sábado, 17 de octubre de 2015

THE WALL DE ROGER WATERS: GRAN CONCIERTO, MAL DOCUMENTAL


INTRODUCCIÓN

A mediados de agosto último, me enteré de que el documental Roger Waters: The Wall iba a ser estrenado en salas de cine de todo el mundo, de manera simultánea y en fecha única, el martes 29 de septiembre. Había pasado un año entero desde que se presentara en el Festival Internacional de Cine de Toronto y poco o nada se había dicho acerca de cómo fue recibido y ninguna reseña se había publicado en la red.

En esos doce meses entre su transmisión en dicho festival y la anunciada fecha de estreno global, no se filtró ni una sola escena, tráiler o pantallazo que diera señales de cómo lucía este nuevo producto asociado al mejor álbum conceptual de la historia del rock, The Wall, lanzado originalmente en 1979 por el cuarteto británico Pink Floyd.

Todo este secretismo, parte de una campaña publicitaria milimétricamente diseñada por el equipo de producción del documental, encabezado por Roger Waters, el temperamental bajista, cantante y compositor, creador en un 98% de esta obra clásica del arte moderno, no hizo más que aumentar la ansiedad de los millones de fans de la banda alrededor del mundo, quienes de una u otra manera han sido tocados en lo más íntimo de sus psiquis por su monumental argumento, cargado de profundos simbolismos y agudos cuestionamientos a todo lo establecido: las relaciones familiares, la escuela, el amor de pareja, la guerra, la política, la alienación social. Todos queríamos ver esta versión, de qué manera nos sorprendería esta vez el genio creativo y siempre confrontacional del notable artista inglés.

El documental no solo contiene la presentación, en pantalla gigante, de la espectacular gira mundial que Waters y su banda había realizado entre 2010 y 2013 tocando The Wall de principio a fin (la primera vez que esto sucedía desde los míticos shows de Pink Floyd en 1980), replicando la dinámica de ir levantado una pared de ladrillos blancos que separaba a los músicos del público pero con todas las ventajas y posibilidades de los adelantos tecnológicos de los últimos 35 años en todo lo concerniente a sonido, iluminación, vestuario, proyección de imágenes en altísima resolución, uso de robots; sino que además agrega un acercamiento personal a la vida de Waters y explora las principales motivaciones que lo llevaron a escribir esta historia como la muerte de su padre en la Segunda Guerra Mundial. Todo apuntaba a que se trataría de una experiencia musical y psicológica sobrecogedora.

THE WALL: EL CONCIERTO

En cuanto a lo musical la promesa se cumple ampliamente, superando cualquier expectativa. La interpretación de cabo a rabo de las 26 canciones del disco original es perfecta, de un nivel superlativo. Entre Another brick in the world (Part III) y Goodbye cruel world, los dos últimos temas de la primera parte de The Wall, la banda incluye el medley instrumental The last few bricks, formado por fragmentos de The happiest days of our lives, Don’t live me now, Young lust y Empty spaces/What shall we do now? que no figura en el disco de estudio pero sí era tocado por Pink Floyd en los shows de 1980 para darles tiempo al equipo para que instale los últimos ladrillos antes de la suicida despedida del atribulado protagonista de la historia, Pink, alter ego que combina elementos de la personalidad del mismo Roger Waters y de Syd Barrett, el alucinado primer vocalista y guitarrista de Pink Floyd.

La otra novedad es el tema The ballad of Jean Charles Menezes, que Roger toca inmediatamente después de Another brick in the Wall (Part II). Este tema, dedicado a un joven brasileño de 27 años que fuera asesinado en el 2005 por la policía londinense en una de las estaciones del “Tubo” (el sistema de transporte público subterráneo de Londres), por sus presuntos y nunca probados vínculos en los atentados terroristas a la capital de Inglaterra producidos ese año, es como una coda a la archiconocida canción, la única de todo el disco que recibe atención de las radios locales, y es interpretada por Roger con guitarra acústica.

La puesta en escena es sorprendente, de excelencia visual y sonora. Para quienes hemos escuchado el disco hasta la saciedad y hemos visto, en sus respectivos momentos, la suprarrealista película de Alan Parker de 1982 (con Bob Geldof como protagonista) y el concierto The Wall in Berlin de 1990, organizado para celebrar un año de la emblemática caída del Muro de Berlín –en el cual Waters interpretó la obra en su integridad rodeado de un elenco de artistas de primera línea como Scorpions, Bryan Adams, The Band, Marianne Faithful, Cindy Lauper, Thomas Dolby, Paul Carrack, entre otros; este show es un hecho realmente trascendental. Aunque da la impresión de estar viendo siempre el mismo concierto, en realidad hay imágenes de las noches en Quebec (Canadá), Londres (Inglaterra), Atenas (Grecia) y Buenos Aires (Argentina). Mirando los acercamientos al público uno puede darse cuenta de las diferencias entre una y otra ciudad; lo mismo ocurre con el grupo de niños que baila y canta en Another brick in the wall (Part II), dando una señal clara de inclusión al escoger chicos y definir coreografías según el país visitado.

En el tema Mother, Roger Waters realiza la primera y única conexión con la versión original del show, cuando anuncia que la cantará acompañando en segunda voz y guitarra al "joven, miserable y jodido Roger" mientras proyecta imágenes, trabajadas en blanco y negro, de sí mismo interpretando esta canción, una de las principales de la primera parte de The Wall, durante el concierto de 1980 en el teatro Earls Court. 

El extremado cuidado en la interpretación musical (la banda es sencillamente excepcional), la enorme calidad de las imágenes proyectadas sobre el muro, que van cambiando de colores, texturas y mensajes, algunos de ellos muy explícitos, de crítica al orden mundial económico, social y político moderno, hacen de este concierto una experiencia multisensorial que apela a emociones ligadas a la búsqueda de paz y justicia social, uno de los aspectos recurrentes de la carrera de Waters post-Floyd: sobre la base de temas y reflexiones personales decanta en cuestiones más generales, de naturaleza universal que afectan a todos por diferentes motivos.

Por ejemplo, durante la intro de Goodbye blue sky, una animación moderna muestra una amenazante flota de aviones de guerra que lanza bombas, las cuales se convierten en símbolos de todas aquellas instituciones económicas, religiosas o políticas que controlan las mentes de poblaciones en el mundo entero: desde cruces latinas o árabes hasta estrellas de David; desde el símbolo del dólar o la hoz y el martillo hasta logos de conocidas compañías capitalistas como Schell, Mercedes Benz o McDonald, caen sobre una ciudad derruida, corrompiéndolo todo.

Estas –y muchas otras- imágenes alegóricas, diseñadas con tecnología de última generación, se combinan con las clásicas y pesadillescas animaciones de Gerald Scarfe que se proyectan sobre la pared/pantalla, mientras que las tomas muestran cada detalle y expresión en los rostros de músicos y público asistente, en una comunión de emociones que tiene de todo: desde las miradas de complicidad entre Roger y sus talentosos cómplices hasta las explosiones del público, que corea con lágrimas en los ojos cada verso de estos himnos al aislamiento social y las crisis existenciales más oscuras que son, dicho sea de paso, más comunes de lo que piensa la persona promedio.

THE WALL: EL DOCUMENTAL

Lamentablemente no ocurre lo mismo con los segmentos documentales. Aunque Roger Waters: The Wall inicia con buen pie –Roger, de pie frente a un monumento en homenaje a soldados caídos en la Primera Guerra Mundial, entre quienes se encuentra su abuelo, saca una trompeta para tocar la suave melodía de Outside the wall que es interrumpida abruptamente por los explosivos primeros acordes de In the flesh?- la historia que pretende contar no alcanza en ningún momento a conmover con sus desarrollos supuestamente dramáticos y, hasta cierto punto, sumamente disforzados. A contramano de estos vacíos en el contenido de las escenas no musicales, es justo indicar que la fotografía y las locaciones son de gran factura, con lugares hermosos como el cementerio de Montecassino en Italia o tomas de las carreteras, de intensa belleza visual.

Como prólogo al documental aparece Liam Neeson, nacido en la convulsionada Irlanda del Norte, confesándonos que asistió, siendo aun un actor emergente en Londres, a uno de esos conciertos en el Earls Court en el que Pink Floyd sorprendió a todo el mundo interponiendo un muro de enormes bloques que, al final de la obra, colapsaba encima de la gente. El reconocido actor de cine cuenta lo mucho que aportó a su sensibilidad y viaje personal la exposición a Roger Waters: The Wall y nos augura lo propio a quienes estamos por ver el largometraje. El efecto de esta introducción es engañoso ya que si bien es cierto la música y sus letras sí consiguen el impacto anunciado, Waters fracasa en el guión pues tiene varias carencias que no están a la altura de la magnificencia de The Wall como narrativa que compagina a la perfección música e historia generando angustia, identificación con sus principales ideas fuerza, dolor y reflexión a varios niveles.

Sus escenas rozan la superficialidad y hasta caen en la impostura, con un Roger Waters sumamente disperso y ensimismado, que pasa de la lectura de viejas cartas en las que su madre recibe la confirmación de la muerte en combate de su padre en la batalla de Anzio, Italia; a absurdas conversaciones en la ruta, con una persona no identificable, que no guardan ninguna relación con la creación del disco ni con su vida personal o artística ni con los diversos niveles de metalenguaje que tiene The Wall, la razón principal de que haya influenciado tan fuertemente a las generaciones posteriores.

Cuesta trabajo relacionar al genial compositor e intérprete que fue capaz de escribir una obra maestra del arte contemporáneo, con la faceta que nos muestra de sí mismo en este documental. La anodina escena en que está de pie con sus hijos frente a la lápida de su abuelo es la que más se acerca a producir algo de emoción. Waters, de 72 años de edad, nos muestra en primerísimo primer plano una lágrima que corre por sus curtidas mejillas al leer esas amarillentas cartas pero no les dice nada memorable a sus herederos y termina siendo, tanto en este diálogo como en otros a lo largo de la película, de lo más plano y prosaico. Como dije, la escena se acerca a emocionar pero en realidad no llega a generar nada. Otra secuencia medianamente rescatable podría ser aquella en la que Waters se sienta en la barra de un bar, en Francia, y comienza a contarle sus reflexiones y recuerdos -la muerte de su padre, sus pesadillas- al camarero, incapaz de entender inglés. Esta metáfora de la incomunicación es potencialmente buena pero, nuevamente, la trivialidad se apodera del guión y nos deja con la miel en los labios, con la sensación de que había más por hacer con esas ideas.

