lunes, 22 de abril de 2013

SILVIO: GRACIAS POR TANTA MÚSICA


Con Silvio sucede lo mismo que sucede con Vargas Llosa: cuando habla de política se transforma en un ser humano tan falible como usted o como yo y es mejor no tomarlo tan en cuenta. Como ocurre con las ficciones y comentarios de arte de nuestro Premio Nobel, las declaraciones políticas del trovador cubano no son impedimento para maravillarse con sus arpegios y golpes de acorde completo en la guitarra, con sus canciones-poemas que se aplican a cualquiera de las etapas de la vida, el amor y la lucha por la justicia social, con su facilidad para expresar en tres o cuatro minutos toda clase de sentimientos. Cuando yo escuchaba a Silvio, siendo adolescente, las imágenes e historias de Ernesto "Che" Guevara no eran de mi desagrado. Y hoy, aunque reconozco que en Cuba hay una dictadura, no puedo dejar de sentir envidia ajena cuando veo los altos niveles en educación, deporte, cultura, etc., que Cuba posee y que mi país, con todas las libertades y libertinajes que defiende a sangre y fuego, no es capaz siquiera de replicar en porcentajes mínimos. Y que de ese entramado sociocultural surgiera también alguien como Silvio Rodríguez, acaso el cantautor en español más talentoso y profundo de todos los tiempos.

Anoche, casi al final de su concierto en el Estadio Monumental de Lima, Silvio dedicó su canción El necio a Nicolás Maduro. Desde afuera se escucharon algunas rechiflas en medio de los aplausos y, aunque considero que ese Maduro es un Pedro Picapiedra impresentable, confieso que me dio gusto esa actitud provocadora, por parte de un artista que lo ha visto y soportado todo, a los 66 años de edad. Silvio sabe que no todas las personas que fueron a verlo en primera fila estarían de acuerdo con sus posturas políticas, muchas de ellas anacrónicas y ultra socialistas (sabe también que para muchos jóvenes actuales esa es una mala palabra) y sin embargo, lanzó esa provocación sin dar mayores explicaciones, en una absoluta muestra de consecuencia que muchos otros artistas no pueden exhibir actualmente. El problema es que Silvio comete un grave error al asociar su prestigio y conocida consecuencia a un personaje como Nicolás Maduro, que no exhibe ni los brillos ni el carisma ni las buenas intenciones del artista. Eso, en lugar de elevar la figura de ese politicastro venezolano, hace descender al gran poeta a territorios de la desinformación y el sectarismo ingenuo. 

El necio, que es en realidad una canción que habla de él mismo, como artista y trovador comprometido con la intransigencia y convencido de que es esa cualidad la que le provee independencia para decir lo que le dé la gana, viene dedicándola a personajes y autoridades con los que ha expresado abiertas afinidades, a contramano del pensamiento mayoritario, oficial, de derechas. Ya en Bolivia se la había dedicado a Evo Morales y si Hugo Chávez hubiera estado vivo, no haría falta ser "un nigromante o un ruiseñor" como diría el cubano, para adivinar a quién se la hubiese dedicado en Venezuela. Este tema, perteneciente al primer volúmen de la trilogía acústica Silvio (1992), Rodríguez (1994) y Domínguez (1996), fue uno de los tantos himnos de la Trova (que ya hace tiempo dejó de ser nueva para convertirse en clásica) que el consumado poeta y guitarrista interpretó ayer, en noche de luna llena, ante casi 10 mil personas.



No llegué a ingresar al recinto pues las entradas se habían agotado, pero todo lugar es preciso para escuchar estas eternas canciones que nos remiten - por lo menos a mí - a aquellas épocas en que la poesía era necesaria para sostener la endeble armazón de la personalidad cuando uno es más joven. Todo melómano que se respete debe haberse sentido elevado al escuchar álbumes como Al final de este viaje (1978), Mujeres, Rabo de nube (ambos de 1979), entre otros, cargados de musicalidad y emoción lírica, más allá de las evidentes connotaciones en defensa de la revolución cubana, un asunto que también muchos defendimos sobre la base de su ideario inicial. Y aunque sea inevitable, cada vez que uno menciona a Silvio, enredarse en este tema tan polarizante y casi tabú entre la sociedad caníbal neoliberal, cuya principal arma es un Blackberry de última generación y sus cuarteles generales se ubican en oficinas con aire acondicionado, discotecas en el sur y restaurantes sushi-bar-lounge-marca Perú, trataré de referirme únicamente a lo que escuché - a lo que escuchamos - desde afuera, sentados sobre la acera. Una noche especial, una noche romántica, una noche de música y poesía al aire libre.

Algunos temas desconocidos, pertenecientes a su última placa discográfica titulada Segunda cita, como acabo de corroborar por Internet, en la línea melódica que caracteriza al Silvio de mediados de los 90s hacia adelante, iniciaron el recital de reencuentro entre el trovador y su público, tras siete años de ausencia. Acompañado por Trovarroco, un grupo de cinco músicos en el que destaca su esposa Niurka Gonzáles en la flauta y clarinete, el maestro intercaló estas novedades con algunas gemas clásicas que sacó de su chistera, todas enmarcadas en elegantes arpegios de guitarra clara: Días y flores, El mayor, Canción del elegido, Mujeres, Quién fuera, La maza, La era está pariendo un corazón. Un intermedio musical que combinó melodías de Beethoven con el son Chan Chan de Compay Segundo fue el pretexto perfecto para que sus músicos se lucieran.


La discografía de Silvio Rodríguez es el ABC de lo que fue el movimiento de la nueva trova latinoamericana, hoy reducida a lo que pueda hacer este señor, en medio de los escarceos cómicos de la dupla Serrat-Sabina, las baladas noveleras de Milanés y los medianos aportes del mexicano Fernando Delgadillo. La noche llegó a su fin con una secuencia de lo que en el argot de la industria discográfica llamaríamos "éxitos": Ojalá, Te doy una canción, Playa Girón, Pequeña serenata diurna, Sueño con serpientes y Unicornio, todas entonadas a voz en cuello por el emocionado público, que supo encajar el golpe de la referencia al sucesor de Chávez en Venezuela. Aunque Silvio posee desde hace décadas, un público cautivo en el que coinciden desde políticos hasta artistas, desde profesionales en sus cincuentas hasta jóvenes universitarios, fue inevitable percibir, en ciertos conspicuos representantes de "la gentita" - esos infiltrados que siempre están en todos los conciertos, en primera fila porque les alcanza el sueldo y que se dedican a tomarse fotos en lugar de disfrutar de la música en vivo - la incomodidad que les produjo aquello.

Luego de un breve descanso, Silvio subió de nuevo al escenario para culminar el concierto con una rotunda joya de los trípticos, lanzados en 1984: Ángel para un final. Ante tanto talento solo puede uno decir: ¡Gracias Silvio por tanta música!

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