Desde hace meses llevo en el tintero un post acerca de la ignorancia en nuestro país. La ignorancia, que según la primera acepción consignada en el DRAE es simple y llanamente la "falta de ciencia, de letras y noticias, general o particular", se refleja permanentemente en el diario discurrir de la sociedad: en el tráfico, en las relaciones interpersonales, en los programas de televisión, en los rankings de las radios, en los modelos de comportamiento, etc. Y sin intención de explayarme en el tema concreto de la ignorancia, quisiera adelantar que el post hasta ahora en el tintero pretende incidir en 3 de sus principales características, según mi modesto entender: la ignorancia es arrogante, es afrentosa y carece de conciencia de sí misma.
Este intento de radiografía del fenómeno de la ignorancia regresó a mi tras la llegada a la capital de uno de los artistas fundamentales de lo que solemos llamar música clásica. Tras el fallecimiento de Luciano Pavarotti, Plácido Domingo es para muchos - me incluyo - el mejor tenor del mundo de la actualidad. Y yendo un poco más allá del unidimensional análisis vocal, podríamos decir sin temor a equivocarnos que el español supera al italiano en términos de versatilidad, capacidad de adaptación y calidez interpretativa.
Frente a los impresionantes sostenidos y elevados tonos que podía alcanzar el estruendoso Luciano, el sosegado Plácido pudo combinar sus casi 140 protagónicos en el repertorio clásico (óperas, operetas y zarzuelas) con una intensa carrera discográfica que lo llevó a cantar desde baladas románticas hasta tangos, pasando por boleros, bossa novas, rancheras y cómo no, valsecitos y canciones folklóricas. Domingo, un verdadero hombre-record del mundo de la música (a la cantidad mencionada de papeles principales debemos añadir la ovación más larga de la historia: el público lo aplaudió durante una hora de pie en la ópera de Viena y una cantidad impresionante de grabaciones, premios y condecoraciones de todo orden, además de su capacidad para cantar con solvencia hasta en siete idiomas) estuvo hace una semana en Lima para ofrecer un recital de gala, ante un público de casi 10 mil personas en la explanada del Estadio Monumental.
Y es aquí donde reaparece, arrogante, agresiva e incapaz de reconocerse a sí misma, la ignorancia. No solo porque lo más probable es que un mínimo porcentaje de ese contingente de público haya disfrutado verdaderamente del concierto, debido a las pocas concesiones que hizo en cuanto a sus interpretaciones operísticas, sino por todo lo que pasó durante y después de su presentación.
Durante la primera parte, compuesta íntegramente por material clásico, cientos de personas interrumpieron a quienes trataban de escuchar las interpretaciones de Plácido Domingo y su acompañante la soprano puertorriqueña Ana María Martínez pues no conformes con haber llegado tarde, pasaban por delante de las filas de asientos arrastrando los pies, abriendo envolturas de golosinas y pasándose la voz por celular, totalmente convencidos de que, como ellos, todos los demás estaban poco interesados en apreciar las hermosas notas de arias como O souverain, o juge o père (de Le Cid, compuesta por Jules Massenet) o Aus dem Wald trieb es mich fort (de la ópera Die Walküre de Richard Wagner), cantadas en perfecto francés y alemán respectivamente.
O souverain, o juge, o père (Le Cid, Jules Massenet)
O peor aun, durante los segmentos instrumentales en que se lució la Orquesta Sinfónica Nacional bajo la dirección de Eugene Kohn, con magistrales performances de las Hungarian Marches de La Damnation de Faust de Héctor Berlioz o el intermedio de la zarzuela Las Bodas de Luis Alonso, se podían escuchar conversaciones por todas partes, evidenciando una absoluta falta de respeto hacia los artistas. Ni siquiera la conocidísima obertura de Il Barbieri di Siviglia de Gioachino Rossini mereció el silencio de una enorme cantidad de desubicados(as) que "aprovechaban" esos momentos para ponerse al día del último chisme de la oficina o para preguntarse a qué hora iba a cantar La flor de la canela.
