"Me pongo el sol al hombro y el mundo es amarillo / y si llueve, me mojo y no me enojo porque no encojo / una lechuga me basta y sobra para hacer sombra / y que me importa si no me nombran / limpio mi vagón de carga y duermo una semana larga / como una porción de pizza y me vivo de la risa / me gusta andar pero no sigo el camino / porque lo seguro ya no tiene misterio / me gusta ir con el verano muy lejos para volver donde mi madre en invierno / y ver los perros que jamás me olvidaron / me gusta... me gusta..." (No soy de aquí ni soy de allá)
Esta mañana una noticia me partió en dos el alma musical, sentí como si un latigazo en mi espalda me arrancara de mis terrenales preocupaciones y mis cuitas que, frente a la terrible información, parecieron minúsculas, superables, momentáneas. Facundo Cabral, una de las voces más dignas y significativas de la música en nuestro idioma fue cobardemente asesinado por una banda de anónimos miserables que pertenecen a esa clase de seres humanos incapaces de creer en nada, que solo responden al llamado del dinero, del sicariato, de la venganza abominable, de la bestialidad absoluta. Lo común es decir que son inhumanos pero la cruda verdad es que son más humanos que cualquiera: insensibles, ignorantes y malvados. Aun no se determina de dónde provino la orden asesina, pero todo apunta a que se trata de un proyecto largamente incubado por los enemigos que se ganó el cantautor por decir las cosas como son.
Poseedor de una inteligencia y una cultura tan agudas como amplias, Cabral recorrió el mundo entero con solo dos armas, su guitarra y su voz, para desestabilizar al pensamiento único, aquel que privilegia los aspectos materiales de la vida, aquel que se emociona cuando ve cuentas bancarias con muchos ceros a la derecha pero pasa indiferente ante el espectáculo de una flor naciendo, de un perro acompañando a un anciano o de un mendigo haciendo música en medio de la calle. Sus canciones, sus poemas, sus discos y sus libros han sudo publicados en todos los idiomas y la personalidad forjada a punta de sufrimientos y de una capacidad única para sobreponerse a ellos lo convirtieron en ícono de la búsqueda de paz en el mundo globalizado e idiotizado por el consumismo. Facundo citaba en sus conciertos a Borges, a la Madre Teresa, a Tagore, y citaba también a su madre, a sus amigos desconocidos, a sus admiradores, con el mismo respeto y con la misma cercanía.
Paradójicamente, esta trágica muerte a manos de unos muertos en vida, parecía ser la única manera en que Cabral hubiera sido capaz de abandonar este mundo, pues venció desde la marginalidad infantil y la cárcel, hasta el exilio e inclusive el cáncer, al cual también derrotó para seguir encandilándonos con su potente voz y sus mensajes pletóricos de cultura y humanidad. Don Facundo no era un santurrón ni mucho menos, era un ser humano de inagotables matices y recursos, que contaba su vida difícil siempre sin afanes de protagonismos sino más bien como una muestra de lo que cualquier ser humano, aun en las condiciones más adversas, puede lograr con talento y fe en Dios.
Ahora vendrán los homenajes, los programas dominicales hablarán de él como si siempre hubiesen dado preferencia a sus monólogos en lugar de los programas concurso y propios y ajenos harán reseñas, comentarios y demás. Mientras tanto, en Argentina, su país natal, lo llorarán genuinamente sus seguidores más fieles, la población entera de Tandil donde su madre cosía escarpines, Alberto Cortéz, su cómplice en el inolvidable espectáculo Lo Cortéz no quita lo Cabral y en el cielo harán fiesta sus compañeros de ruta Atahualpa Yupanqui, Jorge Cafrune y Mercedes Sosa que lo esperan para cantar desde allá esas canciones inmortales. Porque Facundo Cabral no es un simple cantor, es un cantor inmortal.
1 comentario:
Es un bello homenaje esto que tú escribes. Siempre pienso que nos queda la palabra para recrear algo que alguna vez sintiéramos nuestro (próximo).
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