Para quienes esperábamos mayores exploraciones en el universo artístico de Waters, y que él nos ayudara a entender desde adentro su obra capital, la decepción es tan superlativa como la espectacular performance de él y su banda. Ni una sola escena dedicada a los ensayos de esta monumental gira que duró 3 largos años –más de 140 conciertos en ciudades de Estados Unidos, Canadá, prácticamente todo Europa y parte de Centro y Sudamérica-, ni una sola mención a la participación, en uno de esos conciertos, de David Gilmour y Nick Mason, sus ex compañeros de Pink Floyd, ni tampoco actualizaciones del Waters actual, con la sabiduría y contundencia que le han dado los años, respecto del por qué sentía esa aversión al público y cuáles fueron las verdaderas discusiones entre él y el resto del grupo con relación al contenido, básicamente autobiográfico y personal, de las letras de estas inmortales canciones.

Tras los créditos finales, una jocosa sesión de Q&A (Preguntas y Respuestas) en la que vemos a un Waters más relajado, menos preocupado en seguir las pautas cuadriculadas de un guión que él mismo había escrito, sentado en una pequeña mesa junto a Nick Mason, contestando una serie de preguntas sobre distintos momentos de Pink Floyd y de sus propias carreras, que habían sido seleccionadas en la internet, parece lanzarle un salvavidas al documental, pero no basta. Para mí, este segmento final es, de lejos, lo mejor del documental. Hubiera preferido mil veces ver solo el concierto completo sin esos paréntesis que interrumpen y deslucen al largometraje.

LA BANDA

Roger Waters se convirtió, desde 1973, en la principal fuerza creativa de Pink Floyd y, a partir de The dark side of the moon, el control férreo que ejercía sobre las direcciones musicales que iba tomando la banda se hicieron cada vez más evidentes. Esta situación llegó a su punto máximo con The Wall, a tal punto que, para la gira promocional, el tecladista Richard Wright ya había renunciado al grupo y participó de esos conciertos como músico contratado. Con Mason y Gilmour la cosa fue más sutil e incluso el guitarrista comparte créditos de composición en tres temas de la obra (Young lust, Comfortably numb y Run like hell) además de poner la voz principal en dos (Young lust y Goodbye blue sky) y cantar a dúo con Waters ocho temas más, entre ellos Mother, Comfortably numb, Hey you, Waiting for the worms y Another brick in the Wall (Part II).

Para esta gira The Wall Live 2010-2013, Waters armó una banda con una combinación de viejos conocidos y nuevos talentos, que le permiten replicar nota por nota el extenso álbum y, a pesar de ser sumamente respetuoso con las líneas melódicas y arreglos generales de su composición, le imprime fuerza y aire nuevos. Por supuesto él conserva la poderosa y angustiada voz intacta, alcanzando notas que suenan exactamente igual que hace 30 años y su bajo, potente y preciso, marca la pauta en cada una de sus intervenciones.

David Kilminster, joven músico de harta experiencia en el mundo del rock progresivo, está a cargo en un 80% de las partes más significativas de la guitarra de David Gilmour, y lo hace de manera sobresaliente. El espectacular solo que hace en Comfortably numb, encaramado en la parte más alta del muro y a oscuras, con un breve cañón de luz iluminándolo exclusivamente a él, es uno de los momentos más sublimes del show. El segundo guitarrista, Snowy White, viene trabajando con Roger desde hace muchos años atrás, e incluso fue músico de apoyo en la gira promocional del The Wall original en 1980 y hace un solo alucinante en Hey you. Como tercer guitarrista está G. E. Smith, conocido músico norteamericano que fue parte de Hall & Oates en los 80s y director musical de la banda de Saturday Night Live. Excepcional como guitarrista, su función es de complemento en arpegios y fondos, además de hacer las veces de bajista cuando Waters suelta el instrumento. Por ejemplo en Hey you, que da inicio a la segunda parte de The Wall, Smith toca el bajo fretless que en la versión en estudio fue grabado por Gilmour.

Las partes vocales de Gilmour son cubiertas por Robbie Wyckoff, soberbio cantante de mucha experiencia como vocalista en sesiones y que ha compartido escenarios con otros grandes de la industria. En esta oportunidad, Wyckoff luce su voz atenorada pero con absoluto control de sus capacidades dándole un tono ligeramente distinto a las líneas originales. Para las partes corales (Waiting for the worms, In the flesh, The show must go on) está acompañado de los hermanos Mark, Pat y Kipp Lennon, trío de voces que vienen trabajando desde mediados de los 70s bajo el nombre de Venice.

En los teclados, otro conocido de la familia floydiana post-separación de bienes, Jon Carin, uno de los pocos músicos que no han sido integrantes originales de Pink Floyd y que ha trabajado tanto con Waters como con Gilmour, en paralelo y en diferentes épocas. Carin ingresó a Pink Floyd tras la salida de Roger y grabó los álbumes en estudio A momentary lapse of reason (1987)The division bell (1994) y The endless river (2014) así como los discos en vivo Delicate sound of thunder (1988) y Pulse (1995). Y es miembro de la banda de Roger Waters desde el año 2006. Como segundo tecladista está Harry Waters, hijo de Roger, que además toca el acordeón. En la batería otro colaborador de hace muchos años de Waters, Graham Broad, completan una banda de extraordinarios recursos, que interpreta esta portentosa música con pasión, energía e intensidad.

COLOFÓN

En suma, Roger Waters: The Wall, como producto fílmico en el género de documentales deja mucho que desear y plantea algunas interrogantes: es un hecho que Waters no es ya la misma persona que fue cuando compuso este dolorido testimonio psiquiátrico con implicancias universales pero ¿tanto puede haber cambiado como para convertir su obra maestra, aquella que ya le aseguró un lugar en la inmortalidad, en un producto para consumo masivo, de personas que quizás no entiendan del todo sus mensajes pero que hacen largas colas en los cines, se toman selfies con sus afiches y llenan el Twitter con el hashtag “#IseeRogerWatersTheWall”? Puede que sí. Pero al hacerlo corre el riesgo de convertir a este fantástico alegato contra lo fatuo de la fama (el muro evitaba que la gente lo viera para favorecer la escucha de lo que tenía que decir y comunicar) y la terrible angustia de sentirse diferente en un mundo de personajes homogéneos, reprimidos, represores, alienados por la absorbente sociedad y por sus vacíos emocionales, en un espectáculo de fuegos artificiales, luces de colores y grandilocuencia que está condenado a ser, como todo en esta época, efímero, poco perdurable, desechable. Muchas de las personas que salieron de las salas bar del Multicines UVK después de ver Roger Waters: The Wall ya están haciendo cola para ver el pre-estreno de la última de Batman en 3-D con HD. Solo me queda cantar, con voz queda el trágico Goodbye cruel world… I’m leaving you today…

jueves, 1 de octubre de 2015

DÍA DEL PERIODISTA: ¿ERES "PERIODISTA" O "COMUNICADOR"?


En estos tiempos en que las plazas más atractivas, desde el punto de vista remunerativo, para un profesional de las comunicaciones son las que tienen que ver con consultorías, asesorías de imagen corporativa, comunicación institucional y demás hierbas, uno se pregunta si realmente hay la suficiente cantidad de periodistas en las calles y oficinas de Lima como para celebrar de manera tan entusiasta “su día”.

Desde hace no tan poco tiempo asistimos a una dicotomía engañosa y un poco amañada, arropada en gruesos paños de aquella ignorancia sutil que casi nadie percibe porque es compartida por la mayoría, según la cual existiría una diferencia sustancial entre ser “comunicador” y ser “periodista”. Esta dicotomía, como digo, mañosa, pretende distinguir una cosa de la otra y, en ambos casos, de ida y vuelta, la distinción se hace para guarecerse de no ser confundido entre una opción y la otra.

El “periodista” se siente superior al “comunicador” porque, en el plano conceptual, tiene un trasfondo, es culto, sabe de todo un poco y de nada en su totalidad, recoge lo mejor de cada experiencia y busca siempre llegar al fondo de las cosas. Por su parte, el “comunicador” afianza su superioridad porque, a diferencia del sesgo politizado y el aura crítica del “periodista”, es más pragmático, tiene olfato para la oportunidad, es ligero de pensamientos, reflexiones y conocimientos pero eficiente en la elaboración de mensajes que, en one, calarán tan hondo que cualquier cosa que recomiende será un éxito, un golazo. Los “periodistas” critican, investigan y analizan todo. Los “comunicadores” facilitan el proceso de entendimiento entre unos y otros, asesoran a los peces gordos, entretienen al público, lanzan sloganes, ganan elecciones.

Y este cara/sello, este bifrontismo en el que la profesión que nos convoca a todos los que sentimos pasión por escribir y desentrañar misterios, que nos iguala a quienes crecimos leyendo crónicas escritas desde una Remington o una Olivetti con quienes se dedican a hacer copy-paste de casi todo; en suma, esta doble cara se da a ambos espectros del ejercicio moderno de las Ciencias de la Comunicación, así, con mayúsculas, como los Cursos de Extensión de la San Martín: Se lo espetó Philip Butters (el “comunicador”) a Marco Sifuentes (el “periodista”) en el sonado caso de las acusaciones por mermelería que el primero le hiciera al segundo, al aire y a gritos. Se lo reprocha Magaly Medina (la “periodista”) a Laura Bozzo (la “comunicadora”) creyendo que así diferencia su basura localista de aquella que difunde con ventilador industrial la nefasta animadora afincada en México. Y el resultado es siempre el mismo: “no me digas nada porque tú no eres …” Completen el espacio en blanco con cualquiera de los dos sustantivos y la ecuación será exactamente la misma.

