domingo, 25 de enero de 2015

LA EDUCACIÓN Y LA TELEVISIÓN EN EL PERÚ: EL AGUA Y EL ACEITE



El viernes pasado, en el auditorio del Instituto de Estudios Peruanos-IEP, la historiadora peruana residente en Inglaterra, Patricia Oliart Sotomayor, presentó un interesante libro titulado Educar en tiempos de cambio, 1968-1975. En su alocución, ante un público de casi 80 personas, la doctora Oliart, catedrática de la Escuela de Estudios Latinoamericanos, Españoles y Portugueses de la prestigiosa Universidad de Newcastle (Inglaterra), sentenció de manera categórica lo siguiente: "Lo que el sistema educativo peruano actual les ofrece a los jóvenes es lamentable, triste". Y dijo, además, que "los niños y niñas de hoy no duermen pensando en ser exitosos, ciudadanos que logren insertarse rápidamente, productivos, competitivos, que aprueben exámenes y acumulen títulos". Agregó que ese es el concepto neoliberal de la educación, orientado a la consecución del éxito y que olvida por completo las nociones liberadoras y concientizadoras, que ayuden al futuro ciudadano a conseguir aquello que en los setentas se denominaba "el buen vivir", no necesariamente en términos económicos, sino en gozar y disfrutar de la vida dignamente, conocer y amar su país, participar activamente en política, sentirse escuchados y reconocidos como seres humanos, etcétera.

El día siguiente, por la noche, vi como una niña escuálida de 16 años se retorcía como una araña agonizante (intentando bailar) en un colorido set de televisión, bajo la atenta mirada de tres adultos irresponsables y mercenarios, capaces de hacer cualquier cosa delante de las cámaras por dinero, y decía que su sueño era ingresar a Esto es Guerra Teens para ganar plata y poder visitar a su padre en Colombia. Y añadió que Melissa Loza era su "modelo a seguir". Desde atrás del escenario, su madre y hermanos, con la sonrisa congelada de quien no es capaz de pensar por sí mismo, aplaudían como focas mientras veían a la pequeña integrante de su familia hacer el ridículo y cómo era juzgada, burlada, ilusionada, virtualmente violada ante los millones de peruanos que ven este programa. No vi el veredicto de ese jurado, salido directamente de un desagüe, porque después de la frase de esta adolescente idiotizada por la basura televisiva a la que se ve expuesta todo el tiempo, tuve que cambiar de canal, pero me bastó para comprender que hablar de educación en el Peru y de la posibilidad de que esta mejore, sin desterrar la actual manera en que se producen y consumen contenidos televisivos, es una sencilla y monumental pérdida de tiempo.

En el libro Educar en tiempos de cambio, 1968-1975, que pertenece a una colección de 15 tomos acerca de la evolución de la educación en el Perú, Patricia Oliart analiza y repasa los aspectos más importantes y vigentes, positivos y negativos, de la frustrada Reforma Educativa que se quiso hacer en nuestro país durante el gobierno de Juan Velasco Alvarado, denominado "Gobierno Revolucionario de las Fuerzas Armadas". Como se imaginarán, el solo hecho de que estas reformas -muchas de las cuales apuntaban a la formación de ciudadanos conscientes de su rol futuro en la sociedad- fuesen propuestas por un gobierno nacido de un golpe de Estado, fueron resistidas y rechazadas a tal punto que nunca se aplicaron más allá de tres años (entre 1972 y 1975) y, recuperada la democracia, fueron desmanteladas, estigmatizadas y satanizadas, como todo lo demás relacionado a este período, y nunca más se habló de aquellos puntos que hubiesen contribuido a que, en esos tiempos, nuestra educación diera el salto que necesitaba hacia la ansiada mejora que hoy, desde todo punto de vista, parece imposible.

Aquel modelo, en el cual se produjo el llamado Libro Azul -un documento elaborado por la comisión de reforma de 1972 y que historiadores y protagonistas de esa época insisten en llamar "famoso Libro Azul" cuando la patética realidad es que nadie lo recuerda salvo ellos- proponía el papel preponderante y fundamental de los medios de comunicación como instrumentos educadores, que enlazaran sus contenidos con las currículas y articularan sus acciones con las instituciones dedicadas a la gestión educativa y cultural -Ministerio de Educación, canales y diarios del Estado, el Instituto Nacional de Cultura, las instituciones de música y danza, algunas de ellas dirigidas por artistas de peso como Victoria Santa Cruz, por ejemplo. El Libro Azul -que después se convirtió en una ley general de educación, de corta vida- fue escrito por Augusto Salazar Bondy (presidente de esa comisión de reforma), Wálter Peñaloza, Emilio Barrantes, Leopoldo Chiappo, entre otros educadores, filósofos e intelectuales, que se basaron para su desarrollo en el modelo educativo de la revolución cubana, hasta ahora considerado como uno de los mejores y no solo por "izquierdosos castristas", sino de manera transversal, en el mundo entero, como lo demuestra el prestigio de abogados, medicos, cirujanos, escritores, artistas, músicos y bailarines egresados de la isla. El Libro Azul no era perfecto, pues también incluía la eliminación de toda manifestación cultural considerada "alienante" como el rock o los personajes navideños foráneos, pero esa es otra historia.

