Desde siempre hemos escuchado hablar acerca de la integración latinoamericana, aquella quimera inalcanzable que parece no tener explicación. Ya en el colegio nos hablaron de Simón Bolívar y sus afanes integracionistas, sobre la base del idioma común y el pasado vinculante, tanto por las raíces indígenas como por los años de dominación española. Ambas razones, entre otras, han sido siempre más que suficientes para que la famosa unidad fuese cuestión de dos o tres conversaciones para que quede lista, oleada y sacramentada. Es más, a simple vista, Latinoamérica tendría que haberse unido mucho antes que los bloques europeos y asiáticos pero las décadas transcurren y los pueblos hispano parlantes parecen estar más separados que nunca.
En la era de la videocracia (el gobierno de la imagen) y del tiempo real, en que más peso tiene la última frase dicha en un discurso que el discurso en sí mismo, resulta sintomático que el mandatario de la región que más menciona la palabra "integración" sea considerado, casi por unanimidad, como el mayor peligro para el desarrollo social y económico de la misma. Si Hugo Chávez habla acalorado acerca de la necesidad de formar una Latinoamérica cohesionado bajo los mismos ideales (frase que puede tener, naturalmente, múltiples variables, contextos y tonos de voz según la teatralidad a la que nos tiene acostumbrados) inmediatamente el tema queda contaminado y pasa a ser algo negativo. Porque para el pensamiento único, todo - absolutamente todo - lo que diga el señor "Aló Presidente" es negativo.
Pero aquella utopía denominada "integración latinoamericana" tiene como principal razón para su imposibilidad la intensa y descarnada ignorancia combinada con apetitos políticos de toda laya, que exhiben de cuando en vez, sus líderes. Obstinado en seguir echando leña al fuego del divisionismo y acrecentando la sensación de que vivimos en comarcas o tribus, el presidente Evo Morales hace complot contra su propia imagen generando controversias peregrinas, disparatadas nada menos que con Perú, el país de donde surgió el país que hoy conocemos como Bolivia.
Sin ingresar al detalle histórico y academicista, ampliamente documentado por cierto, queda clarísimo que los reclamos patrimoniales que ha lanzado con respecto primero a la Diablada y después al Ekeko no tienen pies ni cabeza. Hasta un niño de los primeros años de la secundaria tiene claro el concepto: las costumbres altiplánicas anteceden en todo orden a las delimitaciones geográficas posteriores y tratándose del origen de ambos países, es más elemental todavía.
Siguiendo la línea del primer párrafo de mi alocución, la palabra "nacionalismo" también se ha desnaturalizado tanto que hoy es considerada casi un eufemismo de "comunista", "izquierdista", "anti-sistema" y demás rótulos indeseables para quienes practican el neoliberalismo y el sueño imposible de que las grandes mayorías se conformen con el tristemente célebre "chorreo", producido cada vez menos por la mano invisible del libre mercado.
Por ende no ahondaremos en los datos que nos ofrece la realidad histórica. Simplemente basta con recordar que el Perú fue el centro indiscutido de la era colonial y que la actual Bolivia se llamaba Alto Perú. El nacionalismo en sentido extenso debería hacer que la integración dejara de ser una utopía, una quimera, un sueño imposible y se convirtiera sin mayores dilaciones en una realidad auténtica y poderosa. Pero los afanes de protagonismo de los presidentes pasajeros se empeñan en impedirlo.
Las danzas y expresiones musicales típicas poseen, por lo menos es mi sensación, el poder de generar una noción de identidad mucho más fuerte que las cumbres de mandatarios en hoteles de lujo, los desfiles militares y las míticas batallas legales frente a tribunales ajenos a lo que significa la existencia de nuestros pueblos. Y es increíble que a punto de cumplirse la primera década del siglo 21, sigamos entrampando el nacimiento y desarrollo sano de la identidad latinoamericana, tan rica en matices y manifestaciones culturales, con estas actitudes intolerantes y descabelladas.
Quien mejor que el maestro Nicomedes Santa Cruz para recordarnos a peruanos y bolivianos lo que realmente debería ser América Latina... hasta la próxima...
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