A esto, debemos sumar la patética participación de nuestro Canciller, don José Antonio García Belaúnde quien ni siquiera se tomó el trabajo de preparar un buen discurso para el solemne momento de investir al maestro con la Orden del Sol y terminó soltando una cantinflada que ni a Gisela Valcárcel le hubiera salido tan bien ("lo honramos y nos sentimos honrados al honrarlo porque sé que la va a llevar honrosamente..."). No conforme con esa inaceptable improvisación, se dirigió al público dándole la espalda al tenor y la soprano, en una actitud que demostró falta de tino y de respeto. Esto contrastaba con la mirada, casi de admiración, que los artistas prodigaban a nuestro dignatario político, en señal de reconocimiento ante su investidura y las sentidas palabras de agradecimiento del artista, quien prometió volver para cumplir uno de sus proyectos inmediatos: cantar a dúo con Juan Diego Flórez.
El "discurso" del Canciller José Antonio García Belaúnde...
Hasta aquí lo que pasó en el concierto. Al día siguiente, leí en Internet hasta cinco reseñas (El Comercio, RPP, Terra y un par más) y todas compartían la misma inexactitud en los títulos de algunas de las arias y romanzas. Para prueba, dos ejemplos: el dúo romántico En mi tierra extremeña de la zarzuela Luisa Fernanda fue mencionado como Mi tierra es extremeña y no conformes con ello, los improvisados cronistas de espectáculos musicales, que deberían por lo menos leer un poco antes de escribir, le cambiaron el título a la conocidísima ranchera Ella, compuesta por José Alfredo Jiménez, rebautizándola como Me cansé de rogarle. Obviamente ninguna hacía mención del papelón del popular "Joselo".
Y ni hablar de la mezquindad de los segmentos de espectáculos de la televisión, que apenas si dedicaron tres o cuatro minutos a una de las visitas musicales más importantes en lo que va del año. Quizás suene algo extremo, pero es degradante ver cómo son capaces de dedicar entre 20 y 30 minutos a los Hermanos Yaipén cada vez que hacen sus multitudinarios y a menudo sangrientos conciertos de mala muerte y en esta ocasión, no se hayan tomado la molestia de cubrir con mayor propiedad y espacio un evento de tanta calidad.
El segundo segmento del recital estuvo dedicado a los géneros populares que tanto éxito le han traido al excelente cantante, pianista y director de orquesta. Derrochando carisma, Plácido Domingo deleitó al público con temas del repertorio latino como Bésame mucho, El día que me quieras, la espectacular Granada y hasta un segmento de rancheras acompañado de un conjunto de mariachis que puso la nota jocosa de la noche. Frente a los casi 100 músicos de la orquesta, sentados e inmóviles, las trompetas algo destempladas y un irreverente "qué te dijo!" en medio de la estrofa de El rey en la que el tenor cuenta lo que le dijo el arriero le dieron un aire fresco a un show caracterizado elementalmente por la precisión y la tensión de la interpretación académica, propias del género que cultivan nuestros visitantes.
La anécdota ocurrió durante la interprtación de La flor de la canela. La canción más esperada de la noche se convirtió en el punto menos notable del concierto debido a lo que asumo fue un error de la producción. Al parecer, por exceso de confianza no se colocó sobre el atril la letra de nuestro segundo himno nacional y Plácido Domingo tuvo tremendos problemas al momento de atacar cada verso. Visiblemente nervioso, el cantante volteaba buscando ayuda para poder entrar a tiempo y aunque supo salir airoso del embrollo, las fallas fueron muy notorias. A pesar de ese desliz, el público se mostró agradecido y ovacionó al español de pie, pues no había nada que pudiera empañar el regalo de e¡su prodigiosa voz.
Ni las malacrianzas descritas líneas arriba ni el intenso frío ni el desdén de los medios convencionales podrán borrar de la memoria las melodías que nos obsequió uno de los protagonistas de la historia de la música del siglo 20. Gracias, señor Plácido Domingo.
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