Todo fanático del rock que haya soñado, siquiera una vez, con ser bajista en una banda tiene que haber escuchado con atención y sin descanso las intrincadas, profundas, impredescibles y, por momentos, delirantes líneas melódicas, fraseos y solos de Chris Squire. Y ni qué decir de quienes sí hayan hecho realidad ese sueño. Para mí, bajista frustrado y anónimo, escuchar la música de Yes se convirtió en adicción durante mis años adolescentes, a la mitad del metal extremo, las canciones de Soda Stereo e Indochine que ponían en las fiestecitas de barrio, las baladas que escuchaba mi madre y la música criolla y clásica de la familia de mi padre.
Recuerdo que la primera canción que escuché de Yes fue, por obvias razones cronológicas, Owner of a lonely heart (del album 90125 de 1983), que sonaba en todas partes, pero fue a través de otras canciones de ese mismo disco, como It can happen, Changes o Leave it que la figura del larguirucho y medio regordete bajista, de peinado estilo Mel Gibson en la época de su película Mad Max, se me hizo tanto o más enigmática que la del mismísimo Jon Anderson. Pero no fue sino hasta que vi el concierto Yessongs -lanzado originalmente en 1973- una noche por las ondas cargadas de estática de Canal 27 UHF, allá por 1986, que me quedé pegado a su sonido, a su imagen, a la evidente ascendencia que tenía Chris en ese grupo, incluso por encima del superlativo virtuosismo de Steve Howe y Rick Wakeman o de la voz volátil y las letras pasadas de vueltas de Anderson.
Poco a poco, y muy trabajosamente, me fui adentrando en la música del grupo y, en tiempos en que no existía internet ni discos compactos ni DVDs Blu-Ray, me convertí en fanático de Yes y reconocí en Chris Squire a uno de sus puntales, incluso antes de enterarme que él había fundado el grupo o que era el único integrante que había permanecido todo el tiempo en la banda, a diferencia de los otros miembros que habían entrado y salido, algunos de ellos en varias oportunidades. Como Steve Harris en Iron Maiden o Tony Iommi en Black Sabbath, es inconcebible Yes sin Chris. Y en cada canción que lleve ese nombre estará su sonido inamovible, irremplazable.
El sábado 27 de junio falleció plácidamente, según los comunicados emitidos por Facebook y otras redes sociales por parte de sus allegados y familiares, en su casa de Arizona, acompañado de su tercera esposa y sus cinco hijos. Lo había atacado un extraño tipo de leucemia, que le fue diagnosticada hace apenas unos meses, ante el asombro y la solidaridad de millones de seguidores en el mundo, como se vio de inmediato en redes sociales y grupos de fans en varios países del mundo. Es emocionante leer comentarios de pesos pesados del rock mundial como Tony Levin, Adrian Belew, Geddy Lee, entre otros, refiriéndose a él como "el mejor bajista que vi en mi vida", "una inspiración para mi carrera", "jamás vi tocar así a un bajista". O a sus integrantes de Yes que, en un comunicado conjunto lo describen como "el pegamento que los mantenía unidos". Emocionante y triste.
Chris Squire, bajista de una de mis bandas favoritas de todos los tiempos, nos deja un legado discográfico valioso, que solo unos cuantos saben apreciar. Desde las primeras notas de Survival y los ataques redondos, agresivos de Astral traveller; las líneas que lideran canciones como Time and a word; hasta las veloces y vertiginosas escalas de Heart of the sunrise, compartidas al unísono con Howe y Wakeman o las evoluciones circulares de Close to the edge. Desde las complicadas entradas y salidas de The remembering (High the memory) o The gates of delirium; hasta los robóticos pasajes de Tempus fugit o Love will find a way. Y ni qué decir de Long distance runaround y su coda instrumental The Fish (Schindleria Praematurus); la fibra rockera de Roundabout o Yours is no disgrace; o las contemplativas líneas de notas largas en Wonderous stories o Awaken.
Todos los discos de Yes llevan el sello particular del talento de cada uno de sus miembros, músicos extraordinarios por derecho propio. Y en el caso de Squire, además, una dedicación a exclusividad a una banda con la que alcanzó la categoría de bajista legendario, que influyó tanto a sus contemporáneos como a las siguientes generaciones de bajistas, cambiando por completo el rol rítmico elemental del instrumento para hacerlo protagonista, voz cantante, identidad de un grupo.
Aquí algunos temas fundamentals de Yes en los que el bajo de Squire toma proporciones épicas:
Heart of the sunrise, del álbum Fragile de 1971, aquí en versión en vivo en el Festival de Montreaux de 2003
Wonderous stories del Going for the one de 1977. La voz más alta es de Squire
Yours is no disgrace de The Yes album, 1971. La sección intermedia es dominada por el bajo omnipresente
Awaken también del Going for the one. Aquí se le ve tocando un bajo de tres cuellos (dos con trastes y uno fretless)
Del álbum de donde salió Owner of a lonely heart -90125, 1983- el tema It can happen
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