jueves, 18 de abril de 2013

THE CURE EN LIMA: TRES HORAS DE LUZ Y DE SOMBRAS


Durante años se rumoreó su llegada a nuestra capital, sin concretarse. Miles de fans de The Cure organizaban grupos en Facebook, lanzaban cartas abiertas a los promotores de conciertos pero nada. Problemas de agenda, problemas en la banda, problemas. En plena época de megaconciertos, la visita de The Cure seguía siendo una deuda pendiente para el público limeño. Sin embargo, la espera por la cura a tanta ansiedad llegó anoche, miércoles 17 de abril, y con sabor a sobredosis. 

Más de tres horas de concierto, quizás el más largo que se haya producido - de un solo grupo - en Lima, fueron suficientes para que The Cure demostrara, luego de 34 años de trayectoria, por qué siempre fue considerado el buque insignia de ese volátil combo de subgéneros que incluye new wave, post-punk, shoegazing, dark rock, gothic rock, dream pop, dance pop, del cual muchísimos grupos no resistieron la prueba del tiempo. Y ¿cuál es el secreto? Ninguno, solo el talento de Robert Smith, su virtuosismo, su originalidad y carisma han permitido que The Cure perpetúe su estatus de grupo leyenda del rock, no solo de los 80s sino de todos los tiempos.

En la nota de contracarátula del Perú21 de hoy mencionan que entre los temas que interpretó The Cure destacó To me (así, en cursivas). Me parece ejemplo suficiente para graficar el desdén y la ignorancia con la que la prensa convencional trata estos eventos musicales. En la televisión el resumen de noticias no puede ser más aburrido: que si Humala y Maduro, que si el funeral de Armando Villanueva, que si Canal 7 lanza a Nadine para presidenta. Del concierto ni una letra, ni una imagen, ni una mención en el cintillo de titulares. Las notas "más extensas" de los demás diarios - incluyendo la portada de la sección Luces de El Comercio - abundan en lugares comunes y adolecen de reseñas interesantes. Incluso hubo uno que tuvo la osadía de poner una foto de Carlos Alcántara viendo el concierto. ¿Ni siquiera la nombradía de esta banda merece que se olviden de las pachotadas de la farándula local?


Push, uno de los temas que interpretó The Cure en Lima. La versión original está en el álbum The head on the door de 1985.

La respuesta es no. Dicho eso, hablemos del show. Hubo dos teloneros, a quienes no vi (Kinder y Resplandor) y supongo que, más allá de lo mal o peor que hayan sonado, tuvieron la noche de sus vidas. Bien por ellos. Cuando llegué a mi ubicación en tribuna norte, el estadio ya lucía casi lleno. Para la polémica quedará decidir si las casi 40 mil personas estaban realmente seguras del grupo que habían ido a ver o, como yo creo, un gran porcentaje habrá salido de allí con rostros soñolientos preguntándose ¿por qué habrán tocado tanto si solo conozco cuatro canciones? En todo caso, Robert Smith (voz, guitarra y una ocasional zampoña), Simon Gallup (bajo), Roger O'Donnell (teclados), Jason Cooper (batería) y Reeves Gabrels (guitarra) prepararon un kilométrico setlist con el que se propusieron complacer a toda su gama de seguidores: desde los más fieles conocedores de su vasta discografía hasta los más advenedizos que únicamente han escuchado las mismas tres o cuatro canciones que rotan en las radios desde hace 25 años.

Casi media hora después de la hora anunciada, la música ochentera (en clave new wave del más duro) que se escuchaba de fondo se apagó y comenzó a sonar una inesperada e incomprensible ranchera. Un atisbo de papelón rondó mi mente por un momento: ¿y si la banda creía que estaba en México? En fin, nada grave pasó y cuando saltaron al escenario el estadio simplemente estalló. Y The Cure lanzó la primera parte de su concierto, de dos horas de duración, de corrido y sin respirar, intercalando los temas con escuetos "gracias" que a veces sonaban a estornudo. Por allí pasaron temas luminosos como Just like heaven, High, In between days, Friday I'm in love, viñetas mágicas como Open (que abrió la noche), Push, Lullaby, Pictures of you, Lovesong, Fascination street y bombazos oscuros como The end of the world, Play for today, Trust, A forest y One hundred years. Distintas épocas, distintos matices de una banda que está sonando mejor que nunca.