Esta diferenciación tiene, por cierto, un origen conceptual basado en la idea innegable de que la comunicación humana como hecho antropológico es anterior al oficio periodístico. Naturalmente todos los seres humanos tienen la capacidad de comunicarse, esa es una verdad de Perogrullo. Pero eso no significa de ninguna manera que cualquier hijo de vecino se arrogue el título de "comunicador" sólo porque sale a decir lo que se le ocurra y hacer chacota de todo frente a una cámara o un micrófono. Si bien es cierto todo periodista es, primero que nada, un ser humano que se comunica a través de ciertas técnicas, para ser comunicador no sólo basta con saber hablar y ser, entre comillas, carismático.

Sin embargo, la realidad en la que vivimos en el Perú –y me imagino que en otros países del mundo también, aunque no de manera tan descarada como aquí- nos deja claro lo siguiente: cada vez son menos periodistas y comunicadores los que merecen ser felicitados hoy.

El análisis, la profundidad, la absoluta objetividad/subjetividad para investigar y denunciar a todos por igual (cuando lo merecen), el buen decir y escribir -características de todo periodista formado en la tradición de aquella época en la que se estableció esta efeméride- han desaparecido casi por completo de periódicos, canales de televisión y cabinas de radio. Hoy reinan los errores de sintaxis, de ortografía, de cultura general. La ausencia de contenido y criterio para comentar y analizar hechos que la masa siempre ve de manera unidimensional. La incapacidad para desmarcarse del poder y llamar las cosas por su nombre. Todo ese bagaje de influencia social que antaño dio forma a los medios periodísticos, que no contaban con más que sus libretas y lapiceros, máquinas de escribir, grabadoras portátiles, cámaras fotográficas con rollo a revelar y, en muchos casos, su memoria y capacidad literaria para cerrar a medianoche sus historias, darles cuerpo y hacerlas atractivas al lector, es ahora una preocupante y cada vez más pequeña minoría. Y en los medios tecnológicos vigentes (el periodismo digital, los blogs y páginas web, las redes sociales), la crisis va por el mismo rumbo.

Y por la otra acera las cosas no andan muy bien que digamos. El mercado de puestos de trabajo ha convertido a los pocos comunicadores con formación profesional en meros empleados (como asesores de marketing político, jefes de prensa de instituciones públicas, publicistas de poco escrúpulo, cortas luces y múltiples ambiciones) al servicio del poder –político o económico o ambos-; las nuevas tendencias de las relaciones laborales han creado toda una generación de charlatanes que se dedican a mentir y crear expectativas falsas en masas de jóvenes desempleados (los famosos motivadores o consultores de coaching y manejo de la personalidad orientado a la búsqueda del empleo maravilloso que te sacará de la línea de pobreza); mientras que el permanente e indetenible enmierdamiento de la industria del espectáculo (la vulgar y huachafa farándula) ha hecho surgir a una avalancha agresiva, hedionda y cenagosa de nuevos "comunicadores" que destrozan el idioma, entierran los valores y pisotean todo lo que amenace con ser educativo, culturoso o simplemente útil con sus sintaxis simiescas y sus aspectos de barra brava combinada con delincuentes de toda laya, capaces de todo para que el rating no decaiga.

Los “coleguitas” en todos los medios de comunicación convencionales se saludan entre sí y estoy seguro de que cada uno de ellos, en sus fueros internos, reconoce con una claridad mucho mayor de la que serían capaces de aceptar en público que este no es su día. Porque no leen. Porque escriben mal hasta los subtítulos de tres líneas que lanzan al pie de pantalla anunciando los próximos destapes de fin de semana. Porque hacen del condicional –“habría”, “estaría”, “podría”, “presunto culpable”- una forma de vida y discurso. Porque comunican sin saber pensar. Porque apañan a corruptos por temor –o por complicidad. Porque firman facturas por servicios profesionales de todo tipo (conducción de eventos, asesorías, talleres, media training) que después les impide hacer señalamientos, comprarse pleitos y viven, por ello, de espaldas al sufrimiento de la gente de a pie.

El periodismo sigue existiendo por supuesto. Y todavía hay en calles y plazas, en redacciones y oficinas, periodistas que son también comunicadores, comunicadores que son también periodistas, capaces de mantenerse firmes en la persecución de los valores que los inspiraron a estudiar y ejercer, desde las páginas independientes de un periódico o blog que pocos leen, desde las oficinas de imagen de instituciones con orientación hacia cuestiones sociales o solidarias, esa profesión que, en su momento, también ejercieron Vargas Llosa y García Márquez, Fallaci y Kapuscinsky, Wiener y Martínez Morosini. Porque en un comienzo ser periodista y ser comunicador no eran cosas distintas.

Hubo un tiempo en que ser periodista y salir a comunicar cosas era estar comprometido con las causas de la gente común. Hubo un tiempo en que el público sentía que el periodista defendería sus intereses, daría espacio a sus denuncias, no cuestionaría sus dudas y quejas nacidas del hambre y no del cálculo político. Hubo un tiempo en que el comunicador buscaba transmitir diversión y cultura al mismo tiempo y no entregarse al hedonismo facilista de la vulgaridad rentable, esa que va encanallando a niños y niñas, adolescentes que hoy sueñan con ser prostitutas/diosas (ellas) y delincuentes/forzudos (ellos) porque eso les asegurará salir en la televisión, ganar dinero y pasar de ser nada a firmar autógrafos de la noche a la mañana, literalmente sin saber leer ni escribir ni entender nada de lo que pasa ni en el mundo ni en el país ni en la esquina de su barrio ni en la puerta de su casa ni en su propia cabeza.

Porque cada vez hay menos periodistas que los ayuden a salir de esa oscuridad y porque los llamados "líderes de opinión" operan, a veces de forma sutil y taimada, a veces de forma abierta y descarada, para que las cosas sigan así. Eso se siente, se huele en cada programa de noticias, en cada columna que defiende al establishment hasta en las situaciones en que son más evidentes sus efectos negativos y contrarios la población, contra el medio ambiente, contra la decencia.

Y después se sorprenden de ver cómo un estudiante universitario confunde a Abimael Guzmán con Gabriel García Márquez. Basta ver cuántas veces a la semana aparecen estos personajes en los reportajes de la prensa convencional (escrita, radial, televisiva y virtual) como para saber de dónde proviene tanta ignorancia. ¿Pasaría lo mismo si les muestran una fotografía de alguna de esas bataclanas o payasos, de esos animadores o guerreros/combatientes juan que salen todos los días a todas horas en todas partes? Adivinen la respuesta.

lunes, 29 de junio de 2015

CHRIS SQUIRE (1948-2015): EL BAJO OMNIPRESENTE


Todo fanático del rock que haya soñado, siquiera una vez, con ser bajista en una banda tiene que haber escuchado con atención y sin descanso las intrincadas, profundas, impredescibles y, por momentos, delirantes líneas melódicas, fraseos y solos de Chris Squire. Y ni qué decir de quienes sí hayan hecho realidad ese sueño. Para mí, bajista frustrado y anónimo, escuchar la música de Yes se convirtió en adicción durante mis años adolescentes, a la mitad del metal extremo, las canciones de Soda Stereo e Indochine que ponían en las fiestecitas de barrio, las baladas que escuchaba mi madre y la música criolla y clásica de la familia de mi padre.
 
Recuerdo que la primera canción que escuché de Yes fue, por obvias razones cronológicas, Owner of a lonely heart (del album 90125 de 1983), que sonaba en todas partes, pero fue a través de otras canciones de ese mismo disco, como It can happen, Changes o Leave it que la figura del larguirucho y medio regordete bajista, de peinado estilo Mel Gibson en la época de su película Mad Max, se me hizo tanto o más enigmática que la del mismísimo Jon Anderson. Pero no fue sino hasta que vi el concierto Yessongs -lanzado originalmente en 1973- una noche por las ondas cargadas de estática de Canal 27 UHF, allá por 1986, que me quedé pegado a su sonido, a su imagen, a la evidente ascendencia que tenía Chris en ese grupo, incluso por encima del superlativo virtuosismo de Steve Howe y Rick Wakeman o de la voz volátil y las letras pasadas de vueltas de Anderson.  
 
Poco a poco, y muy trabajosamente, me fui adentrando en la música del grupo y, en tiempos en que no existía internet ni discos compactos ni DVDs Blu-Ray, me convertí en fanático de Yes y reconocí en Chris Squire a uno de sus puntales, incluso antes de enterarme que él había fundado el grupo o que era el único integrante que había permanecido todo el tiempo en la banda, a diferencia de los otros miembros que habían entrado y salido, algunos de ellos en varias oportunidades. Como Steve Harris en Iron Maiden o Tony Iommi en Black Sabbath, es inconcebible Yes sin Chris. Y en cada canción que lleve ese nombre estará su sonido inamovible, irremplazable.
 
El sábado 27 de junio falleció plácidamente, según los comunicados emitidos por Facebook y otras redes sociales por parte de sus allegados y familiares, en su casa de Arizona, acompañado de su tercera esposa y sus cinco hijos. Lo había atacado un extraño tipo de leucemia, que le fue diagnosticada hace apenas unos meses, ante el asombro y la solidaridad de millones de seguidores en el mundo, como se vio de inmediato en redes sociales y grupos de fans en varios países del mundo. Es emocionante leer comentarios de pesos pesados del rock mundial como Tony Levin, Adrian Belew, Geddy Lee, entre otros, refiriéndose a él como "el mejor bajista que vi en mi vida", "una inspiración para mi carrera", "jamás vi tocar así a un bajista". O a sus integrantes de Yes que, en un comunicado conjunto lo describen como "el pegamento que los mantenía unidos". Emocionante y triste.
 
Chris Squire, bajista de una de mis bandas favoritas de todos los tiempos, nos deja un legado discográfico valioso, que solo unos cuantos saben apreciar. Desde las primeras notas de Survival y los ataques redondos, agresivos de Astral traveller; las líneas que lideran canciones como Time and a word; hasta las veloces y vertiginosas escalas de Heart of the sunrise, compartidas al unísono con Howe y Wakeman o las evoluciones circulares de Close to the edge. Desde las complicadas entradas y salidas de The remembering (High the memory) o The gates of delirium; hasta los robóticos pasajes de Tempus fugit o Love will find a way. Y ni qué decir de Long distance runaround y su coda instrumental The Fish (Schindleria Praematurus); la fibra rockera de Roundabout o Yours is no disgrace; o las contemplativas líneas de notas largas en Wonderous stories o Awaken.
 
