Luego del extraño atentado que sufrieran tres estaciones del Metropolitano entre Surquillo y Miraflores se ha sucedido una curiosa secuencia noticiosa en algunos de los medios más sintonizados y leídos de la capital. No quisiera pecar de suspicaz pero los balazos que "alguien" disparó desde una camioneta negra con lunas polarizadas, a escasas tres semanas de cumplirse el nuevo plazo para la inauguración del tramo Chorrillos-Grau, han producido una inmediata ola de publicidad positiva para el proyecto de transporte desde diversas tribunas.
Para empezar, es evidente que la ciudadanía rechaza toda manifestación vandálica de manera que la opinión pública asumió la postura que lógicamente tenía que asumir. Defensores y detractores del Metropolitano criticaron esta actitud delincuencial y que hasta ahora permanece en el ámbito de lo misterioso. Nadie se adjudica el ataque y por ende, todos son sospechosos. De inmediato, los esbirros de Castañeda salieron a decir que es "un acto político de la oposición a la obra", saco en el que caben muchas instituciones vecinales que han declarado abiertamente sus objeciones al corredor vial. Sin decir nombres, los partidarios de Luis Castañeda Lossio levantan una nube oscura sobre cualquiera de sus críticos y en esa medida, el atentado del sábado pasado les cayó del cielo para así desprestigiar a sus adversarios.
Toda la prensa escrita y televisiva glosó la noticia y los funcionarios de la municipalidad se desgastaron en frases grandilocuentes que hasta ensayadas parecían: "¡No nos detendrán!", "¡no les tenemos miedo!". ¿A quién no le tienen miedo? ¿acaso ellos saben quién disparó? ¿no será una maquiavélica puesta en escena, un montaje para distraer a la opinión pública ante el inminente incumplimiento de la nueva fecha de inauguración? También aprovecharon para decir que fueron los vecinos de Barranco quienes han provocado esta nueva demora. Como si la ciudadanía barranquina hubiera extendido sus justas protestas a todos los puntos que aun se encuentran a medio terminar.
El mismo fin de semana, el diario El Comercio publicó una didáctica comparación entre el no operativo Metropolitano de Lima y el Transmilenio, su equivalente en Bogotá, Colombia. Si bien es cierto el reporte gira sobre la base de algunos problemas colaterales del sistema de transporte (delincuencia, incomodidad, etc.), no deja de sorprender la ausencia de reales voces de alerta y sobre todo, de situar en el contexto de nuestra ciudad y nuestro caos vehicular las características del Metropolitano.
Menos velada fue la intención de Cuarto Poder, que envió a una de sus reporteras a tres países (Brasil, México y Colombia) en donde el mismo sistema de transporte funciona desde hace 7, 10 y 12 años para mostrarnos los beneficios que su implementación trajo a esas capitales latinoamericanas y sugerir que lo mismo pasará en Lima. Una vez más, hubo una ausencia total de referencias a las dificultades que ofrece nuestra realidad vial: la informalidad, la saturación del parque automotor, las características de nuestros transeúntes en un medio marcado por la desorganización, el caos urbano y las dificultades planteadas por el propio diseño de la obra en Lima. Pero sobre todo, el extenso reportaje cae en múltiples inexactitudes y oculta enormes diferencias entre la gestión realizada en Colombia y la que se viene llevando a cabo en Lima, como bien señala el blog Mate Pastor en una de sus últimas entregas:
Esta semana, con el nuevo escándalo que ha puesto en la mira al Poder Judicial por el caso de la información borrada de los USB de Giselle Gianotti, el tema del Metropolitano otra vez va a pasar a segundo plano, y estas salidas tangenciales que la prensa convencional ofrece al análisis de la obra, sus verdaderos costos y el impacto que producirá en los usuarios no contribuyen en nada a una visión más clara de las cosas.
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