El Perú celebra, oficialmente, ciento noventa y dos años de independencia del imperio español, que estuvo metido en estas tierras durante casi tres cientos años. Sin embargo, hoy somos presas de otros tipos de dominación -desde hace bastante tiempo ya-, que tiene el encanto de la complacencia, las luces distractivas de lo que está de moda, el ansia huachafa de pertenecer a las élites que disfrutan del llamado "bienestar", reducido a cuántas cosas, aparatos y tarjetas de crédito llevas encima y las posibilidades de hacer realidad los caprichos que te exige tu familia, generados por avalanchas publicitarias cargadas de modelos de comportamiento y de consumo profundamente insensibilizadores e idiotizantes.
Todo este fenómeno de estratificación socioeconómica que data de, por lo menos, ochenta años atrás, se ha ido deteriorando, al pasar de las décadas, hasta convertirse en una jungla donde nadie se reconoce en nadie, una guerra civil permanente entre quienes defienden el statu quo -por un real sentido de pertenencia a él o por simple pose- y quienes, imbuidos por el sentido de la igualdad, la justicia social y la verdadera libertad, resisten las críticas de aquellos sectores que lo reducen todo a rótulos como "caviares", "rojos", "izquierdas" y demás adjetivos que, con solo ser mencionados, descalifican todo lo que no esté de la mano con el establishment. Y esa guerra civil permanente se libra siempre en desventaja, pues los defensores de la oficialidad inmóvil, que no admite cambios ni cuestionamientos, tiene dos grandes aliados: un gobierno traidor y una prensa cómplice, la combinación perfecta para que las cosas se mantengan como están, beneficiando a unos cuantos y hundiendo en la desesperanza a las grandes mayorías, tanto en Lima como en provincias.
La última prueba de este tándem, que juega en pared para desinformar a la población, está ocurriendo en estos minutos: el mismo colectivo de jóvenes y artistas que salió a las calles, asqueado, por la designación tramposa de Pilar Freitas como defensora del pueblo y Rolando Sousa como presidente del Tribunal Constitucional, se está concentrando en la Plaza Dos de Mayo para la Gran Marcha Pacífica, organizada por diversos gremios de trabajadores y convocada desde hace dos semanas, luego de la exitosa manifestación espontánea que, con el apoyo de las redes sociales, se realizó tras esos infaustos anuncios gubernamentales, hoy desactivados gracias a la protesta popular. Mientras eso sucede, a estas horas de hoy, sábado 27 de julio, gobierno y prensa convencional se únen, por enésima vez, para desprestigiar la concentración.
Mientras que el Ejecutivo sale, con Ollanta Humala a la cabeza, a decir que en el colectivo han detectado la presencia de infiltrados del Movadef (es decir, los que marchan son casi unos terroristas) y niegan las garantías solicitadas por conductos regulares, para salvaguardar los derechos de quienes, libremente, opten por asistir (dejando así, las puertas abiertas para que pase cualquier cosa, detenciones, abusos de autoridad, etcétera), la prensa "informa" acerca de la marcha con titulares como: "La CGTP insiste en realizar marcha a pesar de haber conversado con Primer Ministro" (RPP, El Comercio), sin mencionar, ni siquiera de soslayo, que miles de jóvenes y artistas -los mismos de la protesta anterior- están organizándose de manera estructurada y masiva, a través de las redes sociales (Facebook: Indignados Perú, Twitter: #TomaLaCalle) y que los motivos de estas manifestaciones van más allá de lo que pueda conversarse con un Premier que, a todas luces, está pintado en la pared.
Con autoridades que tildan de "terroristas" a ciudadanos que manifiestan su desacuerdo en las calles, periodistas que se limitan a recitar textos condescendientes y no se compran pleitos de nada que tenga relación con justos reclamos y un gran sector de la sociedad anestesiado por el consumismo dador de estatus social, la juerga, la cerveza, el futbol y la televisión basura; es difícil pensar que dos concentraciones, por multitudinarias que sean, vayan a cambiar las cosas de golpe. Pero quizás, ahora sí, se trate del inicio de algo serio. Quizás ahora sí podamos hablar de una revolución como la que plantea el personaje central de esta novela gráfica-película V for Vendetta (que corre el riesgo de convertirse en una imagen más para polos cool, tipo el Che Guevara o Los Ramones): es preciso darles un 28 de julio que jamás olviden.
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