Todos los discos de Yes llevan el sello particular del talento de cada uno de sus miembros, músicos extraordinarios por derecho propio. Y en el caso de Squire, además, una dedicación a exclusividad a una banda con la que alcanzó la categoría de bajista legendario, que influyó tanto a sus contemporáneos como a las siguientes generaciones de bajistas, cambiando por completo el rol rítmico elemental del instrumento para hacerlo protagonista, voz cantante, identidad de un grupo.
 
Aquí algunos temas fundamentals de Yes en los que el bajo de Squire toma proporciones épicas:
 

Heart of the sunrise, del álbum Fragile de 1971, aquí en versión en vivo en el Festival de Montreaux de 2003



Wonderous stories del Going for the one de 1977. La voz más alta es de Squire



Yours is no disgrace de The Yes album, 1971. La sección intermedia es dominada por el bajo omnipresente



Awaken también del Going for the one. Aquí se le ve tocando un bajo de tres cuellos (dos con trastes y uno fretless)



Del álbum de donde salió Owner of a lonely heart -90125, 1983- el tema It can happen

jueves, 4 de junio de 2015

LOS NUEVOS MODELOS A SEGUIR DE LA JUVENTUD PERUANA: CORRUPTOS, SICARIOS, NARCOS Y "VEDETTES"



Hace 30 o 40 años atrás -es decir, hace relativamente poco tiempo- las grandes concentraciones de jóvenes se producían por asuntos relacionados con la conquista de derechos, desde mejoras educativas hasta libertad para escuchar buena música gratis. Mayo del 68 en París (Francia), Woodstock un año después en New York (EE.UU.), fueron movimientos esencialmente juveniles, a los cuales se adherían adultos pensantes, escritores, directores de cine o maestros de escuela y universidad, que estimulaban esas manifestaciones nacidas del ímpetu e idealismo propios de esa etapa de la vida, pero que se enriquecían con lecturas, cine de calidad, inspiración en el arte, la filosofía y la política del pasado. Y sus hermanos menores, niños y adolescentes, se nutrían de estos movimientos, ya sea que vivieran en las ciudades donde se llevaban a cabo, o que se enteraran de ello a través de las noticias que llegaban a través de la prensa, la radio o la incipiente y mágica televisión.

De alguna manera, esto sigue ocurriendo, en este siglo 21 cuya segunda década va ya por la mitad, en prácticamente todo el mundo: ahí están los movimientos en Madrid (España) o en Wall Street (EE.UU.), la Primavera Árabe en El Cairo (Egipto), las marchas estudiantiles en Iguala (México), Quito (Ecuador) o Santiago (Chile). En prácticamente todo el mundo, menos en mi país, Perú. En mi país, los jóvenes salen a las calles para buscar una oportunidad de que los acepten en un programa de televisión, que les ofrece como máximo premio un viaje de promoción a alguna playa de moda del Caribe, all included -o acá nomás a Máncora- para que puedan despatarrarse y juerguearse para celebrar que ya acabaron el colegio. No importa si pasaron con las justas. Tampoco si, en la competencia, deban someterse a las humillaciones y burlas que el equipo de producción y los socarrones conductores preparan, con habilidad casi psicópata. Lo que importa es salir en la tele y ganarse el viajecito que ni sus padres ni sus colegios empobrecidos pueden costear.

Hace 30 o 40 años, también, los políticos corruptos eran despreciados por el común de la gente, aun cuando detentaran el poder y se mostraran pulcros, bien vestidos y mejor hablados. Y se sabía que, quienes se atrevían a dorarles la píldora, era porque en algo se habían beneficiado o en camino de beneficiarse de sus actividades oscuras. Hoy, las juventudes pensantes, que van a las universidades privadas más caras del Perú, se erigen como defensores "ilustrados" de los personajes más corruptos que ha conocido nuestra historia reciente sobre la base de la poca, incompleta y manipulada información que reciben de los medios de comunicación, donde periodistas que fungen de relacionistas públicos y asesores de imagen a sueldo y con expectativas de sus "honorarios de éxito" (un contrato de menor cuantía, presencia permanente en eventos y ágapes de sociales), les dan a estos ladrones y asesinos contumaces, tribunas y columnas, entrevistas y condecoraciones, mientras se preparan para tentar nuevamente los cargos que les sirvieron para enriquecerse sin trabajar.

Asimismo, hace tres o cuatro décadas no había ninguna duda respecto de qué cosa era un narcotraficante y no importaba cuántos carros deportivos de lujo, fiestas o casas tuviera, seguía siendo un delincuente y la condena social era inmediata, surgía con naturalidad. Hoy, desde reporteros hasta gente de la calle muestran una velada -y a veces no tan velada- admiración por esperpentos miserables, asesinos inescrupulosos, a quienes envidian secretamente sus lujos y placeres, pasándose por alto todos los crímenes que han cometido y la permanente falsedad que los rodea. Es sintomático que al último de estos fanfarrones, capaces de vanagloriarse de cargar pistolas y bailar con ellas en señal de poder, los periodistas insistan en llamarlo "Tony Montana", como si esa mención a aquel personaje ficticio, uno de los más despreciables del cine dedicado a la mafia, lo hiciera más cercano al público, cuando no deberían tenerle la más mínima consideración. ¿Miedo a llamar las cosas por su nombre o fascinación por aquello que identifican como una vida intense que ellos jamás podrán tener?

Nuestra juventud ya no sabe distinguir la diferencia entre lo que debe hacer, aunque sea a regañadientes (estudiar) para asegurar su futuro; y aquello que solo debería ocupar su tiempo los fines de semana y los meses de vacaciones. Hoy la diversión es su máxima aspiración, y los programas "concurso" de la televisión de señal abierta se encargan de dársela sin descanso, de luens a viernes, a veces desde las 7.30 de la mañana, horas en que deberían estar tratando de entender lo que leen. 

Ellos, los adolescentes de hoy, sueñan con ser Claudio Pizarro o Gerald Oropeza, con inflarse los brazos como Nicola Porcella y ser carismático como Jesús Alzamora o Adolfo Aguilar. Sus modelos de comportamiento son el patán ignorante y fortachón; el conchudo con plata, caballos y carta blanca para ser considerado ídolo del deporte nacional sin haber ganado un solo torneo en su vida con la camiseta peruana; o de exhibir su poder levantando una pistola con el cuerpo inclinado para atrás (como los raperos pe' batería), con un par de arañas en taco aguja y zapatos de plataforma, lo suficientemente cabeza huecas para aceptar el maltrato que viene acompañado de un buen carro, trago y drogas por montones.

Y ellas, las pobres, deliran por cómo tiene el pelo Melissa Loza, se desmayan cuando un tipo que no les daría ni la mano por la calle, por miedo de contagiarse de algo, aceptan ser su "chambelaine" en la fiesta de 15 años, temática, por $ 2,000 y sueñan con salir sin ropa en alguna revista de papel couché y que les digan "vedettes", "bailarinas", "anfitrionas". Sus modelos de comportamiento incluyen una absoluta carencia de respeto por sí mismas, practicar el exhibicionismo sin límites para hacerse famosas y ser "solicitadas" como "animadoras de eventos" y exponer sus miserias -y las miserias de los medios familiares de los que provienen- en cuanto programa los reciba, por dinero. Miserias que van desde la explotación de su intimidad hasta el manoseo virtual de sus nombres e imágenes.

Mientras todo esto pasa, los expertos de educación de mi país se solazan escuchándose a sí mismos, conversando sin parar sobre estadísticas, comportamientos históricos de la escuela rural y demás cosas, muy interesantes en sí mismas, pero que no sirven para atacar el problema de raíz...



martes, 24 de marzo de 2015

EL ÚLTIMO PASAJERO: ¿ERES CAPAZ DE TODO POR GANARTE EN VIAJE DE PROMOCIÓN?

La telebasura se mete en las casas, y lo que es peor, en las cabezas de la gente a diario y de maneras cada vez más peligrosas e irreversibles. De la mano con las campañas sobrevaloradas de "Buen Inicio de Año Escolar", con personajillos del circo beat de Somos -como Javier Echevarría o la clown Wendy Ramos- comenzó también una nueva temporada de El Último Pasajero, un programete que siempre fue espantoso, y que ahora, atendiendo al curso natural de todos estos productos televisivos evacuados por esos torrentes diarreicos de creatividad cenagosa que da plata, se ha ido pudriendo y pudriendo, hasta que los efluvios intoxicantes de la hediondez fueron tan execrables que han hecho saltar a la teleaudiencia: Adolescentes de 5to. de Secundaria, animados por sus padres y hasta por sus maestros, se someten a los castigos, pruebas y retos que un equipo de producción merecedor de la cárcel más oscura y hedionda (aunque quizás eso último les guste, ya que les recordaría sus reuniones de trabajo) que ahora incluyen su última creación de letrina: la ingesta de insectos, cucarachas, vivas y a puñados. Reproduzco aquí un interesante punto de vista de mi colaboradora ocasional, Yvette Ubillús, a quien agradezco haya plasmado en blanco y negro -algo que debería hacer más seguido- algunas de las tantas interesantes ideas que solemos discutir mientras renegamos después de las taradeces con que nos suele sorprender -e indignar- la televisión local abierta:



Denígrate por tus sueños: El último pasajero o la nueva filosofía del peruano “triunfador” 
por Lic. Yvette Ubillús

Tuve la suerte en la vida de haber nacido en una familia que me dio educación, amor y respeto por los valores humanos, en la que viajar no era una situación especial sino, por el contrario, era parte de nuestro día a día y tal vez por eso es una de las experiencias que más atesoro y que jamás cambiaría. Pero si me preguntaran hasta dónde estaría dispuesta a llegar por hacer eso que tanto amo, hasta dónde podría sacrificarme por conseguir ese viaje soñado y todavía no alcanzado, sin dudar un segundo respondería: hasta donde fuera necesario. 

