Por eso hay que mantener los ojos bien abiertos y aunque la gran masa siga cayendo en el frenesí de los compromisos adquiridos cada vez que llega una fecha en particular, aumentando los ingresos de aquellos que se benefician de todo eso - y que la mayoría de las veces dejan en segundo plano la verdadera esencia de la festividad de turno - tengamos presente que detrás del saludo protocolar o de las demostraciones externas (en forma de regalos, homenajes, etc.) que estemos en posibilidad de hacer, hay un trasfondo que necesitamos conocer. En la Navidad es el nacimiento de Jesús, en la Semana Santa el dolor de su muerte y la alegría de su resurrección, en los días del padre y de la madre la reafirmación del agradecimiento y el cariño que se mantiene con los años.
En ese contexto, el 8 de marzo se celebra el Día Internacional de la Mujer en honor a la mujer trabajadora y se resalta su importancia dentro de una sociedad que ha pasado la mayor parte de su vida (antes y después del surgimiento de la civilización) dándole la espalda y considerándola un ser humano de segunda clase. En Occidente las cosas están tan entreveradas que ahora, si bien es cierto tenemos miles de mujeres profesionales, políticas, científicas y ejecutivas también hay una ingente cantidad de mujeres que, abierta y voluntariamente, validan su utilización como objetos (una de sus principales luchas de género durante años) con el único propósito de conseguir ascenso social y económico, ilusiones que terminan evidentemente cuando el tiempo y las modas las convierten en objetos desfasados e inútiles.
Por otro lado es innegable que, en un mundo marcado por las inmensas cantidades de poblaciones que viven por debajo de la línea de la extrema pobreza aun es un problema real y cotidiano la violencia y la discriminación contra las mujeres, víctimas permanentes de las enormes desigualdades apañadas desde el modelo occidental que no privilegia precisamente la igualdad de posibilidades. Ni hablar de sociedades como las orientales y africanas en las que estos comportamientos llegan a extremos inimaginables desde nuestras cómodas oficinas con aire acondicionado, cable, internet y tarjetas de crédito.
No creo que esas mujeres, tanto las partícipes activas de lo que antaño las feministas llamaban la opresión masculina como las azotadas por el anacronismo y la injusticia, tomando en cuenta las diferencias de cada caso, tengan mucho qué celebrar un día como hoy. Porque el espíritu de lo que se estableció aquel lejano 1911 en Copenhague, Dinamarca, está más ligado al reconocimiento del género femenino como una entidad humana tan merecedora de derechos y tan capaz de cumplir obligaciones como el masculino, más allá de evidentes diferencias fisiológicas, psicológicas y de roles dentro de cualquier orden social. Inclusive esas diferencias, históricamente tomadas como razones para establecer la superioridad del hombre, han demostrado que las mujeres (algunas, no todas) han llegado a ser humanistamente hablando, más capaces que nosotros.
Por eso considero que el día internacional de la mujer debe estar (como las demás fechas de nuestro calendario de celebraciones) a salvo de la parafernalia publicitaria y debe tener filtros mucho más estrictos. El Día Internacional de la Mujer tiene que ver con la mujer buena, inteligente, trabajadora, valiente... con la mujer que sin dejar de ser femenina, sensual, emotiva y sensible es capaz de levantar sobre sus hombros no solo a nosotros, hombres torpes y unidimensionales sino a veces, a sociedades completas. Por favor, absténganse del homenaje mujeres sumisas, interesadas, corruptas, superfluas o discriminadoras...
Feliz día para todas las mujeres que se saben realmente merecedoras, no solo de un día al año, sino de cada minuto de cada día...
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