Un joven de 18 años, sin estudios superiores, consigue un trabajo mal pagado en uno de los grandes almacenes que quintuplican sus ventas en estas fiestas navideñas. No es un trabajo fijo, es uno de esos "cachuelos" que duran las dos o tres semanas del frenesí comercial que rodean a la Navidad. En este contexto, aparecen oportunidades de trabajo ocasionales de toda clase: desde vendedores a destajo que pueden cumplir hasta 15 horas de trabajo los días previos a la Nochebuena (hoy 23 de diciembre, muchas tiendas de esta naturaleza cierran sus cajas registradoras pasada la medianoche) hasta vigilantes y ascensoristas.
En ese puesto, de ascensorista en un conocido establecimiento comercial, Kevin debe haber escapado de su rutina como operario anónimo para entrar a los servicios higiénicos, en un día de locura en el que seguramente vio pasar a miles de personas que ni siquiera lo saludan al pasar, que se empujan entre sí enloquecidos por las compras y que son capaces de cualquier cosa por llegar primeros a cualquier caja, mostrador o ascensor. En el baño, Kevin - quien sueña con ingresar a Sistemas en la carísima Universidad Católica - encuentra un canguro y sin mirar siquiera su contenido, lo entrega a seguridad para que pueda ser devuelto a su dueño. Resulta que en el canguro había un total de 100 mil soles que un supuesto "empresario" había olvidado y que para el momento en que se le ubicó, estaba atravesando un cuadro de nerviosismo y desesperación indescriptibles, debido a la pérdida de tan escandalosa suma de dinero.
Kevin Arango Aroni dio una clase maestra de honestidad pues su primer reflejo al encontrar algo que no le pertenecía fue tratar de devolverlo, cosa que finalmente consiguió hacer. En absoluto contraste, el irresponsable personaje que dejó tirado el canguro repleto de dinero, dio una clase maestra de mezquindad: "recompensó" a Kevin con 100 soles. Es decir, el 0.1% del monto que hubiera perdido.
La historia ha generado diversas reacciones entre la gente pero como suele ocurrir en esta sociedad de prensa oligofrénica y mayorías vulgarizadas casi hasta el lumpenaje: mientras los medios convencionales colaboran, con su silencio y falta de acuciosidad, a que el malagradecido "empresario" desaparezca y nadie sepa quién es, cuál es su nombre o el de su empresa o qué clase de empresario es que es capaz de cargar 100 mil soles en un canguro; los cibernautas, convertidos gracias a la democracia de la Internet en agudos comentaristas sociales y consejeros juveniles, le reprochan no haberse quedado con el dinero para decirle "mentira flaco, sigue así y llegarás lejos".
Para colmo de males, un tema que debería ser levantado como algo positivo por consenso, termina siendo superficializado por el acoso de una prensa caníbal que todo lo convierte en detalle, acoso y confusión para el protagonista. De tanta presión, el muchacho cometió la ingenuidad de decir que "ni siquiera se había enterado que el paquete contenía plata". Al punto salieron algunos improvisados comentaristas de la red a decir que esa declaración desvirtuaba la tan mentada honestidad de Kevin.
Mientras tanto, la sociedad bienpensante premiaba, como correspondía, un acto que en medio de esta situación en la cual son normales los políticos ladrones, las autoridades corruptas, los vendedores informales y los comerciantes inescrupulosos que año tras año mutilan miembros a niños con sus "juegos pirotécnicos", deja de ser un hecho comprensible de simple rectitud para convertirse en un acto extraordinariamente increíble, casi mágico-religioso. Una verdadera excentricidad la de Kevin. Una excentricidad que le ha valido un trabajo fijo en Saga Falabella (la empresa que lo había contratado temporalmente, una beca en el Centro Pre-Universitario de la Católica y otra en la USIL, entregada de manos del mismísimo Mario Vargas Llosa, flamante Premio Nobel de Literatura 2010.
Hay quienes dicen que la honestidad en este país ha desaparecido pero no es verdad, lo que le ha ocurrido es peor: ha pasado de ser una virtud a ser un defecto de la personalidad, capaz de sumirte en la pobreza, en la incapacidad para aprovechar oportunidades de hacerse millonario robando o pasando por encima de los derechos de los demás o en el desarraigo social y económico. Ser honesto en el Perú equivale a no ser "vivo", "mosca", "avezado", "agresivo", y veinte eufemismos más que ocultan el verdadero sentido que subyace bajo esta fachada: la patanería, la criollada y la viveza, tan exhibida por nuestras autoridades políticas más recientes (presidentes, alcaldes, ministros y directores de entidadse públicas como Essalud) que se sobrepone a la meritocracia, la buena entraña y la honradez.
Mario Vargas Llosa, el hombre del año, premia a Kevin Arango Aroni, el joven del año.
1 comentario:
la honradez no tiene precio, es digno de imitar la accion.-
Publicar un comentario