Por esa razón me pregunto: ¿Por qué si un escolar está dispuesto a todo por un viaje de promoción, si sus padres los apoyan su sometimiento a sacrificios absurdos y deplorables, si sus maestros no opinan al respecto, si los televidentes quieren ver si son realmente capaces de esforzarse al máximo, si sus auspiciadores no tienen pierde y sus canales se encumbran con tal barbarie, por qué, repito, no se sacrifican estudiando hasta ser sobresalientes y así ganar su tan añorado viaje de promoción? 

Sí, ya sé. Me van a decir: “Ay… qué ilusa eres, eso no vende, nadie lo vería”. Y eso puede ser cierto pero no es tan descabellado puesto que el leitmotiv de este “programa” es obligarte a hacer justamente aquello que no quisieras tener que hacer y, obviamente, lo que a todos estos alumnos menos les interesa es estudiar. De hecho, el programa se inicia a la par con el año escolar, lo que demuestra que sus verdaderas inquietudes están en convertirse en los “últimos pasajeros” del bus o avión parrandero y no en los mejores de su clase. 

Y es que hasta el nombre es sintomático. Concursar para ser el último parece ser el lastre que arrastran nuestros escolares ¿Por qué no suben al bus los mejores o los primeros? A simple vista, porque todos se pueden superar en caer cada vez más y más bajo que el otro, con la venia de unos padres que dan pena y una televisión que es la meca de la bajura y el mal gusto. Hasta a sus padres les vendría bien regresar a las aulas para participar con sus hijos respondiendo a una pregunta de cultura general de manera solvente, en lugar de trasquilarse la cabeza recordando prácticas que se utilizaron en la antigüedad para avergonzar a herejes y delincuentes. 

Porque reclaman modernidad pero se comportan como retrógradas: Comen insectos, se afeitan las cejas, se cortan el pelo entre lágrimas, se golpean, es decir, esto es el regreso a la época primitiva. Claro, para qué mandarlos a estudiar si el mensaje es: “el estudio es aburrido, no te hace popular, ni te dará la posibilidad de realizar viajes”. Lo cual yo coronaría con el título: “Denígrate por tus sueños”. Todo lo demás qué importa. 

Hace algunas décadas todavía se contaba con un poco de integridad en la familia, en la escuela, en la televisión, en la sociedad. Pobres los niños y jóvenes de ahora que ya no alcanzaron eso y que actualmente crían a otros peores aún, que son presa fácil de la televisión, los diarios, la radio y todos los medios de comunicación decadentes que tiene este país. Noticieros plagados de sin sentido, noticias que giran en torno a cómo se llenan los bolsillos de plata unos cuántos infames sin principios que empobrecen a las masas con “historietas” baratas, falsas y mal escritas. Solo Dios sabe qué clase de gente serán los hijos de esta última generación de imberbes. 

Pero volviendo a mi desafío: si de esfuerzo, constancia, valor y sacrificio se trata, estos ansiosos estudiantes del último año de secundaria deberían proponerse hacer algo que parece que les resulta desgarrador: estudiar. Ya que la maquinaria embrutecedora de la televisión peruana les pide actos de supuesto valor extremo, por qué no nos presentan sus resultados escolares, por qué no nos enseñan sus métodos de estudio, tarde a tarde, para lograr un mejor rendimiento, por qué no hacen gala de sus aptitudes personales para las materias liderando grupos de ciencias, de letras, de todo lo que incluye su programa de estudios, de paso que así acompañan a sus similares en casa con sus complicaciones para estudiar a cabalidad y no “copiar, pegar”. 

Con tanto genio autoproclamado de la producción y dirección televisiva de seguro podrán armar un excelente programa de entretenimiento con esos elementos y hacerlo atractivo al gusto infantil y juvenil. Después de todo, el profesional de los medios de comunicación es quien debe resolver el problema de los detalles y conseguir que tan novedoso espacio se convierta en el favorito del público en horario prime-time, demostrando así su inmenso talento y creatividad. 

Un “reality” sobre un grupo de niños que quieren aprender a tocar el violín, la batería o el piano, qué maravilloso sería ¿Cuánto tiempo les tomará? ¿Cuántas horas de ensayo? ¿Tienen los medios para comprar un instrumento propio? ¿Puede la producción hacerle ese regalo si progresa y consigue ganar? ¿Pueden ser aceptados en una escuela superior de música? ¿Por qué solo es divertido desvestirse en pantalla o vestirse de lo que no eres? ¿Por qué es un reto comer insectos vivos y no lo es leer una partitura, analizar un texto escrito en alemán, interpretar un cuadro? ¿Por qué solo la burla y la mofa barata hacen reír a nuestros niños y jóvenes? Y lo que es peor, por qué divierte e ilusiona tanto a sus padres y maestros. 

Estudiantes que quieran ser pintores, poetas, científicos, maestros, ebanistas, ceramistas, técnicos, diseñadores. Personas reales, que inspiren a otros. No, eso no, se aburren los últimos pasajeros, ellos tienen que practicar la burla, el abuso, el exceso, la humillación pero después les pedimos respeto a la sociedad, mano dura para quien maneja y atropella en estado de ebriedad, alto al abuso escolar y al acoso callejero. Por favor ¿A quién creen que engañan? A muchos ciertamente, que además protestan por su derecho legítimo a escoger ser engañados en virtud a su poder sobre el control remoto. ¿No será que esta dinámica de la humillación como obstáculo que se vence está armada a los gustos oscuramente morbosos de estos exitosos productores y productoras? 

 Esta gran masa produce lástima porque no puede darse cuenta, está idiotizada. A costa de ella se reparten el botín unos cuantos, en muchos casos ya no es necesario que ganen un premio, ellos se alegran viendo como los mamarrachos de poca ropa, mucha cirugía y sustancias cuestionables, se llevan los carros, las motos y los viajes gracias a la estupidez de los espectadores que los idolatran y pagan con sus niveles de teleaudiencia todos los caprichitos de estos adefesios de alcantarilla. 

¿Será posible que sin autoestima y sin cultura sobreviva este país? ¿Un poco de beneficio económico que no está ligado al progreso de un pueblo podrá subsistir en el tiempo y la historia? ¿Cómo será el Perú gobernado, ya no solo por corruptos e incultos sino por corruptos, incultos e imbéciles? ¿Cómo competiremos en un mundo, cada vez más hostil y con pocas oportunidades, que se aprovecha las debilidades para oprimir a los pueblos? 

Qué lástima que tantos chicos y chicas se empeñen en ser los últimos pasajeros de este barco que va en picada, qué pena que no se unan a la cruzada por ser considerados seres pensantes, que triste que no reclamen elevar el nivel su diversión y entretenimiento tanto como el de su educación y cultura. Qué inconcebible resulta esta competencia por ser todos los días peor.

sábado, 28 de febrero de 2015

MARCHA CONTRA LA TELEBASURA: VIERNES 27 DE FEBRERO DE 2015


Siempre que, por algún motivo, tengo que pasar por el frontis de Frecuencia Latina, en la Av. San Felipe, me quedo mirando las colosales gigantografías en vinilo plastificado con las sonrisas congeladas de esas estúpidas y vulgares estrellas de la televisión (Huarcayo, Schwarz, Galdós, Peluchín, Medina) o los rostros fingidamente serios y culifruncidos de los periodistas líderes de opinion (Lúcar, Mariátegui, Delta, Ortiz) y me imagino, como en esas series de dibujos animados, bajando desde arriba y rasgándolas con una supergillette ardiendo en fuego, ante la mirada absorta de los transeúntes. Otras veces alucino que les prendo fuego, pero desde abajo, y esas gigantescas impresiones colapsan haciéndose cenizas. Algunos me aplauden y vitorean mi nombre. Otros me insultan, pero son los menos. Luego, el claxon de buque de alguna combi que quiere pasarse la luz roja en Salaverry me devuelve a la realidad y pienso, por enésima vez, que soñar no cuesta nada.

Pero anoche, parte de ese sueño recurrente se hizo realidad palpable, se convirtió en fotografía y vídeo que habrán de circular, todo este fin de semana, por las redes sociales que apoyaron esta histórica marcha contra la telebasura, aun cuando los medios convencionales, de forma unánime, ya están descalificándola por "los actos de vandalismo que la empañaron" y lamentan los atentados contra la propiedad privada, muestran las fotos que más convienen a sus propósitos informativos, inevitablemente sesgados por el obvio interés que tienen las áreas de prensa de estos canales para que las cosas se mantengan como están y que sigan empeorando, en beneficio de sus sueldos corporativos, y se ponen de lado (y de costado, para que no sea tan evidente) de los que nos agreden a diario, no con indignadas marchas, insultos o consignas, pero sí con el estiércol en cantidades industriales que esparcen a toda hora, sin descanso, de lunes a domingo.

La marcha de anoche estuvo amparada en bases sólidas de indignación ciudadana que exige el cumplimiento de una ley que todos se saltan con garrocha, incluido el mamotreto ese de comunicado emitido por la Sociedad Nacional de Radio y Televisión-SNRTV, que asegura, respaldada por los anunciantes asociados -sí, los mismos que financian las producciones más excrementicias de las programaciones de los canales Frecuencia Latina (2), América TV (4) y ATV (9)- en el que ratifican que sus asociados la cumplen escrupulosamente y los que no (no menciona quiénes), son sancionados "pecuniariamente". Sí, claro. Y yo soy australiano y toco perfectamente el didgeridoo.

Los informes de la prensa aliada de los peluchines, las magalys, los guerreros y las combatientes hablan de "casi 2 mil manifestantes". A mí me parecieron más. Quizás 4 o 5 mil, en su enorme mayoría jóvenes, que cercaron los bunkers televisivos, con harta protección policial, por ambos lados de las avenidas en las que se ubican, cohesionados y firmes, con la irreverencia y energía propias de su edad, expresando su sentir y recibiendo apoyo desde balcones, puertas y ventanas, de padres de familia que los felicitaban y trataban de acompañar con palmas las consignas menos agresivas como "vecino, escucha y únete a la lucha", que se intercalaban con otras más viscerales, lanzadas a voz en cuello por coros de chicos y chicas que, en el camino, sonreían con la ilusión de estar dando a conocer su opinión, la misma que trata de ser ninguneada por ese esperpento de saco-y-corbata llamado Eric Jürgensen, con una frase que lo pinta de cuerpo entero: "fueron solo unos 700 que no pueden decidir lo que millones quieren ver". Ese tipejo, que se forra los bolsillos con el dinero que ingresa a las arcas del canal gracias al rating que le dan esos millones, tuvo el cinismo hace unas semanas de decir que su canal "hace television blanca". ¿Comparada con qué? ¿con la industria pornográfica norteamericana, tal vez?

