miércoles, 8 de febrero de 2012

DESCANSA EN PAZ LUIS ALBERTO SPINETTA


La música está de luto hoy. La poesía también. Luis Alberto Spinetta nos hizo creer, cada vez que lo escuchábamos cantar y tocar la guitarra, que era una especie de ser ultraterreno, ingrávido y luminoso capaz de crear belleza desde cualquier género que decidiera acometer: podía ser una trovadoresca melodía tipo Muchacha ojos de papel, un blues pesado como en Post-crucifixión, un aquelarre progresivo como en Perdonado (niño condenado) o un sutil arreglo jazzero como en Cisne, el resultado siempre fue el mismo: "El Flaco" no era un ser humano, era un espíritu musical superior atrapado en un estuche antropomórfico. Sin embargo, esa maldita enfermedad llamada cáncer nos devolvió a la realidad. Luis Alberto era también mortal. Y aunque luchó, su frágil contextura no pudo más y decidió abandonarse al éter que lo recibe hoy con la expectativa de que allá hará también volar las mentes con esos sonidos inspirados, con esos fraseos virtuosos, con esas letras inteligentes. Spinetta ahora descansa en paz y quienes lo lloran, sus familiares y sus seguidores, la tratan de encontrar en sus canciones, las verdaderas causas de su inmortalidad.



Los titulares de la prensa peruana, plagados de inmediatez y falta de comprensión con respecto a la dimensión de este artista argentino, comentan la partida de un ícono del rock en español. Las radios, a través de sus páginas web, publican las fotos de mejor resolución e intentan ponerse a tono con la noticia, cuando en sus conciencias debería pesar el hecho de que jamás difundieron ni una sola nota del genial compositor. Aquellos programadores mercenarios e ignorantes que creen que el rock en español es solo Soda Stereo, El Tri, Hombres G y Charly García de 1985 a 1989 tendrían que permanecer en silencio. En todo caso, en lugar de llenar sus micrófonos y sus websites con información fría, dura y pasajera, deberían dedicar un día entero a homenajear a Luis Alberto Spinetta, creador en inacabable evolución que ha dejado como legado una extensa y diversa discografía profundamente desconocida para las masas que escuchan las radios convencionales en nuestro medio.



Spinetta, más que un importante representante del rock en nuestro idioma, fue el único rockero hispano hablante que consiguió realizar producciones discográficas capaces de competir en calidad, virtuosismo y capacidad de emocionar al público melómano con los actos más respetados del rock mundial, algo que ni siquiera consiguió la banda liderada por Gustavo Cerati, quien lo admiraba profundamente. Si uno escucha atentamente álbumes como Artaud de 1973, El jardín de los presentes de 1976, Alma de diamante de 1980 o Para los árboles del 2003, solo por mencionar unos cuantos, puede obviarse completamente el hecho de que se trate de una banda de argentinos para simplemente considerarlos uno de los mejores momentos del rock en toda su existencia.



Y así como era universal, el respetado flaco era íntimamente argentino. Y eso se nota en el duelo general, en las primeras portadas de los principales diarios, en el sentir popular que lo llora como lloraron a Atahualpa, a Mercedes, a Facundo. Su música no tenía límites impuestos por su nacionalidad o por su idioma (como sí le ocurre a otros rockeros latinos), pero su argentinidad era transversal a todo lo que hacía. No solo la música y la poesía están de luto. Está de luto también Argentina quien pierde, con la muerte de Luis Alberto Spinetta, a uno de sus principales embajadores musicales a nivel mundial. Por lo general, el resto de países latinoamericanos solemos renegar del ego monumental, el exacerbado orgullo y las atorrantadas de los argentinos. Pero cuando nos ponemos a pensar en artistas de la talla de Spinetta uno los comprende y hasta una sana envidia asoma, envidia de que en nuestro medio no tengamos un artista que nos haga justificar el sentirnos superiores a otros países. O de preferir la miasma de la popularidad y la inmediatez al reconocimiento de nuestros verdaderos talentos que, salvo algunas excepciones motivadas por algún "boom" mediático y breve, siempre terminan en la sombra, para el consumo de las minorías entendidas.



La influencia que ha tenido durante su prolífica carrera fue ignorada siempre por los medios convencionales. La única vez que vino a tocar a Lima (obviando desde luego, su mítica visita frente a su primera banda Almendra, para participar en el desaparecido Festival de Ancón, allá por 1969), nadie se dio cuenta y quienes tuvieron la oportunidad de verlo en vivo atesoran hasta hoy ese momento como algo mágico, irrepetible. Fundador de bandas fundamentales para el desarrollo de la música popular latinoamericana como Almendra (1968-1970), Pescado Rabioso (1971-1973), Invisible (1974-1976), Spinetta Jade (1980-1984) y Los Socios del Desierto (1996-1999) y creador de una inexplorada discografía como solista en los años siguientes, Spinetta se dio el lujo de llenar el Estadio de Vélez Sarsfield con 45 mil personas con un espectáculo denominado Las Bandas Eternas, una especie de regalo a su país, con motivo de su cumpleaños número 60 en el que reunió, durante un concierto de seis horas (documentado en CD y DVD), a todos los músicos con los que alternó en aquellos míticos vehículos creativos, cada uno poseedor de una personalidad propia, 100% genuina y libre de cualquier presión generada desde las tendencias prefabricadas o los últimos gritos de la moda. Un artista a carta cabal, un músico de primera, un poeta único ha dejado este mundo de cromo.

Q.E.P.D. Luis Alberto Spinetta...

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