Ha pasado ya una semana y media y sin embargo sigo emocionándome cuando recuerdo cada canción, cada frase en español, cada movimiento en escena de Paul y su banda la noche del último lunes 9 de mayo. Jamás pensé ver en vivo y en directo a un Beatle, al Beatle más importante – que me perdonen los fans de John Lennon, de George Harrison, de Ringo Starr. Aunque para nadie es un secreto que la banda era un colectivo genial y que aun en sus momentos de peor interacción (1969-1970) trabajaron para producir resultados que reflejaran musicalmente una idea grupal y no individual, es un hecho que a la pluma de McCartney pertenecen todos aquellos temas considerados himnos y que si no fuera por él, el universal legado del cuarteto fabuloso de Liverpool hubiera caído en manos de aquel mercenario llamado Allen Klein.
Lo que hizo Paul en Lima fue de antología. Saludó a sus fans en el aeropuerto, en el hotel, desde el auto que lo trasladaba de un lugar a otro. Sonrió, dio la mano, hizo reverencias al público que buscaba alcanzarlo por lo menos un segundo. Y cada vez que tuve oportunidad de captar alguna imagen de Paul en Lima – incluidas las del show, que quedarán registradas por siempre en mi memoria – me daba la impresión de que si hubiera sido humanamente posible para él, nos habría saludado y agradecido a todos uno por uno. Extrema sencillez de un artista que lo ha conseguido todo en casi cinco décadas de exitosa carrera, a quien nosotros le quedaremos agradecidos de por vida por hacernos olvidar, durante tres horas de música inmortal, la medianía y la infelicidad que nos rodea cotidianamente.
Paul McCartney es el verdadero Rey del Rock, qué Elvis Presley ni qué ocho cuartos. Es algo que he sostenido desde que tengo memoria en conversaciones informales y más recientemente en foros cibernéticos de discusión musical. Elvis Presley murió hace más de 30 años, nunca compuso nada importante y jamás se desarrolló como instrumentista en ningún estilo.
McCartney compuso y cantó más del 50% de uno de los catálogos de música popular más conocidos y variopintos de la historia: desde románticas baladas como Yesterday, Hey Jude o Let it be hasta afilados rocks como Drive my car, Paperback writer o Helter skelter. Tocó bajos, guitarras eléctricas y acústicas, pianos y mellotrones en la banda más importante de todos los tiempos y después construyó una carrera como solista plagada de momentos notables como Band on the run, Live and let die o Dance tonight. Si esos logros no son suficientes para considerarlo de una vez como el verdadero Rey del Rock algo anda mal en la crítica especializada. Dicho sea de paso, todas las canciones que he mencionado las tocó en el Monumental con una vitalidad y una onda rockera que suena tan vigente como en sus mejores épocas.
El marco del Estadio Monumental fue impresionante, casi 48 mil personas según datos oficiales que cantaron, bailaron, gritaron y lloraron con cada canción. Como hemos podido ver en diversos videos a través de los años, los conciertos de McCartney suelen ser una fiesta a la que acuden por igual personas de distintas edades. Lima no fue la excepción en ese sentido: niños con sus padres, abuelos con sus nietos, grupos de adolescentes, parejas de enamorados. Es decir, un espectáculo que trasciende las barreras generacionales, lo cual constituye otra de esas paradojas que solo comprueban la genialidad de un artista: cuando aparecieron en la primera mitad de los 60s, The Beatles eran representantes de un estilo musical mal visto por la autoridad, que generaba caos, rebeldía, ruido. Cuarenta años después la música de The Beatles supera la prueba del tiempo y demuestra su capacidad para unir a las personas.
Es difícil determinar cuál fue el mejor momento de un concierto que en bloque fue un punto álgido y brillante. Para algunos fue ver y escuchar a Paul exclamando “¡Viva el Perú carajo!”, ese grito de guerra que nos identifica en todas partes. O quizás los homenajes a Lennon (en la sentida viñeta acústica Here today de 1982 o en la inclusión del mantra Give peace a chance al final de A day in the life) y a Harrison con la excepcional versión de Something (la segunda canción de The Beatles más versionada después de Yesterday). O tal vez los himnos Hey Jude y Let it be. Para mí fue muy emocionante, dentro del contexto de una emoción permanente, apenas interrumpida por los espacios entre un tema y otro, la atmósfera beatlesca que se vivía sobre el escenario, aun cuando tocaba canciones clásicas de su era con Wings (Band on the run, Mrs. Vandebilt, Let me roll it con la coda del Foxey lady de Jimi Hendrix) que llegó al punto máximo cuando Paul se unió al micrófono con uno de sus guitarristas, en una de las imágenes más representativas de lo que eran los Beatles en vivo.
Las bandas de Paul McCartney después de los Beatles siempre han tenido un nivel muy alto, pero me da la impresión de que estos cuatro músicos que lo acompañan desde hace ya diez años – Rusty Anderson (guitarra), Brian Ray (guitarra, bajo cuando Paul va al piano), Paul “Wix” Wickens (teclados, guitarra, acordeón) y Abe Laboriel Jr. (batería, hijo del prestigios bajista de jazz, el mexicano Abraham Laboriel) – han alcanzado una química especial con el músico británico. El poder y la energía de estos jóvenes y talentosos músicos se sienten en cada tema así como su felicidad de trabajar tocando un paquete de canciones que todo el mundo conoce y adora. Como viene haciendo desde hace tiempo, el concierto terminó con The end, en el que Paul y sus dos hijos guitarristas intercalan solos cada dos compases, tal como lo hiciera con John y George en la grabación original de este tema, aparecida en el clásico álbum Abbey Road. La frase final resume el espíritu beatlesco al que hacía referencia líneas arriba: “… and in the end the love you take is equal to the love you make…” ("... y al final el amor que te llevas es igual al amor que haces..."). Un gran final para una gran noche. Inolvidable…
1 comentario:
Hola... tienes razón, así apareció el setlist en la página pero con la emoción no me percate de ese detalle... gracias!
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