En ese sentido, la marcha ha sido histórica. Porque con su éxito pone sobre el tapete, de manera altisonante, un tema que los negociantes de estercolero como Jürgensen desean que no se debata, que no se reflexione: la basura que se transmite en los canales de señal abierta no tiene aceptación general y hay una cantidad, nada despreciable, de estudiantes y profesionales que sienten y comparten el asco al verse expuestos a estos programas que nos son impuestos por el poder económico de un rating que mide cantidad, pero no calidad de público. La camaradería, el sentido de pertenencia, el verse rodeado de cientos de personas que piensan como tú, que están unidas luchando porque sus voces sean oídas, constituye una reserva moral que no escatima en esa creatividad nacida de la indignación, y que no se ahorra palabras de grueso calibre para llamar a las cosas por su nombre. Los acartonados que no dicen lisuras ante cámaras pero glosan las procacidades que hacen otros, desde sus noticieros, y hacen resúmenes y entrevistan, en sus segmentos de espectáculo farandulero, a los payasos y payasas que conforman los elencos de esos basuralicios programas de competencia, se escandalizan y señalan con el dedo. Mueven la cabeza de lado a lado, en señal de desaprobación. Y a renglón seguido, anuncian a los sentenciados del día siguiente, el regreso de Johanna San Miguel, el destape en la discoteca VIP del Callao.

Lo lamentable no fueron los "actos vandálicos" ni "los ataques personales" de los que hablan en la web de El Comercio, que se explican tanto como se puede explicar la reacción de una persona de bien cuando ve que han bloqueado la puerta de su casa con montañas de desperdicios orgánicos en avanzado estado de putrefacción. Lo lamentable fue ver, en la azotea del local infranqueable de Frecuencia Latina, a unos cuantos operarios del canal (gente que trabaja en producción, asistentes de cámaras, secretarias, segundones de todo tipo) que, desde la altura y la oscuridad, se burlaban de los miles de jóvenes que estaban abajo, bailando al ritmo de las consignas, agitando los brazos, lanzando besitos volados y saludando a la distancia, en una horrible metáfora de la dominación que se da desde estos medios de comunicación masiva, parapetada en muros de cobardía y anonimato. Lo más curioso es que esos burlones -que recibieron sus respectivos cánticos en respuesta- defienden a un sistema que ahora les paga un buen sueldo, que les alcanza para sentirse parte de la maquinaria, pero que cuando se canse de ellos, los sacará con una sonora y dolorosa patada en el trasero. Quizás ese día decidan participar de la siguiente marcha. Total, sus caras no se veían desde la pista y nadie los reconocerá en medio de las pancartas, los megáfonos y los frontales "hijos de puta" que, anoche, iban dirigidos a ellos.



domingo, 1 de febrero de 2015

EL ÁLBUM DEL DÍA: UNA RESEÑA CADA 24 HORAS...


Desde el primer día de este año, lancé mi propio grupo en Facebook, denominado El Álbum del Día. Consiste en reseñar una producción discográfica diaria, recordando sus canciones, circustancias de grabación, datos básicos, anécdotas y análisis, dentro de mis posibilidades, conocimientos y capacidad para procesar información disponible en la red. Pueden ser discos que haya escuchado mil veces a lo largo de mis casi 30 años de melómano compulsivo, o puede tratarse de álbumes que recién haya descubierto, la idea es no dejar pasar un día sin publicar una reseña. No están ceñidas a determinados géneros musicales, aunque de hecho los que preponderan son el rock, y en particular ciertos subgéneros como el rock clásico, progresivo y metal; y el jazz en sus diversas vertientes. Pero en realidad el rango es mucho más amplio, en un intento por representar, a través del limitado género de la reseña o crítica musical, mis intereses por escuchar prácticamente de todo.

Como lo he comentado en círculos cerrados, lo que jamás encontrarán en este grupo -al que están cordialmente invitados a unirse, por supuesto- será discos de reggaetón, bachata (tipo Aventura o Romeo Santos), cumbias o huaynos peruanos aparecidos a partir de los 90s o pavadas pop tipo One Direction, Justin Timberlake, Rihanna o cualquier disco de Shakira de los 2000 en adelante, porque ninguno de esos artefactos merecen que les dedique tiempo para escucharlos. Pero antes de que hagan click aquí para ver de qué va realmente El Álbum del Día, quisiera compartir con ustedes de dónde nació esta idea:

Hace unos meses, aproximadamente en noviembre del 2014, hice un breve post en mi Facebook personal acerca del disco Time and word (1970), de Yes. Tuvo cierta interacción de modo que decidí compartirlo con FaceRock, grupo cerrado de melómanos, coleccionistas e investigadores que, desde hace varios años ya, comparte sus gustos y opiniones, preferencias y diferencias, acerca de artistas, géneros, discos, canciones y anécdotas relacionadas con el rock, por supuesto.

Después de mi publicación sobre el Time and a word, hice algunas otras -creo que fueron discos de Pink Floyd, Steely Dan, Silvio Rodríguez y Earth Wind & Fire, pero sin periodicidad definida ni mucha extensión, por lo que no era del todo exacto llamarlas "reseñas" sino simples y breves comentarios, acompañados de una pregunta final, capciosa, tipo trivia, acerca del disco comentado y claro está, de un enlace de YouTube con algún tema de la producción discográfica sobre la que tratara mi comentario.

Y recalco que no se trataban de reseñas porque no ahondaba en el análisis u opinión respecto de sus contenidos, circunstancias específicas o datos curiosos sobre su grabación, mayor información sobre la banda o artista, etc. Eran como viñetas de un máximo de 5 líneas y el video respectivo. La pregunta tenía la intención obvia de generar interacción, aunque noté casi desde el principio que ello no tuvo mucho éxito, quizás debido a que FaceRock mismo es un espacio de debates amplios y, desde luego, mucho más interesantes.

Cuando publiqué mi comentario sobre el album Mujeres (1978) de Silvio con el grupo FaceRock, una decisión controversial pero no negativa pues estaba motivada por intereses de genuina difusión de un álbum que, sin ser necesariamente de rock en cuanto a sonido, sí tiene mucho del género por su actitud y la influencia en artistas rockeros latinoamericanos de distintas épocas, comencé a recibir mensajes de diversos y connotados integrantes de FaceRock, llamándome la atención -mitad en serio, mitad en broma- bajo la premisa de que el cantautor y guitarrista cubano no tiene nada que ver con el rock.

Acusé recibo de aquella respuesta colectiva -que en algunos casos específicos fue hasta ligeramente grosera- estirando las posibilidades de este clásico disco de Nueva Trova Cubana, ahora sí de forma provocadora y a la mala, mencionando algunas canciones como Cierta historia de amor (una suerte de foxtrot con elementos rockeros) y el parentesco musical de Silvio Rodríguez con otros grandes del folk mundial como Woody Guthrie, Pete Seeger y Bob Dylan, frecuentes en los debates de FaceRock. Aun así, el veredicto fue vertical y unánime: mi inclusión del trovador cubano en FaceRock estuvo fuera de lugar, era un "off-topic" (el término "off-topic" se refiere a todas aquellas contribuciones que, en cualquier foro o grupo de conversación, no guardan relación de una u otra forma con la discusión que dio origen a dicho grupo. Algo así como una digresión pero en inglés para que suene más acorde al metalenguaje virtual utilizado comúnmente en las redes sociales).

Pasaron unas semanas y comenté el disco I am (1979) de Earth Wind & Fire y, para mi sorpresa, recibí una nueva andanada de mensajes, instándome a no continuar con los "off-topic" en un grupo dedicado a las guitarras y los rebeldes sin causa, que fue más o menos la visión que me dejaron en claro. Sin ánimo de polemizar, ya que participo y disfruto muchísimo de FaceRock, declaré que me parecían respetables sus opiniones pero que esperaría algún pronunciamiento del moderador del grupo, respecto de estas digresiones que algunos consideraban inaceptables. Y en efecto -y para más sorpresa mía- el moderador se pronunció y lo hizo respaldando las reacciones de quienes pensaron que yo estaba "saltando la barda", al tratar de introducir el funk y el soul de un grupo como EWF -que ha tenido tanta incidencia en el desarrollo del pop-rock como cultura- en los debates de FaceRock. Como mis inquietudes son demasiado diversas y, a veces, hasta antagónicas en cuanto a la posibilidad de escuchar música y hablar (o escribir) sobre ella, decidí armar El Álbum del Día.

Como jugando, ya terminó el primer mes del 2015 y, a pesar de que hacer una reseña diaria me ocupa cierta cantidad de tiempo: entre buscar el enlace del álbum completo en YouTube, la carátula, la información que complemente a todo lo que se escape de mi memoria y por último, ordenar mis sensaciones y opiniones sobre el disco escogido, luego de escucharlo dos o tres veces, he cumplido con esta meta autoimpuesta, que me da muchas satisfacciones personales por el placer de escribir lo que me nace sobre cualquier tema musical, sin ediciones ni "aclares", de ningún tipo. Los espero en El Álbum del Día, que arranca este febrero 2015 con un sensacional disco de latin jazz, que por supuesto no podría compartir jamás en FaceRock...

jueves, 29 de enero de 2015

LA HISTORIA DE LA CONFIEP: EMPRESARIOS QUE LES GUSTA GOBERNAR (en la sombra)

En esta ocasión quiero compartir con ustedes un interesante artículo del analista Francisco Durand, publicado hace un par de semanas en el semanario Hildebrandt en sus Trece, el único medio escrito en el que se llaman a las cosas por su nombre. Aunque definitivamente no es infalible, el análisis de César Hildebrandt es contundente en materia política y al momento de analizar a los medios de comunicación masiva, entregados a la danza de los millones que les caen por publicidad en sus noticieros incapaces de poner el dedo en ninguna llaga y sus programas de entretenimiento basura, resulta implacable. Pero, más allá de sus propias columnas, Hildebrandt ofrece un variado coctel de analistas, que presentan aquel lado oscuro de la realidad que El Comercio y sus tentáculos cubren con toneladas de papel mojado en tinta, publicherries de toda clase, páginas web con las últimas andanzas de leones y cobras y radios acostumbradas a poner la música que más les gusta bailar a los que siempre tienen la sartén por el mango. En esta ocasión, Durand nos cuenta, con detalle y en sencillo, la historia de la CONFIEP y sus razones para andar siempre colgada del poder, aunque tanta exposición pública reciente no sea del todo de su agrado. Para quienes no conocíamos el origen de este poderoso gremio empresarial, es una lectura sustanciosa...