En los 40 años que han pasado, tras el último intento estatal de hacer que nuestra educación se oriente a formar ciudadanos conscientes de quiénes son, de qué espera su país de ellos y cuál es su papel en el desarrollo politico peruano y el reforzamiento de la identidad nacional, los medios de comunicación se han convertido en la antítesis de cualquier proyecto pedagógico, educativo o formativo del carácter, la personalidad y el trasfondo que toda persona necesita, y que debería desarrollar según sus aptitudes y limitaciones. La sobrecarga de estímulos superficiales y su poderoso efecto comercial ha hecho que los dueños de canales, diarios, revistas y radios pierdan totalmente los escrúpulos y, amparándose en libertades civiles como la de expresión o la de empresa, que interpretan como les da la gana para garantizar sus intereses y concreter sus verdaderos planes de expansión monetaria, dirijan sus programaciones a un solo objetivo: generar y acumular dinero esparciendo basura mañana, tarde y noche y desterrando, casi al 100%, todos los contenidos culturales de aquellos horarios más rentables, porque no ayudan a cumplir con "los objetivos de la compañía".

Cuentan para ello con la complicidad directa, agresiva e impune de las empresas de productos y servicios más grandes del Perú, muchas de ellas pertenecientes, básicamente, a dos o tres grupos de poder económico, entre peruanos y chilenos que, insertos también en esa lógica lucrativa, apoyan y financian, a través de millonarias campañas publicitarias, todos los programas que estos dueños aprueban en encopetadas reuniones que terminan en fiestones a todo lujo, las llamadas "preventas", y que contienen todo aquello que contamine, envicie y someta a niños y adolescentes que sueñan convertirse en "estrellas de la televisión" y sus padres, ansiosos de que sus hijos ganen plata para que les compren el último TV HD de 47 pulgadas, y poder colgarlo en la pared sin tarrajear de su terreno, ubicado en alguno de esos distritos pujantes y emprendedores de Lima, o del Perú. Para empeorar la situación, hay que decir que este esquema no solo se cumple en los sectores socioeconómicos populares, sino que ahora también se ha extendido a los alumnos de colegios y universidades de alto perfil económico, en una suerte de transculturización moderna, en la que ricos y pobres se integran por su común disfrute de estos contenidos televisivos tóxicos.

Hablamos de dos generaciones de peruanos que se han desarrollado sin saber lo que es una "televisión educativa" y que han nacido y crecido en paralelo con la degeneración galopante y siempre en aumento de conceptos como "espectáculos", "farándula", "artistas", "estrellas", "éxito", "fama" y demás temas relacionados a ello, lo cual ha traído como efecto inevitable el aislamiento de cualquier opción diferente que venga de otras latitudes. En estas épocas, jamás una buena película de Michael Haneke o de Woody Allen les interesará tanto como la última chacotería de Carlos Alcántara o la quinta parte de Transformers; jamás un concierto de Eric Clapton conseguirá más rating que un homenaje a Edita Guerrero; jamás Telematch o El Show de los Muppets derrotarían en audiencia a Al fondo hay sitio si los programaran a la misma hora en diferentes canales; jamás un monólogo de Marco Aurelio Denegri sera más visto y comentado que una entrevista de Magaly Medina a Antonio Pavón y Sheyla Rojas; jamás ochenta personas escuchando la disertación de una destacada mujer peruana, académica, políglota, que dicta cátedra en una universidad británica de alto nivel, superarán a los millones de teleespectadores que ven hacer el ridículo a jovencitos y jovencitas cuya máximo sueño es que los acepten en un programa de television para "ganarse la vida y hacerse famoso" sacándose la ropa delante de los reflectores y las cámaras. Hubo un tiempo en que había espacio para la alternativa, hoy no.  

Por eso los educadores con real vocación ya han aceptado, desde hace tiempo, que no solo es una pérdida de tiempo pensar en que la educación va a mejorar de la mano de los medios de comunicación en el Perú, sino que reconocen en los canales de señal abierta a uno de sus principales enemigos y obstáculos. Con la forma y cantidad en que actualmente se producen y consumen contenidos basura en la televisión nacional, ni la más profunda, intelectual y emocionante vanguardia educativa, cultural, tecnológica, emocional, deportiva, musical, artística, cinematográfica, histórica y filosófica tendría buenos resultados. Es verdad que siempre han sido minoría los sectores poblacionales que terminan orientándose a las artes, la política honrada, el buen uso del lenguaje, los gustos y niveles de apreciación bien formados (ya no digamos refinados, que tampoco es necesariamente la idea, o no es la única idea en todo caso) pero hoy esa minoría es microscópica. y no solo microscópica, sino que además es mal vista, no es popular.

Solo el destierro de estos dueños de medios de comunicación, productores, animadores, "artistas" que hacen del no tener talento una virtud -"perder el miedo a hacer el ridículo" le llaman, de manera engañosa y eufemística, a su ignorancia y taradez extremas- compañías que anuncian en estos espacios y sobre todo, la criminalización de estas estrategias de embrutecimiento masivo, es decir que la transmisión de contenidos nocivos esté penalizada y no se inscriba en objeto de defensa en nombre de una libertad de expresión que ya ha perdido todo su sentido original de expresión de ideas para transformarse en patente de corso para hacer, decir y difundir cualquier cosa, sin un mínimo control de calidad, hará posible recuperar la televisión como espacio de apoyo a la educación. Eso y cambiar los conceptos de "entretenimiento" que dominan nuestro país en la actualidad. Esta tarea, si empezara hoy mismo, podría demorarnos no 40, sino 400 años.







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