasta Horses
(1971), poderosa canción acústica de Vladimir Vysotsky, maestro del canto
gutural, usada en White nights (1985),
película protagonizada por los bailarines Mikhail Barishnikov y Gregory Hines. Por
otra parte, rockeros como The Beatles, Elton John o Scorpions han rendido
homenaje a la historia y tradiciones rusas en canciones como Back in the U.S.S.R., Nikita o Wind of change, respectivamente.
Otros músicos destacados son Mstislav Rostropovich, considerado el mejor cellista de todos los tiempos;
Anna Netrebko, conocida soprano operística; y Léon Theremin, inventor del
enigmático instrumento electrónico que lleva su nombre, que emite ondas sonoras
sin necesidad de contacto físico.
Aproveche que ya está rodando la pelota en los estadios
soviéticos para adentrarse más en el fascinante mundo de la música rusa. No se
arrepentirá.
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