Es un lugar común decir que este proceso electoral “nos deja lecciones”. También es cierto que cada esquina política tratará de hacer pasar como “lecciones” los que en realidad son, a lo mucho, meros puntos de vista del paquete de ideas que representan. Sin embargo creo que ahora más que otras veces, y aunque le pese mucho al bando perdedor, las lecciones que solo algunos bien pensantes recogerán de la segunda vuelta tienen que ver con aquellas realidades que tratan de esconderse tras montañas de papel impreso, membretado y firmado por quienes siempre, por la razón o por la fuerza, han terminado ganando.
Esta es la primera vez en el Perú que las redes sociales cumplen un papel realmente influyente en la difusión de información. Blogs, Twitters y grupos en Facebook surgieron para hacer contrapeso a una prensa tradicional que antes era la dueña y señora del mundo de las noticias y que ahora corre el riesgo de ser vista como una institución caduca, carcomida por la mezquindad de sus rebuznantes bustos parlantes y los bajos intereses económicos que defienden. Ni siquiera el poderoso holding que financió a un sicario de la televisión como Jaime Bayly y publicó sistemáticamente mentiras acerca de la candidatura de Ollanta Humala pudo revertir la ola de adhesiones que generó el rechazo masivo a esta especie de camarilla parapetada en titulares, editoriales y notas manipuladoras lanzadas por doquier.
Quizás los jefes de informaciones de los medios de comunicación clásicos (prensa, radio y TV) no lo hayan advertido o quizás lo hayan subestimado, pero el poder arrasador para llenar el espacio que antes tenían totalmente a su disposición para engañar impunemente, un poder del cual Internet ha dejado constancia irrefutable, deberá ser tomado en cuenta como elemento prioritario en cualquier otra campaña política que se precie de ser inteligente y moderna. Dependerá de quienes lideren esas futuras campañas que el ciberespacio siga representando la opción independiente al momento de buscar información o que se transforme en una herramienta más de desinformación que tergiverse, manipule y contamine la percepción de la realidad.
Otra de las grandes enseñanzas de este proceso es que, cuando las papas realmente queman, la juventud sigue mostrándose dispuesta a manifestarse por aquello en lo que cree. Frente a las macilentas minorías que responden positivamente al condicionamiento publicitario de que “la vida es mejor si se escribe con B grande” y que todo es más “nice” si viene envuelto en paquetes atractivos, novedades tecnológicas, si está de moda y es ultra divertido (no importa si hablamos de un desfile de modas, de un concierto de Tongo o de series con argumentos pobres y peores actuaciones como Al fondo hay sitio o La Lola) hay una multitud vibrante de jóvenes, creativa, valiente y dispuesta a salir a las calles con entusiasmo para participar de toda cruzada que se organice para defender su derecho a seguir siendo inteligentes, a no ser vistos como una simple estadística que sirve para engrosar el resultado de una elección.
Creo que la enorme marcha que se produjo en el Centro de Lima el pasado jueves 26 de mayo es el hecho que nos permite trazar la intersección de estas dos revelaciones en el Perú que ahora ve con esperanza su futuro político, a pesar de que los operadores de los derrotados siguen dándole cuerda a la maquinaria de desestabilización con presiones a un presidente apenas electo que aun no asume funciones - inaceptables en un contexto democrático - y declaraciones altisonantes que siguen tratando de hacer pasar como acto de patriotismo la mala intención de asustar a la población más desfavorecida con sus escenarios catastróficos, escenarios que solo ellos y el ridículo Profeta de América son capaces de avizorar.
En esa concentración, básicamente juvenil, confluyeron en un mismo camino delegaciones de universidades “dispares” como San Marcos y la UPC, literalmente hermanados, abrazando las mismas consignas y compartiendo una experiencia común. Mientras que en Internet hicieron gala de su creatividad con excelentes trabajos y composiciones iconográficas de todo tipo, en las agujereadas pistas del Centro de Lima cantaron a una sola voz, aplaudieron y expresaron, a su manera, el rechazo que la prensa mayoritariamente oficialista les causaba y a pesar de ser ninguneados como hecho noticioso por canales y periódicos “normales”, recibieron la cobertura de los principales medios virtuales y el apoyo de comunidades artísticas y personalidades del mundo profesional adulto, que se plegaron a esta inusitada imagen integradora que ningún “líder de opinión” tuvo la valentía y decencia de estimular como correspondía, en un país que “se queja” a diario de la discriminación, la falta de identidad, etc.
Finalmente, una lección triste y poco advertida por tirios y troyanos de esta segunda vuelta es el carácter pétreo y casi institucional que tiene, en nuestros días, la ignorancia. Porque todos los vicios que hemos notado en las personas que apoyaban a Keiko Fujimori, léase racismo (a través de ignominiosas intervenciones en las redes sociales de cobardes anónimos o descarados que firmaban comentarios lamentables de toda clase), intolerancia (como responder con insultos a argumentos respetuosos) y rasgos de tendencias genocidas inconscientes son muestras de la más palmaria, innegable y elefantiásica ignorancia.
A la masa de votantes primerizos quizás se le podría perdonar este tipo de exabruptos, con la fe puesta en que los años los harán recapacitar y entender pero a esa otra masa de limeños y limeñas, medianamente jóvenes y aparentemente exitosos, con buenos empleos, camionetas y Blackberries, que padecimos (y hasta ahora padecemos) en oficinas, canales de televisión y otros lugares maldiciendo a los simpatizantes de Humala y dando vivas a los simpatizantes de Fujimori o repitiendo como niños que “el Perú se va a ir al abismo si Humala gana la presidencia”, no nos queda otra que calificarlos de ignorantes y de la peor naturaleza: aquellos que no reconocen que lo son, aquellos que creen que viajar a Miami o a Acapulco de vez en cuando los libra de la indigencia intelectual.
Creerse del Primer Mundo y morirse de la risa viendo Al fondo hay sitio son dos actividades absolutamente incompatibles. Como lo son ir al teatrín de Asia a aplaudir a Mario Vargas Llosa vestido del Sultán Shahriar y luego despotricar contra él, el único Premio Nobel que tendremos (así Hernando de Soto fantasee que algún día será el segundo) porque decidió hacer campaña para evitar del regreso de la cleptocracia. La preponderancia de esa ignorancia arrogante y afrentosa es quizás la peor de las lecciones de esta segunda vuelta que deja atrás una estela de enfrentamiento que se trasladó del debate entre candidatos a la pelea familiar, al encono entre personas que pertenecen a un mismo país y sin embargo no parecen compatriotas. Si queremos mejorar realmente como sociedad, debemos tomar nota de eso y ayudar a que el cambio, por fin, se concrete.
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