La prensa convencional, idiotizada por las cotidianas coberturas a programas y personajes intrascendentes, se fija en el sobrepeso de Robert Smith y sus patillas canosas. Sin embargo nadie apunta que este compositor y guitarrista de 53 años de edad conserva su voz intacta, tal y como la escuchamos en míticos álbumes como Pornography (1982), The head on the door (1985), Kiss me kiss me kiss me (1987), Disintegration (1989) o Wish (1992), algunos de los discos que más contribuyen al setlist que vienen paseando, con algunas modificaciones, en esta exitosa gira por Latinoamérica. Simon Gallup, convertido en su lugarteniente desde la primera deserción de Lawrence Tolhurst en 1987, lanza líneas de bajo profundas y muy bien tocadas, que van desde la distorsión hasta los quiebres jazzeros de The lovecats y la onda disco de Let's go to bed. Roger O'Donnell, que reemplazó a Tolhurst y es ya parte de la historia de la banda, domina todo desde sus teclados y aporta mucha emoción durante los temas más dark. El baterista Jason Cooper tiene un pulso más duro que el anterior Boris Williams y Reeves Gabrels, ex guitarrista de aquella banda Tin Machine que David Bowie formara a finales de los 80s, hizo olvidar completamente a Porl Thompson, con una técnica y filo rockero que acrecienta la tensión en los momentos más sombríos que ofreció The Cure durante el show, complementando el trabajo guitarrístico de Smith, pletórico en tonalidades graves y punteos que aparentan simplicidad pero que generan una carga emocional inconfundible en su grupo.


If only tonight we could sleep, del álbum Kiss me kiss me kiss me (1987).

Luego de esta monumental descarga de 25 canciones, el quinteto abandonó el escenario del Estadio Nacional por primera vez. Las noticias en Internet ya habían puesto en sobreaviso al público (me refiero al público seguidor de la banda): The Cure sigue con su costumbre de realizar shows extensos, que pueden llegar a las tres horas de duración. De manera que era obvio que iban a salir otra vez. Los demás, un tanto aturdidos por tantas canciones "desconocidas", alistaban sus celulares y cámaras digitales para captar el momento en que la banda saliera a tocar Boys don't cry. Pero The Cure no iba a hacer concesiones así, tan fácilmente. Como si el concierto comenzara de nuevo, la banda hizo seis canciones más, extraídas del más tenebroso baúl de sus posibilidades sónicas: The kiss, If only tonight we could sleep y Fight del disco Kiss me kiss me kiss me (1987); y Plainsong, Prayers for rain y Disintegration del álbum del mismo nombre pusieron a volar a los conocedores, a sorprender a los nuevos con sentido de la apreciación y a dormir a los poseros, con atmósferas de sonido - cortesía de densas guitarras y teclados - y alaridos vocales que pusieron a prueba a aquel público que esperaba más hits radiales.

Segunda desaparición del grupo. Y aun faltaban canciones. El cierre vino con una colección de temas clásicos, todos en clave más optimista: The lovecats, The caterpillar, la esperadísima Close to me (la que según Perú21 se llama To me) y las festivas Hot hot hot y Why can't I be you? calentaron lo suficiente a la multitud antes de lanzarle a la cara lo que tanto estaba esperando: Boys don't cry, ese gran éxito de 1980 que da título al primer-segundo álbum del grupo (en realidad es un single que después se convirtió en disco), tocada a un tiempo más acompasado y que hizo saltar a todo el estadio y para finalizar, dos clásicos más: 10:15 saturday night y Killing an arab (basada en la novela El extranjero de Albert Camus), interpretados con furia desatada, algo alucinante si tomamos en cuenta que ya eran más de las doce de la noche y la banda llevaba tocando tres horas y veinte minutos. Una proeza de resistencia y entrega al público.

El sonido y las luces fueron de primera, además de los impresionantes equipos de filmación que la banda trajo, pues piensa elaborar un documental de esta gira. Detrás de los músicos, una inmensa pantalla LED proyectaba imágenes que iban desde referencias a las carátulas de su álbumes hasta dantescas escenas en blanco y negro, de una resolución sorprendente. Todo un acontecimiento musical y artístico que, a pesar de no recibir el tratamiento debido por parte de la prensa, pudo ser disfrutado por las miles de personas devotas que esperaron tanto la llegada de esta icónica banda británica. Y por los miles de infiltrados que fueron a tomarse fotos para sus Facebook.

Boys don't cry, tema emblemático que une a los fans de The Cure (los que conocen su discografía y los que solo conocen esta canción), lanzado originalmente en 1980.






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