Luego de unos cuantos días en Tacna y Moquegua, por trabajo, regreso a Lima, a mi casa. Caminar por el interior es una experiencia bipolar: la tranquilidad de Moquegua y el fervor patriótico en Tacna son encomiables pero después de unos cuantos días, uno se sorprende a sí mismo añorando el caos limeño y sus huachaferías.
Lamentablemente, es triste aceptarlo pero la vida en algunas provincias, a pesar de ser más tranquila y en varios aspectos, más sana -las gentes saludan así no te conozcan, los conductores, desde los más encopetados hasta los de transporte público, no tocan el claxon hasta ensordecerte- no es algo a lo que esté 100% acostumbrado. Claro, también hay muchas carencias, en todas las oficinas y restaurantes saben al detalle las últimas incidencias de Esto es guerra y Combate y en las radios -salvo excepciones- todo es cumbia...
Pero en Tacna, por ejemplo, hoy domingo y como todos los domingos, un desfile de la bandera peruana y de la bandera local se realiza en el Paseo Cívico -sí, donde está el famoso monumento parabólico- y los niños cantan los dos himnos, el de Tacna y el nacional, con una determinación que no he visto ni en Lima ni en ningún otro punto del país que me ha tocado visitar. Como decía, la vida en provincias es, en algunos casos apacible y serena, como en Moquegua; y en otros roza la sordidez y el escándalo, como en la selva.
Pero también hay puntos, como Tacna o Cusco, de los cuales nosotros los limeños deberíamos aprender, por lo menos un par de cosas: el sentido de identidad y el no entregarse en cuerpo y alma al consumismo tecnológico, al huachafísimo racismo-clasismo preponderante en Lima y a esa inseguridad ciudadana que nos ha convertido en seres desconfiados, agresivos e incapaces de dar la mano a un desconocido porque lo primero que pensamos es que nos está marcando para asaltarnos, violarnos o matarnos (cualquiera de esas tres o una combinación de ellas).
A pesar de detestar Lima y a los limeños -sobre todo a los que se creen el cuento de que son clasemedieros porque tiene una camioneta 4x4 y saben cuándo va a salir el nuevo iPhone Galaxy- extraño Lima. No por ellos, desde luego.
Extraño mi casa, extraño a mis personas más cercanas, extraño mi oficina y no tener que preguntar cada cinco minutos en dónde estoy. Me gusta la tranquilidad del campo pero solo para pasear un rato, soy urbícola de nacimiento y eso seré hasta mi muerte. Y aunque Lima sea la quintaesencia de la sociedad cleptocrática -me lo dijo nuestro célebre historiador Wilfredo Kapsoli Escudero en estos días, según un estudio de universidades europeas- es, al fin y al cabo, la ciudad en la que vivo, la única metrópoli que conozco (hasta ahora). Así que regreso a casa esta tarde. Allá nos vemos...
1 comentario:
Buen post Jorge, saludos.
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