El vals Contigo Perú (Augusto Polo Campos, 1977)
podría ser considerado “nuestro segundo Himno Nacional”. Ocurre lo mismo con El
cóndor pasa (Daniel Alomía Robles, 1913) o La flor de la canela
(Chabuca Granda, 1950). Sin embargo, para las nuevas generaciones esto no es
tan evidente por la reducida difusión de nuestro folclor en medios masivos; y
la ausencia de políticas educativas que vinculen a las poblaciones escolares
con la música peruana.
El folclor peruano ha estado, durante décadas, atravesado
por profundos prejuicios y una heredada ignorancia sobre nuestra cultura e
identidad. La tan mentada pluriculturalidad no era muy popular hasta hace poco.
Por ejemplo, no sabemos nada de las expresiones musicales de las etnias
amazónicas, más allá del superficial éxito de algunas cumbias grabadas en los
setenta por Juaneco y su Combo o el tema Anaconda, compuesto por la
chiclayana Flor de María Gutiérrez.
La combinación música-baile es fundamental en géneros como
la marinera trujillana, emblema folclórico del Perú gracias a su vistosa
vestimenta, simbología romántica y el uso característico del pañuelo, como pasa
también en el tondero piurano. Otras danzas coreográficas costeñas son el
festejo, la zamacueca y la elegante marinera limeña. En los Andes, destacan el
huaylarsh (Huancayo), los negritos (Huánuco), la diablada y la morenada (Puno),
entre otras.
Cuando pensamos en música peruana vienen a nuestra mente lo
criollo y lo negro, por la preponderancia que siempre ha tenido la cultura
costeña por encima de la serrana y selvática. El fenómeno migratorio de los
cincuenta y sesenta trajo a la capital a artistas como Jaime Guardia, Pastorita
Huaracina, Máximo Damián y muchos otros, quienes crearon conciencia de que
había más música en el país que aquella de las jaranas de la Lima
post-virreinal.
Así, los músicos provincianos compitieron en popularidad con
los criollos en escenarios limeños. Las canciones instrumentales andinas -como
la mencionada El cóndor pasa, Valicha o Vírgenes del sol, de
Jorge Bravo de Rueda-, también fueron ganando espacio. Yma Sumac, cantante
cajamarquina, causó sensación por su impresionante rango vocal, que le permitió
destacar incluso en Hollywood.
Paralelamente, durante la segunda mitad del siglo XX surgió
una generación de intérpretes peruanos con aires cosmopolitas: boleristas
cantineros (Lucho Barrios, Pedrito Otiniano, Iván Cruz, Guiller), grupos de
cumbia (Los Destellos, Los Mirlos), pop-rock (Los Belkings, Los Yorks) y cantantes
nuevaoleros de enorme éxito local. Mientras la música costeña limitaba su
popularidad a unos cuantos intérpretes (Eva Ayllón, Arturo “Zambo” Cavero) y
públicos especializados cada vez más pequeños; la andina fue transformándose,
con fenómenos artísticos y sociales masivos como la chicha en los ochenta, o la
cumbia y el huayno electrónico de estas épocas. Asimismo, intérpretes como
Amanda Portales, Manuelcha Prado, Los Campesinos y otros mantuvieron vigente el
folclore andino tradicional. Por su parte, la escena rockera nacional tuvo un
desarrollo desordenado y disperso, como se ha tratado de explicar en algunas
publicaciones.
La globalización e internet han desaparecido las fronteras
musicales. Artistas de otros continentes aprendieron los ritmos e instrumentos
de nuestra música y los incorporaron a sus lenguajes sonoros, convirtiéndolos
en patrimonio de la llamada world music.
Además, existe una tendencia que utiliza la identidad
nacional para campañas mediáticas y gubernamentales contra el racismo y la
exclusión de mediano impacto debido al arrastre comercial de “lo étnico” entre
públicos capitalinos. Sin embargo, la ausencia de cursos en la Educación Básica
Regular que incentiven el conocimiento y cariño por nuestra música hace que
estas campañas sean incapaces de calar más hondo en el corazón de los niños y
las grandes mayorías.
Actualmente hablar de música peruana ya no alude solo a
aquellos géneros musicales oriundos del Perú sino a la música hecha por
peruanos. Por ello artistas internacionales como Juan Diego Flórez, Tania
Libertad o Gianmarco, combinan constantemente sus estilos con elementos
folclóricos. Asimismo, hay muchos artistas que fusionan géneros modernos con
instrumentos vernaculares, para acceder a públicos más amplios. Nombres como
Miki González, Novalima, Uchpa o Lucho Quequezana son solo algunos ejemplos de
ello.
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