La CONFIEP al descubierto 
Por Francisco Durand, Hildebrandt en sus Trece, edición 233 del 16 de enero de 2015 

De un tiempo a esta parte, lenta pero persistentemente, la cuestión del poder político de la CONFIEP viene formando parte de la agenda política nacional, hecho que no le conviene a este gremio de gremios empresarial. En realidad, desde que Humala ganó la elección los analistas políticos y luego, con el paso del tiempo, la parte de la ciudadanía políticamente activa no dejan de comentar el enorme grado de influencia que ostenta, sobre todo porque opera detrás de bambalinas y tiene trato silencioso y privilegiado, con el MEF en particular. Su poder no es solo una cuestión de influencias, tema que ha brotado desde mediados de diciembre a partir de la aprobación de la Ley Pulpín y una marcha contra su local sanisidrino, sino más bien sus alianzas. Se trata de una trama urdida hace tiempo y donde la CONFIEP (mejor dicho las multinacionales y los principales grupos de poder económico) han desarrollado un sistema de dominio indirecto que deben mantener (el pueblo elige a los presidentes y los presidentes, en privado, se alienan con ellos), en la próxima elección. 

NACE CON MAMADERA 
La CONFIEP (Confederación Nacional de Instituciones Empresariales Privadas) se fundó en 1984, en plena época de hiperinflación y terrorismo, gracias al apoyo de los entonces más poderosos y mejor organizados gremios empresariales. Querían unirse ante la doble amenaza que enfrentaban. Sin embargo, no eran los únicos interesados en confederarse. Para ese entonces el gobierno de Reagan también quería ver unidos a los empresarios peruanos para formar un muro de contención contra la insurgencia. La USAID de Reagan había concebido un plan para apoyar confederaciones gremiales empresariales en Centro América, Nicaragua en particular, e incluyó al Perú en ese programa ante la creciente influencia política de Izquierda Unida y los dos grupos insurgentes. De modo que la hoy todopoderosa CONFIEP no nació tanto de la capacidad interna de unirse, sino de un sponsor externo poderoso que financió (y de algún modo orientó) su creación. Luego se desarrolló repentinamente gracias a los desatinos de un joven gobernante. 

En 1985, ni el nuevo presidente García El Joven, ni los partidos prestaron mucha atención a la CONFIEP. Incluso los propios empresarios, según pude comprobar en entrevistas, le vaticinaban una corta vida. Solían andar desunidos y no querían gastar en gremios, pero ahí es donde entra la USAID y les resuelve el doloroso problema. En 1985, en momentos en que García quería reunirse personalmente con los Doce Apóstoles y no con gremios, el propio “ninguneo” presidencial los animó a mantenerse unidos, pues emergía como un tercer elemento de incertidumbre. Hasta que al bisoño y bipolar presidente se le ocurrió la estatización del sistema financiero en julio de 1987. La sorpresiva medida, y el hecho de que quería atacar al corazón de la emergente clase empresarial peruana, los cohesionó rápidamente. A partir de ese momento, los principales grupos de poder comenzaron a apoyar a la CONFIEP para que voceara públicamente sus demandas e impidiera la nacionalización de su principal base de acumulación. Luego emergió la candidatura de Vargas Llosa y se formó el FREDEMO. En ese momento la CONFIEP y sus dirigentes entraron “a hacer política”. Intentaban instituir una fórmula de dominio directo, eligiendo un presidente de derecha para “voltear la tortilla” en 1990 (privatizar todo activo estatal, desarmar a los sindicatos y derrotar a la insurgencia) por medio de una victoria electoral. 

LLEGA FUJIMORI 
No le salió bien el juego. Su candidato fue derrotado. Sin embargo, la CONFIEP y los poderes fácticos económicos abandonaron a Vargas Llosa y no tardaron en acomodarse con el nuevo presidente. Comenzó de ese modo la era de dominio indirecto que caracteriza a la República Empresarial. Economistas contratados por la CONFIEP participaron con los equipos que planificaron las reformas de mercado, de modo que el sector privado (y entre ellos las grandes corporaciones) reinaran sin competencia, sindicalismo ni oposición. Lo lograron gracias al establecimiento de una correa de trasmisión con el Ejecutivo (Presidencia, SIN y MEF), la financiación de campañas y el lobby. 

En 1990, una vez que se lanza el fujishock, se selló una alianza que duró 10 años. La CONFIEP cumplió. Fue el único gremio que defendió públicamente el autogolpe de junio de 1992.uno de sus dirigentes, Jorge Camet, fue nombrado ministro de Economía ese mismo año, manteniéndose en el cargo 5 largos años. Cuando llegó la crisis externa de 1998, y nació una oposición antireeleccionista, la CONFIEP apoyó la reelección de Fujimori en el 2000, a pesar de la creciente disidencia empresarial. Los grandes empresarios que la dirigían, y que se cohesionaron entre banqueros y mineros, querían seguir con su Chinochet. Luego vino la crisis con la fuga de Montesinos (quien fuera su aliado en la “lucha contra el terrorismo” a través de un comité secreto de la CONFIEP dirigido por Julio Favre que le daba fondos). La CONFIEP siguió cumpliendo. Mantuvo su apoyo a Fujimori y manifestó que debía mantenerse en el poder un año más. Al comenzar las movilizaciones, dijeron sin vergüenza que el “ruido político” era peligroso, que ahuyentaba las inversiones. Al fugarse Fujimori al Japón, la alianza se rompió y los empresarios tuvieron que acomodarse a los nuevos tiempos. 

2000 EN ADELANTE 
A partir del 2000la CONFIEP tuvo que asumir un perfil más bajo y actuar solapadamente vía el MEF y al mismo tiempo influir en el Congreso. No tuvo problemas con Toledo al mantener casi sin variaciones el modelo económico. Para su buena estrella, el 2002 empezó la bonanza exportadora y se firmaron acuerdos de libre comercio, hechos que consolidaron el modelo económico que podía ser revertido en democracia. Junto a la presidencia y al MEF, la CONFIEP se concentró en manejar el Congreso. Allí aparece por primera vez la cuestión de los lobbies y la financiación de campañas. Aparte del dinero o los favores a los políticos, la debilidad de los partidos y el otoronguismo parlamentario (salvo excepciones) contribuyeron a acrecentar sus influencias. 

Con la segunda presidencia de García la CONFIEP no tuvo sobresalto alguno. La bonanza continuó su curso, mientras García El Viejo mantuvo relaciones íntimas con los grandes empresarios y la CONFIEP (mientras se amistaba con Dionisio Romero). Con Humala, el 2011, tampoco tuvo sobresaltos una vez que se reunieron luego de que ganara la segunda vuelta. Fue la CONFIEP, en ese entonces dirigida por Humberto Speziani (TASA, grupo Brescia), quien propuso no solo mantener la economía en piloto automático y defender, según declarara, “la alianza Estado-Empresarios”, sino también mantener en el MEF a personajes, como Miguel Castilla (MEF) y Julio Velarde (BCRP), que les daban “garantías” para seguir acumulando. 

Es recién el 2011 entonces que la CONFIEP comienza a asumir un perfil de gran poder económico proyectado a la política. A pesar de haber apoyado financieramente a personajes como PPK y Keiko Fujimori, luego de la segunda vuelta la CONFIEP terminó acomodándose con un candidato que se reclamaba nacionalista y que llegó con el apoyo de la izquierda. La voltereta de Humala fue atribuida políticamente a los poderes e influencias de la CONFIEP, hecho que no pasó inadvertido, dificultando su capacidad de seguir operando en las sombras como antes. Otro factor que la puso más al descubierto es el hecho de que su actual presidente, Alfonso García Miró (de menor calibre empresarial, pero ligado al Grupo El Comercio), movilizó a la CONFIEP para defender la posición oligopólica del Grupo El Comercio cuando adquirió EPENSA (cadena Correo) y se convirtió en el poder mediático dominante. 

A medida que terminaba la bonanza el 2014, la CONFIEP comienza a entrar a la agenda nacional como un poder fáctico al participar en diálogos privilegiados con el MEF para “reactivar la economía”. Desde ese momento la CONFIEP ha aparecido más nítidamente como un poder en la sombra, conectado directamente con los tecnócratas del MEF que tienen la última palabra en materia de reformas. Las marchas contra su local indican la concientización popular en curso. 

En estos momentos la CONFIEP debe estar planeando un control de daños y contratando consultores para neutralizar esta imagen popular de poder sin límites y manejos bajo la mesa. Veremos qué pasa el 2016. Estará segura con García, Keiko o PPK, pero no son candidatos fijos dada la mayor volatilidad política. Varios de sus viejos aliados se oponen ahora a la Ley Pulpín temerosos de perder votos.

domingo, 25 de enero de 2015

LA EDUCACIÓN Y LA TELEVISIÓN EN EL PERÚ: EL AGUA Y EL ACEITE



El viernes pasado, en el auditorio del Instituto de Estudios Peruanos-IEP, la historiadora peruana residente en Inglaterra, Patricia Oliart Sotomayor, presentó un interesante libro titulado Educar en tiempos de cambio, 1968-1975. En su alocución, ante un público de casi 80 personas, la doctora Oliart, catedrática de la Escuela de Estudios Latinoamericanos, Españoles y Portugueses de la prestigiosa Universidad de Newcastle (Inglaterra), sentenció de manera categórica lo siguiente: "Lo que el sistema educativo peruano actual les ofrece a los jóvenes es lamentable, triste". Y dijo, además, que "los niños y niñas de hoy no duermen pensando en ser exitosos, ciudadanos que logren insertarse rápidamente, productivos, competitivos, que aprueben exámenes y acumulen títulos". Agregó que ese es el concepto neoliberal de la educación, orientado a la consecución del éxito y que olvida por completo las nociones liberadoras y concientizadoras, que ayuden al futuro ciudadano a conseguir aquello que en los setentas se denominaba "el buen vivir", no necesariamente en términos económicos, sino en gozar y disfrutar de la vida dignamente, conocer y amar su país, participar activamente en política, sentirse escuchados y reconocidos como seres humanos, etcétera.

