sábado, 3 de agosto de 2013

LAS "MATADORCITAS" DISPUTARÁN EL TERCER LUGAR A NIVEL MUNDIAL: FELICITACIONES


El partido de esta mañana fue realmente de infarto. Punto a punto, nuestras compatriotas dejaron todo en la cancha y, aunque el resultado finalmente no nos favoreció, queda la satisfacción de comprobar que estas niñas lucharon hasta el final. Quizás fueron víctimas de su propio nerviosismo, de la ansiedad de un partido que se les fue escapando de las manos, habiendo estado a un triz de ganarlo (cuando el marcador se puso 14 a 10 todo el Perú, que las acompañó desde temprano, pensaba que ya ganábamos) pero esas experiencias son necesarias para formar el carácter y les servirán para seguir avanzando en esta exitosa carrera de triunfos reales. La Selección Femenina Sub-18 de Voley nos acaba de dar una lección inolvidable de garra, amor a la camiseta y vergüenza deportiva. Porque una cosa es tener vergüenza deportiva -como ellas- y otra dar vergüenzas deportivas, como las que hace años nos hacen padecer Claudio Pizarro, Juan Manuel Vargas, Jefferson Farfán, y los demás también...

Ahora que las dirigidas por Natalia Málaga, exvoleibolista de primera y ahora entrenadora corajuda y carajeadora, están a un paso de colocar nuestra bandera en el podio de un campeonato mundial, surge nuevamente la pregunta: ¿por qué es el fútbol peruano, ese nido de ratas infectas por la corrupción, estrellitas de cartón que entran a la cancha acomodándose el cerquillo de pelo engominado y haciendo muecas obscenas desde la banca mientras suena el himno nacional, el deporte más popular de este país? Yo he sido lo que se dice un pelotero de barrio -de niño y hasta antes de ingresar a la universidad- y soy fanático del buen fútbol. Por eso el fútbol peruano no lo veo, por lo menos desde hace 25 años. Porque me parece una payasada que enriquece a unos cuantos y embrutece a muchos otros. El FÚTBOL, el de verdad, se juega en todos los otros países del mundo. No en el Perú.

El voley es básicamente, un deporte jugado por mujeres -aunque desde hace muchos años atrás se juega también voley masculino a nivel profesional, no es igual de popular-, razón por la cual muchos presuponen que su falta de arraigo comercial y masivo en nuestro medio es una cuestión de machismo. No creo que eso sea cierto. Me parece un argumento facilista que intenta ocultar la realidad de esta situación, o como decían los viejos "la verdad de la milanesa". Reducirlo a un asunto de discriminación de género es la coartada perfecta para desviar la atención de lo que realmente está detrás de este ninguneo injusto, que dicho sea de paso es a nivel mundial y que no solo padece el deporte de los mates frente al de los goles, sino que es transversal a prácticamente todas las otras disciplinas deportivas.

Si bien es cierto podríamos decir que en EE.UU. hay un poco más de "democratización" en términos de popularidad -el basketball, el rugby, el baseball y el soccer son igual de conocidos entre la gente- esto sucede por la misma razón que, en nuestras tierras, el fútbol acapara preferencias incluso a pesar de haberse estancado en una retahíla de fracasos deportivos, escandaletes de farándula prostibularia y corruptelas dirigenciales: porque el negocio es grande y hay muchísimos intereses dando vueltas alrededor.

¿Es justo que los niños tengan que conformarse con admirar a Juan Manuel Vargas, ese tipejo que últimamente aparece más en páginas de "espectáculos", asociado a "prostivedettes" de quinta categoría? ¿no sería mejor que admiren a Ángela Leyva, la jovencita que acaba de coronarse como la mejor matadora de este mundial de Tailandia? Sucede que una nota sobre Vargas y sus cuitas de callejón son mucho más atractivas para los compradores de periódicos tipo El Comercio o El Trome (son lo mismo al final de cuentas) que los avatares de esta talentosa deportista. Mientras el tipejo ese, tatuado y borracho, aparece hablando barbaridades desde su mansión en Florencia, la nueva estrella del voley mundial baja y sube de combis y cerros para ir de su casita en Chorrillos al entrenamiento con la selección, o con su equipo habitual, de una universidad local.

Porque la verdad debe ser dicha: probablemente mañana, las "matadorcitas" consigan la medalla de bronce ganándole a Brasil -otra potencia del voley mundial-, quizás con otro infartante partido de cinco sets, lo cual servirá para que los programas dominicales llenen su pauta con reportajes sobre las lisuras de Natalia, las lágrimas de sus humildes madres o las historias de cada una, similares a la de la mencionada Leyva; y quizás otro tanto harán, durante algunos días, los periódicos. Pero ¿qué pasará después? ¿se iniciará la gran campaña mediática de reeducación para que las masas comprendan que es necesario detener el círculo vicioso del fútbol peruano y enfocar sus apoyos, hinchajes y apasionamientos hacia el voley, para que la empresa privada y el Estado le dediquen la atención qe merecen y no se pierdan en la anécdota? No lo creo.

Lo que pasará después de la momentánea algarabía, los reportajes y las fotos con Ollanta -y Nadine- es que nuevamente, ellas quedarán en la sombra por la última payasada de Markarián y sus farsantes estrellas que solo hacen goles en Alemania, la más reciente malcriadez de Reimond Manco o los intrascendentes partidos, fichajes y dimes-y-diretes del mediocre Descentralizado. Y es que salvo Paolo Guerrero, que ha demostrado mantener esa humildad que le permite ser carismático y empático con niños y adultos, sin poses de gran señorito millonario -a pesar de que el fútbol-negocio lo haya convertido en eso- ninguno vale la pena. Ninguna selección ni equipo de fútbol peruano son lo suficientemente respetables como para generar las locuras colectivas (que a veces terminan en tragedias), las amplias coberturas y los fanatismos irracionales que generan. Todo eso es negocio: negocio para las cervecerías, para las empresas de telefonía, para las constructoras y para una generación de periodistas que no tendrían trabajo si el fútbol peruano desapareciera, como creo yo que debiera desaparecer.

Esperemos todos celebrar mañana una muy merecida Medalla de Bronce y felicitemos de todo corazón a estas "matadorcitas" que han hecho vibrar al Perú en un contexto de competencia de alto nivel. Es el colmo que sigamos escribiendo y comentando el gran partido de la selección peruana de fútbol en el cual celebramos porque empatamos, y que estamos séptimos y no últimos, o que pasemos horas contando cuántos goles falló Pizarro, cuántas perdió Vargas, cuántas veces Farfán quedó en el suelo. Ya basta. Es hora de celebrar mates que se convierten en puntos y no jugadas que se convierten en fallas.

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