El día siguiente, por la noche, vi como una niña escuálida de 16 años se retorcía como una araña agonizante (intentando bailar) en un colorido set de televisión, bajo la atenta mirada de tres adultos irresponsables y mercenarios, capaces de hacer cualquier cosa delante de las cámaras por dinero, y decía que su sueño era ingresar a Esto es Guerra Teens para ganar plata y poder visitar a su padre en Colombia. Y añadió que Melissa Loza era su "modelo a seguir". Desde atrás del escenario, su madre y hermanos, con la sonrisa congelada de quien no es capaz de pensar por sí mismo, aplaudían como focas mientras veían a la pequeña integrante de su familia hacer el ridículo y cómo era juzgada, burlada, ilusionada, virtualmente violada ante los millones de peruanos que ven este programa. No vi el veredicto de ese jurado, salido directamente de un desagüe, porque después de la frase de esta adolescente idiotizada por la basura televisiva a la que se ve expuesta todo el tiempo, tuve que cambiar de canal, pero me bastó para comprender que hablar de educación en el Peru y de la posibilidad de que esta mejore, sin desterrar la actual manera en que se producen y consumen contenidos televisivos, es una sencilla y monumental pérdida de tiempo.

En el libro Educar en tiempos de cambio, 1968-1975, que pertenece a una colección de 15 tomos acerca de la evolución de la educación en el Perú, Patricia Oliart analiza y repasa los aspectos más importantes y vigentes, positivos y negativos, de la frustrada Reforma Educativa que se quiso hacer en nuestro país durante el gobierno de Juan Velasco Alvarado, denominado "Gobierno Revolucionario de las Fuerzas Armadas". Como se imaginarán, el solo hecho de que estas reformas -muchas de las cuales apuntaban a la formación de ciudadanos conscientes de su rol futuro en la sociedad- fuesen propuestas por un gobierno nacido de un golpe de Estado, fueron resistidas y rechazadas a tal punto que nunca se aplicaron más allá de tres años (entre 1972 y 1975) y, recuperada la democracia, fueron desmanteladas, estigmatizadas y satanizadas, como todo lo demás relacionado a este período, y nunca más se habló de aquellos puntos que hubiesen contribuido a que, en esos tiempos, nuestra educación diera el salto que necesitaba hacia la ansiada mejora que hoy, desde todo punto de vista, parece imposible.

Aquel modelo, en el cual se produjo el llamado Libro Azul -un documento elaborado por la comisión de reforma de 1972 y que historiadores y protagonistas de esa época insisten en llamar "famoso Libro Azul" cuando la patética realidad es que nadie lo recuerda salvo ellos- proponía el papel preponderante y fundamental de los medios de comunicación como instrumentos educadores, que enlazaran sus contenidos con las currículas y articularan sus acciones con las instituciones dedicadas a la gestión educativa y cultural -Ministerio de Educación, canales y diarios del Estado, el Instituto Nacional de Cultura, las instituciones de música y danza, algunas de ellas dirigidas por artistas de peso como Victoria Santa Cruz, por ejemplo. El Libro Azul -que después se convirtió en una ley general de educación, de corta vida- fue escrito por Augusto Salazar Bondy (presidente de esa comisión de reforma), Wálter Peñaloza, Emilio Barrantes, Leopoldo Chiappo, entre otros educadores, filósofos e intelectuales, que se basaron para su desarrollo en el modelo educativo de la revolución cubana, hasta ahora considerado como uno de los mejores y no solo por "izquierdosos castristas", sino de manera transversal, en el mundo entero, como lo demuestra el prestigio de abogados, medicos, cirujanos, escritores, artistas, músicos y bailarines egresados de la isla. El Libro Azul no era perfecto, pues también incluía la eliminación de toda manifestación cultural considerada "alienante" como el rock o los personajes navideños foráneos, pero esa es otra historia.

En los 40 años que han pasado, tras el último intento estatal de hacer que nuestra educación se oriente a formar ciudadanos conscientes de quiénes son, de qué espera su país de ellos y cuál es su papel en el desarrollo politico peruano y el reforzamiento de la identidad nacional, los medios de comunicación se han convertido en la antítesis de cualquier proyecto pedagógico, educativo o formativo del carácter, la personalidad y el trasfondo que toda persona necesita, y que debería desarrollar según sus aptitudes y limitaciones. La sobrecarga de estímulos superficiales y su poderoso efecto comercial ha hecho que los dueños de canales, diarios, revistas y radios pierdan totalmente los escrúpulos y, amparándose en libertades civiles como la de expresión o la de empresa, que interpretan como les da la gana para garantizar sus intereses y concreter sus verdaderos planes de expansión monetaria, dirijan sus programaciones a un solo objetivo: generar y acumular dinero esparciendo basura mañana, tarde y noche y desterrando, casi al 100%, todos los contenidos culturales de aquellos horarios más rentables, porque no ayudan a cumplir con "los objetivos de la compañía".

Cuentan para ello con la complicidad directa, agresiva e impune de las empresas de productos y servicios más grandes del Perú, muchas de ellas pertenecientes, básicamente, a dos o tres grupos de poder económico, entre peruanos y chilenos que, insertos también en esa lógica lucrativa, apoyan y financian, a través de millonarias campañas publicitarias, todos los programas que estos dueños aprueban en encopetadas reuniones que terminan en fiestones a todo lujo, las llamadas "preventas", y que contienen todo aquello que contamine, envicie y someta a niños y adolescentes que sueñan convertirse en "estrellas de la televisión" y sus padres, ansiosos de que sus hijos ganen plata para que les compren el último TV HD de 47 pulgadas, y poder colgarlo en la pared sin tarrajear de su terreno, ubicado en alguno de esos distritos pujantes y emprendedores de Lima, o del Perú. Para empeorar la situación, hay que decir que este esquema no solo se cumple en los sectores socioeconómicos populares, sino que ahora también se ha extendido a los alumnos de colegios y universidades de alto perfil económico, en una suerte de transculturización moderna, en la que ricos y pobres se integran por su común disfrute de estos contenidos televisivos tóxicos.

Hablamos de dos generaciones de peruanos que se han desarrollado sin saber lo que es una "televisión educativa" y que han nacido y crecido en paralelo con la degeneración galopante y siempre en aumento de conceptos como "espectáculos", "farándula", "artistas", "estrellas", "éxito", "fama" y demás temas relacionados a ello, lo cual ha traído como efecto inevitable el aislamiento de cualquier opción diferente que venga de otras latitudes. En estas épocas, jamás una buena película de Michael Haneke o de Woody Allen les interesará tanto como la última chacotería de Carlos Alcántara o la quinta parte de Transformers; jamás un concierto de Eric Clapton conseguirá más rating que un homenaje a Edita Guerrero; jamás Telematch o El Show de los Muppets derrotarían en audiencia a Al fondo hay sitio si los programaran a la misma hora en diferentes canales; jamás un monólogo de Marco Aurelio Denegri sera más visto y comentado que una entrevista de Magaly Medina a Antonio Pavón y Sheyla Rojas; jamás ochenta personas escuchando la disertación de una destacada mujer peruana, académica, políglota, que dicta cátedra en una universidad británica de alto nivel, superarán a los millones de teleespectadores que ven hacer el ridículo a jovencitos y jovencitas cuya máximo sueño es que los acepten en un programa de television para "ganarse la vida y hacerse famoso" sacándose la ropa delante de los reflectores y las cámaras. Hubo un tiempo en que había espacio para la alternativa, hoy no.  

Por eso los educadores con real vocación ya han aceptado, desde hace tiempo, que no solo es una pérdida de tiempo pensar en que la educación va a mejorar de la mano de los medios de comunicación en el Perú, sino que reconocen en los canales de señal abierta a uno de sus principales enemigos y obstáculos. Con la forma y cantidad en que actualmente se producen y consumen contenidos basura en la televisión nacional, ni la más profunda, intelectual y emocionante vanguardia educativa, cultural, tecnológica, emocional, deportiva, musical, artística, cinematográfica, histórica y filosófica tendría buenos resultados. Es verdad que siempre han sido minoría los sectores poblacionales que terminan orientándose a las artes, la política honrada, el buen uso del lenguaje, los gustos y niveles de apreciación bien formados (ya no digamos refinados, que tampoco es necesariamente la idea, o no es la única idea en todo caso) pero hoy esa minoría es microscópica. y no solo microscópica, sino que además es mal vista, no es popular.

Solo el destierro de estos dueños de medios de comunicación, productores, animadores, "artistas" que hacen del no tener talento una virtud -"perder el miedo a hacer el ridículo" le llaman, de manera engañosa y eufemística, a su ignorancia y taradez extremas- compañías que anuncian en estos espacios y sobre todo, la criminalización de estas estrategias de embrutecimiento masivo, es decir que la transmisión de contenidos nocivos esté penalizada y no se inscriba en objeto de defensa en nombre de una libertad de expresión que ya ha perdido todo su sentido original de expresión de ideas para transformarse en patente de corso para hacer, decir y difundir cualquier cosa, sin un mínimo control de calidad, hará posible recuperar la televisión como espacio de apoyo a la educación. Eso y cambiar los conceptos de "entretenimiento" que dominan nuestro país en la actualidad. Esta tarea, si empezara hoy mismo, podría demorarnos no 40, sino 400 años.